Campos era candidato presidencial al
lado de Marina Silva, su vicepresidente en la fórmula. La unión entre el
PSB (Partido Socialista Brasileño) de Campos y la Red Sustentabilidad
de Silva (agrupación que no existe oficialmente, ya que no logró
registrarse en tiempo para estas elecciones) está entre los inventos más
inusitados de la política brasileña contemporánea. Aunque tengan puntos
de contacto, son dos fuerzas antagónicas habitando un mismo cuerpo. Un
perro con cabeza de gato.
La primera rareza de esta fórmula (a
principio un detalle anecdótico pero que ahora cobra un rol capital) era
que su líder era bastante menos popular y tenía menos capital político,
en términos federales, que su vice. Campos era desconocido para una
amplia cantidad de brasileños. Silva es conocida por todos, más aún
después de haber conquistado 19,6 millones de votos (19,5% del
electorado) en el pleito presidencial del 2010. Marina era una “sombra”
de lujo. Y fue pensando en su capacidad de traer estos votos a su molino
que Campos se las arregló para integrarla a su proyecto. Ella lo aceptó
porque el intento de candidatearse por el partido que creó –la Red--
naufragó en la burocracia electoral. Era esto o desaparecer de la
corrida por el Ejecutivo durante cuatro años más.
Más allá de las diferencias de
superficie, están las diferencias de fondo. El Partido Socialista
Brasileño, que era presidido por Campos, fue fundado en 1947 y tuvo como
figura central a Miguel Arraes, abuelo de Campos. Arraes fue gobernador
de Pernambuco en tres oportunidades y líder histórico de la izquierda
en el Nordeste. Pero el PSB también cuenta con el apoyo de sectores
tradicionales, vinculados al latifundio. Y entonces la cuestión es que
una de las más grandes luchas de Marina Silva es justamente debilitar el
poder de los terratenientes en pro de una mejor utilización de la
tierra teniendo en vista, grosso modo, proyectos de sustentabilidad
ambiental y social.
Además, en las alianzas armadas por
Campos con el objetivo de cosechar apoyo en una eventual segunda vuelta,
están incluidos tanto el PSDB paulista de Geraldo Alckmin (gobernador
que busca la reelección) cuanto el PT carioca, que tiene en Lindbergh
Farias su apuesta al gobierno de Rio. Bien. El problema es que una de
las principales muletillas discursivas de Marina es terminar con la
polarización PSDB-PT en el escenario nacional.
San Pablo y Rio de Janeiro son los dos
padrones electorales más grandes de Brasil, y Marina, devenida
candidata, no tendría otra alternativa que no fuera la de aceptar
juntarse a ellos, para no perder un apoyo fundamental a los ojos del
partido que, a esta altura, le “alquilaría” la candidatura.
Barajar y dar de nuevo
También puede ser que Marina no quiera
este puesto. O que el PSB elija otro candidato. O que desista de
competir. En cualquiera de estos casos, tanto Marina como el partido
salen perdiendo en el corto (cortísimo) plazo –las elecciones son el 5
de octubre.
Como en política (por lo menos en la
brasileña) imposible no existe, aunque sea ideológicamente ininteligible
que Marina acepte seguir como cabeza manteniendo los arreglos de Campos
(condición impuesta por el Ejecutivo del PSB para que pueda ocupar el
puesto dejado por él), pragmáticamente la expectativa es que sí, que
Marina se vuelva la nueva candidata presidencial del partido. Marina
cuenta con el apoyo de la família de Campos pero no es unanimidad dentro
del PSB.
Sin embargo, si pasa lo esperable –como
ya lo avizoran los comandos de campaña de Dilma Rousseff, primera en las
encuestas, y Aécio Neves, el segundo--, el juego político cambia
radicalmente y el embate pasará a ser entre Dilma y Marina.
En un sondeo difundido la semana pasada
por el instituto Ibope, Dilma Rousseff (PT) tenía 38% de las intenciones
de voto; Aécio Neves (PSDB), 23%, y Eduardo Campos (PSB), 9%, en un
escenario calificado por Ibope como de “estabilidad”. Hace cuatro meses,
en abril, Marina, sin ser candidata, aparecía con un 27%, en una
encuesta de Datafolha. En ese momento, Dilma contaba con 39%, y Aécio,
16%.
Es razonable pensar que la base de Marina
es este 27%. Es decir que, si sale candidata, la pedagoga, ex empleada
doméstica y legisladora que aprendió a leer a los 16 años ya tiene lugar
matemáticamente garantizado en la segunda vuelta.
Y esta base tiende a crecer. Teniendo en
cuenta el llamado “voto-luto” --noción que empezó a manejarse y que
representa la unión de los votantes originales de Campos a los que
pasaron a conocerlo (y quererlo) después de su trágica muerte--, más los
votos de los que, habiendo sido votantes del PT, desean expresar su
descontento con el gobierno (posición representada a la perfección por
Marina, afiliada al PT por 23 años y ministra de Lula en sus dos
gestiones), no hay razones para no creer que Marina, evangélica (otro
aspecto nada despreciable en el país actualmente), pueda ser la próxima
presidente de Brasil.