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sábado, 26 de diciembre de 2015

Navidad 2015 Escribe Lilly Morgan Vilaró





Es un placer contar con un nuevo aporte de mi amiga Lilly, periodista internacional,fotógrafa ,escritora y muchas cosas más.desde hace años está radicada en Rocha en una granja que transformó en libro: "Cuentos de una chacra sin nombre".
Lilly, nacida en Argentina y con fuertes lazos familiares también en Uruguay, analiza la realizad internacional con la crudeza e ironía que podrán leer a continuación.

Era la noche anterior a la Navidad…

En Roma, un Papa celebraba la misa de Gallo y les pedía a sus feligreses y al mundo en general, que dejasen el consumismo desmedido, típico de estas fiestas.
Que Jesús había nacido de una familia pobre, en un establo y en una cuna de paja.
Decía todo esto, dentro de un marco de una ceremonia faustuosa y muy costosa.
Rodeado de un montón de hombres vestidos, como él, a la usanza medieval.
En las primeras filas del entorno más cercano al altar y al Santo Padre, sentaban sus dignos traseros, obispos y cardenales y otros curas de alto rango.
Un tanto molestos con este argentinito que no les permitía lucir sobre sus pechos las cruces de oro, ni en sus manos los anillos de diamantes, símbolos de sus excelentes carreras dentro de la profesión clerical.
-“Quién se cree que es este sudaka?”- murmuraban muchos, mientras se vestían para la fiesta, tratando de ocultar sus prominentes panzas bajo la fajas violetas y sus ayudantes colgaban una simple cruz de plata sobre sus magnos cuellos.
La solemne ceremonia culminó con el broche de oro adecuado.
Francisco levantó en sus brazos la estatua que representa al niño Jesús y rodeado de todos esos hombres solteros y que supuestamente nunca parieron un hijo, la colocó en la cuna del pesebre, en donde otras dos estatuas representaban respectivamente, a María y José.
Manteniendo así en su lugar de mujer dentro de la Iglesia Católica, a la madre del niño. Mera y muda espectadora de un acontecimiento del cual ella debería ser la protagonista principal.
Por haber parido al niño, pero más aún, por haberlo concebido siendo virgen y por obra y gracia de una paloma.
De José ni hablamos. Pero él supo desde un principio, cuando aceptó el acuerdo con los padres de María, cuál sería su rol en esta historia.
En Siria, lugar más cercano que Roma a la historia navideña, una mujer acunaba en su regazo ensangrentado el cuerpo destrozado de su hijo de 5 años.
El niño había subido a la terraza de su casa para intentar ver, pasando sobre esa luna llena brillante, al trineo tirado por renos y manejado por un gordo viejo panzón que le llevaba regalos a los niños buenos del mundo. Siempre, claro está, que fuesen cristianos.
Tal como le había contado el hijo de sus vecinos, que practicaban esa religión. De los pocos que quedaban en una Siria que ya no era tan tolerante como lo había sido antes de que las grandes potencias decidiesen que querían su petróleo.
La bomba cayó justo en el medio de la calle, matándolo instantáneamente y sin darle tiempo para ver a Santa Claus.
Su madre no sabía ni le importaba tres pitos, si la habían tirado aviones rusos, norteamericanos, turcos o de Arabia Saudita.
Solo sabía que tanto ella como su niño, jamás volverían a ver una luna llena en una Navidad cristiana.
Mientras tanto, miles de personas alrededor del mundo, se apretujaban en supermercados y tiendas, llenando sus carritos de alimentos y cosas que posiblemente no necesitaban y nunca utilizarían.
Muchos comentaban lo bueno que era el mensaje del Papa Francisco, mientras pagaban su mercancía con tarjetas de crédito que luego no sabrían como coño pagar.
Sobre todo aquellos que vivían en países en donde de un día para el otro, el costo de vida subió un 40%. Y los sueldos bajaron en el mismo porcentaje.
En el litoral rioplatense, los ríos subían turbios, rápidos y furiosos, provocando inundaciones y su consecuente cantidad de evacuados, que festejaban una Navidad, literalmente pasada por agua.
Sin agua, amanecía en Una Chacra Sin Nombre y la luna llena hacía un perfecto alunizaje como para grabar en mi retina un espectáculo que yo no volvería a ver en Navidad alguna.
Casi como disfrutando de que cuando ella volviese a repetir la hazaña, yo ya estaría 6 metros bajo tierra.
-“¡Jaaa!-le dije con una carcajada sonora y que despertó al bicherío rural- “Estás equivocada. Mi cuerpo será cremado y mis cenizas, mezcladas con tierra fértil y ecológica, harán crecer un árbol frondoso.”-
Hice una pausa para darle más énfasis al cierre del discurso y levanté la mirada para verla directamente a los ojos.
Pero la muy guaranga ya había desaparecido tras el horizonte y me dejó hablando sola sobre cómo mi árbol daría sombra a los que huían del sol y cobijo a los pajarillos del monte.
Justo aparecieron mis perros, listos para el paseo matinal y me di cuenta por sus miradas casi compasivas, que creían que yo finalmente, había enloquecido por completo.
-“Todo bien humana”- me dijeron-“mientras nos sigas dando de comer, ¡Todo bien!”-
Y salimos a caminar por la ribera cósmica del sol, versión rochense y navideña.