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sábado, 12 de noviembre de 2016

¿QUÉ SIGNIFICA EL TRIUNFO DE TRUMP? INDISCIPLINA PARTIDARIA, la columna de Hoenir Sarthou:


Semanario Voces


¿Qué significa, realmente, el triunfo de Donald Trump?
Esa es la pregunta del millón. Una pregunta que probablemente admita al menos dos respuestas distintas. Una, si se mira a la elección como expresión de voluntad del pueblo estadounidense. Y otra si se analizan sus efectos como posible sustitución –al menos parcial- de las élites gobernantes y de las políticas impulsadas en los últimos años desde el Estado.
Respecto a la voluntad del pueblo estadounidense, las cosas parecen estar bastante claras. Trump detectó y logró sintonizar con las ideas y sentimientos de un extenso sector de la población que usualmente no tiene voz o no logra hacerse oír. Y ese sector, a través de su participación electoral (que es voluntaria), emitió algunos mensajes claros.
El primer mensaje es que están indignados con un modelo económico que ha reducido las fuentes de trabajo, en especial para los trabajadores industriales sin alta calificación, y que los ha endeudado con los bancos a través del crédito y las hipotecas. Basta recorrer comercios en los EEUU para percibir que todos los productos son fabricados en Japón, en China, en México, en la India o en Panamá, incluidos muy tradicionales productos “yanquis”, como los vaqueros “Levi´s”. Seguramente esa desterritorialización de la producción, típica de la “globalización” sea un gran negocio para los capitales, pero es ruinosa para la población estadounidense, acostumbrada a trabajos estables, buenos salarios y alto consumo. La crisis de las hipotecas inmobiliarias, que estalló en 2008, cuando mucha gente no pudo seguir pagándolas, fue precedida por un largo proceso de pérdida de fuentes de trabajo, particularmente en las regiones industriales, que el martes votaron mayoritariamente a Trump.
El segundo mensaje es de hartazgo ante las políticas de inmigración (que son vistas como otra amenaza a las fuentes de trabajo) y ante las “políticamente correctas” medidas de discriminación positiva, racial, sexual, religiosa, etc. Las pintorescas promesas de Trump, de separar a EEUU de México mediante un muro y de prohibir el ingreso de musulmanes, si bien seguramente irrealizables, despertaron la simpatía de mucha gente pobre, conservadora y tradicionalista que no suele figurar en el debate público.
El tercer mensaje es de rechazo a lo que se ha dado en llamar “la élite de Washington”. Ese rechazo, que parece dirigido contra todos los gobernantes, tanto del Partido Demócrata como del Republicano, es probablemente una síntesis de los otros dos mensajes. Buena parte de la población estadounidense parece cansada de una élite política a la que ve como soberbia, poco confiable, insensible a sus problemas y servil a los grandes intereses económicos, demasiado preocupada por quedar bien ante las minorías raciales o sexuales, y comprometida en un ajedrez económico y militar internacional muy costoso e incomprensible para el estadounidense medio. Una vez más, las propuestas efectistas de Trump (el muro con México, cobrar los costos -como si ya no los cobraran- a los países en los que EEUU interviene militarmente) sintonizaron con ese sentimiento e hicieron que millones de estadounidenses de clase baja y media se identificaran con el obeso, rubicundo y tosco candidato. Eso también puede explicar la deserción, falta de apoyo o completa frialdad del aparato republicano durante la campaña electoral.
La expresión de voluntad popular ha desconcertado a mucha gente. Desde las burocracias partidarias hasta los militantes de los derechos humanos. Desde ciertos intereses económicos hasta las minorías beneficiadas por la “discriminación positiva”. Desde economistas y politólogos “sistémicos” hasta artistas e intelectuales “alternativos”.
Ese desconcierto proviene de que, tanto el modelo económico global como las políticas discriminadoras inversas, están acostumbradas a legitimarse a sí mismas por medios no muy democráticos, mediante la afirmación de que “el mundo va en esa dirección”, o “esto es lo que se viene”, u “oponerse a ésto es ir en contra de la historia”.
La elección de los EEUU anuncia que, al menos desde el punto de vista de la voluntad popular, no hay sentidos únicos en la historia, que toda pretendida irreversibilidad de los fenómenos sociales puede al menos ser puesta en duda. No es la primera vez que esto ocurre. El “Brexit” hace muy poco, el plebiscito convocado en Grecia ante las exigencias de la Unión Europea, y mucho antes, en 2004, el rechazo plebiscitario sufrido en varios países por el intento de aprobar una Constitución europea, son ejemplos palpables de que la globalización económica y la “corrección política” (en sus diversos sentidos) suelen no ser sentidas por los pueblos en la forma en que predican y predicen las dirigencias políticas.
Ahora, ¿qué cambios reales habrá en los EEUU, y por rebote en el resto del mundo, a partir del resultado electoral?
Esa es la pregunta realmente inquietante. Al respecto se barajan muchas hipótesis. Para unos, el triunfo de Trump representa una sorpresa terrible que habrá de desacomodar al sistema económico y social de los EEUU y del mundo. Para otros, apenas un cambio epidérmico y conservador que el sistema digerirá fácilmente. Finalmente, hay quienes sostienen que la imagen de Hillary Clinton como representante directa de los poderes económicos, políticos y militares dominantes, sin dejar de ser cierta, esconde que la verdadera apuesta de la cúpula económica-política-militar era en realidad Trump. Esta última teoría afirma que Trump le ofrece al pueblo una alternativa “gatopardezca”, la sensación de que todo va a cambiar, necesaria para que en realidad todo siga como está y mucha gente no se dé cuenta. Si esa hipótesis fuera cierta, tal vez Trump no sea sólo el tosco “outsider” que parece sino el resultado de una sutil y tremenda jugada estratégica del poder que está detrás de las apariencias políticas.
Sea como sea, resulta muy difícil que un presidente, Trump o quien sea, pueda cambiar ciertas cosas en los EEUU y en la economía mundial. Probablemente logre empeorar la situación de los inmigrantes, pero difícilmente, aunque lo intente, modificará demasiado el cronograma y los planes del sistema financiero global o de las corporaciones del petróleo y de las armas que dirigen en realidad la política exterior de los EEUU. Seguramente excluirá del aparato estatal a ciertos funcionarios políticos, pero probablemente serán figuras prescindibles, sustituibles por otras que danzarán al son de la misma o similar música.
Curiosamente, de los dos fenómenos analizados (el mensaje de un sector mayoritario del pueblo estadounidense, y los efectos reales del triunfo de Trump) el que me parece más importante es el primero. No porque uno simpatice con las actitudes racistas, sexistas y chovinistas de muchos votantes de Trump, sino porque –sumadas a otras expresiones populares que mencioné más arriba- son una señal de que el sistema no es tan plenamente capaz de domesticar y anestesiar a las personas como solemos creer.
El resultado de la elección en EEUU es la expresión de un fuerte malestar, justo en el corazón de la sociedad que uno creería más amoldada al sistema. Ese malestar podrá no acertar a descubrir sus verdaderas causas y soluciones. Pero, en un sistema injusto, el malestar social es una buena noticia. Quiere decir que todavía hay esperanza.