Creo que fue uno de los primeros libros que leí cuando llegué a Montevideo. Yo no era un gran lector en esa época, mediados de los noventa. No me traje una caja de libros de Lascano cuando me mudé a la capital a estudiar. No tenía mi propia biblioteca ni nada que se le parezca. Así que a este lo encontré acá, en algún rincón de mi nuevo departamento en un tercer piso por ascensor. Cayó en mis manos y me lo puse a hojear. Me gustó el título: “Resucitar no es gran cosa”. El libro estaba escrito por César di Candia, un montevideano que se sentía rochense. Yo era un rochense que tenía que empezar a creerme montevideano. Lo necesitaba para sobrevivir en esta jungla de edificios y líneas de ómnibus que no entendía demasiado. Un domingo salí del Estadio Centenario y me tomé uno para volver a Pocitos. Terminé en Punta Rieles. Verídico. Con el libro de Di Candia podía volver un rato a Rocha. Me maravilló lo bien recreado que estaba ese universo de las charlas en una plaza, con ese tiempo para divagar que solo se puede encontrar en seres humanos sentados en bancos del interior del país. Me fascinaban los personajes, sus cuentos. Y sobre todo el humor. Leer humor es fantástico. Capaz que es mejor que escucharlo. Me acuerdo de reírme con ruido. Y también hoy, veintipico de años después, puedo identificar nítidamente el párrafo de mí carcajada. – Yo recuerdo a ese negro Edgardo. Entramos juntos ́e milicos. Se murió ́e bruto. Decía que los refríos se curaban estornudando y cuando le empezaba a picar la garganta se metía una pajita en la nariz pa ́ buscarse el estornudo. Tanto se tanteó las cosquillas que en una ocasión largó un bufido juertazo, se miró el pañuelo y vio una cosa como una molleja. ¿Saben lo que era?–Moco, digo yo y perdonen la osenidá. –No. Era un pedazo de su celebro. Estuvo un rato meta estornudar y largando el celebro de a puñaditos. Me lo contó otro milico que lo vio. El Edgardo se quedó como ido. Hay una especie de prólogo en el libro de Di Candia. Se títula “Aclaraciones Innecesarias”. Ahí abre un paraguas. Dice que en esa obra de ficción, el mayor peso de la narrativa, es la realidad. Los relatos y anécdotas que se han deformado pero que han sobrevivido al tiempo. Y que ubica a sus personajes en el interior de la república “porque ahí es posible recuperar formas de humor que apretadas en las grandes ciudades han caído en crisis casi irrecuperables de solemnidad”. Lo escribió muchísimo antes de Internet y las redes morales con sus antorchas siempre listas. Y tiene más vigencia que nunca.
*Federico Castillo (Lascano 1979) es periodista y escritor. Es coautor de los libros Hasta la última gota y la Ropa en la cancha (Sudamericana) y realizó la producción periodística del libro la Revolución de los humanos (Debate) de Ignacio Munyo. Desde el año 2013 integra la redacción del semanario Búsqueda donde se desempeña como cronista.