Muerte de Campos abre incógnita en Brasil
Pocas cosas son más 
desestabilizadoras que las tragedias. Por definición, la tragedia 
conlleva lo inesperado, lo brutal, el cese de expectativas más abrupto e
 inapelable. La muerte, en un accidente aereo de Eduardo Campos 
–político de 49 años claramente en ascenso, ex ministro, ex gobernador 
del Estado de Pernambuco, reelecto con más votos regionales en Brasil en
 2010 (82%), padre de cinco hijos y figura máxima de su partido-- 
desestabiliza no sólo por lo que ocurrió, y cómo ocurrió, sino por lo 
que puede ocurrir de ahora en más.
180.com.uyPor: Denise Mota
Campos era candidato presidencial al 
lado de Marina Silva, su vicepresidente en la fórmula. La unión entre el
 PSB (Partido Socialista Brasileño) de Campos y la Red Sustentabilidad 
de Silva (agrupación que no existe oficialmente, ya que no logró 
registrarse en tiempo para estas elecciones) está entre los inventos más
 inusitados de la política brasileña contemporánea. Aunque tengan puntos
 de contacto, son dos fuerzas antagónicas habitando un mismo cuerpo. Un 
perro con cabeza de gato. 
La primera rareza de esta fórmula (a 
principio un detalle anecdótico pero que ahora cobra un rol capital) era
 que su líder era bastante menos popular y tenía menos capital político,
 en términos federales, que su vice. Campos era desconocido para una 
amplia cantidad de brasileños. Silva es conocida por todos, más aún 
después de haber conquistado 19,6 millones de votos (19,5% del 
electorado) en el pleito presidencial del 2010. Marina era una “sombra” 
de lujo. Y fue pensando en su capacidad de traer estos votos a su molino
 que Campos se las arregló para integrarla a su proyecto. Ella lo aceptó
 porque el intento de candidatearse por el partido que creó –la Red-- 
naufragó en la burocracia electoral. Era esto o desaparecer de la 
corrida por el Ejecutivo durante cuatro años más.
Más allá de las diferencias de 
superficie, están las diferencias de fondo. El Partido Socialista 
Brasileño, que era presidido por Campos, fue fundado en 1947 y tuvo como
 figura central a Miguel Arraes, abuelo de Campos. Arraes fue gobernador
 de Pernambuco en tres oportunidades y líder histórico de la izquierda 
en el Nordeste. Pero el PSB también cuenta con el apoyo de sectores 
tradicionales, vinculados al latifundio. Y entonces la cuestión es que 
una de las más grandes luchas de Marina Silva es justamente debilitar el
 poder de los terratenientes en pro de una mejor utilización de la 
tierra teniendo en vista, grosso modo, proyectos de sustentabilidad 
ambiental y social. 
Además, en las alianzas armadas por 
Campos con el objetivo de cosechar apoyo en una eventual segunda vuelta,
 están incluidos tanto el PSDB paulista de Geraldo Alckmin (gobernador 
que busca la reelección) cuanto el PT carioca, que tiene en Lindbergh 
Farias su apuesta al gobierno de Rio. Bien. El problema es que una de 
las principales muletillas discursivas de Marina es terminar con la 
polarización PSDB-PT en el escenario nacional. 
San Pablo y Rio de Janeiro son los dos 
padrones electorales más grandes de Brasil, y Marina, devenida 
candidata, no tendría otra alternativa que no fuera la de aceptar 
juntarse a ellos, para no perder un apoyo fundamental a los ojos del 
partido que, a esta altura, le “alquilaría” la candidatura. 
Barajar y dar de nuevo
También puede ser que Marina no quiera 
este puesto. O que el PSB elija otro candidato. O que desista de 
competir. En cualquiera de estos casos, tanto Marina como el partido 
salen perdiendo en el corto (cortísimo) plazo –las elecciones son el 5 
de octubre.
Como en política (por lo menos en la 
brasileña) imposible no existe, aunque sea ideológicamente ininteligible
 que Marina acepte seguir como cabeza manteniendo los arreglos de Campos
 (condición impuesta por el Ejecutivo del PSB para que pueda ocupar el 
puesto dejado por él), pragmáticamente la expectativa es que sí, que 
Marina se vuelva la nueva candidata presidencial del partido. Marina 
cuenta con el apoyo de la família de Campos pero no es unanimidad dentro
 del PSB. 
Sin embargo, si pasa lo esperable –como 
ya lo avizoran los comandos de campaña de Dilma Rousseff, primera en las
 encuestas, y Aécio Neves, el segundo--, el juego político cambia 
radicalmente y el embate pasará a ser entre Dilma y Marina. 
En un sondeo difundido la semana pasada 
por el instituto Ibope, Dilma Rousseff (PT) tenía 38% de las intenciones
 de voto; Aécio Neves (PSDB), 23%, y Eduardo Campos (PSB), 9%, en un 
escenario calificado por Ibope como de “estabilidad”. Hace cuatro meses,
 en abril, Marina, sin ser candidata, aparecía con un 27%, en una 
encuesta de Datafolha. En ese momento, Dilma contaba con 39%, y Aécio, 
16%.
Es razonable pensar que la base de Marina
 es este 27%. Es decir que, si sale candidata, la pedagoga, ex empleada 
doméstica y legisladora que aprendió a leer a los 16 años ya tiene lugar
 matemáticamente garantizado en la segunda vuelta.
Y esta base tiende a crecer. Teniendo en 
cuenta el llamado “voto-luto” --noción que empezó a manejarse y que 
representa la unión de los votantes originales de Campos a los que 
pasaron a conocerlo (y quererlo) después de su trágica muerte--, más los
 votos de los que, habiendo sido votantes del PT, desean expresar su 
descontento con el gobierno (posición representada a la perfección por 
Marina, afiliada al PT por 23 años y ministra de Lula en sus dos 
gestiones), no hay razones para no creer que Marina, evangélica (otro 
aspecto nada despreciable en el país actualmente), pueda ser la próxima 
presidente de Brasil. 
 
