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viernes, 31 de enero de 2014

Pelé pide a brasileños que protesten después del Mundial

 espectador.com
Brasil


Pelé pide a brasileños que protesten después del Mundial
EFE

El considerado mejor futbolista de todos los tiempos, Edson Arantes do Nascimento 'Pelé', pidió este viernes a los brasileños que retomen las protestas después del Mundial de Fútbol de 2014, que se celebrará en el país entre junio y julio de 2014, y no antes y durante el evento.
"Espero que tengamos esa conciencia: dejar pasar la Copa del Mundo. Ahí podemos reivindicar que los políticos están robando o desviando. Eso es otra cosa. El fútbol sólo trae divisas y beneficio para Brasil", dijo el exjugador en una entrevista al canal ESPN Brasil.

Para Pelé, el "fútbol no tiene nada que ver con la corrupción de los políticos", sino que se trata de un deporte que "siempre enalteció" al país.

"El país se va a llenar de turistas, va a recibir el beneficio de esos turistas y el propio brasileño arruina una fiesta de ese tipo. Mucha gente no lo va a entender. El fútbol no tiene nada que ver con la corrupción de los políticos", comentó.

El exastro del fútbol, considerado también como el "Atleta del Siglo", admitió su preocupación durante las protestas que tuvieron lugar durante la Copa Confederaciones el pasado junio y precisó que la victoria de la selección brasileña consiguió calmar las manifestaciones.

"La suerte es que Dios es brasileño y que Brasil fue campeón. Eso sosegó un poco".

El pasado sábado tuvo lugar una nueva jornada de protestas en contra de la organización del Mundial y por una mejora de los servicios públicos.

A pesar de algunos actos violentos en Sao Paulo, que se saldaron con más de 100 detenidos, las manifestaciones transcurrieron de forma pacífica en la gran parte del país.

Fuente: EFE.

Robin Hood en América Latina "El reto de la izquierda reformista"

LA CUARTA PÁGINA



 EDUARDO ESTRADA

 

La apuesta por políticas sociales segmentadas, en lugar de reducir, ayudan a reproducir la fuerte fractura social en la región. El verdadero reto de la izquierda reformista es optar por políticas que sean universalistas

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El País de Madrid



La izquierda moderada de América Latina está de moda. En lo que llevamos de siglo hemos oído innumerables alabanzas al Chile de Bachelet, al Uruguay de Mujica o al Brasil de Lula y Rousseff por parte de un gran número de analistas internacionales, incluyendo voces tan liberales como las de Vargas Llosa o el semanario The Economist. Como colofón, este último ha declarado a Uruguay país del año, para regocijo del primero —que escribió El ejemplo uruguayo(EL PAÍS, 29-12-13), elogiando las reformas emprendidas por el “simpático estadista” Mujica, que “vive muy modestamente”. Y es que, con razón, los apologetas de esta izquierda “inteligente” contraponen sus buenos resultados —en libertades civiles, crecimiento económico y eliminación de la pobreza— al desastroso socialismo bolivariano.
Sin embargo, esta comparación entre las izquierdas latinoamericanas tan subrayada en los medios es del todo insuficiente, sobre todo si tenemos en cuenta el nivel de desarrollo de la región en el año 2014. Deberíamos comparar los progresos de la izquierda latinoamericana con aquellos de la izquierda reformista que universalizó los Estados de bienestar en Europa durante el siglo XX —desde Suecia en los treinta, dando lugar al modelo paradigmático, a España en los ochenta, dando lugar a una versión más edulcorada (y que parece difuminarse en la actualidad a pasos agigantados)—. La clave de esta izquierda reformista europea —en contraste con experiencias previas, como la torpe izquierda de nuestra República, o con la izquierda dominante en el continente americano (de EE UU hacia abajo)— fue romper con la concepción del Estado que, histórica e intuitivamente, ha tenido el pensamiento progresista: el Estado como una especie de Robin Hood cuya función sería quitar a los ricos para dárselo a los pobres.
Obviamente, la izquierda tradicional ha planteado variantes muy distintas de Robin Hoods: desde un Estado “bolcheviquizado” (o bolivariano) que asalta a los capitalistas violando las reglas del Estado de derecho a otro que transfiere dinero, o cartillas de alimentos, a los más desfavorecidos con la aquiescencia del sheriff de Nottingham. El segundo Robin Hood es mucho mejor que el primero en todos los sentidos, pero ni uno ni otro representan una garantía para crear una sociedad equitativa a largo plazo, algo que podemos ver en América Latina. Como un reciente informe del Banco Mundial muestra, a pesar de que la población latinoamericana viviendo debajo del umbral de la pobreza extrema ha descendido a la mitad en las dos últimas décadas (gracias al fuerte crecimiento económico y los programas sociales puestos en marcha), la desigualdad económica continúa en niveles altísimos.
Una primera razón es que la izquierda moderada latinoamericana gobierna Estados con una capacidad recaudatoria muy pequeña. Eso sí, como las pequeñas bolsas recolectadas por estos amables Robin Hoods son redistribuidas inteligentemente entre los más desfavorecidos (y algunos grupos electoralmente estratégicos), son suficientes para apuntalar en el poder a Gobiernos de izquierda.
A pesar de los programas sociales, la desigualdad económica continúa en niveles altísimos
En segundo lugar, hay dudas sobre la efectividad a largo plazo de sus políticas contra la exclusión social. Fijémonos en los resultados del programa más ensalzado —las transferencias condicionadas a cambio, por ejemplo, de que los niños pasen revisiones médicas y vayan a la escuela (unos programas que cubren, en distintas versiones, a más de 113 millones de latinoamericanos)— en el país más ensalzado (Uruguay). A pesar de obvios beneficios inmediatos en términos de reducción de la pobreza, estas transferencias han generado incentivos perversos. Por ejemplo, el niño se registra en la escuela, pero no atiende a clase. Las transferencias tampoco enfrentan las causas de fondo de la desigualdad, como una alarmante tasa de abandono escolar (que se traduce en que un 70,8% de los uruguayos buscan su primer empleo solo con educación primaria), una fuerte segmentación del mercado laboral o una segregación urbana que separa a las clases sociales en barrios distintivos que, a su vez, también tienen escuelas que ofrecen unas oportunidades de aprendizaje muy diferentes.
Aquí radica un problema esencial de estas políticas tan extendidas. Actúan sobre la demanda de la educación, dando incentivos económicos a los padres; a expensas, porque los recursos son siempre limitados, de la oferta educativa. Es decir, de dotar al país de unas escuelas públicas de la máxima calidad para todos, que es lo que, a la postre, puede romper la intensa transmisión generacional de la pobreza que sufre la región.
A nivel general, las investigaciones de científicos sociales como Bo Rothstein han mostrado los efectos contraproducentes e inintencionados que tienen las políticas sociales condicionadas a las necesidades individuales: los que reciben las ayudas quedan estigmatizados (y eso puede afectar a su posterior integración social); los que no las reciben por poco, se enojan (o bien recurren al fraude para “colarse” entre los beneficiarios. Es importante subrayar que la corrupción puede ser un efecto lateral de programas sociales selectivos); y los que nos las reciben por mucho se dejan convencer fácilmente por demagogos de que ayudar a los otros equivale a malgastar. Además, todos pierden confianza social, que es el pegamento, delicado e imprescindible, que mantiene una sociedad cohesionada. Como resultado, los ciudadanos no se sienten partícipes de un proyecto común, sino identificados con su grupo social más cercano.
Esto es lo que tememos que está pasando en América Latina: una apuesta por políticas sociales segmentadas que, en lugar de reducir, ayudan a reproducir la fuerte segmentación social en la región. Pero ¿cuál es la alternativa? ¿Una izquierda más revolucionaria?
El ideal podríamos decir que es el de los mosqueteros: uno para todos y todos para uno
Desde luego que no. Garantizar una verdadera igualdad de oportunidades solo es posible con una izquierda reformista que, reprimiendo la tentación de Robin Hood (que es muy atractiva), opte por políticas verdaderamente universalistas. Una educación, sanidad, políticas de ayuda a la familia y demás que alcance a todos, o la inmensa mayoría de la ciudadanía. Si las políticas están basadas en la concepción de que distintos ciudadanos comparten un mismo destino, generaremos cohesión social. En lugar del ideal de Robin Hood (que antepone la justicia distributiva a otras consideraciones), el ideal de esta izquierda reformista podríamos decir que es el de los mosqueteros (o sea, dar preferencia a la solidaridad social): el uno para todos y todos para uno.
La izquierda reformista europea aprendió que renunciar a una redistribución directa (impuestos a los ricos y gasto social para los pobres) hoy puede facilitar una redistribución más sostenible mañana, porque el pastel de lo público crece. Es más fácil inducir a las clases medias-altas a pagar impuestos elevados —y a que se impliquen en la incesante y ardua tarea de mejorar la eficiencia de los servicios públicos— cuando estas se benefician también de las políticas sociales.
Sin embargo, el electoralismo de la izquierda en América Latina impide el desarrollo de este tipo de políticas universalistas. Por ejemplo, cuando el recientemente elegido Frente Amplio uruguayo discutía en 2007 el diseño de su Plan de Equidad, unos cuantos “mosqueteros” propusieron aumentar el número de beneficiarios para más tarde universalizar el programa y así asegurar la financiación del mismo a través de impuestos de todos los uruguayos. Pero fueron derrotados por aquellos “Robin Hoods” que preferían unos fondos más generosos para los más necesitados. Fue una decisión comprensible presupuestariamente (es difícil defender transferencias a los ricos en tiempos de crisis) y políticamente (como alguno comentaba, “¿dónde estaban las clases medias durante la dictadura?”). Pero con efectos dudosos sobre sobre la exclusión social a largo plazo.
El atractivo mediático de los Lula, Rousseff, Bachelet y Mujica es mayor que el de los seguramente más aburridos arquitectos históricos de los Estados de bienestar europeos que hoy consideramos emblemáticos. Pero hay que preguntarse si sus políticas sociales no están tan repletas de gestos simbólicos como sus comportamientos individuales. Debemos exigirles más.
El dominio de los Robin Hoods no es solo un problema latinoamericano. Tanto allí como en el resto del mundo la nueva izquierda que parece emerger de esta crisis económica enfatiza de forma rabiosa la justicia distributiva —pensemos en el ubicuo lema “somos el 99%”— por encima del ideal de solidaridad social. Necesitamos con urgencia el retorno de los mosqueteros, porque, para construir sociedades equitativas, no bastan con políticas para el 51% ni para el 99%, sino que se requieren políticas para todos.
Víctor Lapuente Giné es profesor en la Universidad de Gotemburgo y Johan Sandberg es doctorando en la Universidad de Lund.
 

The Economist dice que para Argentina “la fiesta terminó”

clarin.com

La prestigiosa revista cuestionó al Gobierno por dar “pasos vacilantes hacia la normalidad”,  aunque aclaró que, “en Venezuela, la situación es más peligrosa".
clarin.com    
La prestigiosa revista inglesa The Economist publica en su edición impresa un artículo duramente crítico con las situaciones económicas tanto de Argentina como de Venezuela. Tras el título “La fiesta terminó”, la nota destaca que ambos países han estado viviendo “a lo grande durante años, repartiendo los ingresos de un irrepetible boom de commodities (el petróleo en Venezuela y la soja en Argentina)”.

“Ambos han utilizado una combinación entre las intervenciones de sus bancos centrales y los controles administrativos para conseguir que los índices cambiaros sobrevaluados no cayeran y que la inflación no subiera”, señala la nota.

The Economist también detalla que “Argentina primero permitió que el peso se devaluara más del 15% en la semana que comenzó el 20 de enero, y luego anunció una flexibilización en el cepo para la compra de moneda extranjera para ahorro”. En ese sentido, explica que “el objetivo del Gobierno sería el de achicar la brecha entre los precios del dólar oficial y el blue, evitando así la necesidad de seguir gastando las reservas”.

“Si bien la brecha se ha cerrado un poco -continúa el artículo-, el temor a una devaluación que conduciría sólo a una mayor inflación explica la continua alta demanda de dólares, aún a un tipo de cambio menos favorable”.

En otro de sus cuestionamientos, The Economist afirma que “no es claro si el Gobierno intenta prudencia en las políticas. El día en el que su Gobierno dejó que el peso se devaluara, Cristina (Ms. Fernández la llama) anunció un plan de financiamiento educativo para jóvenes desempleados de entre 18 y 24 años con un costo de 11.000 millones de pesos. Su única referencia a la devaluación de la moneda fue un tuit en el que acusaba a los bancos de ayudar a inversores para especular con el peso. Hay algunas personas, escribió, 'que quieren que comamos sopa de nuevo, pero esta vez con un tenedor'”.

"Con la liberación parcial de los controles cambiarios, la Argentina da pasos vacilantes hacia la normalidad”, aunque aclara que “en Venezuela, la situación es más peligrosa" y detalla los problemas que enfrenta el país gobernado por Nicolás Maduro para conseguir dólares y las carencias de diferentes productos.

Un gobernador K pide que se convoque a todos para no terminar "como Alfonsín o el 2001"

clarin.com

Maurice Closs dijo que el país vive una "situación compleja" en lo económico. El mandatario misionero justificó así, un incremento de impuestos para anticiparse a las dificultades.







El gobernador de Misiones, Maurice Closs, instó hoy a realizar una convocatoria multisectorial para "no terminar como (el ex presidente Raúl) Alfonsín o la crisis de 2001", que terminó con el gobierno del radical Fernando de la Rúa.

El mandatario provincial alertó que el país atraviesa una "situación compleja" que tiene sus derivaciones en Misiones, por lo cual justificó la suba de impuestos para "anticipar y superar las dificultades.

De esta manera, Closs respondió a las quejas de distintos sectores de la provincia por el incremento de Ingresos Brutos, una decisión que en su momento incluyó la creación de una denominada "tasa yerbatera" para afrontar incrementos salariales, que luego quedó sin efecto.

Closs hizo estas declaraciones durante una conferencia de prensa que fue convocada en forma sorpresiva en la Casa de Gobierno de Misiones.

Respecto a la convocatoria multisectorial, explicó que el objetivo es "sortear con éxito el 2014 y entrar al año electoral, 2015, en una transición ordenada que no afecte al país".

Al ser consultado acerca de la situación económica nacional, Closs respondió: "Es compleja, por la devaluación como consecuencia de las
variables macroeconómicas que desde el 1 de mayo del año pasado, vengo advirtiendo que estaban mal".

"Lo que se requiere en estos momentos es una actitud responsable, por eso convoco a un acuerdo político, social y económico para pasar el 2014, que no es un año cualquiera", recalcó.

En ese sentido, subrayó: "Hay crisis fuertes que pueden terminar como en las últimas décadas, porque todos los actores no estuvieron a la altura y se terminó en la ida anticipada de (ex presidente Raúl) Alfonsín o en la crisis de 2001".

"Por eso, no debemos presionar cada sector en beneficio propio, sino que debemos trabajar mancomunadamente porque Argentina se merece una transición tranquila. Necesitamos que en el 2014 las variables estén ordenadas y no es momento de poner más leña al fuego", analizó.

Agencia DyN.

Levantando polvareda Entrevista a Carlos Malo.

Cultura

la diaria

Carlos Malo.
Carlos Malo.

Hay una modernización natural en el folclore nacional, y Carlos Malo es uno de sus protagonistas. Lo atestigua que al seguirlo en Facebook te puedas enterar de su actuación en São Gabriel o Rio Grande do Sul y puedas verlo en directo -vía streaming- en internet por el canal local. Todo está documentado allí: desde las fotos de cuando recibió un disco de oro en el Festival de Andresito, otorgado por alcanzar la venta de 2.000 copias de su último disco, Marca registrada, hasta la furgoneta que luce su cara y su nombre impresos y lo transporta junto a su banda, La Polkería. “Ahora andamos con una camarita HD, es todo marketing -dice el rochense-. Hay que estar en todo”. En su paso fugaz por la capital lo encontramos y hablamos del presente del folclore y su escena, así como de su próximo disco -sucesor de Marca registrada y Trote polkero-, que comenzará a grabar por estos días.

-¿Cómo definís lo que hacés?

-Como música bailable rural, música del interior, más que nada del norte y de tierra adentro. En pocas palabras, folclore de raíz tradicional, con toques modernos.

-Hay una palabra que sobresale y es “bailable”; hablemos de eso.

-El espectáculo en vivo es bailable de comienzo a fin, con mucho canyengue y mucha acordeona, pura música pa’ las patas. Yo no considero que haga canto popular; hago canto folclórico, más allá de que crecí -tengo 30 años- escuchando canto popular y canciones con raíces en tierras del interior, también con mucha denuncia social, como tuvieron el canto popular y esa corriente de [Daniel] Viglietti y [Alfredo] Zitarrosa, que era más de la capital.

-¿Cambiaron el folclore y su escena?

-Hubo un cambio, quizá de diez años a esta parte. Percibo que la gente va en busca de otras cosas a los festivales, a divertirse, por ejemplo, más allá de que está aquella quien le gusta sentarse a escuchar a su cantor preferido. Pero la gente va con otra cabeza, a distenderse y salir de la rutina. Da la impresión de que ya no se sale a buscar que canten “nos cagamos de hambre y no tenemos pa’ pagar la luz”. Creo que los festivales están apuntando más a eso, a la diversión y la distensión. Ojo, igual dentro de mi repertorio hay canciones con ritmos bailables que tienen textos comprometidos. Va todo enrabado, por más que hay canciones superficiales que sólo apuntan a divertir.

-Pero sigue existiendo una brecha profunda entre el interior y la capital...

-Sí, a mí me ha costado tremendamente entrar a Montevideo, más allá de que vengo seguido al boliche Cimarrón y al Prado, pero siempre a cantarle a un público de afuera. Hace dos discos que integro Montevideo Music Group, que es uno de los sellos más fuertes de la capital, y aun así ha costado mucho llegar al público, a la prensa, a todo... También es cierto que hay música capitalina a la que le cuesta enormemente llegar a los lugares a los que yo llego. Quizás ahora Tabaré Cardozo o Emiliano y el Zurdo tengan más presencia en los festivales a los que asiste mayor cantidad de público. Pero la sala Zitarrosa es el lugar más importante en el que uno se puede presentar. Salvo Larbanois-Carrero, Pepe Guerra y Pablo Estramín, que en su momento llenaron el cine Plaza, los demás son espacios chicos, reducidos.

-Sin embargo, el circuito de festivales del interior es cada vez más grande.

-Sí, se está abriendo más y hay más festivales. Se está apostando más a la calidad y a los festivales masivos.

-¿Y da para vivir? ¿Qué promedio de actuaciones tienen ustedes?

-De ocho a diez actuaciones por mes, aunque en junio y julio bajan bastante. El año pasado terminé con más de 90 actuaciones, algunas en festivales para 30.000 personas y otras en escuelitas rurales, en el medio de la nada, para 2.000 personas.

-¿Sabés lo que es llevar 2.000 personas en Montevideo?

-Obvio, no existe comparación, y capaz que te reditúa más ir a esa escuela que venir a la Zitarrosa, a la que venís para decir que estuviste. De todos modos, es uno de los planes que tenemos para presentar el próximo disco. Para el cantor del interior es una meta llegar al espacio del folclore en la capital. Igual a mí me queda medio país por recorrer, y sé que Montevideo va a costar horrores.

-Pero ya anduviste por el exterior.

-Sí, el mes pasado estuve en Brasil, por ejemplo, y fue buenísima la experiencia. Debe haber sido la sexta vez que iba, pero antes lo había hecho con otras propuestas. Iba con la guitarra a cantar canciones de Los Olimareños o Zitarrosa, porque era lo que pedían (Pepe Guerra es un ídolo en Rio Grande do Sul), y esta vez fui con mi banda a mostrar mis canciones en un festival masivo.

-Según Lauro Ayestarán, el folclore no reconoce fronteras políticas, las regiones folclóricas no se ajustan al territorio de los países. Como rochense, ¿no estás más entre los tuyos tocando en São Gabriel que viniendo a Montevideo?

-Totalmente, allá te dan más bolilla y te aceptan más que viniendo aquí, y eso que está la diferencia del idioma, más cuando uno canta este tipo de cosas, con términos que no son comunes, que son jerga o lunfardo. Además, me nutro y escucho mucho de las músicas de allá, aprendo mucho de ellos. Para mi nuevo disco tengo de invitados al dúo integrado por César Oliveiro y Rogélio Melo, y a Luis Marenco, que son dos de los íconos más importantes que tiene la música gaúcha de Rio Grande.

-Tenemos mucho en común.

-Les gusta mucho de nuestra música y nosotros no les damos mucha importancia. Cuesta muchísimo verlos en nuestros escenarios. Acá se pagan disparates a los argentinos, que vienen a llevarse la guita: el Chaqueño, Soledad, Los Nocheros o cualquier otro se llevan la plata en carretilla, por el idioma y porque está el marketing constante de la televisión, y se ven más algunos programas argentinos que los uruguayos.

-¿Y qué pasa con los festivales de folclore y la “apertura” estilística? ¿No se está agrediendo a la tradición gauchesca también cuando se incluye en los festivales a cantantes melódicos y bandas de rock?

-En Andresito, el año pasado estuvo Jorge Rojas, pero el anterior había estado el Bahiano, y antes, Sergio Denis en Durazno, en el Festival Nacional de Folclore, el Cosquín del Uruguay…

-Este año estará el Cuarteto de Nos.

-Sí, y estuvieron No Te Va Gustar con Larbanois-Carrero el año pasado. No sé qué es lo que está pasando, si es que el folclore no está dando o regenerando lo suficiente para ocupar esos espacios, o si la gente está encarando pa’ otro lado. O el folclore está perdiendo público y lo están queriendo llenar con otra cosa. Sigue habiendo un gran abismo entre el interior y la capital. No existe la descentralización a nivel cultural.

-¿Qué está pasando con la organización de los festivales?

-Hay quienes se quieren sacar responsabilidades y tercerizan. Es que así como se están renovando el canto y los músicos, también se están renovando las organizaciones, hay mucha juventud que está ingresando. También así ha entrado la cumbia en los festivales.

-Bueno, es más folclórica la cumbia que Valeria Lynch.

-A mí no me molesta para nada la cumbia. Está Chacho Ramos invitado en mi último disco y cerró en Andresito, también invité en el disco al Pelado Cordera, que viene del palo del rock. Tampoco hay que cerrarse y encasillarse: mientras que no quite trabajo... Ahora, con lo que cobran dos de esos argentinos, más pasajes, impuestos y demás, armás todo un festival con artistas locales de primer nivel. Otro problema es que no se está respetando. Hace unos días, el mánager del Chaqueño me hizo bajar media hora antes del escenario, en Andresito, porque ellos se habían atrasado. Al otro día pasó lo mismo con Valeria Lynch y Pepe Guerra, por eso Pepe no cantó y a los de la Sinfónica de Tambores los mandaron al final, cuando no quedaba nadie. A Pepe lo había ido a ver gente de todos lados y no pudo actuar. Fue el festival con mayor convocatoria, con 40.000 personas.

-Hablemos de futuro...

-Ahora estamos por entrar a grabar Gracias, el disco nuevo, que supongo que saldrá en mayo. Lo vamos a grabar en La Riviera, un lugar cerquita de Rocha al que le decimos la playita de los pobres: el que no va pa’ La Paloma, va pa’ ahí. Es un balneario por donde pasa un arroyo que baja de las sierras. Como invitados estarán los brasileños que nombré, Larbanois-Carrero, Tabaré Cardozo y Alejandro Balbis.
Mauricio Bosch