Julio Dornel, escritor, periodista.
Los
asesinatos registrados en esta frontera durante el mes que termina,
han marcado profundamente la pacífica convivencia que ha
caracterizado a esta sociedad, determinando que desde algunos
sectores se comience a reclamar la legalización de la pena de
muerte. Si bien la discusión está planteada entre los habitantes de
ambos municipios, una rápida consulta realizada en la zona céntrica
de la ciudad (Gral. Artigas y Avenida Brasil) ha demostrado que el 70
% de la población se ha manifestado contraria a su legalización.
Sin detallar los impedimentos legales que surgirían en el momento
de su aplicación, es evidente que las personas consultadas han
basado sus argumentos en la vigencia de los derechos humanos y
garantías individuales relacionadas a cuestiones morales y
religiosas. Un bajo porcentaje de los entrevistados señalaron que la
misma se podría aplicar en casos comprobados de violaciones,
secuestros, y crímenes de extrema violencia.
EL
MIEDO DOMINA LA FRONTERA.
Hace
algunos años señalábamos en EL FANAL correspondiente a marzo de
1994, que “el problema de la seguridad pública estaba reservado
exclusivamente para las grandes ciudades, que por su explosión
demográfica le quitaba a la población la posibilidad de caminar
libremente y sin mayores sobresaltos por las calles de ambos
municipios”. Estábamos equivocados y es justo reconocerlo, la
reiteración de algunos hechos delictivos han sorprendido a los
propios funcionarios policiales, creando entre la población un
estado de incertidumbre y temor jamás imaginado. El paso de los años
nos ha demostrado que el crecimiento arrollador que ha experimentado
esta frontera, ha tenido como principal protagonista al pueblo más
castigado por la violencia en todo el departamento. En un intento
para atenuar los riesgos, la población apunta a la contratación
de empresas de seguridad, sofisticados sistemas de control, rejas,
muros y perros, mientras algunos establecimientos comerciales están
cerrando más temprano y el hombre común reduce sus salidas
nocturnas. Todo esto significa una lamentable constatación, para
una ciudad que siempre se enorgullecía de su pacifica tradición de
“dormir con las puertas abiertas”. Por supuesto que el tema no se
agota con “gritos de alerta”, será necesario que las autoridades
correspondientes y la sociedad en su conjunto encuentren una solución
que por el momento vemos lejana. Tan lejana como la legalización de
la pena de muerte.