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"Lo que estamos viviendo es una lenta curva y una lenta tendencia declinante, donde el Frente (Amplio) ya no entusiasma como antes, muestra problemas de todo tipo, sobre todo problemas para concretar y reilusionar a la gente”, dijo en La Mañana de El Espectador el politólogo Adolfo Garcé, investigador en el Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
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Garcé: el FA ya no entusiasma, tiene problemas para concretar
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lunes, 12 de diciembre de 2016
jueves, 27 de octubre de 2016
Tributo (políticamente incorrecto) a Jorge Batlle / Adolfo Garcé
"Quiero sumar esta página al merecidísimo tributo que le está brindando Uruguay a Jorge Batlle
Por respeto a lo mejor que nos dejó quiero ser frontal aunque, en algunos pasajes, lo que va a leerse pueda sonar políticamente incorrecto. Pero, en su honor, debo tomar el riesgo de remar contra la
corriente incluso corriendo el riesgo de no ser entendido.
Es que así fue Jorge Batlle. Sincero, frontal, políticamente incorrecto, un experto a la hora de tomar riesgos y de manejar a contramano. Por eso
mismo, y esto es lo primero que quiero señalar, no fue un político de manual. Los manuales dicen que los políticos deben ajustar su discurso a la tradición de su partido si quieren algún día poder liderarlos. Es
obvio que Batlle no fue así. Es bien sabido que, luego de la muerte de su padre, Luis Batlle Berres (el tercer presidente de la dinastía),encabezó una impresionante transformación ideológica de su fracción (la Lista 15) que derramó a la corta, pero especialmente a la larga, sobre el resto del Partido Colorado.
El PC de esa época era un partido enorme y diverso, casi tan poderoso y contradictorio como el Frente Amplio de nuestros días (diversidad y tamaño se correlacionan).
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Tributo (políticamente incorrecto) a Jorge Batlle | Jorge Batlle, Partido Colorado, presidente, Estado
jueves, 11 de agosto de 2016
"Es bastante probable que Astori sea candidato del Frente Amplio"
Adolfo Garcé cree que el ministro es hoy la mejor oferta electoral del oficialismo
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Es bastante probable que Astori sea candidato del Frente Amplio | candidato, Danilo Astori, Frente Amplio, Ignacio Munyo, Astori, Economía
miércoles, 17 de febrero de 2016
La batalla de ANCAP y sus lecciones Por Adolfo Garcé
" El debate público que hoy tiene un momento especialmente relevante pero
que sacudió a la opinión pública a lo largo de un semestre le da
completamente la razón. Presentamos ANCAP como un "campo de batalla".
Analizamos "estrategias" y "cálculos". Distinguimos "ganadores" y
"perdedores" en la "lucha por el poder". Priorizamos, es evidente que
nos fascina, la dimensión adversarial y competitiva de la política.Pero, casi siempre, nos quedó en el tintero otra dimensión, tan mportante como la anterior: la deliberación sobre fines, valores y razones".
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La batalla de ANCAP y sus lecciones | ANCAP, investigadora, Jorge Larrañaga, Justicia, Luis Lacalle Pou, Pablo Mieres, Raúl Sendic, Senado
martes, 22 de diciembre de 2015
Garcé: El FA decepcionó, en la campaña no avisó el país que se venía
El gobierno, Vázquez, la interna del FA y las candidaturas de cara a 2019, fueron algunos temas de la entrevista
El politólogo Adolfo Garcé visitó este martes El Observador TV y dijo
que el Frente Amplio "defraudó casi imperdonablemente a la gente de este
país al no llevar adelante una reforma educativa". Según el politólogo,
"en el primer semestre del año no se habló de educación porque se
creían que la estaban empaquetando en el Presupuesto", pero nada de eso
pasó. "Sigo esperándola (a la reforma), y como yo, mucha gente", apuntó
el técnico.
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Garcé: El FA decepcionó, en la campaña no avisó el país que se venía
miércoles, 29 de julio de 2015
Demasiado tarde Opinión Adolfo Garcé
Columna del politólogo Adolfo Garcé sobre el plan de obras anunciado por el gobierno
El Observador
Adolfo Garcé es doctor en Ciencia
Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política,
Facultad de Ciencias Sociales, Udelar / adolfogarce@gmail.com
Hace ya quinientos años, Nicolás Maquiavelo dedicó diversos pasajes de El Príncipe a explicar la importancia de gestos y apariencias. Según él, “los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”. “El vulgo –decía– se deja engañar por las apariencias”. Por eso, para alcanzar sus objetivos (alcanzar el poder y mantenerse en él), el príncipe, necesariamente, debía aprender a manejar las apariencias y a manipular las creencias de los ciudadanos (“más vale ser temido que amado”).
No hace falta compartir con Maquiavelo supuestos tan pesimistas sobre la naturaleza humana para advertir la centralidad de la dimensión gestual y discursiva en la política. La popularidad de Mujica, primero en Uruguay, más tarde en otras latitudes, tiene que ver, como es bien sabido, más con sus gestos que con sus palabras. Su chacra, su perra, su ropa, su auto, por ejemplo, fueron mucho más importantes en la construcción y circulación de su imagen de líder austero, desapegado de bienes materiales, y poco propenso al consumo, que su, empero, recordado discurso en la cumbre de desarrollo sostenible de Río de Janeiro.
Vázquez tiene, a esta altura, una larga experiencia en el manejo de las apariencias y en el gobierno de la opinión pública. Antes de ser electo presidente por primera vez, por ejemplo, envió una señal muy clara que terminó siendo fundamental para bajar las expectativas de sus propios votantes. Dijo y repitió que, dadas las circunstancias que había vivido el país (la crisis de 2002), no sería materialmente posible atender todas las demandas (“el que quiera cambios radicales que no me vote”).
Después del balotaje, en noviembre de 2014, también envió un mensaje muy elocuente respecto a cómo habrá de ser su segunda presidencia. Organizó y anunció su gabinete en tiempo récord y sin consultar ni a la estructura frenteamplista ni a los líderes de las diversas fracciones. Periodistas y analistas, ciudadanos y políticos profesionales, todos dijeron lo mismo: Vázquez quiere que su segundo mandato se caracterice por hablar poco y hacer mucho. Además, evitará quedar prisionero de la maraña de las negociaciones dentro de su partido. El gesto fue tan elocuente que, pase lo que pase a lo largo de estos años, cada episodio será analizado desde ese prisma.
La suspensión del ANTEL Arena fue otro de estos gestos que dejan una huella profunda, porque configuran los “lentes” con los cuales observamos e interpretamos la dinámica política. La decisión, más allá de las intenciones del Poder Ejecutivo, dejó instalada una fuerte sospecha. Los sindicatos y el ala izquierda del Frente Amplio interpretaron la medida como una señal de hasta qué punto el presidente y el equipo económico están dispuestos a llegar con tal de evitar que empeore la situación macroeconómica. Hagan lo que hagan de aquí en más, digan lo que digan, una parte fundamental de la base política y social del FA estará alerta, movilizada, a la defensiva.
Mientras escribo estas líneas explotan bombas brasileras y trepan cañitas voladoras. Los trabajadores de UTE y ANCAP lanzan volantes, invaden la avenida 18 de Julio, y emprenden su marcha hacia la Torre Ejecutiva. La consigna, que se repite todo el tiempo por lo parlantes, es: “No a los recortes del presupuesto que se quieren implementar”. Está profundamente instalado un “prisma” analítico que hace que cada gesto del gobierno, en general, y del equipo económico, en particular, sea rápidamente decodificado como un “recorte”, como un “ajuste”, como un triunfo del MEF y del astorismo.
Tengo la impresión que el gobierno equivocó su estrategia comunicacional. Maquiavelo diría: “Lo peor que podían hacer si querían un presupuesto austero era dejar entrever esta intención”. Vázquez intenta, ahora, enmendar el error asegurando que el “ANTEL-Arena se va construir”, y diciendo que “no habrá recortes”. Creo que es demasiado tarde. La sospecha está instalada. Los sindicatos están alarmados y movilizados. El ala izquierda del FA está advertida y preparada. Hace cuentas, vela armas y se apresta a ganar la batalla por un presupuesto “sin recortes” en su mejor trinchera, el Parlamento.
miércoles, 22 de julio de 2015
Opinión COLUMNA ADOLFÓ GARCÉ El fantasma de Maracaná
Alcides Ghiggia, desde el jueves de la semana pasada, es más leyenda que nunca. Si su vida conmovió tribunas, su muerte agitó fantasmas, en especial, el de Maracaná. Se ha dicho muchas veces, y se sigue diciendo, que ese triunfo terminó siendo una maldición. Según este argumento, la asombrosa historia de la selección uruguaya de fútbol remando contra la corriente y derrotando a la de Brasil en su propia casa, habría contribuido a debilitar la “conciencia crítica”, y adormecido las, de por sí, bajísimas defensas contra el conformismo que caracterizaban la sociedad uruguaya de la época. No me quiero detener en este debate, por apasionante que sea. En cambio, ya que se suele comparar aquellos años de prosperidad con los que nos están tocando vivir desde un tiempo a esta parte, me gustaría analizar qué lecciones de aquellos años deberíamos tener presentes ahora.
A comienzos de los cincuenta la economía uruguaya todavía crecía, gracias al impulso combinado de la demanda externa (Europa recién iniciaba su proceso de reconstrucción, Plan Marshall mediante) y de la sustitución de importaciones (iniciada, como en otras partes, en la década de 1930, como consecuencia de la crisis del 29). Aunque ni a Luis Batlle ni a su equipo de gobierno se les escapaba que la prosperidad podía ser efímera, les resultó extraordinariamente difícil que el Partido Colorado, que se iba convirtiendo en una gran máquina clientelar, aceptara restricciones y tomara precauciones. La economía se frenó, los precios crecieron, la caja del Estado se vació. Se inició, de este modo, un largo proceso de estanflación que, a comienzos de los años 60, sería definido por la CIDE con un concepto que hizo carrera: “crisis estructural”.
También ahora la economía crece impulsada por la combinación de un entorno todavía favorable y un mercado interno dinámico. En todo el sistema político existe, por suerte, una clara conciencia del peligro. El elenco de gobierno, en particular, sabe muy bien que la prosperidad puede ser efímera. Las distintas fracciones dan señales de querer tomar precauciones. Los astoristas, por ejemplo, se inclinan sin vacilaciones hacia la prudencia fiscal, la protección de la competitividad de las empresas y la estabilidad en las reglas de juego. Los desarrollistas también se muestran alarmados, pero tienen una visión distinta al equipo económico respecto a cómo prevenir la crisis. No será, dicen, recortando la inversión pública ni ajustando salarios que se evitará la caída del producto. Según ellos, por el contrario, el cambio en el entorno económico regional y mundial debe conducir a ampliar el papel del Estado y potenciar el mercado interno.
No me considero un experto en desarrollo económico. No me atrevo a pronunciarme sobre qué enfoque es el más apropiado. Además, no creo que me corresponda. En todo caso, soy de los que piensa que no hay un único camino hacia la prosperidad. Existe, en verdad, una creciente acumulación teórica y empírica en economía política que muestra que las naciones pueden prosperar siguiendo trayectorias muy diversas. De hecho, conviven, como han argumentado persuasivamente Peter Hall y David Soskice, diferentes “variedades de capitalismo”. La principal diferencia entre ellas deriva del papel del Estado en la economía. En las “economías coordinadas de mercado” (como Alemania, Japón, Suecia o Austria), el Estado tiene un papel francamente más activo que en las “economías liberales de mercado” (como EEUU, Gran Bretaña, Australia o Nueva Zelandia). Pero tanto Alemania, el arquetipo del “capitalismo coordinado”, como EEUU, el paradigma del “capitalismo liberal”, son economías dinámicas y potencias mundiales. ¿O no?
Desde mi punto de vista el problema de Uruguay, hoy por hoy, no es que no exista conciencia del peligro. Hoy por hoy, lo que obviamente falta en el partido de gobierno es unidad de acción. Es evidente que si la mayoría del gabinete, con el ministro de Economía y Finanzas a la cabeza, empuja para un lado, y la mayoría del Parlamento, con José Mujica y Raúl Sendic como principales referentes, empuja para el otro, el resultado más probable será el empate y el statu quo. Lo más preocupante es que la falta de unidad de acción se origina en profundas diferencias teóricas que, por definición, no son fáciles de conciliar. El presidente Tabaré Vázquez, por su parte, no termina de dejar claro cuál de los dos proyectos es su preferido. A veces envía señales para un lado, otras veces para el otro. Hasta el momento parece priorizar conformar un poco a todos, como si tratara de evitar que las diferencias tomen estado público y afecten negativamente la imagen de su segunda presidencia.
Como argumentara Gabriel Oddone, el declive uruguayo a lo largo del siglo XX tiene un patrón peculiar: combina breves ciclos de crecimiento económico relativamente rápido seguidos de crisis igualmente intensas. Antes del Mundial de Brasil, se hizo muy popular una pieza publicitaria en la que el “fantasma de Maracaná” se ocupaba de espantar a los brasileros. Ojalá le pegue un buen susto al partido de gobierno y haga posible que, finalmente, elija uno de los rumbos en disputa. Si lo hace, podremos evitar que la historia vuelva a repetirse.
miércoles, 4 de marzo de 2015
Leales y rivales Por Adolfo Garcé
El gabinete que acaba de entrar en funciones es mucho más un equipo de secretarios del presidente que un reflejo de la diversidad del FA.
El Observador
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© Salvatore
Hace 10 años, cuando asumió por primera vez como presidente, Tabaré Vázquez optó por organizar un gabinete en el que se combinaban dos lógicas distintas. Por un lado, buscó designar leales, esto es, personas de su confianza personal como Azucena Berrutti, Jorge Brovetto, Héctor Lescano, María Julia Muñoz y Víctor Rossi. Por el otro, tomando nota de la siempre compleja interna frenteamplista, nombró referentes fundamentales de las principales corrientes del FA como Mariano Arana (Vertiente Artiguista), Marina Arismendi (en ese entonces, al frente de la Secretaría General del Partido Comunista), Danilo Astori (su viejo rival en la competencia por la sucesión de Líber Seregni), Jorge Brovetto (todavía presidente del FA) y Reinaldo Gargano (figura clave del Partido Socialista). Como tempranamente advirtiera Daniel Chasquetti, la integración de los líderes de las fracciones buscaba, en esencia, facilitar la gobernabilidad. En especial, intentaba ser un mecanismo facilitador de la convergencia entre las orientaciones del Poder Ejecutivo y las decisiones de la bancada frenteamplista. En suma, aquel primer gabinete fue una mezcla entre “secretarios del presidente” y “Mesa Política del FA”.
Me parece evidente que Vázquez, en esta segunda presidencia, optó por abandonar este modelo “mixto”. El gabinete que acaba de entrar en funciones es mucho más un equipo de secretarios del presidente que un reflejo de la diversidad del FA. Es notorio que, a la hora de elegir ministros, Vázquez no negoció con los líderes de las fracciones. Dicho más claramente: el presidente no intentó conformar al MPP cuando designó a Carolina Cosse para el Ministerio de Industrias o a Eneida de León para la cartera de Vivienda (ambas emepepistas), ni al PCU cuando volvió a convocar a Marina Arismendi para el de Desarrollo Social. Estas designaciones tienen mucho más que ver con los perfiles personales (formación, conocimiento del área, credenciales de gestión) que con identidades y simpatías políticas. Me inclino a pensar que tampoco buscó conformar a José Mujica manteniendo a Tabaré Aguerre, Eduardo Bonomi o Eleuterio Fernández Huidobro, todos ellos, ministros durante el segundo mandato frenteamplista. En verdad, la ratificación de estos tres ministros en sus cargos es una señal de aprobación de las gestiones que han venido realizando que la búsqueda de un “pacto político” con el presidente saliente.
Les pido que, tentativamente, acepten esta interpretación y me acompañen en el razonamiento. La pregunta siguiente sería: ¿por qué cambió? También, provisoriamente, propongo esta hipótesis: lo hizo porque aprendió, durante su primera presidencia, que integrar a referentes de las fracciones en el gabinete no evitó la “indisciplina” parlamentaria y terminó favoreciendo divisiones en el gobierno. La presencia de Marina Arismendi en el gabinete no impidió que Eduardo Lorier, desde el Senado, marcara, todas las veces que lo consideró necesario, las diferencias del PCU con las orientaciones del gobierno. La convivencia de José Mujica y Danilo Astori en el gabinete no les impidió chocar pública y ruidosamente durante los primeros meses del gobierno a propósito de la refinanciación de las deudas de los productores con el BROU. La inclusión de Reinaldo Gargano no facilitó una acción unificada del gobierno en materia de política exterior. Muy por el contrario, brindó a los adversarios de la propuesta del TLC con EEUU una trinchera poderosa para ejercer su oposición e interponer su veto a la polémica iniciativa.
Si esta interpretación es correcta, Vázquez habría optado ahora por un camino distinto. Decidió, en esta segunda oportunidad, armar un gabinete lo más compacto posible sabiendo de antemano que las iniciativas del gobierno que precisen pasar por el Parlamento serán inevitablemente sometidas a un examen riguroso por la bancada frenteamplista. No puede esperar obediencia automática, ni disciplina parlamentaria rigurosa, cuando 24 de los 50 diputados y seis de los 16 senadores responden a José Mujica. No tiene cómo ignorar que en el Parlamento, en la bancada del partido de gobierno, predominan los rivales. Tiene sentido que haya intentado hacerse fuerte en el gabinete apelando fundamentalmente a sus leales. No será un pleito sencillo. Ambos, ministros y parlamentarios, disponen de herramientas poderosas. Los ministros tienen a su favor la capacidad técnica de la administración pública, sensiblemente superior a la del Parlamento que sigue esperando por las asesorías técnicas que acortarían esta significativa asimetría. Los parlamentarios, de todos modos, tienen la palabra final: deciden, nada más ni nada menos, si votan o no.
Durante la primera década de la “era progresista”, tanto durante el mandato de Vázquez como durante la presidencia de Mujica, hubo que prestar mucha atención a las diferencias tanto personales como ideológicas dentro del Poder Ejecutivo. No es imposible que en este tercer gobierno también estallen conflictos importantes entre ministerios. En particular, creo que hay que prestar especial atención a la relación entre el MIEM liderado por Cosse y el MEF encabezado por Astori. Aun así, creo que la mejor hipótesis de trabajo es esperar que haya más tensiones entre el gabinete y el Parlamento que dentro del Poder Ejecutivo.
*Adolfo Garcé- Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar- adolfogarce@gmail.com
miércoles, 1 de octubre de 2014
Opinión - ANÁLISIS ADOLFO GARCÉ Escenarios de gobernabilidad
Dependiendo de quién sea electo presidente se abren dos escenarios muy distintos. En cada uno de ellos cabe imaginar al menos tres diferentes alternativas.
+ Por Adolfo Garcé -
El Observador
La semana pasada argumenté que, más allá de las coincidencias que muestran las plataformas electorales de los dos partidos que, de acuerdo a las encuestas, pugnan efectivamente por el cargo presidencial (Frente Amplio y Partido Nacional), existen buenas razones para sostener que, llegado el caso, sus gobiernos tendrían énfasis diferentes. Quiero dejar de lado, ahora, el análisis del contenido sustantivo de las políticas (la cuestión de qué objetivos priorizarían) para detenerme en el problema de la gobernabilidad (el problema de cómo intentarían alcanzarlos). Dependiendo de quién sea electo presidente se abren dos escenarios muy distintos. Pero, a su vez, en cada uno de ellos, cabe imaginar al menos tres diferentes alternativas.
Supongamos que Tabaré Vázquez termina siendo electo presidente. Cabe distinguir tres escenarios bien distintos. En el primero de ellos el FA tiene, como durante el lapso 2005-2014, mayoría parlamentaria (ver cuadro, columna E1). Como ha sido la norma a lo largo de esta década, habría (en el gabinete ministerial y en el Parlamento) fuertes tensiones en torno a algunas políticas (recuérdese la frustración del TLC con EEUU en 2006 o el complejo trámite de la ley de Participación Público-Privada en 2011). En este escenario la gran pregunta refiere a qué tipo de relación estaría dispuesto a construir Vázquez con los partidos de oposición. En esta dimensión los dos mandatos del FA tuvieron actitudes y resultados muy distintos (el de José Mujica logró incluir a la oposición en entes y comisiones multipartidarias). Vázquez viene diciendo que buscará construir acuerdos con la oposición, pero es evidente que tiene más capacidad para negociar dentro de la ciudadela frenteamplista que para tender puentes hacia fuera. La oposición, por su parte, durante el mandato de Mujica, ya demostró estar dispuesta a cooperar.
En el segundo escenario, el FA no obtiene la mayoría parlamentaria pero sumando su bancada a la del Partido Independiente alcanza la mitad más uno en ambas cámaras (columna E2). En este caso, ambos partidos tendrían fuertes incentivos para conformar una coalición de gobierno, acordando una agenda de temas y políticas, y compartiendo cargos en el gabinete (el FA precisa gobernabilidad, el PI incidir mucho más visiblemente en la política nacional). En términos ideológicos los independientes tienen importantes diferencias con el ala izquierda del FA (por ejemplo, con el PCU), pero fuertes coincidencias con el astorismo. Cuando se comparan las propuestas programáticas de los dos partidos aparecen rápidamente algunas coincidencias muy significativas como la importancia asignada al Sistema de Cuidados o el énfasis en apuntar más enérgicamente al “cambio estructural” en el sentido de la nueva Cepal (más innovación, ciencia y tecnología).
En el tercer escenario, para aprobar leyes, el FA precisa apoyo de legisladores blancos o colorados (columna E3). Es, a todas luces, desde el punto de vista de la gobernabilidad, el escenario más complicado. Vázquez estaría en una posición incómoda, similar a la de Julio María Sanguinetti durante su primer mandato. Por un lado, estaría obligado a negociar las leyes una a una con legisladores opositores. Por el otro, podría verse obligado a usar el mecanismo del veto presidencial para impedir que el Parlamento (controlado por la oposición) termine aprobando leyes contrarias a las preferidas por el gobierno. No tiene por qué ser dramático. En verdad, quienes inventaron el presidencialismo, seguramente disfrutarían viendo, por fin, actuar los pesos y contrapesos (“checks and balances”) previstos por el diseño institucional para minimizar el riesgo de la “tiranía de la mayoría”.
Supongamos ahora que Luis Lacalle Pou es electo presidente en el balotaje. Blancos y colorados, a un mes de la elección de octubre, siguen sin decir en concreto cómo harían para gobernar. No hay que tener, de todos modos, mucha imaginación para suponer que conformarían, como en otras oportunidades, un gobierno de coalición, especialmente si sumando sus bancadas alcanzaran mayoría parlamentaria (columna E4). Sin perjuicio de las diferencias que sobreviven en las tradiciones ideológicas de ambos partidos, es evidente que existen, hoy por hoy, fuertes coincidencias programáticas entre ambos (Lacalle Pou, en muchos temas, está más cerca de Pedro Bordaberry, candidato a la presidencia de los colorados, que de Jorge Larrañaga, su compañero de fórmula).
De todos modos, puede pasar también que las bancadas del PN y del PC sumadas no alcancen el umbral de la mayoría. En este caso, pasaría a ser otra vez decisiva la eventual incorporación del PI en una coalición de gobierno. El programa de los independientes tiene más coincidencias con el de los frenteamplistas que con el de colorados y blancos. Sin embargo, a lo largo de esta década de gobiernos del FA, el PI ha tenido numerosas coincidencias con las posiciones del PN y del PC. No me atrevo a descartar que, llegado el caso, puedan sumarse a una coalición con los partidos fundacionales (E5). Sin embargo, tampoco es seguro. Podría perfectamente ocurrir que Lacalle Pou lograra acordar con los colorados pero no con los independientes y que, para gobernar, tuviera que obtener apoyo en la bancada del FA (E6).
El cuadro ilustra estos seis escenarios. No pretende ser exhaustivo ni una predicción, sino una ilustración sencilla de las principales alternativas desde el punto de vista del funcionamiento del gobierno. En octubre no solamente elegimos presidente. Nuestro voto tendrá consecuencias fuertes en términos de los escenarios de gobernabilidad posibles. l
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