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martes, 27 de febrero de 2018

Autoconvocados y Política (III) El problema (no menor) de la representación política. Por Rodrigo Tisnés





En la entrega anterior, me referí, partiendo de reflexiones generadas a partir de la aparición del movimiento de autoconvocados, al falso (o tramposo) discurso que, escudado en un supuesto “pragmatismo”, impulsa una agenda política que busca reducir la misma a una actividad gerencial, asimilable al de la empresa privada en una más que burda analogía, que en última instancia es un ejercicio de ideología en estado puro.
Sin embargo, pese a sus debilidades y contradicciones argumentales, este discurso “gerencial” ha prendido, y ha permitido el auge-surgimiento de empresarios millonarios devenidos en políticos, que enancados en discursos “ad-hoc” en el que mezclan conceptos empresariales, ideas populistas puras y duras (especialmente en materia de seguridad pública y derechos de los migrantes), y sentencias extraídas de manuales básicos de autoyuda.
Es un discurso atractivo y fácil de aprender por parte de una parte de la población alejada de los partidos políticos tradicionales, que descree en términos generales en la “política”, pero que no tiene ni ganas ni tiempo para reflexionar sobre que no les gusta de ella, y mucho menos para participar en la misma intentando cambiarla desde adentro. Si a esto sumamos la influencia que tienen las imágenes y campañas de marketing, y las redes sociales en la comunicación moderna como formadora de opinión, tenemos la explicación de gran parte del éxito de algunas de estas propuestas y políticos.
Así, y esto sí se aprecia en el discurso de los autoconvocados; se ve en el Estado a una suerte de agente u organización inoperante, salvo para cobrar impuestos y poner trabas burocráticas a la “creación de riqueza”, al tiempo que los políticos (a la cual se refieren como “clase política”) son una manga de ineptos y corruptos alejados de la gente, más preocupados en discutir entre ellos y conseguir votos que en encontrar soluciones “reales”. Con esta visión, la respuesta que dan es que hay que desideologizar la política, despolitizarla, para convertirla en una suerte de gerencia dominada por tecnócratas y expertos, y dejar que fluya la economía de mercado sin tantas trabas.
El problema, como dije en la entrega anterior, es que esta visión es tan ideologizada y parcializada como cualquier otra. Parte de un recorte de la realidad y toda una serie de analogías, supuestos y ejercicios mentales. Lo peor es su propia ceguera frente a su carga ideológica, como la de un niño que hace una travesura y luego dice “yo no fui”.
En el fondo, aunque no lo digan, y aunque tal vez ni siquiera se lo planteen, están cuestionando el concepto mismo de representación política.
Cabe recordar que la moderna democracia representativa toma forma a partir de fines del Siglo XVII y comienzos del XVIII con el surgimiento de las primeras democracias parlamentarias, primero con características bastante aristocráticas (la ciudadanía estaba bastante limitada, y se exigía determinado nivel de renta para el ejercicio de cargos legislativos) que se mantuvieron hasta comienzos del siglo XX, cuando la presión conjunta de los sindicatos, las sufragistas, y otros movimientos sociales, lograron sentar las bases de la actual política de masas y con criterios inclusivos de ciudadanía.
Con la democracia representativa y la inclusión en la categoría de ciudadanos de millones de personas, surgen los partidos de masas tal y como los conocemos hoy: organizaciones de neto carácter político, que se disputan entre sí las chances de acceder al gobierno (o influir en el mismo) mediante la disputa del voto de los electores, en elecciones abiertas y competitivas. Así llegaron los partidos políticos a ser los interlocutores válidos entre el Estado y la gente.
Y este aspecto de la democracia moderna es lo que en el fondo cuestionan los portaestandartes del discurso gerencial de la política. Y como modo alternativo a la gestión política de la cosa pública, proponen la idea de una gestión basada en criterios tecnocráticos de tipo gerencial. La propuesta, básicamente, consiste en una suerte de privatización de la actividad política, que en aras de ganar una –supuesta- mayor eficiencia, debería ser sustraída a los políticos “tradicionales” y ser depositada en manos de “gerentes políticos” y tecnócratas especializados.
Además de ser una propuesta tan cargada de ideología como cualquier otra, me parece, en términos democráticos, retroceder dos casilleros. Una nueva demostración de la circularidad de la Historia, que ante la crisis de representación de los partidos políticos, en vez de buscar formar y modos de radicalizar la democracia, da una media vuelta, y vuelve hacia formas aristocráticas u oligárquicas, apenas disimuladas tras un discurso de corte eficientista, tecnocrático, y libre mercadista.
Explota, eso sí, muy hábilmente la insatisfacción/tedio que produce en gran parte de la población los yerros, falta de respuestas ante problemáticas graves, y actos de corrupción de los políticos tradicionales.
Pero como ha quedado demostrado en varios casos (Collor de Mello, Fujimori, etc) estos “outsiders” no son impermeables a cometer ellos mismos actos de corrupción; y la lógica empresarial llevada a la gestión del Estado, no se ha mostrado ni más apta, ni más eficiente para resolver los problemas políticos, que en definitiva son aquellos en que se trata de articular la distribución desigual de poder entre individuos, colectivos, e instituciones dentro de una sociedad.
Y esos, no hay gerente ni tecnócrata que esté preparado para hacerlo.




viernes, 9 de febrero de 2018

Autoconvocados y Política (I) Por Rodrigo Tisnés




Con el surgimiento del movimiento de los autoconvocados, asistimos en Uruguay a una nueva muestra de un fenómeno que, en lo particular, me resulta preocupante.
Lo preocupante no es el movimiento. Aunque parezca de Perogrullo, vale aclararlo, especialmente en esta época de redes sociales y 140 caracteres, en que como especie parecemos haber perdido cierta capacidad de abstracción de las ideas complejas. La protesta social, el reclamo, el “derecho al pataleo”, es uno de los principios básicos de la democracia, y uno de los puntos de diferenciación con las dictaduras. Se podrá estar individualmente de acuerdo, acordar en parte, o estar en total desacuerdo… pero la protesta social siempre es legítima.
Lo que me resulta preocupante es la declaración-aclaración de que la manifestación y movilización “no es política”.
Tal vez el equivocado sea yo, pero tengo entendido que los miles de personas que se juntaron a fines de enero en Durazno a las cuatro de la tarde, en un día de bastante calor… no eran un grupo de adoradores del Sol, ni de danzas folklóricas, ni de amigos que se juntaron a compartir un asado.
Por el contrario, era un grupo, bastante heterogéneo de productores rurales (y tal vez algunos comerciantes) con intereses y perfiles diversos, que se encontró en el centro del país, para reclamar al actual gobierno una suerte de plataforma elaborada en función de una serie de reclamos que tienen en relación a dificultades por las que atraviesa su sector en este momento. Incluso, esa plataforma va más allá y reclama, en forma genérica, que se baje el “costo del Estado”.
Y si se trata de un grupo de personas que cruzó medio país para acompañar y apoyar un movimiento que le reclama al Estado y al gobierno ciertas medidas concretas… francamente, no veo como tiene forma de no ser política.
Volviendo a la pérdida, o supuesta pérdida, de capacidad de pensamiento abstracto que comentaba anteriormente: afortunadamente, me siento capaz de distinguir, conceptualmente, las categorías “político” y “político-partidario. Nadie me lo ha dicho expresamente, pero intuyo que cuando el movimiento de los autoconvocados dice que no es “político”, en realidad están diciendo que no son un movimiento “político-partidario”. Suena parecido, pero no es lo mismo.
Esta confusión conceptual no es nueva. De hecho, una parte de la culpa es de los propios partidos políticos, que de alguna forma, tienen una tendencia a monopolizar la actividad política en cada Estado democrático. La propia lógica del funcionamiento de la democracia representativa los lleva a esto, desde el momento en que la elección de representantes políticos al Parlamento y a ciertos cargos ejecutivos se hace mediante el voto a candidatos que se presentan y postulan por medio de un partido político.
Sin embargo, esta tendencia no es absoluta. Con el surgimiento de la democracia de masas (es bueno recordar que hasta entrado el siglo XX, en casi todo el mundo la mayor parte de la población estaba excluida del ejercicio de la ciudadanía política), lleva a lo que en día en Ciencia Política se define como “poliarquías”, esto es, democracias pluralistas, con diversidad de partidos políticos y de actores con intereses políticos, que intervienen en la arena política, no a través de la competencia electoral, sino de su capacidad –diversa- de generar influencia, de movilizar personas y recursos. En suma: de incidir en la agenda POLÍTICA. Tenemos en este grupo de instituciones y organizaciones a: sindicatos, cámaras empresariales, multinacionales, iglesias (de todo tipo de credo), ONG’s (de jubilados, ambientales, de género, de consumidores, de celíacos, etc), universidades, asociaciones barriales y grupos de vecinos.
Robert Dahl, el principal teórico del concepto de poliarquía, expresaba que para que un sistema político democrático funcione correctamente, no sólo deben realizarse elecciones libres, periódicas y competitivas; sino que también, por fuera de esta lógica electoral, los ciudadanos deben poder formular y expresar sus preferencias, ya sea mediante la acción individual o colectiva.
En ese sentido, más afinado y preciso de lo que son las democracias modernas, el movimiento de autoconvocados entra de lleno en la misma, por tanto: ¡bienvenidos a la política!