“Izquierda sin cultura no es izquierda” (Mariano Arana)
La actualidad nos posiciona ante una población habitando ciudades cada vez más crecientes y tecnológicas; paradójicamente, esa misma población guarda la singular percepción de que es dificultoso acceder al derecho a vivir plenamente, sin exclusiones, brechas, ni segregaciones, que con frecuencia acaban vulnerando los derechos de los ciudadanos. Asistimos, en realidad, al “escenario” de una ciudad con comunidades cada vez más fragmentadas en lo territorial, que luchan por validar la fuerza del sentido de lo comunitario sin obtener, mayormente, la apropiación social y la convocatoria ciudadana suficientes para agenciar procesos de verdadera incidencia cultural. Mientras tanto, sectores crecientes de la población, particularmente de las nuevas generaciones, se vinculan cada vez más, afectiva y emocionalmente, a sus comunidades virtuales y demuestran una tendencia a participar cada vez menos en manifestaciones tradicionales comunitarias, para desempeñarse con más solvencia en el ámbito funcional corporativo y/o global. Se nos dificulta concordar con este accionar, (poco empático, poco solidario y hasta foráneo), que tampoco coincide con aquella gestión que pretende mediar entre las necesidades y realidades del territorio que habitamos, y los recursos disponibles que pueden llegar a las comunidades cercanas para generar un desarrollo humano de incidencia local. Las políticas culturales no solo deben ser temáticas ,(música, patrimonio, teatro, danza, etc.), orientadas a los agentes de cada sector, o al fortalecimiento de los campos (arte, cultura, patrimonio) en sus distintas dimensiones, (investigación, creación, producción, circulación, apropiación, salvaguardia), sino que deben incluir a toda la ciudadanía, prestando especial atención a los procesos culturales comunitarios, que faculten el ejercicio libre de la creatividad, la asociatividad, la construcción de memorias vivas, la superación de la marginación y la exclusión, desde la vida cotidiana, las memorias y experiencias de cada territorio. El Estado debe dejar de pensar que su rol es intervenir, y entender que su papel en este momento es mucho más el de interactuar, facilitar y mediar. De un Estado que fomenta procesos culturales en los territorios de manera vertical y competitiva por medio de convocatorias dirigidas a estimular de manera meramente económica productos culturales; podemos y debemos migrar a un Estado que sea también capaz de producir un fomento horizontal, en red y colaborativo dirigido a estimular procesos sociales y culturales colectivos.
A razón de que la acción del Estado debe, por consiguiente, enfocarse en fomentar un proceso, y no un producto cultural determinado, la apuesta se basa, pues, no en facilitar simplemente los recursos para que se produzca un producto cultural en un esquema tradicional de subvención o patrocinio; sino en encaminar los recursos para fortalecer el proceso social y cultural del que podrán nacer y desarrollarse diversos productos culturales. Cabe, asimismo, señalar que el desarrollo no es espontáneo, se trata de un proceso deliberado, que se apoya en la integración, cooperación y concertación como instrumentos de acción metodológica y política. Por lo tanto requiere de decisiones políticas fidedignas, como consecuencia, de acciones concretas que deben estar en la agenda de un gobierno municipal responsable. El desarrollo cultural es un elemento fundamental para el desarrollo integral de una comunidad. Por supuesto, esto va a depender de la concepción de cultura en la que se sustenta como de la noción de desarrollo que se tenga. Pero, si bien sostenemos que el desarrollo cultural debe estar en la agenda de los municipios, no es responsabilidad exclusiva de éstos, sino que necesita de la participación coordinada de grupos e instituciones. Por esta razón resulta fundamental el papel que juegan los gestores culturales en el ámbito público, pues si el desarrollo no es espontáneo y no es responsabilidad exclusiva del Estado, los responsables de cultura deben cogestionar con instituciones, con ONGs, con asociaciones, con privados, con diversas colectividades para, entre todos, contribuir a su logro. El desarrollo cultural es un proceso que debe consolidar la garantía del libre acceso y participación de la población conjunta en el conocimiento, uso, disfrute y creación de los bienes, hechos y servicios culturales. Queda clara la relevancia de la inclusión de la cultura en las agendas de los gobiernos, en especial de las administraciones municipales. En este punto la pregunta sería por qué se plantea que debe dársele importancia a las administraciones locales, (llámense intendencias, municipios o alcaldías). Pues, si se habla de desarrollo endógeno se habla de lo local, y la diversidad cultural del Uruguay es tan amplia como lo es su territorio, por lo que desde las administraciones centrales se deben considerar estas diversidades y, por lo tanto, contribuir al desarrollo de las potencialidades propias de cada comunidad. Esto sólo se puede lograr desde las administraciones municipales, porque el municipio al ser la célula más pequeña de la democracia, necesita de la descentralización para fortalecerse. El trabajo cultural, es decir, el accionar en todos los campos de la cultura, es una modalidad para generar procesos de participación e inclusión de la población. El ámbito municipal es el espacio donde se hace posible la articulación de la sociedad política con la sociedad civil. Un municipio con alta participación ciudadana, con inclusión de la gente a la gestión de la cultura, con descentralización de las actividades culturales, cogestionadas con las asociaciones, con los particulares, con las empresas, con la gente es también, sobre todo, un municipio fortalecido.
La posibilidad de trabajar las políticas culturales desde y para las comunidades implica recuperar la dimensión colectiva de la cultura, el vínculo humano, próximo, consciente y creativo con otras personas y seres cercanos; implica además reconocer al artista como ciudadano, en dimensiones valiosas de sentido y resistencia ante la tendencia contemporánea a subsumir enteramente las artes y la cultura en el mercado, o a perderse en una miríada de reivindicaciones identitarias individuales carentes de horizonte y proyecto social colectivo. Se debe implicar, incluir, generar intercambios, compromisos, consensos. El eje de la Gestión Cultural y del Gestor, como agente de cambio, consiste fundamentalmente en saber comprometer, transformar las cosas, allegar personas. Aquí lo claro es que la gestión es servicio y la cultura es esencialmente de la gente. Por lo tanto, es necesario preguntarles a todos y así descubrir las necesidades explicitas de la población. Pero también investigar para descubrir así sus necesidades implícitas. Gestionar en cultura significa pelear por un presupuesto escaso ante las demás autoridades municipales o luchar por un reconocimiento como área de gestión municipal que, en muchos casos, ni siquiera es autopercibido como tal. Es tener conciencia de que el trabajo dura lo que dura la gestión del gobierno de turno, sin demasiadas proyecciones en las gestiones futuras, (aunque las debiera tener), ya que es propio de estas administraciones que todo nuevo mandato no reconozca los logros anteriores e imponga, para su propia diferenciación, su especifico “modelo de trabajo”. Quien esté a cargo de una gestión cultural debe saber que el sentido de lo artístico no solo se haya en la realización de objetos artísticos, obras o acciones, sino, entendiendo el arte como acto de reflexión permanente, en contribuir a ensanchar los escenarios de discusión en torno a la exclusión social, la discriminación, las violencias, la reafirmación de los estereotipos y el autoritarismo. La convergencia de estas dinámicas reivindica y posiciona el valor intrínseco de las dimensiones éticas, estéticas y simbólicas de los saberes y prácticas culturales de las personas y comunidades en la construcción de sociedades más justas, creativas e incluyentes, que con certeza proponen formas y procesos creativos como un acto político transformador.
Los gestores culturales están en esos espacios para convocar a la comunidad, ser visitados por ella para animar, mediar y crear procesos culturales. Es en estos mismos espacios donde se consolidan los proyectos artísticos y culturales más innovadores y disruptivos de las comunas: el teatro concertado, la biblioteca comunitaria, el ensayo murguístico, la escuela de danzas tradicionales o de ballet, el centro cultural comunitario, el vivero creativo social y, por supuesto, las artes escénicas o performances, son algunos de tantos espacios que le dan al barrio una estructura e infraestructura cultural formal, al mismo tiempo que movilizan la acción y el pensamiento para generar desarrollo y la transformación social necesarios para una vida más digna y consciente.
A diferencia del mercado, donde la noción central de la relación humana es la transacción o el intercambio, y del mismo Estado, que privilegia la participación como eje de su relacionamiento con la ciudadanía, en la base de la gestión cultural responsable el concepto central es el vínculo, es decir, la posibilidad de establecer una relación próxima, consciente y creativa con otros conciudadanos, en su complejidad y diversidad. Entendemos así que la identidad cultural es una construcción humana y no una esencia inmutable, lo cual implica siempre considerar al ciudadano como múltiple, abierto, cambiante, con una identidad no estática , sino en constante proceso de (re) articulación y que, además, implica considerar las diferencias como piezas claves en la constitución de cualquier identidad. Posiblemente esta sea, sino la única herramienta, sí una entre tantas que, nos faculte visualizar la cultura como una dimensión ineludible para el progreso integral de localidades y regiones de nuestro departamento.
DARIO AMARAL