Escritor y periodista Julio Dornel
El 27 de abril del 2000, con el siglo recién amanecido y cuando el milenio daba sus primeros pasos se nos fue para siempre el poeta mayor de nuestra ciudad, José María Rondan Martínez, poniéndole un crespón a la cultura de esta línea divisoria que tanto quiso.
La frontera todavía no ostentaba el título de ciudad pero se daba el lujo de contar con un núcleo importante de poetas y escritores que llegaron a ocupar lugares representativos dentro del movimiento literario de aquellos años. El tiempo transcurrido y los juicios emitidos por la crítica nacional permiten evaluar el mundo poético de Rondan Martínez y levantar el velo tendido durante 50 años sobre su obra. Reconociendo que no será fácil realizar siquiera un resumen de su producción, estamos dispuestos a correr el riesgo con la esperanza de que las nuevas generaciones puedan disfrutar de su poesía. Una atormentada experiencia de vida lo hizo transitar entre el sufrimiento sin rencor y la realidad social de aquellos años que lo fueron empujando hacia una búsqueda interior que lo iba hermanando a través de sus poemas con el amor, la soledad y el dolor.
La consagración a nivel nacional le llega con el Primer Premio de la 5ta. Edición de la Feria Nacional de Libros y Grabados, superando a grandes valores apadrinados por Sarandí Cabrera, Idea Vilariño, Nancy Bacelo y Esther de Cáceres. Fue con Latitud Chuy que ingreso definitivamente a la poesía uruguaya para compartir espacio con “El Sótano” de Estrázulas, “Los Espejos” de Ortiz y Ayala, “El Amor” de Ibargoyen Islas y “El Verbo Amar” de Juan Carlos Legído.
El vuelo romántico le llega en forma inesperada con ARTIGAS COMPAÑERO, un canto a la patria y a la epopeya libertadora del Artigas Hombre. La poesía fronteriza se enriqueció de golpe con la llegada del “Loco” como le decían y la publicación de sus primeros poemas. Nadie mejor que el Prof. Jesús Perdomo para contarnos como se produjo su ingreso a las letras fronterizas. “Con el amigo Nelson González Acuña editábamos en la ciudad de Castillos el semanario RUMBOS donde publicábamos poesías de personas de nuestras relaciones. Un día aparece Wilkins Machado con el cuál intercambiábamos material y nos dice que había llegado un poeta al pueblo y que el mismo pese a ser medio estrafalario escribía muy bien. Nos sugiera que le publicáramos algunos trabajos y sin saber estábamos empezando una relación que sería fundamental en mi vida. Comencé a leer sus primeros originales:
“Clavada en América, una espina de angustia…
los mensajes de Washington, son mares que inundan al mundo,
lo bañan con sus lagrimas y el ángel de Lincoln…
Resucita otra vez ensangrentado…
otra vez de duelo, gimiendo, llorando……”
Esto sucedía en 1963 y forma parte de una elegía escrita por Rondan ante la muerte de Jhon F. Keneddy. Cuándo me lo presentaron- dice Perdomo- confieso que me asustó un poco porque allí a mi frente tenía al indio Vaimacá Perú, me pareció estar viendo a uno de los últimos charrúas.
También recordamos a sus dos tías ya viejas, Martina y Eugenia, ¡cómo lo querían al sobrino poeta y cómo trataban de palanquearlo cuando empinaba demasiado el codo, cosa que era muy frecuente. Así lo conocimos y que bien que nos hizo esa estadía del “Indio” Rondan, cuanto orgullo para quienes viviamos en la frontera por aquellos tiempos.”
“Cielito, cielo que sí, cielito de la frontera…
contrabandeando un lamento,
canto con voz lastimera.
Con guitarra o sin guitarra, voy a pagar el quebranto…
No me importa si me muero
Con tal de que quede el canto.
Cielito, cielo que si
Cielito de mi esperanza
Traigan caña brasileña
Pá que bailen esta danza….
Señala el Prof. Perdomo que “cuando Rondan llegó a Chuy, se ayuntó con una mujer que tenía varios hijos de un célebre contrabandista de la zona. Un buen día me confió que tenía miedo que en cualquier momento el contrabandista le pudiera pegar un tiro y que debería hacer algo para aplacar las presuntas iras o quizás para tranquilizar su conciencia. De esta manera surgió esa letra tan hermosa que un día musicalizamos y pasó a integrar el repertorio de Los Orejanos. Esta canción como muchas otras ambientadas en en nuestra frontera de aquella década del 60, lamentablemente están olvidadas y sería lindo que aunque fuera con carácter arqueológico algunos de los nuevos interpretes se pusiera al hombro todo aquel repertorio que en algún momento floreció y fue de alguna manera una especie de cancionero-pionero en esta frontera.”
CONTRABANDISTA
“Yo soy Jacinto González
por sobre nombre el “Cambao”
tengo por patria la noche
y por hermano mi tostao.
Naides conoce mi ruta
Llena de grillos y estrellas
Si se las nombre me matan
los guardias de la frontera.
Cuatro cargueros repletos
Me quitó la milicada
Los defendí con coraje
Pero faltaron las balas.
Sin patria sin esperanzas
Contrabandeo la aurora
lástima que en este oficio
la gente se muere sola.”
Jacinto Jesús González
contrabandista de ley
se pierde por San Miguel
con tres cargueros baguales
por serranías y sauzales
va presintiendo la bala
que le apagará el destino
en un punto del camino
entre Chuy y La Mariscala.”
ASÍ LO VIMOS
Parafraseando a Benedetti tendríamos que decir que aquel 27 de abril del 2000, cuando el “Loco” se nos fue sin avisar: “solamente un milagro, puede hacer de un entierro dos carnavales.” Todavía no podemos aceptar la idea de que los viejos cuadernos continuaran con los poemas inconclusos que inició en la década del 60 y que por distintas razones fue dejando para “más adelante”…pero como suele suceder la muerte se interpone a los planes. Esto poco importa. Sus versos y sus poemas se siguen musicalizando y cantando por todo el país. Hace algunos días revolviendo papeles nos encontramos con algunos borradores del Equipo Frontera Chuy, (Jesús Perdomo-Wilkins Machado) que nacieron a fines del 60 en un rancho prestado del balneario La Barra.
El silencio y la soledad impulsaron su mano garabateando renglones, que luego borraba para empezar de nuevo. Lo vemos con las tías salteñas en la pensión de Mariolina, junto al bracero a carbón y las tortas fritas que calentaban el cuerpo y también el alma.
Las tías eran lo único que tenía cuando llegó a la frontera. Todavía las vemos haciéndole el pan dulce preferido, tejiendo, lavando, cocinando en el viejo primus a keroseno y atendiendo los caprichos del sobrino poeta. Fue en esa pieza del inquilinato donde las cosas pequeñas del diario vivir se transformaban, con el entusiasmo contagiante de Rondan Martínez.
Quedaron en el recuerdo muchas vivencias de aquella pieza de pensión, que hoy a la distancia valoramos como corresponde por haber sido en esas conversaciones sin mayor importancia donde pudimos aquilatar el verdadero sentido de su vida. Allí conocimos el funcionario aduanero, el poeta, el profesor del liceo, el bohemio, el salteño de corazón fronterizo, pero por sobre todas las cosas, al hombre de muchos amigos y pocos conocidos.
La pieza de Mariolina, con su extrema pobreza, representaba una verdadera economía de guerra, donde las tías se las arreglaban para mantener el decoro, con el sueldo pensionista que nunca llegaba hasta fin de mes. Los remedios caseros estaban a la orden del día y la farmacia colgaba de la pared en una bolsa de nylon donde se podían encontrar plantas medicinales para todos los achaques. En un rincón su “biblioteca” sobre un cajón de madera y en completo desorden sus amigos de papel (libros) con sus páginas amarillentas. Libros que comenzaba y pocas veces terminaba. Un entrevero fenomenal entre Florencio Sánchez, Cervantes, Unamuno, Salgari o Ghandi.
Mañana Segunda Nota con el periodista Sergio Sanchez Moreno.