Chiquito
Colocaron placa de homenaje al carmelitano Aldo Perrini en el cuartel de Colonia.
La diaria – 5 3 15 – Por Lucas Silva – Fotos Iván Franco
Aldo
Chiquito Perrini nunca estuvo en un comité de base, y tampoco militó en
un sindicato. El acto más sedicioso que cometió, en sus 34 años de
vida, fue votar al Frente Amplio (FA) en las elecciones de 1971. Algunos
dicen que llegó a colgar un cuadro del Che Guevara en su heladería de
Carmelo, pero otros ni siquiera recuerdan ese dato. En algo, sí,
coinciden todos: sus helados eran muy buenos, y la historia de su
crimen, que todavía sigue impune, es una de las más trágicas de la
última dictadura militar.
Algo
pasó en Carmelo entre el 4 de enero y el 26 de febrero de 1974. No está
claro si fue una demostración de fuerzas inútil, un experimento de
alcance local o el simple delirio de una patota de mentes enfermas. Lo
cierto es que en ese período unos 100 jóvenes carmelitanos fueron
detenidos y llevados al Batallón de Infantería Nº4 de Colonia del
Sacramento. La mayoría de ellos tenía entre 18 y 22 años; estudiaban,
trabajaban y militaban en el Partido Socialista, el Partido Comunista o
el Partido Demócrata Cristiano (PDC).
Perrini
era un poco mayor que el promedio de los detenidos, tenía 34 años y el
delantal de heladero puesto cuando un grupo de militares ingresó a su
casa el 26 de febrero de 1974. Revolvieron todo y lo sacaron a golpes,
mientras sus tres hijos (Dino, de seis años, Aldo, de cinco y Piero, de
un año y medio) dormían. Lo llevaron encapuchado en un camión hasta el
cuartel de Colonia. Cuentan sus compañeros que esa misma noche, mientras
lo torturaban, Perrini pedía que lo dejaran volver a Carmelo para
repartir helados, mientras gritaba: “¡Heladero, helado!”.
También dicen que reaccionó con todas sus fuerzas -le decían Chiquito,
pero de pura ironía- cuando logró sacarse la venda de los ojos y ver
cómo violaban a una muchacha de 17 años. Después de eso, los militares
lo torturaron hasta su muerte.
En febrero de 2012, un periodista del semanario coloniense El Eco logró entrevistar a un ex soldado del Batallón Nº4, que aportó información pero no quiso identificarse.
“A
Perrini lo mataron en la sala de interrogatorio. Lo mataron en el
cuartel. Entonces lo sacan y lo pasan abajo, se prende la radio, y traen
a la gente; los que estaban encargados eran el Oso Barneix y elFlaco Puigvert. Cuando le hacen el interrogatorio, a Chiquito lo
mojan [le hacen el submarino en el tacho], después le ponen bolsas de
agua en las manos, y con un magneto de teléfono de campaña le dieron
manija y manija y no le aguantó el corazón. Le dieron la primera y no
aguantó la segunda. Cuando quisieron acordar, el tipo se les muere”,
confesó.
El Oso es Pedro Barneix. El Flaco es José Puigvert. También estuvieron involucrados en este homicidio Washington Perdomo y José Baudean, ambos fallecidos.
Milicos y socios
Carlos
Pereira, de la Asociación de ex Pres@s Politíc@s de Uruguay (Crysol)
Carmelo, fue uno de los detenidos en el Batallón Nº 4 y, como el resto
de sus compañeros, no tiene una hipótesis contundente respecto de qué
pasó concretamente en aquellos primeros meses de 1974. “La derecha en
Carmelo era muy fuerte, había un núcleo importante de gente de la JUP
[Juventud Uruguaya de Pie], andaba en la vuelta algún estanciero de peso
y algún ex militar de la Marina. También había serviles y alcahuetes en
Primaria y Secundaria. El motivo concreto de la represión militar en
Carmelo no lo entendemos, pero esa base social de la derecha más
conservadora existía y pesaba”, reflexionó.
Según Pereira, con la muerte de Perrini se cortaron las detenciones clandestinas de jóvenes en Carmelo. “Si a Chiquito no lo asesinaban iban a seguir trayendo gente, y quién sabe qué hubiera pasado. En ese sentido fue un héroe”, comentó.
Pereira
fue uno de los oradores en el acto de homenaje a Perrini que se realizó
ayer, antes del mediodía, afuera del Batallón Nº4 de Colonia. La
actividad la impulsó la Comisión Especial creada por la Ley 18.596, que
establece que en todos los sitios públicos donde se hayan producido
violaciones a los derechos humanos, el Estado colocará “en su exterior y
en lugar visible para la ciudadanía, placas o expresiones materiales
simbólicas recordatorias de dichos hechos”. En representación del
Ejecutivo estuvieron el subsecretario del Ministerio de Educación y
Cultura, Fernando Filgueira, y el director de Derechos Humanos del
Ministerio de Defensa Nacional, Roberto Caballero. La placa que se
colocó dice: “En este edificio fue asesinado y torturado Aldo Perrini
por la dictadura fascista cívico militar”.
En
su discurso, Pereira remarcó que ninguno de los detenidos “andaba con
una pistola 45 colgada del cinto” y que sus armas eran los “tachos con
engrudo para las pintadas”. “No queremos que nadie nos quiera incluir en
la teoría de los dos demonios”, dijo. En tanto, Gastón Grisoni,
presidente de Crysol, dijo que el asesinato de Perrini es un crimen de
lesa humanidad, y que por lo tanto es “inamnistiable, imprescriptible y
no corresponde computar el período durante el que estuvo vigente la Ley
de Caducidad en el cálculo prescripcional”.
Una resolución clave
En
setiembre del año pasado, la defensa de Barneix presentó un recurso de
casación contra el fallo del Tribunal de Apelaciones en lo Penal (TAP)
de 1º Turno, que había habilitado su indagatoria en el marco de la causa
que investiga la muerte de Perrini.
Tras
ese fallo del TAP, en el que se argumentó que el período de vigencia de
la Ley de Caducidad no puede computarse dentro del plazo de
prescripción, la jueza penal de 7º Turno, Beatriz Larrieu, fijó la
audiencia con Barneix.
La
magistrada pretendía indagar al militar retirado, en el marco de un
pedido de procesamiento en su contra que emitió la fiscal Ana María
Telechea en 2012. El recurso de casación que presentó la defensa de
Barneix fue elevado a la Suprema Corte de Justicia (SCJ) para su
consideración, y en ese momento permitió que el militar retirado no
compareciera ante la Justicia.
“Estamos
a la espera de la resolución de la Corte. Debería ser inminente y
debería ser un rechazo [al recurso de casación]. La Corte tiene la
posibilidad de enmendar su error al haber admitido el recurso; veremos
si tiene autocrítica. La ley dice que este tipo de recursos no son
admisibles. Sólo son admisibles si se presentan contra sentencias
definitivas o sentencias que pongan fin al proceso, y no es ninguno de
esos casos”, explicó el abogado denunciante, Oscar López Goldaracena. En
definitiva, la SCJ resolverá si el crimen de Aldo Perrini prescribió -y
en ese caso archivaría la causa- o si, por el contrario, hay que
avanzar con el proceso en curso. “Es el punto de inflexión más fuerte
para todas las causas vinculadas a los derechos humanos”, concluyó el
abogado. Otra vez, como en el cuartel, la vida de Perrini; una historia
que transcurre, caprichosamente, entre actitudes heroicas y la amenaza
de villanos.
En el cuartel
“Batallón ‘Oriental’ de Infantería Mecanizado Nº4”, dice afuera el
cartel. En la puerta, un grupo de militares jóvenes mira a quienes
comienzan a llegar para presenciar el acto.
No
es poca cosa: es la primera vez en Uruguay que se coloca una placa de
homenaje a un asesinado en dictadura en un predio militar. Sin embargo,
para el jefe del Batallón, el teniente coronel León Chebi, y para el
comandante de la Brigada de Infantería Nº2, el coronel Gustavo
Figueredo, fue un día normal para todos.
“Los
militares no tenemos voz, voto ni opinión; nos limitamos a darle
cumplimiento a las órdenes. Vino la orden de poner una placa y se puso
la placa. Tampoco hacemos la lectura de si es o no un hecho histórico,
eso es una apreciación periodística o política”, aclaró Figueredo. Casi
sin inmutarse, el coronel agregó: “No cambió la rutina, la escala de
mando está intacta y el Ejército tiene la frente en alto. Este Ejército
no tiene nada que ver con lo que pasó en aquellos años”.
En pocas palabras
Con los hijos de Aldo Perrini
Faltaban
pocos minutos para que empezara el acto. A pocos metros del muro blanco
en el que se colocó la placa para homenajear a Aldo Perrini, estaban
dos de sus tres hijos, que recién habían llegado desde Carmelo.
-Dino Perrini (DP): Nunca
había estado acá, la verdad es nunca había podido mirar para adentro.
Te da mucha tristeza estar en el lugar en el que mataron a tu viejo.
Pero también son lágrimas...
-Piero Perrini (PP): Hay una mezcla de sensaciones.
-DP: Sí,
porque también hay una satisfacción por toda la gente que nos sigue
acompañando en esta causa para que, de una vez por todas, se haga
justicia. No logramos entender, porque está todo en el expediente, está
todo comprobado, pero los torturadores y los asesinos que mataron a papá
siguen estando libres.
Ustedes eran muy chicos cuando lo asesinaron. ¿Cómo empezaron a enterarse de qué fue lo que pasó?
-DP: Yo
me enteré cuando tenía 16 años, porque nuestra vieja nos había dicho
que papá había muerto por un ataque al corazón, cuando venía viajando
desde Colonia. Imaginate que, después, enterarnos de lo que había pasado
nos cambió la vida. En aquel momento nos cambió la vida para mal; ahora
nos está cambiando para bien, porque estamos logrando cosas. Nos
equivocamos, hicimos cosas que no debíamos.
-PP: Éramos
muy rebeldes, teníamos mucha rabia, pero ahora estamos tratando de
hacer las cosas de otra manera. Ahora, lo que necesitamos es que alguien
se dé cuenta de lo que está pasando, que los ministros de la Suprema
Corte de Justicia reaccionen y que haya justicia, porque la verdad ya
está. Sin justicia no se puede cerrar esta historia, es la única manera
de poder mirar algún día al cielo y pensar que nuestro padre está
descansando realmente en paz. En algún punto, la herida va a quedar
siempre abierta, pero lo que falta, antes que nada, es justicia.