El destino de Grecia y del euro se juega este domingo en el referéndum que ha convocado el Parlamento griego. Una deuda sideral y la dureza de los acreedores han creado este callejón sin salida.
El presente espacio de Cuchillo de Palo en
Uypress vio la luz por primera vez a finales de febrero hablando de la
tragedia griega, pero no la que estudiamos con pasión en la adolescencia
y que formó nuestro a-de-ene cultural sino ésta financiera que hoy
sacude a los herederos de los aqueos y los cretenses.
Más de cuatro meses han pasado sin que
el primer ministro griego, Alexis Tsipras, haya conseguido derribar al
menos unas piedras de la muralla acreedora que representan los hombres
de negro, esa tristemente famosa "troika" cuya actitud recuerda a
aquellas lloronas macabras y rapaces de "Zorba el Griego", que terminado
el velatorio de la difunta saqueaban su casa.
Tanto el señorTsipras como su ministro
de finanzas, el profesor de economía Yanis Varoufakis, han estado más
tiempo viajando entre Atenas y Bruselas que en cualquier otro lugar
durante este tiempo, lo que no quiere decir que no hayan tenido los pies
en la tierra.
El principio de todo este embrollo hay
que rastrearlo en los años en que Grecia, ya incorporada a la Comunidad
Europea (hoy, Unión Europea-UE), decidió adoptar la moneda única, o sea,
entrar también al sector más selecto que ahora se conoce como la
"eurozona", integrado actualmente por trece de los veintiocho Estados
miembros de la Unión.
A ese fin los europeos habían creado
en Maastricht (Países Bajos) un sistema que conducía a una unión
monetaria y que establecía unos requisitos de disciplina y estabilidad
macroeconómica y cambiaria, entre ellos la deuda pública, cuya
observancia los Estados candidatos debían acreditar durante un mínimo de
tiempo.
No fue el griego el único caso en que
Europa hizo la vista gorda para aceptar en la unión monetaria a algunos
países que no cumplían exactamente con aquellos requisitos pero cuya
presencia resultaba imprescindible por su importancia política. Pero
Grecia, entonces gobernada por los tradicionales conservadores o
socialistas y con la ayuda de sus acreedores extranjeros, fraguó
("maquilló" se dice ahora), las cifras de su endeudamiento.
Allí comenzó esa loca huída hacia
delante que sufre todo individuo o todo Estado que se endeuda solamente
para seguir viviendo. La crisis envolvió hace siete años a Estados
Unidos y a toda Europa, y desde 2010 Grecia no ha hecho otra cosa que
contraer más deudas, sólo para pagar intereses con vencimientos
asfixiantes.
Hace pocas horas, la directora gerente
del Fondo Monetario Internacional, la francesa Cristine Lagarde, ha
publicado un informe que parece el parte médico final de un enfermo
terminal, donde resume que la deuda total de Grecia alcanza a 52.000
millones de dólares. Y Alexis Tsipras ha concordado en ese punto.
También en que se trata de algo impagable.
Si existe alguien en el mundo que no es
responsable del callejón sin salida en que se encuentra el pueblo
griego, ése es su actual gobierno y el partido Syriza, que triunfó en
las urnas en enero pasado y puede ser visto como la primera victoria de
esa nueva izquierda europea y esa renovación generacional surgida de la
crisis en la cresta de la ola de "la indignación".
Esto es lo que de verdad hace temblar al
poder tradicional, tanto en las instituciones europeas como en las
capitales política y económicamente más importantes. Si Grecia llegara a
salir de la moneda única, esa histórica construcción del euro podría
correr riesgo de vida.
Hay que tener en cuenta que la moneda
única no consistía solamente en la creación del Banco Central Europeo y
en la emisión del papel moneda. Conllevaba además la necesidad de que el
Banco actuara efectivamente como en esta crisis se le ha reclamado y ha
comenzado a actuar. Pero también los europeos han hecho conciencia de
otras carencias sustanciales que afectan a su unión monetaria.
Los países que más influencia
ejercieron para crear el euro, como Alemania y Francia, han reconocido
que la unión monetaria no podrá seguir corriendo el riesgo de carecer,
como hasta ahora, de una unión fiscal y una unión bancaria. Esta
carencia saltó a la vista hace cuatro años con la crisis bancaria
española y vuelve a mostrarse, descarnadamente, en esta tan peligrosa e
injusta crisis griega.
El presidente del Gobierno español,
Mariano Rajoy, cuyo Partido Popular viene de recibir un revolcón muy
serio en las elecciones municipales y autonómicas, enfrenta la situación
en Grecia como si ella formara parte de su propia campaña para no
perder las elecciones generales que le aguardan en diciembre.
Las últimas declaraciones del presidente
Rajoy son la mejor demostración del propósito que le anima, junto a
otros líderes europeos: si en el referéndum de este domingo triunfa el
"sí" en Grecia, el primer ministro Tsipras tendrá que renunciar. Y si
triunfa el "no", Grecia tendrá que salir del euro. Sin más alternativas,
lo que buscan es sacarse de encima a quien pacíficamente amenaza sus
dominios.
El presidente de la Comisión
Europea, el luxemburgués señor Juncker, que durante estos meses recibió
con besos a Alexis Tsipras, ha dicho que la última oferta a Grecia, que
el primer ministro había aceptado con algunas salvedades menores, ya no
estará en pie después del referéndum. Habrá que comenzar desde cero
nuevamente, lo que significa imponer mayores sacrificios al pueblo
griego.
Entretanto, los griegos están dando un
ejemplo de sabiduría, de ánimo pacífico y de cultura. Ni una violencia,
ni un ataque a los bancos o a los cajeros, simplemente esperando al
domingo para hablar.