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jueves, 17 de abril de 2014

Discurso íntegro que Gabriel García Márquez dio al recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1982



La soledad de América Latina

El País de España

 

                     Gabriel García Márquez, durante la entrega del Nobel, en 1982. / ap


Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.
Muchas gracias.

Madre explotaba a su hija sexualmente y "compró cocinas, garrafa, y otros muebles"

FLORIDA

Se dio a conocer el auto de procesamiento en el que la jueza relató los hechos


En el auto de procesamiento por el que la jueza de Florida, María Fernanda Morales, enjuició  días atrás a cuatro personas por la explotación sexual de tres adolescentes, relató que la madre de la menor era quien recibía el dinero y con el compró "dos cocinas, garrafa, y otros muebles". La jueza concluyó que se utilizaba el dinero obtenido por la adolescente "para pagar los gastos de la casa".

La indagatoria se inició en noviembre del año pasado, cuando las autoridades recibieron información sobre una adolescente que podría estar siendo víctima de explotación sexual. A su vez, en diciembre, un hombre denunció que había concurrido con una joven a un hotel para mantener relaciones sexuales y cuando la misma se retiró advirtió que le había robado el celular.

La joven resultó ser la misma persona sobre quien se sospechaba era víctima de explotación.
La jueza ordenó escuchas telefónicas y se logró determinar que la chica trabajaba en un bar ubicado en Harrinson y Treinta y Tres.

El hecho que terminó por desencadenar los procesamientos fue que el 3 de abril pasado la adolescente presentó denuncia por violencia doméstica ante el juzgado de Florida, contra su madre. Ante esa denuncia, la jueza ordenó la intervención en el bar en el que trabajaba la adolescente. Allí se halló, además de personas mayores de edad, clientes y trabajadoras, a otras dos adolescentes cuya tarea consistía en “pasar copas” a los concurrentes.

La adolescente que denunció a su madre por violencia, relató que, además de “pasar copas”, conseguía “pases”, es decir arreglos con los clientes para mantener relaciones sexuales en otro lugar a cambio de dinero que luego entregaba a su madre para los gastos del hogar.

Si bien la madre negó ser la proxeneta de su hija, en las escuchas telefónicas quedaron registradas conversaciones con su pareja, preso, donde quedaba claro que conocía las actividades de la menor.

La madre fue procesada con prisión como autora penalmente responsable de un delito de proxenetismo.

Por otra parte, también fue procesado, aunque sin prisión, el padre de la adolescente, quien conocía las actividades de su hija y el hecho de que llevaba el dinero resultante de estas actividades a su madre, y no hizo nada para proteger la integridad física o moral de su hija, incurriendo por ello en incumplimiento de los deberes inherentes a la patria potestad.

También resultó procesado el dueño del bar ya que se probó conocía la edad de dos de las adolescentes que "pasaban copas" en su local, favoreciendo el encuentro con hombres y propiciando con ello la prostitución.

El cuarto procesado fue un hombre que admitió conocer la edad de la adolescente con la cual mantuvo relaciones sexuales en dos ocasiones, por lo que se le imputó el delito previsto en los artículos 4º de la Ley nº 17.815 (retribución o promesa de retribución a personas menores de edad, o incapaces para que ejecuten actos sexuales).Estos dos últimos fueron procesados con prisión.

El artículo que García Márquez escribió sobre el plebiscito del 80 de Uruguay

El cuento de los generales que se creyeron su propio cuento

 
Cuando el general Charles de Gaulle perdió su último plebiscito, en 1969, un caricaturista español lo dibujó frente a un general Francisco Franco minúsculo y ladino que le decía, con un tono de abuelo: «Eso te pasa por preguntón». Al día siguiente, el que fuera el hombre providencial de Francia estaba asando castañas en su retiro de Colombey-les-deux-Eglises, donde poco después había de morirse de repente y sólo mientras esperaba las noticias frente a la televisión. El periodista Claude Mauriac, que estuvo muy cerca de él, describió las últimas horas de su vida y su poder en un libro magistral, cuya revelación más sorprendente es que el viejo general estaba seguro de perder la consulta popular. En efecto, desde la semana anterior había hecho sacar sus papeles personales de la residencia presidencial y los había mandado en varias cajas a unas oficinas que tenía alquiladas de antemano. Más aún: algunos de sus allegados piensan ahora que De Gaulle había convocado aquel plebiscito innecesario sólo para darles a los franceses la oportunidad que querían de decirle que ya no más, general, que el tiempo de los gobernados es más lento e insidioso que el del poder, y que era venido el tiempo de irse, general, muchas gracias. Su vecino, el general Francisco Franco, no tuvo la dignidad de preguntarles lo mismo a los españoles, y poco antes de su mala muerte convocó a los periodistas que su propio régimen mantuvo amordazados durante cuarenta años y también a los que su propio régimen pagaba para que lo adularan, y los sorprendió con una declaración fantástica: «No puedo quejarme de la forma en que siempre me ha tratado la Prensa».Por preguntones acaba de ocurrirles lo mismo que a De Gaulle a los militares turbios y sin gloria que gobiernan con mano de hierro a Uruguay. Pero lo que más intriga de este descalabro imprevisto es por que tenían que preguntar nada en un momento en que parecían dueños de todo su poder, con la Prensa comprada, los partidos políticos prohibidos, la actividad universitaria y sindical suprimida y con media oposición en la cárcel o asesinada por ellos mismos, y nada menos que la quinta parte de la población nacional dispersa por medio mundo. Los analistas, acostumbrados a echarle la culpa de todo al imperialismo, no sólo de lo malo, sino también de lo bueno, piensan que los gorilas uruguayos tuvieron que ceder a la presión de los organismos internacionales de crédito para mejorar la imagen de su régimen. Otros, aún más retóricos, dicen que es la resistencia popular silenciosa, que, tarde o temprano, terminará por socavar la tiranía. No hay menos de veinte especulaciones distintas, y es natural que algunas de ellas sean factores reales. Pero hay una que corre el riesgo de parecer simplista, y que a lo mejor es la más próxima de la verdad: los gorilas uruguayos -al igual que el general Franco y al contrario del general De Gaulle- terminaron por creerse su propio cuento.
Es la trampa del poder absoluto. Absortos en su propio perfume, los gorilas uruguayos debieron pensar que la parálisis del terror era la paz, que los editoriales de la Prensa vendida eran la voz del pueblo y, por consiguiente, la voz de Dios, que las declaraciones públicas que ellos mismos hacían eran la verdad revelada, y que todo eso, reunido y amarrado con un lazo de seda, era de veras la democracia. Lo único que les faltaba entonces, por supuesto, era la consagración popular, y para conseguirla se metieron como mansos conejos en la trampa diabólica del sistema electoral uruguayo. Es una máquina infernal tan complicada que los propios uruguayos no acaban de entenderla muy bien, y es tan rigurosa y fatal que, una vez puesta en marcha -como ocurrió el domingo pasado-, no hay manera de detenerla ni de cambiar su rumbo.
Sin embargo, lo más importante de esta piña militar no es que el pueblo haya dicho que no, sino la claridad con que ha revelado la peculiaridad incomparable de la situación uruguaya. En realidad, la represión de la dictadura ha sido feroz, y no ha habido una ley humana ni divina que los militares no violaran ni un abuso que no cometieran. Pero en camino se encuentran dando vueltas en el círculo vicioso de su propia Preocupación legalista. Es decir: ni ellos mismos han podido escapar de una manera de ser del país y de un modo de ser de los uruguayos, que tal vez no se parezcan a los de ningún otro país de América Latina. Aunque sea por un detalle sobrenatural: Uruguay es el único donde los presos tienen que pagar la comida que se comen y el uniforme que se ponen, y hasta el alquiler de la celda
En realidad, cuando irrumpieron contra el poder civil, en 1973, los gorilas uruguayos no dieron un golpe simple, como Pinochet o Videla, sino que se enredaron en el formalismo bobo de dejar un presidente de fachada. En 1976, cuando a este se le acabó el período formal, buscaron otra fórmula retorcida para que el poder armado pareciera legal durante otros cinco años. Ahora trataban de buscar una nueva legalidad, ficticia con este plebiscito providencial que les salió por la culata. Es como si la costumbre de la democracia representativa -que es casi un modo de ser natural de la nación uruguaya- se les hubiera convertido en un fantasma que no les permite hacer con las bayonetas otra cosa que sentarse en ellas.

SEMBLANZA Por Oscar Bruno Cedrés JULIO CESAR TECHERA, alias el “Grasa” MURGUISTA, FUTBOLISTA, AMANTE DEL CICLISMO; DE OFICIO GOMERO

                                         Escritor y periodista Oscar Bruno Cedrés

En su gomería, entre viejas cubiertas, clientes que esperan le emparche la rueda pinchada, el ruido que sale del compresor prendido,  entrevistamos a Julio César Techera,  conocido popularmente como “El Grasa”,   murguista arraigado, futbolista que defendió casacas importantes de nuestro medio, un amante del ciclismo al que le dedicó tiempo y trabajo, y de oficio gomero.
Allí en el medio de su actividad, nos fue contando su vida la que a grandes rasgos hoy en esta semblanza desarrollamos.
Nació en Rocha el 26 de agosto del 46, pero como su familia estaba radicada en El Caracol, allí se crió, entre las tareas diarias camperas.
Va por sus 50 aniversario como gomero, ya que con tan solo 18 años, en 1964 comienza a trabajar en la por entonces conocida y popular Gomería de Corbo, allí por la calle Ramírez casi Lucio Sanz y Sancho, hasta el 91.
Luego se instala por su cuenta con su gomería en la calle Florencio Sánchez, pasa a Monterroso  cerca de donde ésta ahora; Monterroso casi Batlle y Ordoñez, hace ya más de 20 años.
Doce hijos, uno: Marcelo campeón del Este con la celeste de nuestro combinado y también campeón local con la albi verde del Lavalleja; otro: Ruben, el “Panza”, campeón de la Copa Ciudad de Rocha con el Artigas y también de Rocha con la blusa del Lavalleja de los 3 Barrios, y su nieto Alex vice campeón del interior categoría sub 18 con la celeste rochense, han sido sus descendientes futboleros,
Hincha en Rocha del decano River Plate, en Montevideo del también decano: Peñarol.
Como futbolista Techera, defendió al River en varias divisiones, como la segunda y también la primera, tiempos de Milton de la Torres, Niver Rodríguez, los hermanos Nievas, el “Telete” Muñoz, Ricardo Peyre, Peña, entre otros.
Lo hizo tanto de dos como de tres, allá por el 64 y 65, recordando un partido en el “Sobrero” frente al Palermo el que tenía como golero al recordado Wiston Lanusse, donde jugó como puntero izquierdo.
Luego defendió la casaca roja del Deportivo La Rural, con el “Toconoro”, el “Gato” Onandi, el “Buqueta” Quinteros, el “Jockey” García, entre otros jugadores.
También lo hizo con la camiseta del Deportivo Artigas, en temporada que esta institución militar ascendiera al círculo superior, período que lo  defendían al arco el “Brujo” Molina, Juan Ángel Vera, Castillos, Féola, Nelson Casco, Clodomiro Lugo.
Este multifacético rochense también estuvo vinculado al ciclismo, como corredor solo en las populares domingueras; como dirigente entre el 84 y el 90 y pico, fue Presidente y Vice por varios períodos del Club Ciclista Lavalleja, el que tenía la sede en el Bar del “Cabeza” Cristaldo, conocida hoy popularmente por “La Ratonera”.
En esas épocas defendían la albi verde ciclista Pedro Cardozo, Pedro Vázquez, Nelson Vázquez, Mario Valiero, Daniel y Darío Prudente, siendo compañeros de directiva y habiendo también ocupado la presidente de la institución el periodista y también ciclista William Dialutto, el “Cura” Acevedo y el popular “Gusano” Pedro Domínguez Pérez, gran jugador de nuestro fútbol. 
Siempre vinculado a lo popular, a estar al lado del pueblo, Techera, incursiona por el carnaval, por la murga, como solista o integrando el coro, y lo hace en tiempos de grandes conjuntos, de también grandes personajes de ésta notoria e indudable fiesta del pueblo.
La primera fue La Nueva Ola, conjunto del Barrio Lavalleja, luego La Nueva Milonga que también salía de la misma zona; La Tropicana de vecino Barrio José Machado.
Araca La Cana, la tradicional, la de La Estiva, tiempos de ensayos en la sede del CADER y también en el “viejo Rancho” de la calle Sarandí, que fuera  sede del Rampla; con un grande de la historia del carnaval rochense: MAGONCHO; con otro de los inolvidables como el “Pardo “ Silvera; con Ariel Pedraja, con los hermanos Sosa, más conocidos popularmente como “Los Marujo”.
Los Curtidores de Hongos; La Chapilandia; La Renovada,en todas  con el recordado “Culebra” Rodríguez, gran letrista, gran murguero; siendo los lugares de concentración la sede del Deportivo Tabaré y El Bar El Nido, ambos  en la Avda. 1º. de Agosto, ahí junto a otro recordado personaje de nuestros carnavales el  “Tarta” Rosa.
Obtuvo varios primeros puestos con estas tradicionales murgas rochenses como Araca y Curtidores  y con La Nueva Milonga, la de Los Tres Barrios un 3er. Puesto.
Hoy con casi setenta años, Julio César Techera, el notorio “Grasa”; sigue firme en su trabajo de “gomero”, llegando ya al medio siglo en ese viejo y tradicional oficio, y a él va nuestra semblanza del día de hoy y a la espera de poder levantar un “escocés” de primera para festejar ese aniversario.
Abril/14
Oscar Bruno Cedrés

El PROFESOR PERDOMO. Por Julio Dornel


                                                   Escritor y periodista Julio Dornel

                                                           Profesor Jesús Perdomo

                                                              Conjunto Vidalita

Nuestra ciudad ha tenido grandes profesores que merced a su capacidad y experiencia puesta al servicio de la enseñanza deben figurar en el cuadro de honor de los personajes inolvidables que pasaron un día por los centros educativos  de esta ciudad.
Entre varios, queremos detenernos hoy en el profesor Jesús Perdomo que marcó una época en el Liceo fronterizo por su permanente aporte a la enseñanza sin dejar de lado las manifestaciones culturales y eventos de distinta naturaleza que se realizaban en el Liceo Piloto. Afectuoso y solidario con sus alumnos, irónico sin proponérselo cuando tenía que enfrentar alguna situación adversa y marcaba su discrepancia sobre algún tema que no le “caía”. Recorrió miles de kilómetros entre Castillos y Chuy para dejar en los centros de enseñanza una huella imborrable entre sus alumnos. Fue además la pluma brillante que tuvieron algunos medios periodísticos del departamento y del país para plantear las inquietudes y las necesidades del “pago chico” que no siempre son escuchadas o comprendidas en los lejanos ámbitos del poder.
La década del 60 marcó un hito importante en la cultura fronteriza al imponerse desde el Liceo Piloto una emancipación histórica y literaria que fue cambiando lentamente el viejo estilo de los actos patrios, al otorgarles un espíritu nuevo, cargado de creatividad y entusiasmo. Muchos acontecimientos y documentos históricos de nuestro pasado fueron recreados por grupos estudiantiles que tuvieron la oportunidad de revivir etapas de nuestra independencia, con disputas de frontera y conflictos de vecindad que se habían vivido en estas regiones. Uno de los profesores que más hurgó en ese pasado para extraer de los textos el aprendizaje operativo que facilitara la enseñanza de nuestra historia fue el profesor Perdomo. Inquieto pasional lo vimos durante muchos años transitar por los salones del liceo despertando el interés de los jóvenes hacia las más variadas manifestaciones artísticas, históricas y culturales. Formó parte además de los Coros de Castillos y Chuy integrando los Coros del Este, bajo la dirección de los profesores Néstor Rosa Giffuni y Néstor Rosa (h).
Podemos señalar que el profesor Perdomo fue durante muchos años el gran receptáculo de las inquietudes culturales de la Villa, dejando una huella profunda en el terreno musical del norte rochense. Las representaciones teatrales, los coros del Liceo, los conjuntos folclóricos entre los que recordamos VOCES DEL SAN MIGUEL, LOS OREJANOS, LOS ESTRELLEROS y VIDALITA como así también otras manifestaciones musicales de Castillos y Chuy le valieron el reconocimiento popular y el éxito logrado en cada presentación. En 1964 los alumnos del Liceo bajo la dirección del profesor Perdomo comienzan a organizar distintos festivales con la participación de los más importantes representantes del arte nativo del este uruguayo. Desfilaron por los escenarios del Club Social y la plaza General Artigas, LOS ESTRELLEROS (CHUY) LOS OREJANOS (SAN MIGUEL) LOS TUPAMAROS (MINAS) LOS QUEBRADEÑOS (ROCHA) y los recitadores Mirto Paladín, Ricardo Olivera y Goyo Rodríguez, como así también los solistas Rubén Decuadra, José Terra, Blanco Balao, Luis Peloche y los invitados especiales Cédar Viglietti y Eustaquio Sosa. Por aquellos años la clausura de los cursos liceales se habían caracterizado por la realización de actos de confraternidad entre la dirección, profesores, padres, alumnos y población en general. Se cumplía siempre un extenso programa que incluía cantos corales, grupos folclóricos y teatrales dirigidos indefectiblemente por el Profesor Jesús Perdomo. Las fiestas de clausura al margen del aspecto formal, brindaban al público un espectáculo artístico, demostrando que la docencia liceal no se agotaba frente a los alumnos sino que debía llegar también a la población.