Es un placer contar con un nuevo aporte de mi amiga Lilly, periodista internacional,fotógrafa ,escritora y muchas cosas más.desde hace años está radicada en Rocha en una granja que transformó en libro: "Cuentos de una chacra sin nombre".
Lilly, nacida en Argentina y con fuertes lazos familiares también en Uruguay, analiza la realizad internacional con la crudeza e ironía que podrán leer a continuación.
Era la noche
anterior a la Navidad…
En Roma, un Papa
celebraba la misa de Gallo y les pedía a sus feligreses y al mundo
en general, que dejasen el consumismo desmedido, típico de estas
fiestas.
Que Jesús había
nacido de una familia pobre, en un establo y en una cuna de paja.
Decía todo esto,
dentro de un marco de una ceremonia faustuosa y muy costosa.
Rodeado de un
montón de hombres vestidos, como él, a la usanza medieval.
En las primeras
filas del entorno más cercano al altar y al Santo Padre, sentaban
sus dignos traseros, obispos y cardenales y otros curas de alto
rango.
Un tanto molestos
con este argentinito que no les permitía lucir sobre sus pechos las
cruces de oro, ni en sus manos los anillos de diamantes, símbolos
de sus excelentes carreras dentro de la profesión clerical.
-“Quién se
cree que es este sudaka?”- murmuraban muchos, mientras se vestían
para la fiesta, tratando de ocultar sus prominentes panzas bajo la
fajas violetas y sus ayudantes colgaban una simple cruz de plata
sobre sus magnos cuellos.
La solemne
ceremonia culminó con el broche de oro adecuado.
Francisco levantó
en sus brazos la estatua que representa al niño Jesús y rodeado de
todos esos hombres solteros y que supuestamente nunca parieron un
hijo, la colocó en la cuna del pesebre, en donde otras dos estatuas
representaban respectivamente, a María y José.
Manteniendo así
en su lugar de mujer dentro de la Iglesia Católica, a la madre del
niño. Mera y muda espectadora de un acontecimiento del cual ella
debería ser la protagonista principal.
Por haber parido
al niño, pero más aún, por haberlo concebido siendo virgen y por
obra y gracia de una paloma.
De José ni
hablamos. Pero él supo desde un principio, cuando aceptó el acuerdo
con los padres de María, cuál sería su rol en esta historia.
En Siria, lugar
más cercano que Roma a la historia navideña, una mujer acunaba en
su regazo ensangrentado el cuerpo destrozado de su hijo de 5 años.
El niño había
subido a la terraza de su casa para intentar ver, pasando sobre esa
luna llena brillante, al trineo tirado por renos y manejado por un
gordo viejo panzón que le llevaba regalos a los niños buenos del
mundo. Siempre, claro está, que fuesen cristianos.
Tal como le había
contado el hijo de sus vecinos, que practicaban esa religión. De los
pocos que quedaban en una Siria que ya no era tan tolerante como lo
había sido antes de que las grandes potencias decidiesen que querían
su petróleo.
La bomba cayó
justo en el medio de la calle, matándolo instantáneamente y sin
darle tiempo para ver a Santa Claus.
Su madre no sabía
ni le importaba tres pitos, si la habían tirado aviones rusos,
norteamericanos, turcos o de Arabia Saudita.
Solo sabía que
tanto ella como su niño, jamás volverían a ver una luna llena en
una Navidad cristiana.
Mientras tanto,
miles de personas alrededor del mundo, se apretujaban en
supermercados y tiendas, llenando sus carritos de alimentos y cosas
que posiblemente no necesitaban y nunca utilizarían.
Muchos comentaban
lo bueno que era el mensaje del Papa Francisco, mientras pagaban su
mercancía con tarjetas de crédito que luego no sabrían como coño
pagar.
Sobre todo
aquellos que vivían en países en donde de un día para el otro, el
costo de vida subió un 40%. Y los sueldos bajaron en el mismo
porcentaje.
En el litoral
rioplatense, los ríos subían turbios, rápidos y furiosos,
provocando inundaciones y su consecuente cantidad de evacuados, que
festejaban una Navidad, literalmente pasada por agua.
Sin agua,
amanecía en Una Chacra Sin Nombre y la luna llena hacía un
perfecto alunizaje como para grabar en mi retina un espectáculo que
yo no volvería a ver en Navidad alguna.
Casi como
disfrutando de que cuando ella volviese a repetir la hazaña, yo ya
estaría 6 metros bajo tierra.
-“¡Jaaa!-le
dije con una carcajada sonora y que despertó al bicherío rural-
“Estás equivocada. Mi cuerpo será cremado y mis cenizas,
mezcladas con tierra fértil y ecológica, harán crecer un árbol
frondoso.”-
Hice una pausa
para darle más énfasis al cierre del discurso y levanté la mirada
para verla directamente a los ojos.
Pero la muy
guaranga ya había desaparecido tras el horizonte y me dejó hablando
sola sobre cómo mi árbol daría sombra a los que huían del sol y
cobijo a los pajarillos del monte.
Justo aparecieron
mis perros, listos para el paseo matinal y me di cuenta por sus
miradas casi compasivas, que creían que yo finalmente, había
enloquecido por completo.
-“Todo bien
humana”- me dijeron-“mientras nos sigas dando de comer, ¡Todo
bien!”-
Y salimos a
caminar por la ribera cósmica del sol, versión rochense y
navideña.