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domingo, 19 de junio de 2016

DÍA DE LOS ABUELOS. APARICIO CARDOSO Y SUS 94 AÑOS. Por Julio Dornel



       Escritor y periodista Julio Dornel
Una visita programada con la encargada del Hogar de Ancianos de esta ciudad, María del Carmen Fonseca, nos permitió saludar abuelos y detenernos  en la figura patriarcal de don Aparicio  Cardoso, que con sus 94 años se ha convertido en biblioteca viviente de la identidad  rochense. Dificultades para ponerse de pie nos señalan articulaciones endurecidas por los años. Sin embargo es consciente de que la humanidad está elevando su expectativa de vida, determinando que se pueda llegar lucido y saludable al final de la vida lo que representa un gran desafío. Espontaneo en la conversación don Aparicio nos señala que lo principal está en la cabeza y en el aislamiento que sufren las personas por culpa de una sociedad intolerable. Le gusta rememorar documentos y leyendas contadas por sus antepasados y trasmitidas de generación en generación. “Nací el 27 de julio de 1922 en el paraje La Tala, ayudado por una partera vieja que vivía en 18 de julio y viajó a lomo de caballo. Curse hasta tercer año la pequeña escuela de Paso del Ombú, compartiendo el banco con Braulio Larrosa y Dacio Rodriguez. Repetimos tercero en dos oportunidades, esperando que habilitaran cuarto, lo que finalmente no se dio y tuvimos que dedicarnos a las tareas camperas. Como mi padre tenía un campito fuimos aprendiendo esas tareas con facilidad y sin mayores apremios. Fui alambrador y esquilador en campos vecinos, mientras sentía el ruido de la maquinaria de las primeras arroceras que llegaban a la zona de San Luis al Medio. Conocí San Luis siendo niño, cuando mi padre me lleva a conocer los abuelos. Recordamos dos comercios importantes para la época; uno de Fernando Olivera Bender y el otro de un turco que había hecho capital recorriendo la campaña y que se llamaba José María Garcia. Eran otros tiempos, vivíamos más tranquilos, hoy todo ha cambiado, la gente era más servicial, aunque se notaba que algunas cosas nos estaban tentando para que cambiáramos el rumbo. En la actualidad hemos perdido la moral y las buenas costumbres, como será la cosa que hasta la iglesia anda pidiendo perdón. El pueblito estaba conformado por 10 vecinos y un club social construido en el año 1906 donde se realizaban las reuniones bailables y carreras de caballos en un campo lindero. Nos casamos a los 26 años de edad y nos divorciamos a los 10 años, dando por finalizada toda relación”. Así transcurre la vida de Aparicio. Un hogar cálido, generoso y compartido con residentes que se van renovando con los años. La vida que no vemos. Cada uno en su sitio, compartiendo las horas, los días y los años hasta el final, soportando el artritis que devora los huesos. Perfiles repetidos que se acercan lentamente al ventanal, para observar el mismo panorama. Náufragos casi centenarios que se resignan a vivir en la antesala del olvido con historias diferentes. Vecinos de camas alquiladas, condenados a la misma película. Juntos pero muy distantes. Conversan poco y escuchan sin mirar al moderno televisor que dispara noticias en colores. Este es el mundo de los viejos, con remedios milagrosos que recorren en silencio el cuerpo ya debilitado. Preguntas sin respuestas para saber porque los sillones van cambiando de dueño y de lugar. El ventanal gigante se transforma en pantalla de muchas pulgadas para mirar películas repetidas, mientras aguardan la llegada familiar. Llegan despacio y se van muy rápido sin regalar minutos. Entre los “archivos secretos”, una caja de zapatos es suficiente para proteger la intimidad de una vida que se está marchado. Allí quedaran las cartas, fotos y documentos ilegibles que sirvieron para alimentar recuerdos. Son los legados de nuestros abuelos, reliquias de una vida mejor, alimentando sueños y utopías. Le prometimos volver. Aparicio sabe que vamos a cumplir.