El colectivo NINJA consigue miles de seguidores, entrevistas exclusivas y la atención de los medios tradicionales
El entusiasmo popular por sus coberturas genera recelos entre activistas y periodistas
María Martín
São Paulo
El País de España
Manifestantes en las calles de Sao Paulo. / André Penner (AP)
Durante una de las manifestaciones de
São Paulo del pasado mes de junio el corresponsal de la cadena Globo en
Nueva York, Jorge Pontual, lanzaba en su Twitter: “Si la batería del Ninja no se muere, yo no duermo esta noche”.El
veterano periodista del medio más atacado durante las manifestaciones
en Brasil se refería a uno de los integrantes del grupo Ninja que
llevaba horas retransmitiendo la marcha desde su celular.
Los Ninja (Narrativas Independientes,
Periodismo y Acción) son un colectivo de unas cien personas, con
diferentes grados de implicación, que transmite en directo, sin cortes y
sin edición las manifestaciones que se suceden hace más de un mes por
todo el país. No son los primeros
en cocinar activismo con periodismo, añadiéndole una dosis de denuncia
ciudadana. Brasil tiene una red activa de grupos de media alternativos
como RioNaRúa, Jornalismo B, Moqueca Mídia o radiotube, pero este mes los Ninja han conseguido un protagonismo impensable para un grupo aún experimental. Hoy ya cuentan con más de 139.000 fans en Facebook y más de 13.000 en Twitter y algunas de sus retransmisiones las han seguido más de 100.000 personas.
En el mejor de los casos, los ninjas van a
las manifestaciones con un carrito de la compra cargado de ordenadores,
baterías, cámaras fotográficas y móviles.
“Hemos acabado siendo muy conocidos
porque formamos parte de una red, porque estamos organizados, pero hemos
sido uno más en ese contexto de periodismo ciudadano que ha surgido
durante las protestas”, explica Bruno Torturra, ex director de la
revista Trip y uno de los integrantes más volcados en el colectivo.
Pontual, así como otros muchos
periodistas de medios tradicionales, activistas, directores de
periódicos, estudiantes y ciudadanos de a pie han comenzado a acompañar
el minuto a minuto de las acciones de este grupo que comenzó a asomar la
cabeza hace casi dos años, pero que tuvo en marzo su primera referencia
oficial. Entonces nadie había oído hablar de ellos. Ahora, son blanco de miles de tweets, de reflexiones de la defensora del lector de Folha,
de las denuncias policiales, de la estrategia mediática de algunos
políticos, de reportajes extranjeros, son los ídolos de muchos de los
que claman en la calle por una información más libre.
En el mejor de los casos, los ninjas
van a las manifestaciones con un carrito de la compra cargado de
ordenadores, baterías, cámaras fotográficas y móviles. En el peor de los
escenarios, cuando los enfrentamientos con la policía marcan la
protesta como ocurre habitualmente en Río de Janeiro, el equipamiento se
limita a un móvil de última generación que les permita grabar y
retransmitir en directo a través de un software como twitcasting.
Esos teléfonos ya han hecho más ruido
con sus coberturas que muchos medios brasileños. Cuando todas las
portadas digitales de los periódicos y los telediarios aún se recreaban
con los detalles de la llegada del papa a Río de Janeiro, Facebook y
Twitter ardían con la detención de dos ninjas, acusados de “incitación a
la violencia”, que grabaron su propio arresto. Las redes y esa
retransmisión eran la manera de saber en ese momento qué ocurría frente
al Palacio del Guanabara, sede del Gobierno Estatal, mientras el Papa
Francisco era recibido por las autoridades de Brasil.
Fueron las grabaciones y la denuncia pública de los Ninja las que han llevado al Ministerio Público
a investigar si, como denunció el colectivo, policías militares
infiltrados se dedican a encender las protestas con cócteles molotov
“con la intención de deslegitimar las manifestaciones”, afirma
Torturra. Precisamente el NYT alberga en uno de sus blogs una
amplia relación de las imágenes, muchas de ellas grabadas por los Ninja,
que cuestionarían esa infiltración de agentes en las manifestaciones.
La cobertura de los Ninja ha conseguido fieles, Caetano Veloso les elogió en una columna,
pero también ha generado un intenso debate sobre las formas de hacer
periodismo en un momento en el que miles de manifestantes cuestionan el
poder y hegemonía de los medios tradicionales, en manos de cuatro
familias de la élite brasileña.
“La escena de uno de los ninjas erguido
en los brazos de los manifestantes frente a la comisaria es muy
elocuente respecto a la representatividad que esos jóvenes están
conquistando. Pero, por mucho que se reconozca el papel de ese
periodismo de combate, es necesario moderar un poco el entusiasmo y
dedicar un tiempo a la reflexión”, mantiene Sylvia Debossan, periodista y
profesora de la Universidad Federal Fluminense en la web Observatorio de Prensa, un foro desde el que se juzga el trabajo de la prensa brasileña.
“Hay ejemplos notables de reportaje,
como lo que ocurrió en la última manifestación [el día de la llegada del
Papa], pero hay fallos evidentes y hasta una cierta ingenuidad, como
ocurrió en la entrevista exclusiva al alcalde de Río, Eduardo Paes
(PMDB), el pasado día 19”, continúa Debossan. La entrevista a Paes,
aliado del Partido de los Trabajadores de la presidenta Dilma Rousseff,
causó un gran alboroto y marcó un antes y un después para los ninjas.
De la noche a la mañana, un político de alto nivel concedía una
entrevista en exclusiva a una red de periodismo independiente a la que
días antes no le permitieron participar una rueda de prensa del
gobernador de Rio Sergio Cabral.
El convite de Paes les regalaba
credibilidad –muchos medios se hicieron eco de la entrevista-, pero al
mismo tiempo les colocó en un brete. Los Ninja que acudieron a la cita
apenas tuvieron tiempo de prepararse las preguntas y el resultado fue,
sin duda, más favorable para el político que para los entrevistadores. Hubo
defensores, pero también una avalancha de críticas por haberse prestado
a ese regalo envenenado que, al final, ha expuesto al colectivo, sus
orígenes y sus intereses partidarios.
Los Ninja no surgen de la nada, son el
brazo audiovisual y se financian a través del colectivo cultural Fora do
Eixo (FdE), nacido en 2005 con la aspiración de alimentar la escena
musical de ciudades fuera del eje Río-São Paulo. Su estructura, dicen,
ya permite organizar 5.000 shows anuales en 200 ciudades, pero su éxito
genera antipatías.
Los críticos, involucrados en el mundo
del activismo en red y de las nuevas herramientas de comunicación, les
acusan de ser un grupo apadrinado y hasta financiado por el PT de
Rousseff; de contar con subvenciones de grandes empresas como Vale o
Petrobras que estarían lejos de proteger intereses de izquierda –como
los derechos de los indios o el medio ambiente- y de contar con una
organización vertical que no encajaría con la horizontalidad de los
movimientos sociales que impulsaron las protestas. Este periódico, sin
embargo, no ha conseguido que ninguno de esos críticos acepte ser
citado.
El líder de FdE Pablo Capilé niega que
Vale y Petrobras financien la red e insiste en que el 95% de sus
ingresos los genera su propia actividad cultural, el resto proviene de
subvenciones públicas y participación del sector. “Vale invirtió en un
evento, una vez, de los 30.000 que hemos hecho. Y de Petrobras hemos
recibido unos 800.000 reales (354.000 dólares) que provienen de dos
concursos público a los que todo el mundo puede presentarse”, defiende
Capilé.
Respecto a sus intereses partidarios,
no lo niega. Se relacionan con el PT y dialogan con otros partidos de
izquierda, incluyendo Rede, la sigla con espíritu ecologista con la que
Marina Silva competirá por la presidencia contra Rousseff. “Aquí todo el
mundo tiene derecho a declarar con quien está. De la misma manera que
no podemos criminalizar la inversión pública tampoco podemos
criminalizar la implicación política. Los Ninja dejan muy claro la idea
política que tienen de Brasil, no lo esconden”, afirma Capilé.