Escritor y periodista Julio Dornel
Don José y
consecuentes parroquianos; el "Negro" Carlos, el "Pardo"
Lalo, el "Bebe" y el "Macanudo".
Alguien tendrá que encarar algún día la verdadera historia de los viejos boliches, que se fueron un día, acorralados por la voracidad comercial de una frontera que le quedaba grande el título de ciudad. De haber elegido, el veredicto popular le otorgaría el título vitalicio de aldea, por el calor popular que la misma genera. Sin embargo, un día llegó el progreso trayéndonos muchas cosas que no necesitábamos, llevándose los ranchos, las casas humildes, el cine de Lasa, la cancha abierta de San Vicente, los bailes de Peñarol con el eterno reinado de Yolanda, los prostíbulos de Ademar y La “Mami”, la “Uva Negra”, la casa del abuelo Celedonio y los mostradores sagrados del Opel, el “Pato” Casal, “Jesús” Pérez y el “Indio” Castillos. Chuy era todavía un pueblo pintoresco, con sus personajes populares, que por algún motivo se había metido en la mejor historia de esta frontera. Épocas inolvidables de estos mostradores, donde se estiraban las noches con bebidas “refrescantes”, y una fórmula muy conocida en la frontera, “dos es poco, tres una enormidad y cuatro no alcanzan”. Noches divertidas para arreglar el mundo con mucha filosofía, conversando mucho y diciendo poco. Los boliches eran los puntos obligados del trasnoche donde todos compartían el tiempo “sin horario”, muy lento y en silencio. Quienes vivieron esa época, recordarán sin mayores esfuerzos a Don José Castillos, uno de los personajes más auténticos de la noche fronteriza y propietario de la cantina del Club “El Pescador”. Un filósofo de la calle y de la vida al decir de Wolmer Piraine, pero sobre todo un gran amigo que continúa viviendo en el sentimiento de quienes tuvimos la suerte de conocerlo. Trabajó durante muchos años en la fábrica de café y tabacos perteneciente a la firma Silvio Fossati y Cía, bajo la atenta mirada de don Mario Fernández, Jefe de Personal en la década del 40. El 17 de julio de 1954 contrae matrimonio con María Elena Viojo (Doña Chela) y abandona la fábrica para instalar su negocio en la intersección de Samuel Priliac y Leonardo Olivera. Posteriormente se traslada al centro de la Internacional frente al restauran “Jesús”, para anclar definitivamente junto a Farmacia Chuy con bar y confitería El Pescador, sede del club de Pesca donde se daban cita los pescadores de la región. Fueron más de 10 años en ese cálido rincón de un pasado irrepetible, que con cálidas vivencias nos han recordado en reiteradas oportunidades “Manzanares”, el “Negro Mario”, el “Moscón”, “Pedrada”, el “Alemán” Vogler y el Gordo Roberto. El trago (varios) entre amigos y una camaradería a toda prueba, estiraba la noche fronteriza hasta salir el sol, en una arraigada costumbre de dormir durante el día, para tomar impulso al caer la tarde. Tuvimos la suerte de contarlo entre un grupo muy especial de los amigos del 60 y pico, lo que nos da las credenciales necesarias para dedicarle el espacio de hoy. Entre clientes habituales del “Pescador” recordamos sin mayores esfuerzos a Pocholo Ferreira, Hugo Sorozabal, Ramón Rodríguez, el “Cotica”, el “Pirincho”, el “Piñón Fijo”, el “Negro Viejo”, Caramelo, el “Negro Carlos” y muchos otros que escapan a nuestra memoria pero que supieron de noches largas junto al mostrador del “Indio” Castillos, UN HOMBRE DE SU TIEMPO.