Alejo Umpierrez
Con el diario del lunes uno puede releer la historia. Ello no sirve
para modificar el pasado pero sí nos puede dar pistas de cómo movernos
hacia el futuro.
Cualquier lectura del resultado electoral es dura, a menos que
queramos jugar a las escondidas y ser autocomplacientes. La izquierda
globalmente considerada creció y el bloque tradicional disminuyó. El
Partido Nacional creció un magro 1 %. Perdimos el balotaje por la mayor
diferencia hasta ahora luego de 10 años de gobierno frenteamplista. Se
perdieron la mayor parte de los departamentos del interior y entre ellos
algunos especialmente simbólicos como Cerro Largo. Los jóvenes siguen
votando mayoritariamente al Frente Amplio. Pocas noticias buenas.
¿Es culpa de “La Positiva” que no nos permitió ser más agresivos y
mordaces en las críticas al gobierno?, ¿es culpa de Lacalle Pou por su
“juventud”?, ¿Hubiera sido diferente con Larrañaga? Mucho me temo que
nada hubiera sido diferente cualquiera hubiera sido el candidato o
estrategia. Y personalizar las cosas sería un error. No va por ahí.
La cuestión es más de fondo, subterránea. Tanto va por las
profundidades que ni las encuestas captaron algo invisible que solo
cristalizó en las urnas.
Estamos asistiendo a un proyecto hegemónico, consolidado primero
desde lo sindical, lo cultural, lo social que comenzó en los sesenta del
siglo pasado y luego cristalizó en lo electoral en el presente siglo. Y
ello no es coyuntural sino con visos de permanencia. Estamos asistiendo
también al mayor proceso de concentración de poder jamás visto. Solo lo
tuvo Batlle y Ordoñez luego de la muerte de Saravia. . Estamos ante la
amenaza de un régimen. Una suerte de metástasis. Un nuevo PRI o un
peronismo a la criolla. La cuestión para la izquierda no es eso lábil
que se llama gobierno. La cuestión es el poder
Un poder que cedió espacio de la convicción a la necesidad. Ya no se
conquistan voluntades con encendidas proclamas utópicas de un mundo
feliz y futuro. Ellas se conquistan con el encadenamiento a la urna con
la salarización de la pobreza que ha recibido el pomposo rótulo de
“políticas sociales”. Y eso rinde. Las encuestas señalan que el 81 % de
quienes reciben prestaciones sociales en sus diferentes fórmulas optan
por el FA. Y son más de 100.000. Es el viejo asistencialismo populista
del pachequismo redivivo, invisible, pero que salta en las urnas.
No es solo eso, porque esto es multicausal. Además el ahora amainado
viento de cola dio sus frutos. También ahí funciona la muy gringa frase
“It´s the economy, stupid” para explicar muchos fenómenos. ¿Y para que
cambiar si “vamos bien”? Mejora del salario real y baja desocupación es
un combo difícil de combatir y no importa para el elector que ello sea
producto de un shock externo en su mayor parte justificado por el
incremento de todos los precios de nuestros productos exportables hasta
hace poco tiempo. El elector carece de mirada de largo plazo en su gran
mayoría y no realiza construcciones exquisitas en el terreno económico
para definir su voto.
La hegemonía también está construida gramscianamente – y en forma
medular – en lo cultural que consumimos día a día, sea el Carnaval o el
canto popular; sea Benedetti, No te va a Gustar o el “Chino” Recoba. Y
no es sencillo armar una contracultura cuando el poder prodiga
contratos, reconocimientos, actuaciones, premiando viejos y nuevos
militantes aunque se hayan marchitado las viejas utopías.
Y por si fuera poco el poder es como una inmensa telaraña melosa que
atrapa y empalaga todo lo que rodea o se acerca a el. Algo que
reblandece o quiebra las voluntades más débiles.
Todo planteado así asemeja una especie de Cuarto Reich de izquierda que durará por los próximos mil años.
El tema es como se da fin a esto.
Hay dos caminos. Uno es esperar un nuevo 1958. Es decir, esperar el
agotamiento del “modelo”, que morirá asfixiado por el clientelismo, la
corrupción y las prebendas, ineficiencias, subsidios e inflación y
desempleo en su agonía final. Un país en escombros. Será la implosión
que nos transformará una vez más en los bomberos del sistema político y
llegaremos para cumplir la desagradable tarea de ser los “malos”, los
que deberán poner la casa en orden luego de la festichola. Tarea poco
grata y sin rédito electoral para que luego, ordenado todo, vuelvan los
dadivosos de siempre. ¿Ocurrirá ello en este período?; ¿llevará más de 5
años? Imposible saberlo. La coyuntura internacional marcará la cancha.
Argentina y Brasil una vez más – a pesar que la dependencia con ellos ha
disminuido – serán decisivos. Los precios internacionales de granos,
madera, lácteos y carne también. ¿El presupuesto estatal seguirá
creciendo? ¿Más impuestos? El equipo de Astori por más que no sea de
nuestro agrado tiene claro todos estos extremos y va a tratar de ser el
ancla de este gobierno, aunque inevitablemente deberá ceder a presiones y
pujas internas que significarán más gasto público y muy seguramente
mayor déficit fiscal. Pero el ancla que significa este equipo económico
va a retrasar ese estallido porque ya conocen lo que sucedió antes
cuando se siguieron semejantes caminos. ¿Esperar entonces?
El otro camino es el camino a seguir.
El de ser alternativa de gobierno por convicción de nuestras bondades
y no por descarte ante el derrumbe del adversario. Porque esto último
no supone un proceso de convicción ideológica ni de cambio cultural de
los electores, sino una simple migración de ellos en busca del retorno a
lo perdido cambiando de partido; la búsqueda de la solución que les
vuelva a dar más de lo mismo que tenían sin comprender que lo que
tuvieron en ese pasado fue lo que provocó la hecatombe.
Alternativa de gobierno significa trabajar duro para construirla y no
se construye meramente desde la oposición pura sino con creatividad y
abandonando posiciones de un liberalismo diletante para asumir la
centralidad de la creación de políticas sociales que nos acerquen a la
gente y su diversidad.
Hay que ir a jugar en esa cancha porque es la cancha que pide la
gente y por la cual elige a sus gobernantes. Y en definitiva tienen
razón, porque cuando las libertades lucen firmes la gente se preocupa de
otros aspectos y no basta con declamar sobre la legalidad y la
Constitución. Si bien no solo de pan vive el hombre, sin él tampoco vive
y por ello debemos de activar los reflejos que nos den la capacidad de
resolver los problemas de los distintos actores. Para ello debemos
zambullirnos en la sociedad, urbanizarnos, cosmopolitizarnos, abrir
nuestra cabeza. Un partido que debe tener contacto con todas las
realidades y dar respuestas específicas para los problemas de cada
sector; de jóvenes y ancianos, productores rurales y asalariados
urbanos, arrendatarios y desposeídos, negros, homosexuales y mujeres,
sobre el medio ambiente.
No podemos seguir haciendo grandes discursos macroeconómicos sin
mirar la dimensión micro de la sociedad. Damiani le respondía en una
época a Cataldi: “Nadie festeja balances”. Por ello cuidando sin dudas
lo macro; pero sustancialmente yendo a lo micro encontraremos las
respuestas para anclarnos en la sociedad. No ir en este sentido
significa seguir dejando ese espacio libre para la izquierda y eso – no
les quepa duda – es lo que ellos aspiran. Está en nosotros el atrevernos
o asumirnos simplemente como un partido liberal – conservador.
Críticamente podemos preguntarnos hoy que representamos como partido a
nivel de la sociedad. Y mucho me temo que quizás nos cueste encontrar
la respuesta.
Hemos hecho una renovación generacional. Después de 2009 hicimos
nuestro vía crucis, y sin caza de brujas, hicimos las llamadas “jornadas
de reflexión” que impulsaron este Partido que tenemos hoy. Pero la
renovación se halla inconclusa si no la bajamos a tierra, a nivel de la
sociedad y sus necesidades, de generar propuestas sociales con las
cuales hay que bombardear al futuro gobierno para que nos legitime como
predicadores de dichos temas luego y no aparezcan como meros artificios
preelectorales para el 2019. Se trata de recuperar el olfato social que
nos ponga al frente de las aspiraciones de la gente.
Sin ello no habrá triunfo. El centro político es el espacio de
disputa y hacia allí tenemos que avanzar, so pena de seguir mirando el
partido desde la tribuna.
El abanderado es importante, pero no tanto como las banderas.