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El miércoles 26 de marzo, al mismo tiempo que se desarrollaba el acto del Frente Amplio en la Plaza 1º de Mayo –único acto partidario en el que estaba prevista la participación de los dos precandidatos a la presidencia de la República–
el director de la encuestadora Cifra, Luis Eduardo González, presentaba
en el informativo de Canal 12 los resultados de un estudio de opinión
pública sobre la intención de voto de la ciudadanía si las elecciones
fueran en ese momento. De acuerdo al estudio, al día siguiente publicado
y analizado en el semanario Búsqueda, la intención de voto del
Frente alcanza el 44%, la del Partido Nacional llega al 30%, la del
Partido Colorado al 17%, la del Partido Independiente al 2%, y el resto
(indecisos, blancos, etcétera) registra un 7% de respuestas.
Los números de Cifra prendieron algunas
luces de alarma en el Frente. Y no podía esperarse menos de un sondeo en
el que los partidos tradicionales sumados superan al Frente por tres
puntos, y si se consideran los partidos de la oposición, entonces
superan al Frente en cinco puntos. Pero la alarma vino por partida
doble, porque a los números de la encuesta hay que añadirles la
interpretación de González, según la cual el Frente ya no es el partido
que retiene más a sus votantes de elecciones anteriores, y para quien
los números reflejarían la derrota de la izquierda en la definitoria
“batalla por el centro” que la ciencia política ha impuesto como el
difuso territorio a conquistar por aquellos que quieran hacerse del
gobierno.
Más allá de la encuesta de Cifra, todos
los estudios de opinión de las tres o cuatro principales empresas del
rubro coinciden en que el escenario más probable para la próxima
elección nacional es el triunfo de Tabaré en la segunda vuelta, pero
esta vez sin mayoría parlamentaria. La encuesta observa, además, un
crecimiento de los partidos tradicionales (incluso del Partido Colorado)
que hasta ahora no se había registrado en años, lo que habría permitido
esa curiosidad de ultrapasar en conjunto la intención de voto de la
izquierda. La hipótesis de que el Frente está demasiado a la izquierda
es la explicación preferida de algunos analistas (como el propio
González) de ese retroceso relativo (que no aparece, en las encuestas,
como una pérdida absoluta de votos del Frente, que se mantiene más o
menos en el mismo nivel que el último año), medido con relación a
blancos y colorados.
Si bien González deja correr una frase algo críptica
sobre el estudio, admitiendo la posibilidad de que su resultado responda
a un sampleo peculiar, a una muestra “un poco más desenfocada que lo
usual” –lo
cual daría por tierra con cualquier intento de explicación, ya que no
se debe jamás intentar justificar los resultados de un experimento mal
hecho–,
hagamos el ejercicio de dar por representativos y reproducibles los
números obtenidos, al menos dentro de las limitaciones del método. Y
eso, haciendo fuerza. Recordemos que la encuesta de Cifra es telefónica,
y que la telefonía fija está quieta desde hace años –el
número de aparatos colocados aumenta, según los estudios de la Ursec,
en algo así como diez mil por año, y la teledensidad, es decir el número
de aparatos por cada cien habitantes, está estacionada en treinta,
mientras que los celulares aumentan a razón de 150 mil cada seis meses y
la teledensidad supera los 150 móviles por cada 100 habitantes–.
O sea que las encuestas telefónicas (que llaman a números de telefonía
fija) sesgan la muestra y, aunque no tengo idea de cómo la sesgan,
posiblemente lo hacen de modo cada vez más significativo.
Supongamos que es verdad. Que el Frente
retrocede y que hoy las encuestas muestran que peligra su victoria, o
por lo menos su mayoría parlamentaria, pero quizá también la
presidencia. Supongamos además que los factores de la disputas internas
en cada uno de los partidos no estén sobrerrepresentando a las
colectividades que aparecen con verdadera lucha interna (caso único del
Partido Nacional, que tiene dos precandidatos con posibilidades de
ganar, y en el que la ventaja circunstancial de Larrañaga sobre Lacalle
Pou se viene extinguiendo con lentitud pero sin cesar, y equivale ya a
los votos que tendría el tercero en disputa, Sergio Abreu). Suponiendo
esto, es necesario demostrar que la teoría de que el Frente puede perder
las elecciones porque sus candidatos están demasiado a la izquierda es
una trampa.
En principio, la tendencia en todo el
continente ha sido al revés. Los gobiernos progresistas, mientras más
moderados, más dificultades tienen para retener el voto y no caer en el
desencanto. De hecho, sólo dos gobiernos entre los gobiernos de nuevo
signo que trajo el siglo XXI han experimentado caída en los votos en
períodos sucesivos: el del Frente Amplio en Uruguay y los de la
Concertación en Chile. Justamente los dos gobiernos, entre los
sudamericanos, mejor tratados por la prensa nacional e internacional y,
en general, por los analistas y los operadores económicos y políticos.
Todo el resto ha visto aumentar sus votos de forma espectacular, incluso
explosiva. Evo Morales, Hugo Chávez (incluyendo su última elección),
Rafael Correa, Lula y Dilma Rousseff, Néstor Kirchner y Cristina
Fernández, en todos estos casos las fuerzas políticas a las que esos
líderes pertenecen han aumentado su caudal de votos, tanto si ha habido
la posibilidad de reelección presidencial como si no.
El caso chileno es más extremo, y además
podría ser una postal del futuro del propio Frente Amplio. El último
gobierno de Bachelet terminó con una amplia popularidad personal, pero
con una fuerza política dividida en múltiples candidaturas, y además con
la sociedad desencantada tras veinte años de moderación. Para volver a
gobernar Chile, Bachelet debió ubicar ya no sólo su discurso a la
izquierda, sino armar una construcción política que incluyera
directamente al Partido Comunista, con legisladores venidos del seno de
los movimientos sociales más revulsivos y, además, prometer abiertamente
la reforma de la Constitución o una bruta reforma impositiva rechazada
por el empresariado, pero que ya ha enviado al Parlamento y promete ser
su primera batalla política.
En Uruguay, la izquierda ganó su primera
elección en primera vuelta y, naturalmente, con mayoría absoluta. La
segunda elección la ganó en segunda vuelta y casi que por un artificio
matemático logró mantener la mayoría parlamentaria. Y si los
encuestadores tienen razón, ganará la próxima en segunda y sin mayoría
en las cámaras, lo que, de no haber algún tipo de inflexión, muestra una
tendencia que lleva a la derrota en la cuarta elección. Mientras que
para algunos la inflexión es jugarse por los siglos de los siglos a un
empate, a un compromiso de inmutabilidad y conservación en el marco de
una sociedad a la que le espantaría el cambio, lo más inteligente para
aumentar el caudal electoral de la izquierda es que más gente se sienta
identificada con los valores de la izquierda, para lo cual hay que
difundirlos, debatir con los opuestos y gobernar con esa sensibilidad.
Más a la izquierda no es ultrismo ni Corea del Norte. Más a la izquierda
es más a favor de los trabajadores y los pobres. Más inclusión, más
políticas sociales, más inversión pública del Estado. Un buen gobierno
de izquierda debería meterse con el problema de la educación y con el
problema de la inseguridad. Pero también debe combatir la demagogia
punitiva, el populismo represivo que ha logrado situar a la inseguridad
como la preocupación número uno de Uruguay, y la estigmatización de los
jóvenes, sobre todo de los jóvenes pobres. Por ese camino no se van a
perder votos; por el contrario, por ese camino se construye militancia,
identidad e identificación; y por ese camino, que es el camino de las
grandes mayorías, están también sus votos. El mayor riesgo electoral que
tiene la izquierda es que a fuerza de la desmemoria militante, una
parte de la ciudadanía alcance la conclusión –contra todos los hechos,
que es una trampa– de que da lo mismo, de que en esa tan mentada
“batalla por el centro” –que siempre está más a la derecha– la izquierda
pierda lo que tiene de izquierda para transformarse en una cosa amorfa,
apenas modelada por las conjeturas de los analistas, los números de una
encuesta o los vaivenes del humor social.