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lunes, 18 de noviembre de 2024

¿QUÉ HACER POR LA CULTURA DE ROCHA? POR DARÍO AMARAL

 


Izquierda sin cultura no es izquierda” (Mariano Arana)

La actualidad nos posiciona ante una población habitando ciudades cada vez más crecientes y tecnológicas; paradójicamente, esa misma población guarda la singular percepción de que es dificultoso acceder al derecho a vivir plenamente, sin exclusiones, brechas, ni segregaciones, que con frecuencia acaban vulnerando los derechos de los ciudadanos. Asistimos, en realidad, al “escenario” de una ciudad con comunidades cada vez más fragmentadas en lo territorial, que luchan por validar la fuerza del sentido de lo comunitario sin obtener, mayormente, la apropiación social y la convocatoria ciudadana suficientes para agenciar procesos de verdadera incidencia cultural. Mientras tanto, sectores crecientes de la población, particularmente de las nuevas generaciones, se vinculan cada vez más, afectiva y emocionalmente, a sus comunidades virtuales y demuestran una tendencia a participar cada vez menos en manifestaciones tradicionales comunitarias, para desempeñarse con más solvencia en el ámbito funcional corporativo y/o global. Se nos dificulta concordar con este accionar, (poco empático, poco solidario y hasta foráneo), que tampoco coincide con aquella gestión que pretende mediar entre las necesidades y realidades del territorio que habitamos, y los recursos disponibles que pueden llegar a las comunidades cercanas para generar un desarrollo humano de incidencia local. Las políticas culturales no solo deben ser temáticas ,(música, patrimonio, teatro, danza, etc.), orientadas a los agentes de cada sector, o al fortalecimiento de los campos (arte, cultura, patrimonio) en sus distintas dimensiones, (investigación, creación, producción, circulación, apropiación, salvaguardia), sino que deben incluir a toda la ciudadanía, prestando especial atención a los procesos culturales comunitarios, que faculten el ejercicio libre de la creatividad, la asociatividad, la construcción de memorias vivas, la superación de la marginación y la exclusión, desde la vida cotidiana, las memorias y experiencias de cada territorio. El Estado debe dejar de pensar que su rol es intervenir, y entender que su papel en este momento es mucho más el de interactuar, facilitar y mediar. De un Estado que fomenta procesos culturales en los territorios de manera vertical y competitiva por medio de convocatorias dirigidas a estimular de manera meramente económica productos culturales; podemos y debemos migrar a un Estado que sea también capaz de producir un fomento horizontal, en red y colaborativo dirigido a estimular procesos sociales y culturales colectivos.

A razón de que la acción del Estado debe, por consiguiente, enfocarse en fomentar un proceso, y no un producto cultural determinado, la apuesta se basa, pues, no en facilitar simplemente los recursos para que se produzca un producto cultural en un esquema tradicional de subvención o patrocinio; sino en encaminar los recursos para fortalecer el proceso social y cultural del que podrán nacer y desarrollarse diversos productos culturales. Cabe, asimismo, señalar que el desarrollo no es espontáneo, se trata de un proceso deliberado, que se apoya en la integración, cooperación y concertación como instrumentos de acción metodológica y política. Por lo tanto requiere de decisiones políticas fidedignas, como consecuencia, de acciones concretas que deben estar en la agenda de un gobierno municipal responsable. El desarrollo cultural es un elemento fundamental para el desarrollo integral de una comunidad. Por supuesto, esto va a depender de la concepción de cultura en la que se sustenta como de la noción de desarrollo que se tenga. Pero, si bien sostenemos que el desarrollo cultural debe estar en la agenda de los municipios, no es responsabilidad exclusiva de éstos, sino que necesita de la participación coordinada de grupos e instituciones. Por esta razón resulta fundamental el papel que juegan los gestores culturales en el ámbito público, pues si el desarrollo no es espontáneo y no es responsabilidad exclusiva del Estado, los responsables de cultura deben cogestionar con instituciones, con ONGs, con asociaciones, con privados, con diversas colectividades para, entre todos, contribuir a su logro. El desarrollo cultural es un proceso que debe consolidar la garantía del libre acceso y participación de la población conjunta en el conocimiento, uso, disfrute y creación de los bienes, hechos y servicios culturales. Queda clara la relevancia de la inclusión de la cultura en las agendas de los gobiernos, en especial de las administraciones municipales. En este punto la pregunta sería por qué se plantea que debe dársele importancia a las administraciones locales, (llámense intendencias, municipios o alcaldías). Pues, si se habla de desarrollo endógeno se habla de lo local, y la diversidad cultural del Uruguay es tan amplia como lo es su territorio, por lo que desde las administraciones centrales se deben considerar estas diversidades y, por lo tanto, contribuir al desarrollo de las potencialidades propias de cada comunidad. Esto sólo se puede lograr desde las administraciones municipales, porque el municipio al ser la célula más pequeña de la democracia, necesita de la descentralización para fortalecerse. El trabajo cultural, es decir, el accionar en todos los campos de la cultura, es una modalidad para generar procesos de participación e inclusión de la población. El ámbito municipal es el espacio donde se hace posible la articulación de la sociedad política con la sociedad civil. Un municipio con alta participación ciudadana, con inclusión de la gente a la gestión de la cultura, con descentralización de las actividades culturales, cogestionadas con las asociaciones, con los particulares, con las empresas, con la gente es también, sobre todo, un municipio fortalecido.

La posibilidad de trabajar las políticas culturales desde y para las comunidades implica recuperar la dimensión colectiva de la cultura, el vínculo humano, próximo, consciente y creativo con otras personas y seres cercanos; implica además reconocer al artista como ciudadano, en dimensiones valiosas de sentido y resistencia ante la tendencia contemporánea a subsumir enteramente las artes y la cultura en el mercado, o a perderse en una miríada de reivindicaciones identitarias individuales carentes de horizonte y proyecto social colectivo. Se debe implicar, incluir, generar intercambios, compromisos, consensos. El eje de la Gestión Cultural y del Gestor, como agente de cambio, consiste fundamentalmente en saber comprometer, transformar las cosas, allegar personas. Aquí lo claro es que la gestión es servicio y la cultura es esencialmente de la gente. Por lo tanto, es necesario preguntarles a todos y así descubrir las necesidades explicitas de la población. Pero también investigar para descubrir así sus necesidades implícitas. Gestionar en cultura significa pelear por un presupuesto escaso ante las demás autoridades municipales o luchar por un reconocimiento como área de gestión municipal que, en muchos casos, ni siquiera es autopercibido como tal. Es tener conciencia de que el trabajo dura lo que dura la gestión del gobierno de turno, sin demasiadas proyecciones en las gestiones futuras, (aunque las debiera tener), ya que es propio de estas administraciones que todo nuevo mandato no reconozca los logros anteriores e imponga, para su propia diferenciación, su especifico “modelo de trabajo”. Quien esté a cargo de una gestión cultural debe saber que el sentido de lo artístico no solo se haya en la realización de objetos artísticos, obras o acciones, sino, entendiendo el arte como acto de reflexión permanente, en contribuir a ensanchar los escenarios de discusión en torno a la exclusión social, la discriminación, las violencias, la reafirmación de los estereotipos y el autoritarismo. La convergencia de estas dinámicas reivindica y posiciona el valor intrínseco de las dimensiones éticas, estéticas y simbólicas de los saberes y prácticas culturales de las personas y comunidades en la construcción de sociedades más justas, creativas e incluyentes, que con certeza proponen formas y procesos creativos como un acto político transformador.

Los gestores culturales están en esos espacios para convocar a la comunidad, ser visitados por ella para animar, mediar y crear procesos culturales. Es en estos mismos espacios donde se consolidan los proyectos artísticos y culturales más innovadores y disruptivos de las comunas: el teatro concertado, la biblioteca comunitaria, el ensayo murguístico, la escuela de danzas tradicionales o de ballet, el centro cultural comunitario, el vivero creativo social y, por supuesto, las artes escénicas o performances, son algunos de tantos espacios que le dan al barrio una estructura e infraestructura cultural formal, al mismo tiempo que movilizan la acción y el pensamiento para generar desarrollo y la transformación social necesarios para una vida más digna y consciente.

A diferencia del mercado, donde la noción central de la relación humana es la transacción o el intercambio, y del mismo Estado, que privilegia la participación como eje de su relacionamiento con la ciudadanía, en la base de la gestión cultural responsable el concepto central es el vínculo, es decir, la posibilidad de establecer una relación próxima, consciente y creativa con otros conciudadanos, en su complejidad y diversidad. Entendemos así que la identidad cultural es una construcción humana y no una esencia inmutable, lo cual implica siempre considerar al ciudadano como múltiple, abierto, cambiante, con una identidad no estática , sino en constante proceso de (re) articulación y que, además, implica considerar las diferencias como piezas claves en la constitución de cualquier identidad. Posiblemente esta sea, sino la única herramienta, sí una entre tantas que, nos faculte visualizar la cultura como una dimensión ineludible para el progreso integral de localidades y regiones de nuestro departamento.

DARIO AMARAL

 

 

miércoles, 23 de octubre de 2024

¿QUÉ HACER POR LA CULTURA DE ROCHA?


 

Izquierda sin cultura no es izquierda” (Mariano Arana)

Lo cultural excede por mucho lo artístico; su naturaleza social es tan dinámica y abarcativa como aquellos límites de su definición, por lo que pensar la cultura únicamente desde el flanco de las artes resulta, si se quiere, una simplificación. Al pensar en esos límites, visibilizando la diversidad contextual, así como las prácticas culturales implementadas que indefectiblemente nos aparcan en la coyuntura de las “emergencias sociales”, donde además se entrecruzan las tensiones prelectorales del marco político, resulta imprescindible procurar herramientas que nos habiliten a expandir nuestra mirada de gestión cultural de la forma más equitativa y urgente posible.

Una herramienta sistemática para llevar a cabo este objetivo e involucrar a las comunidades en la identificación y registro de los bienes culturales locales, (con la implicación de que la información resultante sea útil para crear estrategias colectivas, procesos de planificación u otras iniciativas en pro de avances), es el mapeo cultural. La validez y potencial de este instrumento radica en que, al consistir en una investigación colaborativa y participativa con un enfoque principal en la implicación de la comunidad para una mejor comprensión de las “realidades territoriales”, contiene el potencial de visibilizar identidades y patrimonios culturales, plantear formas complementarias de acceso y participación en la cultura, vincular tecnologías diversas enfocadas a la comunicación e información y generar procesos de cooperación.

El mapeo cultural se usa y proseguirá desarrollándose para planear y evaluar proyectos regionales, municipales y estatales de desarrollo urbano como rural, visualizar, a la vez que compartir, experiencias y contenidos culturales periféricos y fortalecer redes colaborativas entre vecinos. Por lo que este no puede verse como un fin en sí mismo, sino más bien como un medio para generar, en el ámbito de la gestión cultural, nuevas interrogantes sobre los contenidos que hacen emerger y problematizar planeaciones, alcances y sustentabilidad de políticas culturales y presupuestos públicos; generar redes entre creadores, gestores y promotores culturales de diversos ámbitos; visualizar y ampliar la información sobre la cada vez más pulsante participación ciudadana en proyectos culturales de mediano y largo aliento situados en espacios concretos; desarrollar actividades y proyectos para el departamento sin estar adscritos a un solo espacio físico -oficial o no oficial, pero partiendo de la idea de que los espacios culturales independientes pueden ser un punto de encuentro y catalizadores de procesos que dinamizan ámbitos locales de la vida cultural, en donde se concretan propuestas con un marcado interés por el desarrollo de ciertas líneas de trabajo, tales como el fomento a la lectura, la sensibilización a las artes o acceso a manifestaciones artísticas y de cultura popular para públicos amplios y periféricos. De acuerdo con los recursos disponibles, el gestor podrá establecer redes de relaciones entre diferentes comunidades, dinamizando sus potencialidades, atributos o virtudes, proyectando, además, diversas posiciones de competencia, complementariedad e intercambio que vinculen a los interesados.

El mapeo cultural, además de ser una herramienta descentralizadora, provee una visión actualizada y amplificada sobre la diversidad situada a lo largo del territorio respectos a grupos de artistas, “promotores culturales” y portadores de cultura tradicional que se organizan para llevar a cabo actividades que hoy por hoy se vinculan con la gama de posibilidades que encierra el término de gestión cultural y de enseñanza de las artes, con recursos principalmente ciudadanos, que materializan sus inquietudes y voluntad en un espacio físico. Por otra parte, nos invita a profundizar sobre los bienes culturales que se producen, circulan y se consumen en estos espacios y su papel dentro de los circuitos culturales del departamento, al igual que la debida atención e implicancia con aquellas “vulnerabilidades” que afectan a los sectores poblacionales más desfavorecidos, (emergencias sociales).

Este mapa puede ser una de las muchas herramientas ciudadanas de exigibilidad para el establecimiento de mecanismos más dignos y actualizados por parte del Estado, la articulación de leyes y la distribución equitativa de recursos, como un ejercicio de ampliación de la mirada con respecto a la incidencia cultural con un nivel de “profundidad” o “intensidad” cultural que exceda la simple instrumentalidad y que nos abra un abanico de preguntas de carácter más humano-sociológico acerca de las “realidades” de los actuales contextos donde implementarse cada proyecto, sobre el tipo de bienes culturales y las condiciones para el acceso a los mismos, las trayectorias de sus agentes culturales en relación a las políticas culturales vigentes y anteriores así como los elementos detonantes para su participación en la dinámica local. Debe, esencialmente, implementarse un proyecto que considere, cada vez más, la cultura como base de la misma sociedad y no como componente aislado del desarrollo social, cuando no considerado parcialmente en su aspecto económico.

La valorización de la dimensión antropológico-simbólica de la cultura, asociada al desarrollo económico y a la promoción de la ciudadanía, generaran una visión más humanística de la gestión cultural y, por supuesto, también del gestor cultural. Por ello, dicho gestor debe buscar articular sujetos, conocer las urgencias, potencialidades y las diferentes temporalidades de cada elemento de la cultura, comprender las realidades inmediatas, mediadoras y permanentes para desarrollar planes y herramientas de protección y promoción, (observaciones, conversatorios, diagnósticos, relevamientos, acuerdos, proyecciones, etc), de las más diversas expresiones culturales, así como también de las demandas sociales relegadas.

A modo ilustrativo o de ejemplificar algunos de los tantos beneficios de recurrir al mapeo cultural como herramienta de trabajo eficiente en una comuna, (entre tantas otras), comparto una experiencia llevada a cabo en el Municipio B de Montevideo que, salvando las distancias, bien puede tener cabida, margen o espacio de ser adaptada o implementada para alguna, (u otra), localidad de nuestro departamento, con todas las modificaciones que se consideren necesarias, sin que por ello, y pensado en una descentralización en serio, pierda su capacidad de eficiencia:

  1. Presentación: La misma estuvo a cargo del equipo que elaboró el mapeo quienes presentaron su trabajo titulado “Cartografías culturales participativas, recorridos posibles en el Municipio B de Montevideo”. El equipo explicó que al momento de delimitar su objeto de estudio se encontró con la necesidad de acotarlo, decidiendo enfocarse en las iniciativas artístico-culturales de carácter no estatal y apostando a dar visibilidad a los procesos de trabajo que surgen de la sociedad civil. A partir de allí se definieron cuatro categorías de investigación, las cuales no son excluyentes: infraestructuras, proyectos, organizaciones y colectivos, y centros de formación. Señalaron que al comienzo de la presentación se plantearon algunas interrogantes que estuvieron presentes al inicio de la investigación: ¿Qué es un mapa cultural? ¿A qué y a quiénes abarca? ¿Cómo se construye? ¿Cómo se transforma? ¿Cómo se puede registrar esa transformación? Además, su trabajo implicó generar una base de datos que reúne y sistematiza más de 360 recursos vinculados a las artes escénicas, la música, las letras, las artes visuales, el audiovisual, la fotografía, la comunicación, los espacios culturales interdisciplinarios y las salas. En este sentido, destacaron que éste no es un producto definitivo, sino que es un registro que está abierto para que sirva de insumo para generar distintos cruces de información y nuevos mapas, y también para pensar la cultura de forma relacional.

  2. Intervención: En cuanto a las intervenciones realizadas en el espacio público, el colectivo llamado “Baldío” explicó que su tarea consistió en generar un aporte en relación a cómo el arte y la creación participativa pueden generar conocimientos e insumos al permitirnos encontrarnos con percepciones, sensaciones y experiencias de aquellas personas que habitan o transitan en el barrio. Su trabajo se centró en recoger las memorias y deseos vinculados a la vida cultural de los barrios, planteando interrogantes acerca de cómo hacemos arte y cómo percibimos el arte y la cultura Para ello se plantearon dos dispositivos: los livings en la calle y los paseos culturales, en los cuales las vecinas y vecinos oficiaron de guías para identificar espacios culturales presentes en el barrio. Algunas de las preguntas que se plantearon en estas intervenciones fueron: ¿Qué infraestructuras o actividades culturales conoces dentro del Municipio B? ¿Conoces actividades culturales generadas y gestionadas por vecinos/as y/o colectivos artísticos? ¿Participas de las actividades o expresiones culturales del barrio? ¿Dónde te encuentras con tus vecinos/s? ¿Te identificas con alguna práctica cultural en específico? ¿Crees que generas cultura? Cuando vas a actividades culturales, ¿lo haces en tu barrio o te trasladas a otro barrio o a otro municipio?

  3. Resultados: Se presentaron los resultados obtenidos a partir de la encuesta online realizada a lo largo de varios meses con el fin de recabar información acerca de las prácticas y experiencias artístico-culturales presentes en el territorio. En dicha encuesta se consultó acerca de los siguientes tópicos: identificación, organización, trayectoria, presupuesto, difusión, público/participantes, espacio de trabajo, vínculo con el territorio y con el municipio y perspectivas a futuro. A modo de cierre, se abrió un espacio de intercambio en el cual participaron integrantes de un medio de comunicación radial, el colectivo barrial “Ni Todo Está Perdido”, concejales/as vecinales y representantes del área de cultura de la Intendencia de Montevideo. En dicho intercambio se plantearon ciertas necesidades en materia de capacitación y difusión, así como también de contar con fondos para realizar mejoras en infraestructura. También se dieron a conocer las dificultades que se presentan al momento de obtener la habilitación de los espacios culturales y para su sustentabilidad. 

DARIO AMARAL

SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS… COLUMNA DE CARLOS CASTILLOS. Octubre de 2024




 PARTE I - “Es una época de opresión religiosa y restricción de la cultura, las ciencias y el conocimiento. Las potencias mundiales muestran un llamativo debilitamiento que augura un reacomodo del mapa político y militar del planeta. Ejércitos, a caballo o a pie, cruzan las fronteras de los países para arrasar a sus ocasionales enemigos. Los grandes empresarios, especialmente de la industria militar y otras industrias, se atribuyen el derecho a imponer sus criterios sobre la seguridad mundial y la consiguiente sobrevivencia de la especie humana. La organización política, económica y social gira en torno a esos grandes empresarios, cuyos nombres casi nunca aparecen. Algunos hablan de enfrentamiento de civilizaciones, resumidas en el cristianismo por un lado y el islamismo por el otro. La religión musulmana no deja de expandirse por diferentes regiones del planeta, mientras que el cristianismo defiende con uñas y dientes su condición de fuerza fundamental en este “tira y afloje” por controlar la vida de todos”. PARTE II - Son tiempos de estupidización, de adormecimiento de las conciencias, de apatía, resignación, desconcierto y desesperanza. Se desarrollan algunos sectores pero sin que eso favorezca la calidad de vida del ser humano. Parece que casi nadie se preocupa por el ser humano. Se han conformado, por lo menos, tres grandes centros de poder, Estados Unidos, Europa y parte de Asia, con China, Rusia, Irán como núcleos de ese bloque. Las incesantes guerras van en aumento y ponen en riesgo la existencia misma de algunos países. Las armas son de destrucción masiva y a nadie le importan los llamados “daños colaterales”, que en la mayoría de los casos significan muerte de niños y civiles inocentes. Ya no se usan jinetes con escudos, lanzas o espadas, sino misiles “inteligentes”, drones y la amenaza latente de las armas nucleares. Las guerras, las epidemias, las crisis hacen crujir algún sistema. Pero nadie parece tener muy claro hacia dónde va el mundo.
Ahora le corresponde a usted identificar qué parte de este texto corresponde a qué parte de la historia. Es fácil, pero le doy una ayuda. Los fragmentos de la PARTE I fueron tomados de un período que corresponde a la llamada Edad Media, tiempos de la historia que abarcó, aproximadamente, desde el Siglo V (Quinto) al XV (Quince) de esta Era. La PARTE II resume, muy superficialmente, elementos que pertenecen a esta época que nos toca vivir. Cualquier semejanza entre ambas épocas NO es pura coincidencia. Queda en evidencia que la humanidad no ha aprendido nada. Todo sigue igual, con algunos cambios, especialmente en la industria y la tecnología, pero sin que eso haya favorecido el mejoramiento de la raza humana. Qué diferencia hay entre las “Cruzadas”, las guerras religiosas de aquellos años de duro enfrentamiento entre la Iglesia Católica y el Islamismo, con estas guerras actuales, donde los bandos enfrentados esgrimen argumentos similares. Hoy las armas son más sofisticadas, pero la esencia es la misma. Pelearse por un pedazo de tierra y apoderarse de las riquezas del otro. Y casi siempre en nombre de dios, un dios que parece ser el mismo para todos los bandos, pero no. En fin… en el futuro, historiadores, investigadores, poetas y analistas escribirán sobre este tiempo. Y quien sabe cómo lo clasificarán. Pero si lo identificaran como “Nueva Edad Media” o “Edad Media-Segunda parte” no andarían muy errados. Si le ponen el nombre de “Edad de la mediocridad, la decadencia y la barbarie” tampoco andarán muy errados.