A partir de ahí tendrá número.
Gracias a los lectores del blog por ayudar a averiguar.
En horas se tendrá el número de la ley por la que se declara feriado no laborable el 21 de noviembre. Es para los nacisos o radicados en la CIUDAD de Rocha en la actividad pública o privada.-
Es en el marco de los 220 años de la fundación de la ciudad.
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martes, 19 de noviembre de 2013
La ley del feriado no tiene número todavía
El Poder Ejecutivo no ha promulgado aún la ley por la cual el 21 de noviembre de 2013 feriado no laborable para quienes nacieron o están radicados en la ciudad de Rocha, tanto públicos como privados.
Ante las numerosas consultas de lectores del blog podemos decir que falta la firma de dos ministros. Es un hecho, ya está decidiso, faltan solo esas firmas, pero quizás el número, que la gente necesita para pedir ese día libre se conozca muy sobre la fecha.
Ante las numerosas consultas de lectores del blog podemos decir que falta la firma de dos ministros. Es un hecho, ya está decidiso, faltan solo esas firmas, pero quizás el número, que la gente necesita para pedir ese día libre se conozca muy sobre la fecha.
DISTANCIAS QUE IMPORTAN. Por Julio Dornel
Escritor y periodista Julio Dornel
Paso de frontera
Avenida
La
proximidad de la temporada veraniega requiere la máxima información
sobre la distancia que deberán superar quienes se aventuren a
visitar esta ciudad. Por ese motivo les ofrecemos un cuadro
aproximado que fuera publicado recientemente por la prensa
capitalina.
De
Chuy a Artigas 801 km.
De
Chuy a Colonia, 493 km.
De
Chuy a Montevideo 340 km.
De
Chuy a Punta del Este, 220 km.
De
Chuy a Rocha, 130 km.
De
Chuy a La Paloma, 164 km.
De
Chuy a Buenos Aires (vía Colonia) 522 km.
De
Chuy a Buenos Aires (vía Zarate) 895 km.
De
Chuy a Córdoba (vía Paysandú) 1.395 km.
De
Chuy a Rosario (vía Paysandú) 1.225 km.
De
Chuy a Santa Fe (vía Paysandú) 1.065 km.
De
Chuy a Rivera- Santa Ana por Monte. 840 km.
De
Chuy a Porto Alegre 505 km.
CORALES GARDEN CLUB CON GRAN ÉXITO SE REALIZÓ UNA NUEVA EXPOSICIÓN
Escribe Juan José Pereyra Twitter@juanjo500
El Este
El viernes 15 y el sábado 16 de noviembre tuvo lugar en la Sociedad Italiana una nueva edición de la tradicional exposición de Corales Garden Club de la ciudad de Rocha.
El Este habló con su presidenta, la señora Laura De Los Santos quien explicó la forma de trabajo y los buenos resultados obtenidos.
La presidenta elige un tema y todo el año se va trabajando para la exposición que tiene lugar todos los años en noviembre.
El tema este año fue “Las estaciones de la Naturaleza”. Hay diseños de arreglos florales y plantas que se van cuidando para presentarse en estas fechas.
Son 35 las socias que expusieron este año , tuvieron como todos los años la visita de juezas de otros clubes del país, tres paneles de tres juezas cada uno que son las que evalúan los diseños.
Hay primeros premios, menciones y otros premios por lo que las expositoras reciben cocardas como por el uso del color , creatividad, hay varios paneles.
Algunas están hasta un mes pensando en su diseño, qué van a usar y vamos probando, probando material, pintamos , deshacemos, armamos, es impresionante, te tiene que encantar.
Cada vez que nos necesitan hacemos arreglos florares, ahora nos pidieron para el Centro Cultural María Élida Marquizo para decorar y para las chiquilinas que cumplen 15 en el Inau, muchas veces con el Batallón y otras instituciones.
También damos clase al Garden Junior, a las chiquitas, una actividad que se retomó este año y a Uni 3, desde hace años.
En relación a la forma de trabajo, la presidenta planifica las clases a principio de año que son generalmente los lunes cada quince días , a veces vamos a clase en Montevideo o en algún otro departamento o recibimos visitas como una profesora argentina y compañeras de otros clubes que nos dan clase.
Algunos de los insumos los cultivamos nosotras, otros se pueden comprar . Por ejemplo las flores que de todas maneras cultivan muchas de las socias.
Para esta última exposición empezamos a trabajar el lunes organizando el salón lo que lleva mucho tiempo. Recién terminamos el viernes a las 12 cuando llegaron las juezas.
Me gustan las plantas y el arte , en todos esto es mucho el arte.
Cuando la exposición se abre y empieza a entrar el público las juezas ya terminaron su trabajo.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Doris Lessing, la épica de lo femenino
Adiós a una escritora comprometida
El País de España
FOTO: Raúl Cancio (EL PAÍS)
Conocí a Doris Lessing
hace unos 15 años, durante los cuales labramos una de esas amistades
que me atrevo a calificar de profunda, en la cual las cartas fueron
mucho más frecuentes que las conversaciones. La nuestra era, en un
sentido literal, una amistad basada en la palabra escrita. Por carta,
hemos discutido de política, de libros, de las mentiras de la historia y
de la verdad de la literatura, de teatro y de cine, y de los lazos
familiares de cada uno, de esa voluntad humana de crear obligaciones
afectivas que Francis Bacon
llamó “dar rehenes a la Fortuna”. Hemos criticado a editores,
publicaciones, Gobiernos y hemos lamentado la suerte de los países que
sentimos inexorablemente nuestros: en su caso, Rodesia.
“Nunca nos vamos del todo del país que primero quisimos”, me escribe en
una carta, respondiendo a mi cólera durante la crisis argentina de
2001. “Una parte de mí estará siempre en África”.
Lessing, que falleció ayer en Londres a los 94 años, nació en Persia en 1919; a los cinco, se instaló con sus padres en Rodesia del Sur. Allí vivió un cuarto de siglo, hasta que, abandonando a su segundo marido, decidió emigrar a Inglaterra con su hijo menor. Su oposición al Gobierno minoritario blanco de Rodesia le valió el sello de “inmigración prohibida”: es decir, no se le autorizaba a volver a entrar en el país, y fue tan solo en 1982 que se le permitió volver a lo que ahora se llama Zimbabue. Cuatro veces visitó la tierra de su infancia y juventud, visitas que dieron lugar al libro de reportaje African Laughter.
Desde su juventud, Lessing se interesó por los problemas de la educación en Rodesia. ¿Cómo hacer para que los niños de esa región tan pobre tuviesen acceso al conocimiento del mundo? ¿Cómo hacer para que los fondos destinados a la educación resultaran en escuelas, y las escuelas en bibliotecas, y las bibliotecas en libros que todos pudiesen leer? ¿Cómo formar a maestros que enseñasen a los niños a oponerse a la corrupción iniciada por el tiránico Mugabe, dictador a vida del Zimbabue, a no adoptar las establecidas costumbres de robar y mentir y abusar del poder, no solo a nivel del Gobierno, sino a todos los niveles de la sociedad? ¿Cómo cambiar los modelos de poder injusto en las familias, en las aldeas, en las empresas, en todos los círculos sociales? Para Lessing, la solución (o un intento de solución) empieza siempre con el individuo. El individuo, como lo piensa Lessing (y como lo pensaba Aristóteles), desea esencialmente el bien: conocer el mundo, vivir en él con justicia, ampliar su mente y sus poderes intelectuales, compartir deberes y privilegios, ser lo más humano posible. Y ese deseo, según Lessing, aun en las sociedades más desunidas, más frágiles, junto a la necesidad de sobrevivir físicamente, de comer y beber dignamente, y de tener un techo y un refugio, se manifiesta concretamente en el deseo de leer.
De allí la conmovedora historia que da título a un corto texto de Lessing, aún inédito en castellano: Por qué un niño negro de Zimbabue robó un manual de física superior. Un niño roba un libro que no puede leer “para tener un libro que es mío”. Dos son los impulsos que lo llevan a esta acción. Primero, poseer el objeto, que durante el tiempo de espera es mágico, como un talismán con inmensos poderes; luego, aprender a servirse de él. Para el niño de la exigua escuela de Rodesia, con sus maestros pobremente instruidos y sus anaqueles casi vacíos, los libros que satisfarán su deseo son las obras universales de nuestras literaturas, esas que pueden ser universalmente leídas. En literatura no todo espejo nos refleja. Lessing quiere que el niño de este relato pueda decir, al recorrer el libro elegido, escrito quizás hace siglos por alguien de otra cultura: “Mi abuela me contaba una versión de esa misma historia”. Que es una forma de decir: “Ese relato es también mío”. Cuando le fue otorgado, por fin, el Premio Nobel, recordó esa anécdota y dijo que le gustaba pensar que sus ficciones no eran sino versiones particulares de otras, contadas en otras lenguas y quizás más antiguas.
En casi todos sus libros, ese esperado reflejo es, para Lessing, la meta literaria. Un reconocimiento, la intuición de una memoria, una sensación de poseer de pronto, convertida a palabras, una experiencia ya sentida, íntima y secreta. Desde sus primeras ficciones autobiográficas, siguiendo con la saga de su heroína, Marta Quest (que, a través de El cuaderno dorado se convirtió en lectura esencial para el movimiento feminista de los años sesenta en adelante), pasando por los poderosos relatos que captan, en brutales instantáneas, la traumática vida de la segunda mitad del siglo<TH>XX en África y en Europa, hasta las extraordinarias invenciones de ciencia ficción que reveló en ella una capacidad de invención casi ilimitada, y acabando con recientes y audaces novelas sobre temas tan diversos como la violencia infantil, la sexualidad de la edad madura, el mito originario de la desigualdad de los sexos, y, finalmente, varios volúmenes de memorias y una biografía ficticia de sus propios padres, Lessing propuso a sus lectores preguntas fundamentales sobre cómo actuar con responsabilidad en el mundo. Ser lector es, para Lessing, una toma de poder, un acto revolucionario que nos permite acceder a la memoria del mundo, a ser ciudadanos en el sentido más profundo de la palabra. “Literatura e historia son ramas de la memoria humana”, escribe. “Nuestro deber es recordar, incluso lo que está por suceder”.
Al final de un conmovedor ensayo sobre la condición humana, Prisons we choose to live inside, Lessing imaginó a otro niño (en este caso, el casi mítico faraón Akenatón que hace casi 25 siglos quiso imponer una ética humanista en el imperio egipcio) que crece en una sociedad dictatorial e injusta, haciéndose esta pregunta: “¿Qué puede hacer una sola persona contra este terrible, pesado, poderoso y opresivo régimen, con sus sacerdotes y sus temibles dioses? ¿De qué vale siquiera probar?”. “Siquiera probar”, dice Lessing, no solo “vale la pena”, sino que es la condición esencial de nuestro existir. Vivimos probando, intentando alcanzar ese bien que ansiamos, mejorar este pobre y desahuciado mundo. Es decir: “Usando nuestras libertades individuales (y no quiero decir simplemente formando parte de manifestaciones, partidos políticos, y demás, que son solo parte del proceso democrático), examinando ideas, vengan de donde vengan, para ver de qué manera estas pueden contribuir útilmente a nuestras vidas y a las sociedades en las que vivimos”. En este mundo insensato y violento en el que vivimos, las palabras de Doris Lessing son un aliento y una guía.
Lessing, que falleció ayer en Londres a los 94 años, nació en Persia en 1919; a los cinco, se instaló con sus padres en Rodesia del Sur. Allí vivió un cuarto de siglo, hasta que, abandonando a su segundo marido, decidió emigrar a Inglaterra con su hijo menor. Su oposición al Gobierno minoritario blanco de Rodesia le valió el sello de “inmigración prohibida”: es decir, no se le autorizaba a volver a entrar en el país, y fue tan solo en 1982 que se le permitió volver a lo que ahora se llama Zimbabue. Cuatro veces visitó la tierra de su infancia y juventud, visitas que dieron lugar al libro de reportaje African Laughter.
Desde su juventud, Lessing se interesó por los problemas de la educación en Rodesia. ¿Cómo hacer para que los niños de esa región tan pobre tuviesen acceso al conocimiento del mundo? ¿Cómo hacer para que los fondos destinados a la educación resultaran en escuelas, y las escuelas en bibliotecas, y las bibliotecas en libros que todos pudiesen leer? ¿Cómo formar a maestros que enseñasen a los niños a oponerse a la corrupción iniciada por el tiránico Mugabe, dictador a vida del Zimbabue, a no adoptar las establecidas costumbres de robar y mentir y abusar del poder, no solo a nivel del Gobierno, sino a todos los niveles de la sociedad? ¿Cómo cambiar los modelos de poder injusto en las familias, en las aldeas, en las empresas, en todos los círculos sociales? Para Lessing, la solución (o un intento de solución) empieza siempre con el individuo. El individuo, como lo piensa Lessing (y como lo pensaba Aristóteles), desea esencialmente el bien: conocer el mundo, vivir en él con justicia, ampliar su mente y sus poderes intelectuales, compartir deberes y privilegios, ser lo más humano posible. Y ese deseo, según Lessing, aun en las sociedades más desunidas, más frágiles, junto a la necesidad de sobrevivir físicamente, de comer y beber dignamente, y de tener un techo y un refugio, se manifiesta concretamente en el deseo de leer.
De allí la conmovedora historia que da título a un corto texto de Lessing, aún inédito en castellano: Por qué un niño negro de Zimbabue robó un manual de física superior. Un niño roba un libro que no puede leer “para tener un libro que es mío”. Dos son los impulsos que lo llevan a esta acción. Primero, poseer el objeto, que durante el tiempo de espera es mágico, como un talismán con inmensos poderes; luego, aprender a servirse de él. Para el niño de la exigua escuela de Rodesia, con sus maestros pobremente instruidos y sus anaqueles casi vacíos, los libros que satisfarán su deseo son las obras universales de nuestras literaturas, esas que pueden ser universalmente leídas. En literatura no todo espejo nos refleja. Lessing quiere que el niño de este relato pueda decir, al recorrer el libro elegido, escrito quizás hace siglos por alguien de otra cultura: “Mi abuela me contaba una versión de esa misma historia”. Que es una forma de decir: “Ese relato es también mío”. Cuando le fue otorgado, por fin, el Premio Nobel, recordó esa anécdota y dijo que le gustaba pensar que sus ficciones no eran sino versiones particulares de otras, contadas en otras lenguas y quizás más antiguas.
En casi todos sus libros, ese esperado reflejo es, para Lessing, la meta literaria. Un reconocimiento, la intuición de una memoria, una sensación de poseer de pronto, convertida a palabras, una experiencia ya sentida, íntima y secreta. Desde sus primeras ficciones autobiográficas, siguiendo con la saga de su heroína, Marta Quest (que, a través de El cuaderno dorado se convirtió en lectura esencial para el movimiento feminista de los años sesenta en adelante), pasando por los poderosos relatos que captan, en brutales instantáneas, la traumática vida de la segunda mitad del siglo<TH>XX en África y en Europa, hasta las extraordinarias invenciones de ciencia ficción que reveló en ella una capacidad de invención casi ilimitada, y acabando con recientes y audaces novelas sobre temas tan diversos como la violencia infantil, la sexualidad de la edad madura, el mito originario de la desigualdad de los sexos, y, finalmente, varios volúmenes de memorias y una biografía ficticia de sus propios padres, Lessing propuso a sus lectores preguntas fundamentales sobre cómo actuar con responsabilidad en el mundo. Ser lector es, para Lessing, una toma de poder, un acto revolucionario que nos permite acceder a la memoria del mundo, a ser ciudadanos en el sentido más profundo de la palabra. “Literatura e historia son ramas de la memoria humana”, escribe. “Nuestro deber es recordar, incluso lo que está por suceder”.
Al final de un conmovedor ensayo sobre la condición humana, Prisons we choose to live inside, Lessing imaginó a otro niño (en este caso, el casi mítico faraón Akenatón que hace casi 25 siglos quiso imponer una ética humanista en el imperio egipcio) que crece en una sociedad dictatorial e injusta, haciéndose esta pregunta: “¿Qué puede hacer una sola persona contra este terrible, pesado, poderoso y opresivo régimen, con sus sacerdotes y sus temibles dioses? ¿De qué vale siquiera probar?”. “Siquiera probar”, dice Lessing, no solo “vale la pena”, sino que es la condición esencial de nuestro existir. Vivimos probando, intentando alcanzar ese bien que ansiamos, mejorar este pobre y desahuciado mundo. Es decir: “Usando nuestras libertades individuales (y no quiero decir simplemente formando parte de manifestaciones, partidos políticos, y demás, que son solo parte del proceso democrático), examinando ideas, vengan de donde vengan, para ver de qué manera estas pueden contribuir útilmente a nuestras vidas y a las sociedades en las que vivimos”. En este mundo insensato y violento en el que vivimos, las palabras de Doris Lessing son un aliento y una guía.
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