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jueves, 14 de enero de 2016
CUENTOS DE TURCOS. LLEGARON CON LA ROPA PUESTA. Por Julio Dornel
Fueron llegando al Uruguay a partir del año 1920, trayendo como única pertenencia un humilde atadito y la ropa puesta, en busca de la paz y el trabajo que no encontraban en sus países de origen, por culpa de las ambiciones insaciables de los hombres que inventaron la guerra. Para el historiador fronterizo Lucio Ferreira, “no era poca cosa haber escapado de aquel infierno bélico que sufría Europa. Algunos volvieron, pero la gran mayoría se quedó en América, echando raíces muy profundas en este continente y perpetuando sus apellidos de generación en generación hasta el día de hoy. Uno de ellos, Angelito españolizó su apellido al ingresar a nuestro país y nunca se supo en el pueblo cual era su nombre original que había quedado en la oficina de inmigración, pasando a llamarse Ángel Larrosa como sucediera con la gran mayoría. Una canasta panadera llena de chucherías y menudencias, era el capital aportado para iniciar una nueva vida como comerciantes. De ahí en más, su destino sería recorrer los campos y pueblos del interior de nuestro país.
“EL TURCO ANGELITO”
Pueblo chico (18 de Julio) se fue acostumbrando a la figura de Angelito, más bien alto, de buena complexión física, frente ancha y cabeza grande y achatada. El pueblo era una familia, por lo tanto le resultó muy fácil la integración al “turco Angelito” que generaba confianza y respeto de sus posibles clientes en la campaña uruguaya. Muchos se quedaron para siempre formando familias respetables, cuyos descendientes están integrados definitivamente a nuestra sociedad. La vida de estos vendedores ambulantes fue muy difícil en sus comienzos, cuando todavía no conocían nuestra campaña. De esta manera la generosidad de la gente del campo les permitió sobrellevar mejor esta situación. En todos los hogares de nuestra campaña siempre faltaban festones, puntillas, alfileres de gancho, agua “Florida”, cintas para adornar vestidos, hilos, agujas y botones, peines y peinetas de guampa, que tras el clásico regateo, terminaba el negocio favoreciendo generalmente al “turco”. Transcurrido el primer año, el “turco” compra su caballo y le coloca un fardo de cada lado, agregándole otros artículos de tienda, bombachas para hombres, y ropa interior tanto de hombre como de mujer. La mayoría progresó rápidamente y el término de pocos años, ya estaban utilizando carros y jardineras. El uso más generalizado era para la venta de pan, puesto que la parte trasera de la jardinera era cerrada. Se administraban muy bien. Nunca gastaban más de la mitad de lo que vendían, lo que les permitía hacer frente a la deuda contraída con sus paisanos en el inicio de la actividad comercial. A estos vendedores la gente les decía “turcos” aunque no lo fueran. A nadie le importaba su nacionalidad. También conocí en pueblo 18 de Julio, un “turco” llamado Jacobo Korseniac que era polaco y se desplazaba en una jardinera. Se estableció un tiempo en Chuy, en la esquina de Avenida Brasil y Río san Luis, donde funciona actualmente panadería EL PROGRESO de Jorge Silva. Posteriormente se fue a la ciudad de Rocha y se estableció en la esquina de 19 de Abril y Treinta y Tres. Don Jacobo era tío del Dr. José Korseniac de amplia repercusión profesional y política en el país. Volviendo a la vida de Angelito debemos decir que era un poco bohemio, vivía solo y nunca manifestó sentir nostalgia por su tierra natal, ni el deseo fraterno de ver a sus familiares, condenado al ostracismo que le impuso el destino. Era honrado, pero como ser humano que era no podía escapar a la regla y por lo tanto poseedor de virtudes y defectos, entre estos su gusto por la timba, como única diversión. Un día Angelito enfermó gravemente y tuvo que ser trasladado a la ciudad de Castillos, a 27 leguas de malos caminos. No lo vimos nunca más. Murió como los pájaros con un temblor de alas, mientras un par de amigos acompañaron su viaje sin retorno. Vida de un “bobre turco”, En próximas entregas:
NOCHIN, EL TURCO QUE NO ERA TURCO.
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