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martes, 25 de noviembre de 2025

GRANDULÓN Y PELEADOR ESCRIBE CARLOS CASTILLOS


 

Grandulón es un término que, en Uruguay, se usa para señalar a personas,

generalmente niños o adolescentes, que suelen ser robustos físicamente y que

no se comportan de acuerdo a la madurez que deberían tener. “Grandulón e

inmaduro” suele ser una expresión despectiva, en la mayoría de los casos. Si

además de esas características, la persona es agresiva, provocadora y

buscadora de líos, aumenta el grado de descalificación. “Grandulón y peleador”

puede aplicarse perfectamente en estos tiempos, y en muchos sitios del

planeta, a esos gobernantes que se pasan todo el día provocando, amenazado

y generando tensiones aquí y allá, como si de esa forma se pudieran arreglar

muchos de los problemas que tenemos los seres humanos. ¿Cómo es posible

que no puedan sentarse a una mesa a conversar y canalizar diferencias, por

una vía pacífica? Parece sencillo. Y debería ser lo normal. Pero

lamentablemente eso no ocurre. En estos tiempos (como continuidad de una

historia muy parecida que no debería sorprender) la humanidad atraviesa otra

etapa en la cual predomina la ley del más fuerte y la creencia de los poderosos,

que pueden imponer sus condiciones a como dé lugar. Y en cualquier parte del

mundo. Así se suceden, casi a diario, las amenazas, advertencias, agresiones,

los ataques criminales, en los que siempre son víctimas todos, menos los

responsables de tomar estas decisiones. Y lo más grave aún es que muchos

de esos influyentes gobernantes que dirigen sus países (y algunos países

satélites) ya no respetan ningún acuerdo, norma, código o tratado internacional.

Ya no influyen la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Corte

Internacional de Justicia (CIJ) y la Corte Penal Internacional (CPI), organismos

creados con la idea de regular las relaciones entre Estados, en unos casos, y

entre ciudadanos en otros. Los ejemplos abundan. Y basta hacer un recorrido

por el planeta. Masacrar civiles, donde sea, se ha vuelto una costumbre de la

que casi nadie se escandaliza. Y si algún organismo de estos, por ejemplo la

ONU, emite alguna declaración condenatoria, nadie le hace caso. Es cómo si

no existiera esa declaración. Abundan los pronunciamientos que no tienen

ningún efecto sobre el hecho aludido. Se queda en eso. En el fondo, lo único

que genera este estado de cosas en estos tiempos es la ambición desmedida

por sumar y acumular bienes materiales, principalmente dinero. No hay otra

explicación. Los individuos que mueven el planeta quieren más y más. Y

actúan atropellando, arrasando, conquistando o intentando conquistar

territorios y riquezas. Pero si revisamos la historia no hay mucha diferencia.

Desde siempre ha sido así. Y parece el destino trágico de la humanidad. Salvo

que algún día desembarque en alguna costa un Quijote dispuesto a “desfacer

entuertos”, corregir injusticias y ayudar a los más débiles.

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