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miércoles, 7 de enero de 2015

Batllismo y frenteamplismo Por Adolfo Garcé

COLUMNA OPINIÓN
El Observador



En sendas columnas publicadas en noviembre en Infobae (9/11) y El País (16/11), desarrollando los fundamentos de su apoyo a la candidatura presidencial de Luis Lacalle Pou en el balotaje, el doctor Julio María Sanguinetti argumentó que es un profundo error comparar batllismo y frenteamplismo. En lo “único” en que se parece el FA al batllismo según el ex presidente es en el “éxito electoral”. El FA, según él, es profundamente antiliberal y se parece mucho más al peronismo que al batllismo (1). Como concuerdo apenas parcialmente con su enfoque de este tema (que me parece del mayor interés) les propongo, hoy, que nos detengamos a analizarlo.

Coincido con Sanguinetti en que existen profundas diferencias doctrinarias entre batllismo y frenteamplismo. En primer lugar, a pesar de compartir una visión “jacobina” y no “polifónica” de la política (de acuerdo a la brillante distinción desarrollada años atrás por Carlos Pareja) y de abrevar en la tradición republicana, ambos recibieron influencias filosóficas y doctrinarias muy distintas (el krausismo es al batllismo lo que el marxismo al frenteamplismo). Es lógico que exhiban, por tanto, divergencias no triviales en valores políticos fundamentales. Por ejemplo, tienen visiones distintas respecto al Estado: para los batllistas (con Krause) debe ser neutral, para los frenteamplistas (siguiendo a Marx), sencillamente no puede serlo. Tienen también valoraciones distintas sobre el papel de la ley y de las instituciones políticas: a diferencia de los frenteamplistas (que suelen afirmar, como José Mujica, que “lo político está por encima de lo jurídico”), los batllistas siempre han reclamado el “imperio de la ley”.

Sin perjuicio de estas diferencias, batllismo y frenteamplismo tienen enormes puntos de contacto que van más allá de lo más obvio, lo estrictamente electoral. En términos históricos, el FA ha venido a jugar exactamente el mismo papel que el batllismo hace 100 años. En primer lugar, en la reformulación de la relación entre Estado y mercado. Tanto batllistas como frenteamplistas, con 100 años de diferencia, cuestionaron el libre mercado y defendieron la importancia de la intervención del Estado en la economía. Con el batllismo se inició un largo ciclo de expansión del Estado que duró medio siglo (hasta fines de la década del cincuenta). Desde que el FA está en el poder, poco a poco, viene ocurriendo lo mismo: aumenta el tamaño del Estado, se fortalecen las empresas públicas, regresa (en puntas de pie) la vocación “dirigista”. En segundo lugar, en el equilibrio entre libertad e igualdad. Los frenteamplistas, como los batllistas hace un siglo atrás, ponen un fuerte énfasis en la necesidad de favorecer la igualdad (ambos han sido, en momentos distintos, el “escudo de los débiles”). Así como el batllismo lideró la construcción del Estado de Bienestar en Uruguay hace un siglo, el FA, desde hace 10 años, viene encabezando los esfuerzos más enérgicos y sistemáticos a favor de su reconstrucción y modernización. Pero entre batllismo y frenteamplismo hay una similitud adicional tan importante como las anteriores. Ambos llevaron adelante iniciativas muy polémicas de reforma moral. El batllismo promovió los derechos de las mujeres y chocó de frente con la Iglesia. La “revolución de los derechos” impulsada por el FA, en especial, durante la presidencia de José Mujica, se apoya en esa tradición y la renueva.

El FA tiene enormes puntos de contacto con el batllismo. Pero, en términos de hegemonía (evoco, ahora, a Antonio Gramsci), el frenteamplismo es sensiblemente más potente. Los batllistas, desde luego, tuvieron peso en el mundo universitario y disfrutaron de un inédito ciclo de convergencia entre los intelectuales y el poder político. Pero el FA se beneficia de un apoyo en la intelectualidad mucho más contundente que el que jamás logró el batllismo (ni José Enrique Rodó ni Carlos Vaz Ferreira, los intelectuales más influyentes de la época, fueron batllistas). Otro tanto puede decirse de la relación con el movimiento sindical. El sindicalismo fue una herramienta fundamental en el lento y exitoso operativo de erosión del poder de los partidos tradicionales ejecutado por la izquierda, y sigue siendo un engranaje clave en la reproducción del imperio frenteamplista. El batllismo, en cambio, jamás tuvo (ni quiso tener, como bien señala Sanguinetti) a los sindicatos de su lado.

El frenteamplismo es el batllismo del siglo XXI. Pero, en términos de poder político, es una versión nueva, corregida y significativamente aumentada. José Batlle y Ordóñez, además de tenaces adversarios dentro de su propio partido, debió enfrentar la formidable resistencia de Luis Alberto de Herrera. En ese entonces, a principios del siglo XX, el herrerismo procuró levantar un dique para contener al batllismo. Un siglo después, el frenteamplismo, se las ingenió para nutrirse también de esta tradición. Una de las principales vertientes que alimenta el enorme caudal electoral del FA, como es sabido, es la que lidera José Mujica (herrerista primero, tupamaro después) a quien Alberto Methol Ferré (herrerista desde siempre, y mujiquista en sus últimos días) solía llamar “el Herrera de los pobres”.

(1) Ver: http://opinion.infobae.com/julio-maria-sanguinetti/2014/11/09/el-frente-amplio-es-peronista-no-batllista/ y http://www.elpais.com.uy/opinion/batllismo-peronismo-fa.html


*Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar- adolfogarce@gmail.com