Con
esta, demorada, entrega pongo punto final a estas columnas. El motivo
es muy sencillo: con casi cinco meses de radicación, ya no soy, ni
me siento, un recién llegado. Seguiré colaborando con el Blog de
Juanjo con notas y crónicas en la medida que la dinámica así lo
indique.
Salvo
la primera entrega, que fue escrita desde una emoción en carne viva,
la idea de este espacio fue señalar –en forma caricaturesca- las
diferencias que puede encontrar un uruguayo viviendo en Buenos Aires
respecto al “paisito”. Diferencias que, en definitiva, por
anecdóticas terminan demostrando lo cercanos y parecidos que somos.
Lo escribí en una entrega anterior: para un extranjero,
especialmente para un gringo, argentinos y uruguayos resultamos
absolutamente indistinguibles. Y también, estoy convencido que hay
más similitudes culturales entre un porteño (o un bonaerense) y un
montevideano, que entre el mismo porteño y un chaqueño o un
formoseño.
Plantearse
la “argentinidad” o la “uruguayez”, es
plantearse si existen las identidades nacionales.
O sea: si una persona, por haber nacido en determinado pedazo de
tierra, posee o cuenta con determinadas señas de identidad que la
hacen diferente a su vecino que nació en el pedazo de tierra a 20
kilómetros de distancia, pero justo quedaba del otro lado de la
frontera. El pedazo de tierra podría estar a 20 metros en el caso de
algunos lugares (pienso en el Chuy y Rivera) o a 100 kilómetros.
No
creo que se precise ser antropólogo para llegar a la conclusión que
las identidades nacionales no son características naturales, ni
genéticas, con las que nace una persona por haber nacido en un
territorio llamado Uruguay, Argentina, Bolivia, Chile, o Malawi. No
hay características predeterminadas que determinen la identidad
nacional.
No conozco, hasta ahora, bebés que salgan del vientre materno con el
termo y el mate abajo del brazo.
Las
identidades nacionales están
basadas en tipos ideales y estereotipos, que buscaban afirmar el
sentido de pertenencia al Estado-Nación
como forma de justificar, y diferenciarse del vecino. En Europa esa
construcción lleva más de 500 años, e implicó, entre otras cosas,
la expulsión de comunidades determinadas en algunos países (los
judíos en España, Portugal y Polonia); mientras que en América
Latina es un proceso que lleva unos 150 años, desde la independencia
de las viejas colonias. Así, se intenta uniformizar a la población
fronteras adentro, poniendo un un énfasis en las diferencias con los
vecinos, y se minimizan las muchas similitudes existentes.
Esta
construcción de la identidad nacional, que es simbólica, mistifica
determinadas cualidades supuestamente inherentes al “ser nacional”
y al pedazo de tierra que se ocupa.
No
quiero que se me malinterprete. Yo
amo Uruguay y me siento profundamente uruguayo.
Así
como amo a Rocha y me sigo sintiendo profundamente rochense.
Pero
tomando la cita de Bolaño, lo que he descubierto (o más bien
reafirmado en estos meses), es que no
preciso estar en Rocha para sentirme y ser rochense.
Siempre será el lugar donde nací, me crie, me eduqué, viví los
primeros amores –en general fugaces, tímidos y no correspondidos-
adolescentes, las primeras aventuras y borracheras con amigos, y es
el lugar al que busqué volver durante mucho tiempo. Es el lugar
donde aún tengo gran parte de mis afectos (familia, amigos, de toda
la vida y los nuevos que hice en mi “segunda” etapa rochense),
con el que sueño, me ilusiono, y me interesa saber que sucede: me
alegro con sus logros y éxitos, y me entristecen las malas noticias.
Por
eso puedo decir que traigo a Rocha conmigo.
Está presente en las personas, en mi memoria, en mi discurso, y en
mi escritura. Exactamente lo mismo puedo decir de Montevideo, y del
“paisito”. Son
parte indisoluble de mi identidad por todo el magma acumulado a lo
largo de los años.
Y
a medida que pasan los días y semanas, también Buenos Aires se me
está metiendo en la piel. Se está haciendo parte de mi identidad,
así como Rocha, Valizas, Montevideo, Trinidad, La Paloma y La
Pedrera son parte de la persona que soy ahora; porque también acá
he conocido gente, forjado nuevas e insospechadas amistades y lazos
afectivos. También sueño y me proyecto en esta inmensa, descomunal,
caótica y seductora ciudad, que me ha recibido con los brazos
abiertos, siendo un perfecto desconocido. En esta ciudad que me ha
sacudido una suerte de modorra, especialmente artística, en la que
me había sumido el confort de Rocha.
Incluso,
retomando el tema de la tierra y las fronteras que con esmero
inventamos, me ha recibido siendo nada más que todo un extranjero, y
nada menos que un integrante de la especie Humana.
Por
eso, puedo afirmar que, yo... uruguayo, sin lugar a dudas, pero
también un poco argentino, absolutamente sudamericano y
latinoamericano, bastante iberoamericano, y decididamente
cosmopolita.