Las
últimas encuestas de opinión pública y el rumbo que está tomando
la campaña electoral.
En
estos días, nos hemos visto sacudidos por la encuestas de opinión
pública: que el Frente baja, que el No a la Baja sube. ¡Qué
panorama dispar! Pareceríamos estar ganando unas luchas (la
cultural, la simbólica, la comunicacional del “no a la baja”),
pero perdiendo terreno en una batalla crucial: la del gobierno, que
es la base y la estructura de muchas otras luchas (la del 6 % para la
educación, la de los Consejos de Salarios, la de la agenda de
derechos).
El
Frente Amplio (FA) se declara en estado de “admirable alarma”,
como ha señalado el periodista Ricardo Scagliola desde el Semanario
Brecha. Y hace muy bien. Cuando se es de izquierda, cuando se lucha
contra el poder económico, mediático, financiero, cuando se libra
una batalla comunicacional todos los días, se debe estar siempre en
estado de “admirable alarma”. No creo que podamos estar de otra
manera.
Ahora
bien, las encuestas de hoy, como las de ayer, no pueden reemplazar a
la reflexión política. Y la pregunta ya célebre de “qué hacer”,
pergeñada por Lenin, viene después, y sólo después de conocer
“qué pasa”. Sobre todo, es necesario saber “leer” las
encuestas, porque todas las lecturas son políticas, y porque la
lectura del “qué pasa” será la que determinará el “qué
hacer” después.
La
historia de las encuestas de opinión pública es relativamente
reciente en nuestro país, ya que data de los últimos treinta años.
Bienvenidas las encuestas: son un instrumento particularmente útil.
Pero son eso: un instrumento. Lleno de complejidades y muy utilizable
políticamente, a pesar de que todos los encuestadores muestran
“cautela” y “prevenciones” en relación a sus números, como
forma de impedir que una tendencia registrada en una encuesta se
transforme en un hecho político sin más.
Las
encuestas son parte de la construcción política, primero, porque
señalan cuáles son los problemas que debieran ser considerados
prioritarios, y cuáles debieran ser considerados secundarios, en
función de la perspectiva de la ciudadanía. Así, desde hace un
tiempo, las encuestas vienen registrando que la seguridad ciudadana
se ha transformado en el principal tema del país. Sin embargo, esto
no significa que para las personas el asunto más importante sea la
seguridad, ya que las encuestas consultan a los entrevistados y
entrevistadas “cuáles creen, a su juicio, que son los principales
problemas del país”, no cuáles son “sus problemas”. Cada uno
conocerá cuáles son sus problemas, pero ¿los problemas de todo un
país?
¿Qué
responderá alguien sensato, sin demasiada información, y tratando
de salir del paso a una situación incómoda? (si no contesta la
pregunta, podría parecer un ignorante). Contesta lo que “cree”
que es el problema del país: o, peor aún, lo que “le dicen” que
es. Y esta respuesta la encuentra a mano: los medios masivos de
comunicación le dicen a la población qué es importante y qué no,
así como le dicen que la inseguridad es un problema central, que la
educación anda mal o que el gobierno gestiona peor.
Cuando
nos abocamos a la inseguridad como la prioridad de un país que aún
no encuentra su senda de desarrollo y debiera dedicarle a eso toda su
energía, cuando construimos gobierno tratando de “darle” a la
opinión pública lo que necesita, cuando intentamos comprar
amigabilidad en los grandes constructores de opinión pública,
renunciamos a hacer política.
Es
necesario dar cuenta de los problemas de inseguridad, sí, pero esa
no puede ser la principal prioridad del Uruguay, no debemos caer en
la trampa represiva de la derecha, con su demanda infinita de control
policial y militar sobre la ciudadanía. Los problemas de
inseguridad, han de atenderse realizando una gestión eficiente,
reconociendo las dificultades, y sobre todo, evitando que la
inseguridad sea la gran mancha de opinión sobre la que se cimentan
las preocupaciones del planeta.
Hasta
no hace mucho, las encuestas pronosticaban al FA como seguro ganador
de la próxima elección nacional. Sin embargo, hoy, los logros de
una década de progresismo –la política material, la del bolsillo-
no nos permitirán sin más ganar la batalla simbólica con una
derecha que aparece casi impoluta, predicando “por la positiva”
por un lado, mientras por el otro, siembra el negativismo contra el
país y su futuro todos los días del año, de todos los años.
Los
números nos están diciendo que el FA no crece, y que el Partido
Nacional (PN) sí lo hace. No obstante, desde una perspectiva
politológica, resulta muy improbable que los votos frenteamplistas
se estén volcando hacia el PN. ¿Debiera el FA cambiar la estrategia
de su campaña? Yo diría que mucho más que hacer campaña, hay que
hacer política. No una política para ganar las elecciones, y menos
aún para intentar seducir a la “escurridiza” opinión pública.
Hay que hacer política con nuestras convicciones y nuestras ideas. Y
esa es, hoy y siempre, nuestra mayor fortaleza.
Cuando
las encuestas indicaban que la propuesta para bajar la edad de
imputabilidad parecía triunfar, muchas voces se alzaron para
sostener que “la baja” había ganado mentes y corazones. La
demanda por mano dura que parecía constatarse en las encuestas,
llegó incluso a encontrar asidero en nuestras filas: “hay que
aumentar los controles policiales”; “hay que aumentar las penas”,
“hay que ser implacables con el delito porque eso es lo que la
sociedad quiere”, se escuchó decir a algunos frenteamplistas. Sin
embargo, hoy las encuestas registran un declive en la intención de
apoyo al plebiscito por la baja, y sus principales impulsores, con el
Senador Bordaberry a la cabeza, miran estos nuevos números con suma
atención, tomando recaudos ante la eventualidad de que el plebiscito
se termine transformado en algo antipático y ocasione una pérdida
de votos para los dirigentes tradicionales que lo promovieron.
El
“No a la Baja” sube y el “Sí a la Baja” cae. ¿Cómo sucedió
esto, cuando lo que más le preocupa a la gente, dicen las mismas
encuestas, es la inseguridad?
Desde
hace mucho (la política se hace con paciencia, todos los días,
durante mucho tiempo), se fue instalando entre la juventud, la
política del resistir al “No a la baja”. Tímidamente primero,
un poco más ardientemente en los últimos meses, la “Comisión
Nacional del No a la Baja” fue conquistando adeptos. Son, en su
mayoría jóvenes. Hacen política en todo el país. Y ahora ven sus
primeros frutos.
Si
esos jóvenes hubieran tomado interpretado las encuestas como si
éstas fueran el oráculo de Delfos, jamás se hubieran comprometido
por el “No a la Baja”. Y si los cientos de miles de
frenteamplistas nos hubiéramos dejado llevar por el canto de sirenas
de “ir a favor” de la corriente, hubiéramos dejado de hacer
política y de construir izquierda. Porque el “ir a favor” de la
corriente, diría un marxista, siempre es ir a favor de la ideología
dominante, que es la ideología de la clase dominante. No es
necesario ser marxistas ni realizar un razonamiento tan sofisticado
para entender que ser de izquierda implica ir “contra” la
corriente.
Hemos
titulado esta columna “La estrategia del salmón”, en homenaje a
nuestro entrañable amigo Marcelo Jelen, a quien extrañamos todos
los días. Marcelo escribió una vez sobre nuestro movimiento por la
“candidatura alternativa” aludiendo a que nadábamos contra la
corriente. La juventud que milita por el “No a la baja” nada
contra corriente como el salmón. Y contra corriente nadamos quienes
defendemos los derechos humanos, la memoria, la búsqueda de verdad y
justicia, cuando “el sentido común” dice que esos temas están
irremediablemente en el pasado.
Si
las encuestas no nos dan con viento a favor, tal vez sea un buen
momento para que los salmones recuperen su audacia, porque en esta
elección hay más cosas que un gobierno en disputa: está en
disputa, nuestra visión del mundo.