ESTRELLA DISTANTE
Por Mónica Maristain
Publicado en elMontevideano Laboratorio de Artes
El martes pasado murió
a los 50 años el escritor y poeta chileno Roberto Bolaño. Para
muchos, ya era el mejor escritor latinoamericano de estos tiempos.
Autor de culto durante buena parte de su vida, a partir del Premio
Rómulo Gallegos que ganó con su novela Los detectives salvajes en
1998, su obra se empezó a convertir en objeto de devoción para más
de una generación. En los últimos tiempos, además de las
entusiastas bienvenidas que le brindaban medios como Libération y Le
Monde y personalidades como Susan Sontag, algunos ya hasta jugaban
con la idea de verlo recibir un Nobel. En la misma semana de su
muerte, la periodista Mónica Maristain publicó en la edición
mexicana de Playboy esta larga entrevista en la que Bolaño habla de
todo: la literatura, sus años en la pobreza, su fe en los lectores,
la gramática de los desesperados, el paraíso imaginario y el
infierno tan temido.
En el desvaído
panorama de la literatura en lengua española, un espacio en el que
todos los días aparecen jóvenes redactores más preocupados por
ganar becas y puestos en los consulados que por aportar algo a la
creación artística, se destaca la figura de un hombre enjuto,
mochila azul en ristre, anteojos de enorme marco, cigarrillo
sempiterno entre los dedos, fina ironía a bocajarro siempre que haga
falta.
Roberto Bolaño, nacido
en Chile en 1953, es lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo al
oficio de escribir. Desde que con su monumental Los detectives
salvajes, acaso la gran novela mexicana de la contemporaneidad, se
hiciera famoso y se embolsara los premios Herralde (1998) y Rómulo
Gallegos (1999), su influencia y su figura han ido en crecimiento
constante: todo lo que dice, con su afilado humor, con su exquisita
inteligencia, todo lo que escribe, con su pluma certera, de gran
riesgo poético y profundo compromiso creativo, es digno de la
atención de quienes lo admiran y, por supuesto, de quienes lo
detestan. El autor, que aparece como personaje en la novela Soldados
de Salamina, de Javier Cercas, y que es homenajeado en la última
novela de Jorge Volpi, El fin de la locura, es, como todo hombre
genial, un divisor de opiniones, un generador de antipatías
acérrimas a pesar de su carácter tierno, su voz entre atiplada y
ronca, con la que responde, cortés, como todo buen chileno, que no
escribirá un cuento para la revista pues su próxima novela, que
tratará sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, ya va por
la página 900 y todavía no la acaba.
Roberto Bolaño vive en
Blanes, España, y está muy enfermo. Espera que un trasplante de
hígado le dé resto para vivir con esa intensidad que alaban quienes
tienen la fortuna de tratarlo en la intimidad. Dicen ellos, sus
amigos, que a veces se olvida de ir a la visita médica por escribir.
A los 50 años, este
hombre que recorrió Latinoamérica como mochilero, que se escapó de
las fauces del pinochetismo porque uno de los policías que lo
encarceló había sido su compañero en la escuela, que vivió en
México (alguna vez la calle Bucareli en un tramo llevará su
nombre), que conoció a los militantes del Farabundo Martí que luego
se convertirían en los asesinos del poeta Roque Dalton en El
Salvador, que fue vigilante en un camping catalán, vendedor de
bisutería en Europa y siempre un hurtador de buenos libros porque
leer no es sólo una cuestión de actitud, este hombre, decíamos, ha
transformado el rumbo de la literatura latinoamericana. Y lo ha hecho
sin avisar y sin pedir permiso, como lo hubiera hecho Juan García
Madero, antihéroe adolescente de su gloriosa Los detectives
salvajes: “Estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo
no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tía insistió y al
final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso lo dije
a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitación y lloré
toda la noche”. El resto, en las 608 páginas restantes de una
novela cuya importancia los críticos han comparado con Rayuela, de
Julio Cortázar, y hasta con Cien años de soledad, de Gabriel García
Márquez. Él diría, frente a tanta hipérbole: ni modo. Así que
mejor vayamos a lo que importa en esta coyuntura: a la entrevista.
___________________________________
¿Le dio algún valor
en su vida el haber nacido disléxico?
Ninguno. Problemas
cuando jugaba al fútbol, soy zurdo. Problemas cuando me masturbaba,
soy zurdo. Problemas cuando escribía, soy diestro. Como puedes ver,
ningún problema importante.
¿Siguió siendo
Enrique Vila-Matas amigo suyo luego de la pelea que tuvo usted con
los organizadores del Premio Rómulo Gallegos?
Mi pelea con el jurado
y los organizadores del premio se debió, básicamente, a que ellos
pretendían que yo avalara, desde Blanes y a ciegas, una selección
en la que yo no había participado. Sus métodos, que una pseudo
poeta chavista me transmitió por teléfono, se parecían demasiado a
los argumentos disuasorios de la Casa de las Américas cubana. Me
pareció que era un error enorme que Daniel Sada o Jorge Volpi fueran
eliminados a las primeras de cambio, por ejemplo. Ellos dijeron que
lo que yo quería era viajar con mi mujer e hijos, algo totalmente
falso. De mi indignación por esta mentira surgió la carta en donde
los llamé neostalinistas y algo más, supongo. De hecho, a mí me
informaron que ellos pretendían, desde el principio, premiar a otro
autor, que no era Vila-Matas, precisamente, cuya novela me parece
buena, y que sin duda era uno de mis candidatos.
¿Por qué no tiene
aire acondicionado en su estudio?
Porque mi lema no es Et
in Arcadia ego, sino Et in Esparta ego.
¿No cree que si se
hubiera emborrachado con Isabel Allende y Ángeles Mastretta otro
sería su parecer acerca de sus libros?
No lo creo. Primero,
porque esas señoras evitan beber con alguien como yo. Segundo,
porque yo ya no bebo. Tercero, porque ni en mis peores borracheras he
perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del
ritmo, un cierto rechazo ante el plagio, la mediocridad o el
silencio.
¿Cuál es la
diferencia entre una escribidora y una escritora?
Una escritora es
Silvina Ocampo. Una escribidora es Marcela Serrano. Los años luz que
median entre una y otra.
Quién le hizo creer
que es mejor poeta que narrador?
La gradación del rubor
que siento cuando, por pura casualidad, abro un libro mío de poesía
o uno de prosa. Me ruboriza menos el de poesía.
¿Usted es chileno,
español o mexicano?
Soy latinoamericano.
¿Qué es la patria
para usted?
Lamento darte una
respuesta más bien cursi. Mi única patria son mis dos hijos,
Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos
instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que
están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que
uno puede hacer con la patria.
¿Qué es la literatura
chilena?
Probablemente las
pesadillas del poeta más resentido y gris y acaso el más cobarde de
los poetas chilenos: Carlos Pezoa Véliz, muerto a principios del
siglo XX, y autor de sólo dos poemas memorables, pero, eso sí,
verdaderamente memorables, y que nos sigue soñando y sufriendo. Es
posible que Pezoa Véliz aún no haya muerto y esté agonizando y que
su último minuto sea un minuto bastante largo, ¿no?, y todos
estemos dentro de él. O al menos que todos los chilenos estemos
dentro de él.
¿Por qué le gusta
llevar siempre la contraria?
Yo nunca llevo la
contraria.
Usted tiene más amigos
que enemigos?
Tengo suficientes
amigos y enemigos, todos gratuitos.
¿Quiénes son sus
amigos entrañables?
Mi mejor amigo fue el
poeta Mario Santiago, que murió en 1998. Actualmente tres de mis
mejores amigos son Ignacio Echevarría y Rodrigo Fresán y A. G.
Porta.
¿Antonio Skármeta lo
invitó alguna vez a su programa?
Una secretaria suya,
tal vez su mucama, me llamó una vez por teléfono. Le dije que
estaba demasiado ocupado.
¿Javier Cercas
compartió con usted las regalías por Soldados de Salamina?
No, por supuesto.
Enrique Lihn, Jorge
Teillier o Nicanor Parra?
Nicanor Parra por
encima de todos, incluidos Pablo Neruda y Vicente Huidobro y Gabriela
Mistral.
¿Eugenio Montale, T.
S. Eliot o Xavier Villaurrutia?
Montale. Si en lugar de
Eliot estuviera James Joyce, pues Joyce. Si en lugar de Eliot
estuviera Ezra Pound, sin duda Pound.
John Lennon, Lady Di o
Elvis Presley?
The Pogues. O Suicide.
O Bob Dylan. Pero, bueno, no nos hagamos los remilgados: Elvis
forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y
atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro.
¿Quién lee más,
usted o Rodrigo Fresán?
Depende. El Oeste es
para Rodrigo. El Este para mí. Luego nos contamos los libros de
nuestras correspondientes áreas y parece que lo hubiéramos leído
todo.
Cuál es el mejor poema
de Pablo Neruda según usted?
Casi cualquiera de
Residencia en la Tierra.
¿Qué le hubiera dicho
a Gabriela Mistral si la hubiera conocido?
Mamá, perdóname, he
sido malo, pero el amor de una mujer hizo que me volviera bueno.
¿Y a Salvador Allende?
Poco o nada. Los que
tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada de
literatura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de
mis lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos.
Suena un poco melodramático. Suena a declaración de puta honrada.
Pero, en fin, así es.
¿Y a Vicente Huidobro?
Huidobro me aburre un
poco. Demasiado tralalí alalí, demasiado paracaidista que desciende
cantando como un tirolés. Son mejores los paracaidistas que
descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no
se les abre el paracaídas.
¿Octavio Paz sigue
siendo el enemigo?
Para mí, ciertamente,
no. No sé qué pensarán los poetas que durante esa época, cuando
yo viví en México, escribían como sus clones. Hace mucho que no sé
nada de la poesía mexicana. Releo a José Juan Tablada y a Ramón
López Velarde, incluso puedo recitar, si se tercia, a Sor Juana,
pero no sé nada de lo que escriben los que, como yo, se acercan a
los cincuenta años.
¿No le daría ahora
ese papel a Carlos Fuentes?
Hace mucho que no leo
nada de Carlos Fuentes.
Qué le produce el
hecho de que Arturo Pérez Reverte sea actualmente el escritor más
leído en lengua española?
Pérez Reverte o Isabel
Allende. Da lo mismo. Feuillet era el autor francés más leído de
su época.
¿Y el hecho de que
Arturo Pérez Reverte haya ingresado a la Real Academia?
La Real Academia es una
cueva de cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no está Juan
Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías, no está
Olvido García Valdez, no recuerdo si está Alvaro Pombo
(probablemente si está se deba a una equivocación), pero está
Pérez Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en la Academia
brasileña.
Se arrepiente de haber
criticado el menú que le sirvió Diamela Eltit?
Nunca critiqué su
menú. Si acaso, tendría que haber criticado su humor, un humor
vegetariano o, mejor, a dieta.
¿Le duele que ella lo
considere mala persona después de la crónica de aquella malograda
cena?
No, pobre Diamela, no
me duele. Me duelen otras cosas.
¿Ha vertido alguna
lágrima por las numerosas críticas que ha recibido por parte de sus
enemigos?
Muchísimas, cada vez
que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro
por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el
apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del
mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi
casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a
los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que
ningún mal les he hecho?
¿Cuál es la opinión
en torno de su obra que más valora?
Mis libros los lee
Carolina (su esposa) y después (Jorge) Herralde (el editor de
Anagrama) y después procuro olvidarlos para siempre.
¿Qué cosas compró
con el dinero que ganó en el Rómulo Gallegos?
No muchas. Una maleta,
según creo recordar.
De su época que vivía
de los concursos literarios, ¿hubo alguno que no pudo cobrar?
Ninguno. Los
ayuntamientos españoles, en este aspecto, son de una probidad fuera
de toda sospecha.
¿Era buen camarero o
mejor vendedor de bisutería?
El oficio en el que
mejor me he desempeñado fue el de vigilante nocturno de un camping
cerca de Barcelona. Nunca nadie robó mientras yo estuve allí.
Impedí algunas peleas que hubieran podido terminar muy mal. Evité
un linchamiento (aunque de buena gana, después, hubiera linchado o
estrangulado yo mismo al tipo en cuestión).
¿Ha experimentado el
hambre feroz, el frío que cala los huesos, el calor que deja sin
aliento?
Como dice Vittorio
Gassman en una película: modestamente, sí.
¿Ha robado algún
libro que luego no le gustó?
Nunca. Lo bueno de
robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con
detenimiento su contenido antes de perpetrar el delito.
¿Ha caminado alguna
vez en medio del desierto?
Sí, y en una ocasión,
además, del brazo de mi abuela. La anciana señora era incansable y
yo pensé que de esa no salíamos.
¿Ha visto peces de
colores debajo del agua?
Por supuesto. En
Acapulco, sin ir más lejos, en el año 1974 o 1975.
¿Se ha quemado la piel
con un cigarrillo?
Nunca voluntariamente.
¿Ha tallado en un
tronco de árbol el nombre de la persona amada?
He cometido desmanes
aún mayores, pero corramos un tupido velo.
¿Ha visto alguna vez a
la mujer más hermosa del mundo?
Sí, cuando trabajaba
en una tienda, allá por el año ’84. La tienda estaba vacía y
entró una mujer hindú. Parecía y tal vez fuera una princesa. Me
compró algunos colgantes de bisutería. Yo, por descontado, estaba a
punto de desmayarme. Tenía la piel cobriza, el pelo largo, rojo, y
por lo demás era perfecta. La belleza intemporal. Cuando tuve que
cobrarle me sentí muy avergonzado. Ella me sonrió como si me dijera
que lo entendía y que no me preocupara. Luego desapareció y nunca
más he vuelto a ver a alguien así. A veces tengo la impresión de
que era la mismísima diosa Kali, patrona de los ladrones y de los
orfebres, sólo que Kali también era la deidad de los asesinos, y
esta hindú no sólo era la mujer más hermosa de la Tierra sino que
también parecía ser una buena persona, muy dulce y considerada.
¿Le gustan los perros
o los gatos?
Las perras, pero ya no
tengo animales.
¿Qué cosas recuerda
de su niñez?
Todo. No tengo mala
memoria.
¿Coleccionaba
figuritas?
Sí. De fútbol y de
actores y actrices de Hollywood.
¿Tenía una patineta?
Mis padres cometieron
el error de regalarme un par de patines cuando vivimos en Valparaíso,
que es una ciudad de cerros. El resultado fue desastroso. Cada vez
que me ponía los patines era como si me quisiera suicidar.
¿Cuál es su equipo de
fútbol favorito?
Ahora ninguno. Los que
bajaron a segunda y luego, consecutivamente, a tercera y a regional,
hasta desaparecer. Los equipos fantasmas.
¿A qué personajes de
la historia universal le hubiera gustado parecerse?
A Sherlock Holmes. Al
capitán Nemo. A Julien Sorel, nuestro padre, al príncipe Mishkin,
nuestro tío, a Alicia, nuestra profesora, a Houdini, que es una
mezcla de Alicia, de Sorel y de Mishkin.
¿Se enamoraba de las
vecinas más grandes que usted?
Por supuesto.
¿Las compañeras de la
escuela le prestaban atención?
No creo. Al menos yo
estaba convencido de que no.
¿Qué cosas debe a las
mujeres de su vida?
Muchísimo. El sentido
del desafío y la apuesta alta. Y otras cosas que me callo por
decoro.
¿Ellas le deben algo a
usted?
Nada.
¿Ha sufrido mucho por
amor?
La primera vez, mucho,
después aprendí a tomarme las cosas con algo más de humor.
¿Y por odio?
Aunque suene un poco
pretencioso, nunca he odiado a nadie. Al menos estoy seguro de ser
incapaz de un odio sostenido. Y si el odio no es sostenido, no es
odio, ¿no?
¿Cómo enamoró a su
esposa?
Cocinándole arroz. En
esa época yo era muy pobre y mi dieta era básicamente de arroz, así
que lo aprendí a cocinar de muchas formas.
¿Cómo era el día que
se hizo padre por primera vez?
Era de noche, poco
antes de las 12, yo estaba solo, y como no se podía fumar en el
hospital me fumé un cigarrillo virtualmente encaramado en el
artesonado de la cuarta planta. Menos mal que no me vio nadie desde
la calle. Sólo la luna, habría dicho Amado Nervo. Cuando volví a
entrar una enfermera me dijo que mi hijo ya había nacido. Era muy
grande, casi calvo del todo, y con los ojos abiertos como
preguntándose quién demonios era ese tipo que lo tenía en los
brazos.
¿Lautaro será
escritor?
Yo sólo espero que sea
feliz. Así que mejor que sea otra cosa. Piloto de avión, por
ejemplo, o cirujano plástico, o editor.
¿Qué cosas reconoce
en él como suyas?
Por suerte se parece
mucho más a su madre que a mí.
¿Le preocupan las
listas de ventas de sus libros?
En lo más mínimo.
¿Piensa alguna vez en
sus lectores?
Casi nunca.
¿Qué cosas de todas
las que le han dicho sus lectores en torno de sus libros lo han
conmovido?
Me conmueven los
lectores a secas, los que aún se atreven a leer el Diccionario
filosófico de Voltaire, que es una de las obras más amenas y
modernas que conozco. Me conmueven los jóvenes de hierro que leen a
Cortázar y a Parra, tal como los leí yo y como intento seguir
leyéndolos. Me conmueven los jóvenes que se duermen con un libro
debajo de la cabeza. Un libro es la mejor almohada que existe.
¿Qué cosas lo han
enojado?
A estas alturas
enojarse es perder el tiempo. Y, lamentablemente, a mi edad el tiempo
cuenta.
¿Ha tenido miedo
alguna vez de sus fans?
He tenido miedo de los
fans de Leopoldo María Panero, el cual, por otra parte, me parece
uno de los tres mejores poetas vivos de España. En Pamplona, durante
un ciclo organizado por Jesús Ferrero, Panero cerraba el ciclo y a
medida que se aproximaba el día de su lectura la ciudad o el barrio
donde estaba nuestro hotel se fue llenando de freaks que parecían
recién escapados de un manicomio, que, por otra parte, es el mejor
público al que puede aspirar cualquier poeta. El problema es que
algunos no sólo parecían locos sino también asesinos y Ferrero y
yo temimos que alguien, en algún momento, se levantara y dijera: yo
maté a Leopoldo María Panero y después le descerrajara cuatro
balazos en la cabeza al poeta, y ya de paso, uno a Ferrero y el otro
a mí.
¿Qué siente cuando
hay críticos como Darío Osses que considera que usted es el
escritor latinoamericano con más futuro?
Debe ser una broma. Yo
soy el escritor latinoamericano con menos futuro. Eso sí, soy de los
que tienen más pasado, que al cabo es lo único que cuenta.
¿Le despierta
curiosidad el libro crítico que está preparando su compatriota
Patricia Espinoza?
Ninguna. Espinoza me
parece una crítica muy buena, independientemente de cómo vaya a
quedar yo en su libro, que supongo que no muy bien, pero el trabajo
de Espinoza es necesario en Chile. De hecho, la necesidad de una,
llamémosla así, nueva crítica, es algo que empieza a ser urgente
en toda Latinoamérica.
¿Y el de la argentina
Celina Mazoni?
A Celina la conozco
personalmente y la quiero mucho. A ella le dediqué uno de los
cuentos de Putas asesinas.
¿Qué cosas lo
aburren?
El discurso vacío de
la izquierda. El discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado.
¿Qué cosas lo
divierten?
Ver jugar a mi hija
Alexandra. Desayunar en un bar al lado del mar y comerme un croissant
leyendo el periódico. La literatura de Borges. La literatura de
Bioy. La literatura de Bustos Domecq. Hacer el amor.
¿Escribe a mano?
La poesía, sí. Lo
demás, en una vieja computadora de 1993.
Cierre los ojos, ¿cuál
de todos los paisajes de la Latinoamérica que usted recorrió le
viene primero a la memoria?
Los labios de Lisa en
1974. El camión de mi padre averiado en una carretera del desierto.
El pabellón de tuberculosos de un hospital de Cauquenes y mi madre
que nos dice a mi hermana y a mí que aguantemos la respiración. Una
excursión al Popocatépetl con Lisa, Mara y Vera y alguien más que
no recuerdo, aunque sí recuerdo los labios de Lisa, su sonrisa
extraordinaria.
¿Cómo es el paraíso?
Como Venecia, espero,
un lugar lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y se
desgasta y que sabe que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al
fin y al cabo no importa.
¿Y el infierno?
Como Ciudad Juárez,
que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de
nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la
libertad y de nuestros deseos.
¿Cuándo supo que
estaba gravemente enfermo?
En el ‘92.
¿Qué cosas de su
carácter cambió la enfermedad?
Ninguna. Supe que no
era inmortal, lo cual, a los 38 años, ya iba siendo hora de que lo
supiera.
¿Qué cosas desea
hacer antes de morir?
Ninguna en especial.
Bueno, preferiría no morirme, claro. Pero tarde o temprano la
distinguida dama llega, el problema es que a veces no es una dama ni
mucho menos es distinguida, sino más bien, como dice Nicanor Parra
en un poema, es una puta caliente, que es algo que hace dar diente
con diente al más pintado.
¿Con quién le
gustaría encontrarse en el más allá?
No creo en el más
allá. Si existiera, qué sorpresa. Me matricularía de inmediato en
algún curso que estuviera dando Pascal.
¿Pensó alguna vez en
suicidarse?
Por supuesto. En alguna
ocasión sobreviví precisamente porque sabía cómo suicidarme si
las cosas empeoraban.
¿Creyó en algún
momento que se estaba volviendo loco?
Por supuesto, pero me
salvó siempre el sentido del humor. Me contaba historias que me
volvían loco de risa. O recordaba situaciones que hacían que me
tirara al suelo a reírme.
La locura, la muerte y
el amor, ¿de qué de estas tres cosas ha habido más en su vida?
Espero de todo corazón
que haya habido más amor.
¿Qué cosas lo hacen
reír a mandíbula batiente?
Las desgracias propias
y ajenas.
¿Qué cosas lo hacen
llorar?
Lo mismo: las
desgracias propias y ajenas.
¿Le gusta la música?
Mucho.
¿Usted ve su obra como
la suelen ver sus lectores y críticos: arriba de todo Los detectives
salvajes y luego todo lo demás?
La única novela de la
que no me avergüenzo es Amberes, tal vez porque sigue siendo
ininteligible. Las malas críticas que ha recibido son mis medallas
ganadas en combate, no en escaramuzas con fuego simulado. El resto de
mi “obra”, pues bueno, no está mal, son novelas entretenidas, el
tiempo dirá si algo más. Por ahora me dan dinero, se traducen, me
sirven para hacer amigos que son muy generosos y simpáticos, puedo
vivir, y bastante bien, de la literatura, así que quejarse sería
más bien gratuito y desagradecido. Pero la verdad es que no les
concedo mucha importancia a mis libros. Estoy mucho más interesado
en los libros de los demás.
¿No le sacaría
algunas páginas a Los detectives salvajes?
No. Para sacarle
páginas tendría que releerlo y eso mi religión me lo prohíbe.
¿No le da miedo que
alguien quiera hacer la versión cinematográfica de la novela?
Ay, Mónica, yo les
tengo miedo a otras cosas. Digamos: cosas más terroríficas,
infinitamente más terroríficas.
¿El ojo Silva es un
homenaje a Julio Cortázar?
De ninguna manera.
Cuando terminó de
escribir El ojo Silva, ¿no sintió que había escrito un cuento
capaz de estar a la altura, por ejemplo, de Casa tomada?
Cuando terminé de
escribir El ojo Silva dejé de llorar o algo parecido. Qué más
quisiera yo que se pareciera a uno de Cortázar, aunque Casa tomada
no es uno de mis favoritos.
¿Cuáles son los cinco
libros que marcaron su vida?
Mis cinco libros en
realidad son cinco mil. Menciono éstos sólo a manera de punta de
lanza o embajada aviesa: El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de
Melville. La Obra Completa, de Borges. Rayuela, de Cortázar. La
conjura de los necios, de Kennedy Toole. Pero también debería
citar: Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché. Todo Ubú, de
Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El
proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus, de
Wittgenstein. La
invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La
Historia de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos, de Pascal.
¿Se
lleva bien con su editor?
Bastante
bien. Herralde es una persona inteligente y a menudo encantadora. Tal
vez a mí me convendría más que no fuera tan encantador. Lo cierto
es que ya hace ocho años que lo conozco y, al menos de mi parte, el
cariño no hace más que crecer, como dice un bolero. Aunque tal vez
me convendría no quererlo tanto.
¿Qué
dice de los que piensan que Los detectives salvajes es la gran novela
mexicana de la contemporaneidad?
Que
lo dicen por lástima, me ven decaído o desmayándome en las plazas
públicas y no se les ocurre nada mejor que una mentira piadosa, que
por lo demás es lo más indicado en estos casos y ni siquiera es
pecado venial.
¿Es
cierto que fue Juan Villoro el que le convenció para que no titulara
Tormentas de mierda a su novela Nocturno de Chile?
Entre
Villoro y Herralde.
¿De
quién más escucha consejos alrededor de su obra?
Yo
no escucho consejos de nadie, ni siquiera de mi médico. Yo doy
consejos a diestra y siniestra, pero no escucho ninguno.
¿Cómo
es Blanes?
Un
pueblo bonito. O una ciudad pequeñita, de treinta mil habitantes,
bastante bonita. Fue fundada hace dos mil años, por los romanos, y
luego pasaron por aquí gente de todos los lugares. No es un
balneario de ricos sino de proletarios. Obreros del norte o del este.
Algunos se quedan a vivir para siempre. La bahía es bellísima.
¿Extraña
algo de su vida en México?
Mi
juventud y las caminatas interminables con Mario Santiago.
¿A
qué escritor mexicano admira profundamente?
A
muchos. De mi generación admiro a Sada, cuyo proyecto de escritura
me parece el más arriesgado, a Villoro, a Carmen Boullosa, entre los
más jóvenes me interesa mucho lo que hacen Alvaro Enrigue y
Mauricio Montiel, o Volpi e Ignacio Padilla. Sigo leyendo a Sergio
Pitol, que cada día escribe mejor. Y a Carlos Monsiváis, el cual,
según me contó Villoro, motejó como Pol Pit a Taibo 2 o 3 (o 4),
lo que me parece un hallazgo poético. Pol Pit, ¿es perfecto, no?
Monsiváis sigue con las uñas aceradas. También me gusta mucho lo
que hace Sergio González Rodríguez.
¿El
mundo tiene remedio?
El
mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y esa es nuestra suerte.
¿Usted
tiene esperanzas, en qué, en quiénes?
Mi
querida Maristain, vuelve usted a empujarme a los potreros de la
cursilería, que son mis potreros natales. Yo tengo esperanza en los
niños. En los niños y en los guerreros. En los niños que follan
como niños y en los guerreros que combaten como valientes. ¿Por
qué? Me remito a la lápida de Borges, como diría el ínclito
Gervasio Montenegro, de la Academia (como Pérez Reverte, fíjese
usted) y no hablemos más de este asunto.
¿Qué
sentimientos le despierta la palabra póstumo?
Suena
a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso
quiere creer el pobre Póstumo para darse valor.
¿Qué
opina de quienes opinan que usted ganará el Premio Nobel?
Estoy
seguro, querida Maristain, de que no lo ganaré, como también estoy
seguro de que algún atorrante de mi generación sí que lo ganará y
ni siquiera me mencionará de pasada en su discurso de Estocolmo.
¿Cuándo
ha sido más feliz?
Yo
he sido feliz casi todos los días de mi vida, al menos durante un
ratito, incluso en las circunstancias más adversas.
¿Qué
le hubiera gustado ser si no hubiera sido escritor?
Me
hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser
escritor. De eso estoy absolutamente seguro. Un tira de homicidios,
alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no
asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí que me hubiera
vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en
la boca.
¿Confiesa
que ha vivido?
Bueno,
sigo vivo, sigo leyendo, sigo escribiendo y viendo películas, y como
les dijo Arturo Prat a los suicidas de la Esmeralda, mientras yo
viva, esta bandera no se arriará.