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sábado, 7 de diciembre de 2013

Las 20 contraseñas que no deberías usar


Cromo - 6/12/2013
Un nuevo robo de millones de passwords deja al descubierto las escasas medidas que toman los usuarios al momento de proteger sus cuentas
Mano teclado “La gente sigue prefiriendo la comodidad a la seguridad”, igual que en 2006, fue la conclusión de los expertos de Spiderlab, al tiempo que reportaban esta semana haber encontrado dos millones de contraseñas robadas en todo el mundo en una red de hackers.
En octubre, el robo de otras 38 millones de cuentas y passwords a los usuarios de Adobe había reforzado la idea de que la gran mayoría de los usuarios no piensa demasiado antes de elegir una contraseña. Según recoge Business Insider, en ese entonces la BBC informó que la contraseña más popular entre las que habían sido obtenidas por cibercriminales era “123456″. En total, 1,9 millones de usuarios usaban esa secuencia.
Por su parte, Spiderlab sostuvo que entre las dos millones de contraseñas halladas “había más terribles que excelentes, más malas que buenas, y la mayoría, como es usual, se encontraba en algún lugar de la categoría media”.
A raíz de estos incidentes, Adobe publicó una la lista de las 20 peores contraseñas, es decir, aquellas que más que proteger al usuario lo dejan prácticamente a merced de los cibercriminales. Por eso, si encontrás la tuya en el listado a continuación, tal vez lo mejor sea que elijas una nueva, un poco más elaborada.

Top 20 de las peores passwords según Adobe:

> 123456
> 123456789
> password
> admin
> 12345678
> qwerty
> 1234567
> 111111
> photoshop
> 123123
> 1234567890
> 000000
> abc123
> 1234
> adobe1
> macromedia
> azerty
> iloveyou
> aaaaaa
> 654321 

El matrimonio homosexual en series de televisión


La evolución de la familia es una fuente de inspiración para las series de televisión del siglo XXI, que abordan sin prejuicios la homoparentalidad, el matrimonio gay y las familias reconstituidas.

Publicado el: 7 de diciembre de 2013 a las 13:17
Por: Redacción 180
(modern-family.tv/gallery)
(modern-family.tv/gallery)
El abuelo que asume su homosexualidad en la exitosa serie argentina "Solamente vos" o la pareja de dos hombres de la telenovela brasileña "Amor a Vida", que tienen un hijo con un vientre de alquiler y además adoptan a un niño negro, son sólo algunos de los ejemplos de cómo la pequeña pantalla se hace eco de los cambios sociales en la vida real.
"La televisión toma el pulso a la sociedad y los cambios sociales de manera mucho más sensible, diversa e inmediata que el cine", explica el crítico de cine francés Xavier Leherpeur. "Y esto es especialmente cierto cuando se trata del matrimonio gay y de los derechos de los homosexuales", añade.
20 países del mundo autorizan actualmente el matrimonio entre personas del mismo sexo, en todo o parte de su territorio, incluidos 16 estados de Estados Unidos, uno de los países donde más se trata el tema en televisión.
Ya en 1996, la comedia "Friends" generó cierta controversia con un episodio sobre una boda lesbiana. Un año más tarde la 'sitcom' "Ellen" hizo historia cuando su protagonista, Ellen DeGeneres, anunció públicamente su homosexualidad.
Desde entonces, los guionistas han explorado cada vez más la realidad de las familias.
Filmada como un falso documental, "Modern Family", una serie que se emite desde 2009, explica la vida de tres familias: una tradicional, otra homosexual -con una hija adoptiva vietnamita- y otra formada por un hombre de sesenta años casado con una mujer mucho más joven, la colombiana Sofía Vergara.
"Es una serie muy abierta, que ha mostrado una gran variedad de familias sin señalarlas con el dedo" asegura Aurélie Blot, profesora de la Universidad de Burdeos y especialista del tema.
"The New Normal", que terminó en abril su primera temporada en Estados Unidos, cuenta la historia de una pareja gay que busca un vientre de alquiler. "Sean Saves the World", emitida desde octubre, muestra a un padre gay y a su hija adolescente. Y "The Fosters", producida por Jennifer López, narra la vida de un par de lesbianas y de sus tres hijos.
De la idealización a la modernidad
Las series de televisión estadounidenses mostraron durante mucho tiempo un modelo de familia tradicional idealizado, desde "Father Knows Best" en los años 1950, hasta "The Waltons" en la década de 1970.
Pero estas familias de la televisión cambiaron junto con la sociedad: "The Brady Bunch", que se emitió entre 1969 y 1974, giraba en torno a una gran familia reconstituida con seis hijos de relaciones anteriores.
Familias ensambladas de todo tipo y tamaño aparecieron en las 'sitcoms' de la década de 1980, entre ellas "Diff'rent Strokes", en el que dos niños negros conviven con un padre adoptivo blanco y su hija.
Y cuando las series regresaron a la familia más clásica a menudo lo hicieron con una vuelta de tuerca, como en "The Cosby Show" en los años 1980 o la familia disfuncional de "Married with Children" en los 1990.
La homoparentalidad parece ser el tema preferido de los guionistas del siglo XXI. En el Reino Unido, por ejemplo, la serie "Threesome" pone el foco sobre una pareja heterosexual que tiene un hijo con un amigo gay, mientras que en Israel, "Mom and Dads" se basa en un trío entre dos gays y la madre de su hijo.
En Francia, la exitosa serie "Plus belle la vie", con cinco millones de espectadores diarios, celebró el primer matrimonio gay de la ficción francesa en junio de 2013, justo un mes después de la aprobación de la ley que permite las uniones entre personas del mismo sexo.
Sin embargo, no siempre se puede hablar de la homosexualidad en la televisión. En Chile, la versión local de "Modern Family", actualmente en rodaje, modificó la parte en que una pareja gay adopta a un bebé, algo prohibido en ese país.
(AFP)

Pastillas para el dolor de vida


El uso de antidepresivos se ha disparado en toda Europa. En España o Reino Unido se ha doblado en 10 años. Se prescriben para la tristeza cotidiana o el duelo


El País de España


 
Cinco medios europeos, entre ellos EL PAÍS, consultaron a sus lectores sobre el uso de antidepresivos (gráfico en inglés).

El consumo de antidepresivos se ha disparado en España. Desde que se extendió el diagnóstico de la depresión y su prescripción en los centros de atención primaria en la década de los noventa, el uso de estos fármacos ha vivido una escalada constante. Su uso se ha doblado en una década. De las 30 dosis diarias por cada 1.000 habitantes registradas en el año 2000 se ha pasado a 64 en 2011, según los últimos datos de la OCDE. Y si ese incremento había sido progresivo —desde el gran salto provocado por la aparición y la popularización de medicamentos como la fluoxetina a finales de los ochenta—, desde el inicio de la crisis la escalada ha sido algo mayor. Entre 2008 y 2009 la venta en las farmacias de antidepresivos aumentó un 5,7%, y entre 2009 y 2010 un 7,5%; hasta los 37,8 millones de envases, según datos de la consultora de referencia del sector IMS Health. En 2012 se superaron, con mucho, los 38 millones.
El consumo de antidepresivos.
La extensión del diagnóstico de lo que se considera una depresión, la medicalización del sufrimiento más cotidiano y la indicación de estos fármacos para otras patologías (como para algunos trastornos endocrinos o para la fibromialgia), son algunas de las razones con las que los expertos explican ese incremento que se ha producido, además, en toda Europa. Pero mientras su consumo no decae, la utilidad y la efectividad de estos medicamentos para combatir las depresiones leves y moderadas está en cuestión. EL PAÍS, junto a otros cinco grandes diarios que comparten el proyecto Europa —The Guardian, Le Monde, La Stampa, Gazeta Wyborcza, Süddeutsche Zeitung—, ha preguntado durante varias semanas a los lectores si han prescrito (a los sanitarios) o tomado antidepresivos, y si han funcionado. Más de 4.000 personas de Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España han aportado sus experiencias a través de un cuestionario online. La mayoría de ellos aseguran que los fármacos les han ayudado, aunque particularmente aquellos que los han acompañado de otro tipo de terapias.
En los últimos años varias investigaciones científicas han analizado la efectividad o el beneficio de los antidepresivos para combatir los síntomas leves o moderados de la depresión —para los severos no está en cuestión—. Las conclusiones han sido similares en todos ellos: por sí solos su eficacia es muy limitada. Así lo determinó, por ejemplo, un amplio estudio realizado en 2008 por investigadores británicos sobre tres de los principios activos que, aunque ya no lo son, eran los más vendidos en ese momento: fluoxetina (el popular Prozac, que durante años se denominó ‘la píldora de la felicidad’), venlafaxina (Efexor) y paroxetina (Serotax, conocida también como ‘píldora de la timidez’). El análisis, publicado en la revista Plos Medical, determinó que para aquellos pacientes que no tenían síntomas graves los antidepresivos eran igual de útiles que una pastillita de azúcar; es decir, un placebo. Otro trabajo más reciente —de este mes— realizado por expertos neozelandeses con los datos de 14.000 personas que consumieron antidepresivos durante más de un año determina que este tratamiento farmacológico no se traduce en una mejora a largo plazo en los pacientes con trastornos del estado de ánimo.
Sin otra terapia, los fármacos no siempre sirven para síntomas leves
“Hay un consumo indicado por los médicos pero reclamado por el paciente para problemas relacionados con el sufrimiento y el dolor. Para afrontar un duelo, para paliar el malestar tras una ruptura amorosa, también para los problemas laborales”, apunta Eudoxia Gay, presidenta de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN). Los médicos, reconoce, los prescriben para afrontar estas realidades y también para los síntomas leves y moderados. Y estos fármacos, precisan desde el laboratorio Lilly —fabricante de algunos de ellos—, están indicados para el trastorno depresivo mayor. “Para ello sí son útiles. Pero, aunque hay que revisar caso a caso, para paliar el sufrimiento cotidiano, al igual que para los cuadros menores de ansiedad, son más eficaces otras terapias que mejoran y no cronifican el sufrimiento humano que tan mal se tolera hoy y al que se responde farmacologizándolo”, sigue Gay.
Ejemplo de ello es que al ritmo que han crecido los antidepresivos lo han hecho también los ansiolíticos (cuyo uso ha aumentado un 37,3% desde el año 2000 a 2011) y los medicamentos hipnóticos y sedantes, que se han incrementado un 66,2%, según un estudio de investigadores de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios. De hecho, un informe de la Junta de Andalucía resume que la depresión o los trastornos ansiosodepresivos son la tercera causa de consulta en Atención Primaria.
En España en 2012 se vendieron 38,7 millones de envases de estos productos
El psiquiatra Alberto Ortiz Lobo cree que bajo la etiqueta de ‘depresión’ se están patologizando emociones normales. Asegura que en los años noventa la industria farmacéutica y algunas sociedades médicas hicieron programas específicos y campañas de difusión para ayudar a detectar la depresión. “Desde entonces ha sido un no parar, porque se han ampliado los límites de lo que se considera una depresión. Ahora tras ese constructo, bajo ese paraguas, se mete cualquier sintomatología de tristeza o desánimo que se pueda tener, aunque sea sana, legítima y proporcionada”, dice. Tanto la detección actual de la depresión como la prescripción de antidepresivos, apunta, son parámetros que están lejos de las cifras de prevalencia de esta patología en la población general de los estudios epidemiológicos clásicos, que sostienen que afectaría a entre el 3% y el 9% de la población.
José Antonio Sacristán, director médico de Lilly España, apunta otros factores que podrían haber contribuido al aumento del uso de estos fármacos. “Primero que los actuales son más seguros y mejor tolerados que los primeros antidepresivos”, dice. Segundo, asegura, “que se ha demostrado su eficacia y han sido aprobados por las agencias reguladoras para el tratamiento de otras patologías mentales como los trastornos de ansiedad”.
Cada vez más médicos 'recetan' deporte, libros o psicoterapia
En otros países, con algunas tímidas excepciones, como Holanda, la situación es similar. En Alemania, Bélgica o Reino Unido, el consumo de medicamentos indicados para este problema han aumentado tanto como en España. “Se suelen prescribir estos fármacos con mucha facilidad. Y muchas veces los pacientes piensan que si están medicándose y no les funciona es porque necesitan algo más fuerte, no porque quizá no estén deprimidos”, remarca Alain Vallée, psiquiatra en Nantes y uno de los más de un centenar de profesionales sanitarios que contestó a la encuesta puesta en marcha por los seis diarios europeos. La mayoría de ellos, como recoge The Guardian —que ha verificado y ha hecho un tratamiento a fondo de los datos—, sostiene que en gran parte de Europa hay una amplia “cultura de la prescripción”. Apuntan que los antidepresivos son un buen recurso, y necesario, para tratar la depresión severa pero también hablan de su frustración para abordar los casos leves o moderados debido a los escasos recursos, tanto de tiempo como de disponibilidad de otras terapias.
A Laura le mandaron estas medicinas cuando su madre enfermó
En España, el grueso de la prescripción de antidepresivos se realiza en atención primaria. De hecho, solo el 30% de estos fármacos se recetan por un especialista. Los recursos no son, ni mucho menos, abundantes: en la sanidad pública hay menos de seis profesionales sanitarios especializados en salud mental (psicólogos clínicos o psiquiatras) por cada 100.000 habitantes. Esta cifra, apunta Carlos Mur, director científico de la Estrategia Nacional de Salud Mental del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, no es crítica pero está lejos de la de países como los nórdicos. En Suecia, por ejemplo, hay casi el doble.
Mur —que cree que más que un aumento de personal, lo que hace falta es una mejor gestión del que hay— aclara que esa cifra se obtiene por estimación. No hay datos oficiales que permitan contabilizar de manera clara los servicios de salud mental que hay en el país, aunque la estrategia que coordina está realizando un estudio para poder dibujar un mapa claro. Un estudio de la Asociación Española de Neuropsiquiatría de 2010 hablaba de datos similares a los que menciona Mur, pero mostraba también otro ángulo importante: la gran diferencia entre comunidades autónomas. Un ejemplo: en Galicia contabilizaron 2,30 psiquiatras trabajando para la sanidad pública por cada 100.000 habitantes, en Asturias 5,20.
Hay menos de seis profesionales de salud mental por cada 100.000 habitantes
Laura Crespo tomó antidepresivos durante más de seis meses. Su médico de cabecera se los recetó cuando diagnosticaron cáncer a su madre. “En su momento la medicación me ayudó. No levantaba cabeza, estaba tristísima y necesitaba sobreponerme rápido para poder asumir con ella el tratamiento; para poderla acompañar y sostener”, cuenta. No hizo otra terapia. “La verdad es que prefería el tratamiento con fármacos”, reconoce. Carlos R. acudió al centro de salud porque estaba triste y desganado. “Estaba deprimido…”, resume. “Me recetaron antidepresivos pero después, por mi cuenta, decidí ir al psicólogo. Creo que eso fue lo que más me ayudó aunque estuve combinando ambas cosas hasta que dejé progresivamente la medicación”, cuenta. En su caso fueron problemas laborales y familiares los que le provocaron el sufrimiento. “Sigo yendo al psicólogo, aunque hemos espaciado las visitas”, dice.

Experiencias europeas diversas

Más de 4.000 europeos que toman o tomaron antidepresivos contaron su caso en la encuesta puesta en marcha por EL PAÍS y otros cinco medios europeos —The Guardian, Le Monde, La Stampa, Gazeta Wyborcza, Süddeutsche Zeitung—. La mayoría cree que les ayudaron; otros que sin otras terapias no hubieran servido. También hay experiencias negativas. Dos ejemplos:
- Bob tomó un tipo de estos fármacos durante tres años. Dejó de hacerlo por el efecto que tenían en su vida diaria. “Al principio me sentí mejor, pero a la larga me volví una persona que no tenía emociones ni sentimientos”, cuenta a través del cuestionario online.
- Megan cuenta cómo los fármacos no le devolvieron la felicidad. “Pero me sacaron de la oscuridad y me permitieron ver con perspectiva mi problema”, dice. En su caso, su problema lo causaba la enfermedad de su madre y sus dificultades laborales.
“Aunque en algunos casos pueden ayudar a superar una situación puntual, los fármacos no van a dar solución a las depresiones o problemas cuyo origen es social o psicológico. Son fármacos, además, que aunque se han perfeccionado mucho, tienen efectos adversos y su tratamiento no se puede discontinuar así como así”, aclara Mur. Este experto, que además, es gerente de un instituto psiquiátrico de Leganés (Madrid), asegura que son cada vez más los médicos de atención primaria que derivan a los servicios de salud mental —aunque la gran mayoría ya llevan pautado el tratamiento farmacológico— y que recomiendan otras terapias que pueden ayudar a superar el problema o a lograr mayor bienestar. “Está ganando terreno la psicoterapia y opciones como el Yoga o el Mindfullness”, dice.
A Adrián, funcionario de 43 años, el médico le recomendó varios libros y a Lucía, de 17, la derivaron a la consulta de salud mental de su ambulatorio. “Allí, la psicóloga me dijo que viera varias películas, todas protagonizadas por mujeres; la idea era que tomase referentes”, cuenta. El psicólogo Antoni Bolinches, que ha escrito varios libros de autoayuda como Tú y yo somos seis o Peter Pan puede crecer, expone que en las depresiones leves o moderadas los fármacos tratan los síntomas pero no la causa. Por eso, a veces, cuando el tratamiento acaba el problema sigue ahí. “Las depresiones exógenas o reactivas, es decir aquellas que vienen de fuera, de algo que te está afectando o que te ha sucedido, deberían tratarse sobre todo, o también, psicológicamente. Porque si el paciente aprende a llevar bien el problema obtiene el doble de beneficio: lo supera pero además aprende”, dice. Sin embargo, reconoce que hay personas que prefieren tomar medicación. “Hemos creado un modelo social en el que no estamos acostumbrados al esfuerzo y a las dificultades, por eso recurrimos a la farmacología”, dice.
Gema (que prefiere no dar su apellido) explica que estuvo tomando primero ansiolíticos y después antidepresivos casi un año. “En mi caso se me juntó todo: el fallecimiento de mi padre, problemas en el trabajo y en mi relación. Hablé con el médico porque estaba fatal y me los recetó. Ahora estoy mejor, me siento más fuerte para afrontar las cosas. La verdad, si hay algo que me puede ayudar no sé porque no lo iba a usar”, incide.
Una experta: "El sufrimiento se tolera mal y se está farmacologizando"
El psiquiatra Alberto Ortiz Lobo explica que los fármacos para tratar la depresión inducen ciertos estados psicológicos. “Suelen producir un distanciamiento emocional, para bien o para mal, de lo que está pasando. Si estoy tristísimo eso me viene bien, pero ya no vivo tan intensamente. Eso, por ejemplo, provoca una pérdida de deseo sexual o una lejanía de otras cosas”, matiza.
Este experto cree que una de las dificultades que afrontan los médicos ante los síntomas que se podrían definir como depresivos leves o moderados es la de saber dónde está el límite entre la normalidad y la patología. “Para ello hay que hacer una evaluación del individuo, se necesita tiempo y también un seguimiento”, expone. A veces ninguna de las dos partes lo tienen fácil para sacar ese hueco.
Mur explica que dentro de la revisión de la Estrategia de Salud Mental, que se está haciendo ahora, hay varias líneas destinadas a mejorar la colaboración y la interacción entre la Primaria y la atención especializada. Con ello se mejorará la atención de esta patología, apunta. Reconoce, sin embargo, que el texto que coordina y que sirve de pauta para abordar los trastornos mentales se centra sobre todo en los graves. “El abordaje de los síntomas leves o moderados de depresión es una asignatura pendiente a pesar de que es un problema social creciente”, dice.


Joan Baez en Uruguay


La compositora estadounidense se presentará en el Auditorio Nacional

Un ícono vendrá en marzo

Joan Baez, máxima representante de la canción de protesta americana de los años `60 junto a Bob Dylan, se presentará el próximo 11 de marzo en el Auditorio Nacional del Sodre.

Un icono de los 60 tocará por primera vez en Uruguay.
Gonzalo Palermo
El País
La presencia de Baez se convierte en una de las citas imperdibles del año próximo en materia de recitales. Las entradas para el show ya se encuentran a la venta en Red UTS, Red Pagos y Tienda Inglesa de todo el país, con precios que van desde los 950 a los 2000 pesos. Su último trabajo discográfico, Day After Tomorrow, data de 2008, pero su prolífica y comprometida carrera prometen un show de enorme categoría.
En los tempranos `60, cuando Baez se erigió como una de las máximas figuras del folk americano, el mundo (y Estados Unidos en particular) estaba en plena transformación. La juventud, por cortesía del movimiento hippie, empezaba desde San Francisco una cruzada por las libertades individuales y el desarrollo espiritual, además de la experimentación con las drogas. Las minorías, en tanto, pujaban por sus derechos, condensados en Tengo un sueño, el recordado discurso de Martin Luther King. Mientras tanto, incontables jóvenes combatían en Vietnam en una guerra que pocos apoyaban.
El papel de Baez en medio de todo este escenario convulsionado fue más que activo. Justamente, acompañó a Luther King con la Marcha sobre Washington aquel 28 de agosto de 1963, que culminó con el discurso en la escalinata del Monumento a Lincoln, en uno de los tantos actos políticos en los que tomó una posición clara en favor de los desposeídos o desplazados.
Su clara oposición al conflicto en Vietnam generó que la CIA abriera un expediente y la marcara como una de las personalidades "subversivas" de aquellos tiempos, junto a Bob Dylan y Phil Ochs, entre otros artistas de fuerte implicancia social. Su postura la llevó también a negarse a pagar ciertos impuestos alegando que eran destinados a la guerra. Incluso viajó a Hanoi en 1972 llevando cartas a los soldados en misión y soportó el peor bombardeo de toda la guerra.
Al tanto de las dictaduras en Latinoamérica, Baez publicó en 1974 el disco en español Gracias a la vida (en directa alusión a la canción de Violeta Parra) y se solidarizó con la oposición a los procesos dictatoriales. En Argentina, además de llenar dos veces el Luna Park, concedió una entrevista a la revista Crisis, dirigida por el escritor Eduardo Galeano.

Obra.

También llevó su música a diversos ámbitos, acercándola a zonas marginales, barrios y teatros donde solo había público de raza negra e incluso a las prisiones. Su obra no estuvo ajena sino que acompañó ese activismo social. En 1959, con solo 18 años de edad y acompañada por su voz y su guitarra, Baez se subió al escenario del Newport Folk Festival, en Rhode Island, codeándose con veteranos del country y el folk de los Estados Unidos profundos, maravillando a propios y extraños.
Tal fue el impacto de su presentación, interpretando clásicos del género como The House of the Rising Sun y All My Trials, que al año siguiente la poderosa Columbia Records le ofreció un contrato discográfico. Baez rechazó la oferta y eligió a un sello menor, Vanguard, para lanzar sus primeras trece canciones.
El disco fue grabado en tan solo cuatro días en un hotel neoyorquino y con muy poca producción, incluyendo versiones del canto tradicional americano como Wildwood Flower y Silver Dagger. "Había solo dos micrófonos, uno para la voz y otro para la guitarra. Solo hice mi repertorio, que probablemente era todo lo que sabía tocar en aquel entonces", explicó la cantautora en una entrevista de 1983 con la revista Rolling Stone.
A lo largo de cinco décadas, Baez ha llegado a publicar más de una treintena de álbumes, muchos de los cuales incluyen sus actuaciones en vivo más recordadas, como Joan Baez in Concert (1962, 1963) y los registros de su aparición en Woodstock en 1969. Mención especial merece Carry it on (1971), disco en vivo que además fue banda sonora del film homónimo dirigido por Gil Turner y tuvo alto contenido antibelicista, con fragmentos de discursos de David Harris, su esposo y reconocido activista contra la guerra en Indochina.

Dylan.

La relación empezó siendo de mutua admiración y acabó convirtiéndolos en la gran pareja de la canción protesta de los 60. Baez fue algo así como la madrina de Dylan, a quien introdujo en los círculos culturales del Greenwich Village e incluso llevó como invitado en su gira estadounidense de 1964. A diferencia de Baez, que se introdujo a fondo en el género, Dylan fue un evidente bastión de la canción protesta hasta 1965, cuando su presentación en el Newport Folk Festival (en el que seis años antes se había consagrado Baez), con la guitarra eléctrica colgada al hombro, le valió el cambio al rock y el repudio de los seguidores del folk purista.
Aunque los caminos de ambos artistas comenzaron una lenta divergencia desde entonces, la influencia del autor de The Times They Are A-changin quedó evidenciada en la música posterior de Baez, que, por ejemplo, versionó a su colega en el disco Any Day Now(1968).

Adelantos de lo que podría escucharse en el próximo show de la artista en Uruguay

En las presentaciones que ha realizado en sus giras por Europa y Estados Unidos de los últimos tiempos, Baez hace un repaso de alrededor de dos horas por una serie de piezas imperdibles que atraviesan géneros y autores. Su repertorio en vivo suele alcanzar las 25 canciones, entre las que probablemente se podrán escuchar versiones de temas de Bob Dylan, como Farewell Angelina, With God on Our Side y Love Is Just a Four-Letter Word, que confirman, a cuatro décadas de su primera colaboración, la profundidad de aquella sociedad.
También figuran en su repertorio habitual canciones como Scarlet Tide de Elvis Costello, Catch the Wind de Donovan, Suzanne de Leonard Cohen, The Boxer de Simon & Garfunkel y clásicos sudamericanos como La Llorona o Gracias a la vida de Violeta Parra, que dan cuenta del amplio, profundo y variado itinerario musical que propone la artista.
En la gira que la traerá a Montevideo, Baez es acompañada por una banda de músicos de primer nivel. Dirk Powell toca el banjo, la mandolina, la guitarra, el acordeón y los teclados, mientras que Gabriel Harris se encarga de la percusión.
Con esta formación, Baez participó el pasado 29 de septiembre en Another Day, Another Time: Celebrating the Music of Inside Llewyn Davis, concierto a beneficio en Nueva York organizado por el lanzamiento de la nueva película de los Coen, donde también estuvieron Patti Smith, Elvis Costello, The Avett Brothers y Jack White.

Extraña travesía :los rincones secretos del Palacio Salvo


El Palacio Salvo ha sido emblema y testigo de la ciudad, un nuevo libro repasa la historia y las leyendas de un edificio cargado de magia y secretos.

Mariela García, Daniel Elissalde (*)
 
Cómo se siente entrar al Palacio Salvo? Es raro ingresar a un lugar que es monumento histórico y a la vez casas de familia. Patrimonio público y espacio privado.

Un mundo. Con sus enigmas y misterios. Con vida propia.
Resulta fascinante mirarlo desde abajo, cuando cada vez está más cerca y la torre comienza a esconderse, algo distorsionada por la perspectiva.
Cruzar el umbral... ¿dónde?
¿Por el estacionamiento, descendiendo hasta las entrañas? ¿En el Pasaje Andes, por la escalera oculta tras una puerta de hierro o los ascensores que están al lado? ¿Frente a la Plaza, por una puerta de servicio que parece no habilitada? Quizás por el hall principal, iluminado, adornado con murales que ilustran momentos claves de la vida del edificio. O por la entrada de al lado. Allí está -escondida a un costado- una de las escaleras señoriales, de mármol blanco y gris.
Los primeros peldaños pasan lento, mientras la mirada recorre los detalles. Un vitral pequeño anuncia un ambiente amplio y oscuro. El piso de mosaicos brilla -dibujando guardas verdes, lilas, amarillas, pájaros que parecen custodiar las esquinas- aunque los reflejos lleguen desde ventanas lejanas. Al fondo Radio 30, casi transparente. Alguien que sale, rápido.
Otra escalera de mármol veteado y herrajes con el logo del edificio, sugiere la continuación del camino.
Espacio bañado de blanco. Vestíbulo del antiguo salón de fiestas. El interior aséptico, víctima de una lluvia de pintura y yeso. Selva de cables, conexiones y nudos que atraviesan o sobrevuelan tabiques que lo compartimentan, puestos como ropa precaria.
En el centro permanece el balcón interior, donde tocaban las orquestas. Ecos de trompetas, bandoneón y tumbadoras. Bordeándolo, las ventanas a los balconcitos que dan hacia la plaza, inutilizados ahora por cristales que llegan hasta el suelo.
Del otro lado es sólo la escalera, que se abre en dos. Al subir aparece el vitral, ocupando todo el campo visual. Cercano en sus detalles y uniones de plomo, en sus mellas. Despojado de la luz que seguramente dispondría en tiempos de esplendor. "Los barqueros del Volga" miran desafiantes y convencidos.
El reflejo de un luminoso advierte -en medio de la oscuridad- la presencia del Club "Casa del Billar", escondido y silencioso.
El pasillo sigue. Hay puertas laterales, con la particularidad de abrirse a escaleras internas y a otras puertas, como si fueran apartamentos diferentes, con más de un nivel.
La luz llega desde una claraboya resplandeciente que corona el pozo de aire. Al llegar al último escalón, se abre un palier amplio y rectangular, con promesa de ser definitivamente un elemento regular y previsible.
En el centro la P y la S entrelazadas, los vértices adornados con la flor de lis. Al frente los tres ascensores y a la izquierda las ventanas de madera que dan a la primera azotea.
Al otro lado están los apartamentos. Luego empiezan los pasillos, los recovecos, el laberinto. Corredores que salen a otros corredores. Puertas casi todas iguales. Sólo algunas con marcas, timbres especiales o alguna placa.
Aunque los focos se vayan encendiendo a medida que uno pasa, no quiebran la oscuridad, o más precisamente la sensación de ir ingresando a lo profundo, a la posibilidad de perderse.
En un rincón un ascensor antiguo y grande, junto a la escalera. Tras una esquina dos más, que dan a un pequeño espacio, con ventanas a otro pozo de aire.
Hay puertas que no se sabe hacia dónde conducen, ductos y escaleras escondidas.
Por una de ellas se llega al quinto piso, o al sexto quizás. Se escucha música, el ruido de una escoba. Pero no aparece nadie.
Se van iluminando puertas y paredes, vericuetos, descansos. Alguien abre, mira. Desde el palier pequeño se divisa la cúpula. Frente a los ascensores que quizá lleguen desde el Pasaje Andes. La torre -sola- vista esta vez desde adentro, como si se tratara de otro edificio.
Un muro cierra la escalera estrecha. De vuelta en el hall principal, una ventana sin tranca. Se adivina el viento por su silbido. Al abrirla con cuidado pega fuerte. Hacia arriba se presiente la torre, exactamente encima. Revelada en sus detalles, por las sinuosidades que sobresalen de su contorno, por las cornisas y concavidades de los balcones. Hacia abajo el "patio trasero" del Salvo. Persianas pintadas de diferentes colores, ropa colgada, cables, los desagües de las graseras.
El último escalón lleva a la máxima claridad, bajo la claraboya que se vislumbraba desde el principio. La culminación de la base, el fin de las certezas.
Es necesario recorrer el piso para poder continuar el camino. Parece el más intrincado. Algunas puertas anchas, pasadizos oscuros, intersticios que no había en los otros. Los ascensores terminan allí. Aunque alguno de ellos debe llegar más arriba. Una escalera se cierra en una puerta de hierro, otra en una de madera.
Finalmente, una pequeña y de mármol conduce al piso superior. A un lado una terraza amplia, al otro un palier angosto hacia donde dan los apartamentos, que no son más de cinco o seis.
Los pisos se suceden, las distancias se reducen. Ya no hay luz natural. Comienza una especie de vértigo en el ascenso.
El sonido de una llave rompe el silencio, antes quebrado apenas por algún ruido perdido o por la presencia cada vez más manifiesta del viento.
Las únicas pistas para saber el punto exacto del recorrido son los números que indican algunos de los apartamentos. Mil quinientos y algo, el mármol rosado y gris en las paredes. Mil setecientos, el intento de recuperar el diseño original en los mosaicos, con un una flor de lis que quiere aparecer tras las pisadas, las capas y el paso de los años.
Mil ochocientos, un mural con el retrato de Frank Sinatra joven. Mil novecientos, una puerta de madera gruesa e imponente. Dos mil cien, una ventana al final del pasillo.
Por un instante el contacto con el exterior. La luz. El vértice de una de las torretas, increíblemente vista desde arriba, casi al alcance de la mano. La ciudad extendiéndose, allá abajo.
Piso veintidós, una ventana cubierta y un cuadro tal vez de Venecia, con góndolas, colgado en una de las paredes. No aparece nadie, como si el edificio estuviera vacío y sólo fuera un monumento para visitar.
Piso veintitrés, una sola puerta. Una abertura protegida con rejas, cerrada con candado. Tras el vidrio el balcón. Quizás el más alto. Sitio casi exclusivo de quien viva allí, si es que vive alguien.
Otra vez la ciudad y el mar.
Hace rato no hay señales de vida. Sólo el silbido del viento y el ruido del ascensor cada vez más lejano.
Se acerca la cúpula. Una puerta, como las otras, no puede imaginarse exactamente hacia dónde dará ni qué vericuetos -de los que se ven desde afuera- unirá o permitirá acceder.
Comienza una escalera de madera. Luces dicroicas marcan el rumbo hacia el piso de arriba. Sendero que vuelve trunco una reja. Fin del camino.
A través de ella pueden verse las ventanitas del mirador, que hace unos años se instaló nuevamente y estuvo por un corto lapso funcionando. También se ven las raíces de la antena, actualmente poco a poco desmontada.
El fin del camino.
Queda iniciar el descenso. Pasar nuevamente por cada escalón, frente a cada puerta.
Detrás de cada una de ellas se esconden y tejen historias, leyendas. En los corredores, en los pasadizos. En muchas de las personas que viven o vivieron en el edificio, que trabajaron en él o lo pensaron. Que volvieron posible y alimentaron con sus acciones la larga vida que lleva, y más aún, la memoria.
Se trata de descubrirlas, de recrearlas. De intentar atravesar espacios y épocas, para que de algún modo nuevamente surjan: tanto como cada uno de nosotros podamos trazarlas y rescatarlas, infundiéndoles un nuevo soplo de vida.
(*) Autores de Historias del Palacio Salvo (480 pesos, distribuye Gussi) de donde está tomado este texto.