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domingo, 19 de julio de 2015

Enrique Iglesias "Se perdió una oportunidad para hacer reformas"

GONZALO TERRA19 jul 2015
El  País

Entiende que el mundo surca aguas “muy turbulentas” y que el gran desafío de América Latina es no perder lo logrado en la última década. “Parte de la clase media corre riesgo de perder posiciones por lo que hay que ser prudente, sobre todo en materia de presupuesto, que es el pacto de una la sociedad”. Cree que se perdió una oportunidad para las reformas estructurales en la educación, el Estado y políticas sociales.
A sus 85 años, Enrique Iglesias prepara un libro sobre sus memorias. "Cuando tenía memoria no tenía tiempo, ahora que tengo tiempo no tengo memoria", dice entre risas. Pero no es cierto. Recuerda bien cómo se procesaron los debates más importantes del país en los últimos cincuenta años y se confiesa feliz porque "algunos temas que nos separaban ya no admiten debate". "Hemos superado ciertos mitos que nos dividían. Ahora todos comparten que debemos tener una economía estable, que la inflación es un enemigo de los pobres, que se debe invertir más y que no podemos jugar con el déficit fiscal. Usted no sabe cómo se discutió el decreto del 3 de agosto de 1956, una primera tentativa para abrirnos al mercado. Hoy hemos superado todo eso", dice Iglesias.
No obstante, resulta difícil hablar con él sobre el pasado porque lo obsesiona el presente y, sobre todo, el futuro. Aunque, según admite, le cuesta entender el mundo actual. "La tecnología está cambiando la forma de pensar, vivir y entender la realidad. Hoy la gente está más informada, aunque no sé si está más formada. Antes había que depender de la reflexión, el análisis y las tertulias para comprender el mundo. Mi gran escuela fue el Sorocabana y sus tertulias con personalidades memorables. Hoy se debate por las redes. Yo no estoy en ninguna de ellas. No me siento cómodo, prefiero el diálogo", sostiene.
—¿Se afilia a la idea de que el mundo era mejor de lo que es?
—Nunca diría eso porque no sabemos cómo se siente la gente bajo estas nuevas formas de vida. Yo puedo decir que aquel mundo era muy interesante. Yo respeto al presente, aunque no lo entienda. Hoy la historia se vive en tiempo real y somos testigos de la transferencia de poder económico más grande de la humanidad con la irrupción de Asia con China a la cabeza. Tenemos problemas de todo tipo, no sólo económicos sino producto del choque de razas, religiones e ideologías, y todo es producto de la obsolescencia de instituciones como Naciones Unidas, algo en lo que, durante mi juventud, creímos que sería la garantía para los países más débiles. Esos organismos hoy están en franca decadencia, el multilateralismo está en regresión y son los grandes bloques y los megatratados que imponen las reglas de juego a todos.
—En los últimos diez años América Latina tuvo un crecimiento inusual y mejoró la mayoría de sus indicadores. Sin embargo, frente a esa bonanza hay quienes hablan de la "década perdida". ¿Lo comparte?
—Fue una década dorada en la que China, con todo su poder económico, mitigó la crisis de 2008. Ese impacto en América Latina permitió mejorar significativamente el nivel de vida, aumentó la inversión y la acumulación de reservas. Fue un período excepcional para el continente pero se perdieron oportunidades para, en base a esa bonanza, resolver problemas estructurales en materia de educación, productividad, reforma del Estado, etc. Yo comprendo que los gobernantes usan ese aumento de recursos para mejorar la vida de la gente, pero hubo países como Chile o Noruega que en la bonanza ahorraron para tiempos menos brillantes. Ahora, frente al período de bajo crecimiento que se avecina, hay que saber administrar con cuidado.
—Y, específicamente en el caso de Uruguay, ¿qué sugiere?
—Uruguay construyó confianza y ese es un factor fundamental para la economía de un país. En base a la confianza llegaron inversiones, capitales, se alcanzó el grado de inversión, etc. Hay que tener clara conciencia de cómo está avanzando el mundo y los nuevos desafíos que habrá que enfrentar. Si bien es importante seguir aspirando a mejorar las condiciones sociales, no menos importante es defender lo logrado. Se creó una nueva clase media y nada garantiza que no haya un retroceso. Hoy nos amenaza la inflación, el desempleo, el endeudamiento y se debe apelar a la prudencia.
—¿La clase media puede pagar el precio del fin de la bonanza?
—Toda la nueva clase media estuvo muy unida a la transferencia de recursos que hizo el Estado. Pero hoy en día los recursos fiscales son escasos. No se debe desconocer el legítimo derecho de la gente a mejorar sus niveles de vida, pero tan importante como ese derecho es evitar que las generaciones que han subido vuelvan a caer. Son aguas turbulentas y parte de esa clase media corre riesgo. Hay que tener cuidado, sobre todo en el presupuesto, que es el pacto fiscal de un país.
—En estas épocas de armado del Presupuesto Quinquenal mucho se habla del déficit fiscal y hay sectores políticos que relativizan su incidencia. ¿Cuánto pesa?
—Hay que ser muy cuidadoso con el déficit porque nunca se sabe cuándo se puede ir de las manos. El déficit puede jugar un papel circunstancial en determinado momento, pero hoy el mundo entra en un túnel que no sabemos cómo termina. El déficit no puede convertirse en algo permanente porque la economía se cobra siempre.
—¿El Estado debe ser el motor de la economía en tiempos de crisis?
—Yo aprendí a respetar lo que significa el rol privado para una economía. En eso, como en otras cosas, hemos logrado cierto consenso. Necesitamos de un Estado regulador, productor pero eficiente y no solo usando los subsidios de la sociedad, y protector de los derechos sociales de la gente. Pero un sector privado es muy importante en la economía y tiene que convivir sanamente con las regulaciones que el Estado impone. ¿En qué proporción deben intervenir el Estado y los privados en la economía? Eso es algo que cada país debe resolver. Hay un tercer elemento que es la sociedad civil que cada vez más reclama participación y calidad. La sociedad civil incide en el desarrollo de un país y debe canalizar su accionar a través de las instituciones.
—Hablaba de consensos y sin embargo es difícil encontrar políticas de Estado a largo plazo en la historia reciente del país.
—Uruguay ha logrado muchísimas cosas en su historia que lo hacen un país diferente en la región. Sin embargo, no encuentro explicación para la falta de consenso en cuatro o cinco aspectos centrales para mejorar el futuro como educación, productividad de la economía, políticas sociales inteligentes que trasciendan lo asistencialista para estimular la creatividad de la población, inserción internacional, etc. No veo barreras para lograr acuerdos. Leí todos los programas políticos que se propusieron para las elecciones y no hay grandes diferencias. Ya no hay mitos. Todos los partidos fueron gobierno y oposición y ese es un activo muy importante porque no es lo mismo opinar dentro que fuera del poder y, además, el poder civiliza. Hay que hacer un gran esfuerzo para lograr ese consenso.
—¿Qué opina de la educación?
—No sé si hemos perdido calidad de la educación, pero tengo claro que hoy la educación no está al nivel del mundo que viene. No es un juicio negativo, pero tenemos que mejorar la educación para insertarnos en un nuevo mundo. Necesitamos una educación que se adapte a la realidad. Es un tema central. Si Uruguay hizo lo que hizo durante décadas para diferenciarse y sobresalir en la región fue porque el sistema educativo respondía a las necesidades del momento. Hoy la educación no prepara para las demandas del mundo y se requiere de un gran pacto social para superarlo. Pese a todo yo sigo siendo profundamente optimista, pero me preocupa que estemos en condiciones de dejarle a las nuevas generaciones la capacidad de insertarse en un mundo que es cada vez más dinámico.
"Mi escuela fueron las tertulias del Sorocabana".

"Este es un país muy generoso y me puso en lugares de privilegio. Todo lo que logré fue gracias a los equipos de trabajo que me acompañaron, no hay liderazgos personales, las cosas salen cuando la gente trabaja de forma colectiva", afirma Iglesias.

No utiliza redes sociales porque, aunque dice respetarlas, entiende que el diálogo cara a cara no puede ser reemplazado por los debates en ciento cuarenta caracteres que, por ejemplo, se instalan en la red social Twitter. "El Sorocabana fue mi gran escuela. Ahí iba la flor y nata de la intelectualidad del Uruguay. Con Alberto Methol Ferré, Israel Wonsewer o Luis Faroppa, entre muchos otros, aprendíamos a entender la realidad. Escuchábamos y aprendíamos. Yo prefiero el diálogo directo, creo que es la mejor forma de reflexionar", afirma Iglesias. Está escribiendo sus memorias, que afirma que no se traducirán en un libro extenso porque "no lo va a leer nadie".

"Más allá de los recuerdos, que son muchos, apunto a reflexionar sobre las experiencias que se han ido acumulando a través de la docencia en mi pasaje por la Universidad de la República, el que me marcó para siempre, en el primer plan de desarrollo del país, la Cepal, etc. Creo que sería bueno compartir todo eso", explicó.

Iglesias dice que sigue sintiendo orgullo cuando fuera del país le hablan de Uruguay. "Yo me agrando porque es un país diferente que ha hecho mucho a lo largo de los últimos cincuenta años, por eso creo que hay que seguir y no quedarse, sobre todo buscando acuerdos. Yo he sido muy afortunado porque este país, del que nunca me fui, me dio muchas oportunidades. Trabajé con blancos y colorados, y doy mi opinión al Frente cuando me la pide. Pienso que así ayudo al país", sostiene.