La vida son millones de momentos que se van intercalando en lugares llamados recuerdos. Algunos de ellos se pierden, o eso creemos, a otros los traemos más a menudo al presente y otros, como por arte de magia aparecen cuando ya hacía mucho los habíamos dado por perdidos.
Esos momentos son los que vamos disfrutando, o no, pero al fin de cuentas nos hacen querer al conjunto total de recuerdos que llamamos vida.
Y así como los recuerdos nos hacen ser parte del mundo, también forman parte de nuestro presente los proyectos, o sea, lo que solemos tener como nuestro destino más alcanzable o previsible.
Presentadas ambas cosas podemos decir que eso es nuestras vidas. Venimos sin saber por qué ni cómo, y cuando nos damos cuenta de lo que estamos haciendo, ya estamos grandes para negarnos y en cualquier caso, ya hemos vivido con alegría y estamos aferrados a nuestro mundo. Sin embargo de a poco, nos damos cuenta de algo que nos comienza a doler cada vez más, la vida a la que nos trajeron sin preguntarnos y que nos hicieron querer cosas que no son nuestras, además de todo, es finita.
Entonces, en algún momento puede resonar por nuestro corazón el sentimiento de impotencia de sabernos perdidos de antemano en un lugar que hagamos lo que hagamos, tiene nuestro destino marcado.
La pregunta a continuación es obvia ¿para qué vivir entonces? Hagamos lo que hagamos ya sabemos a dónde vamos a llegar, la duda es si será de golpe o tendremos largos años de dolencia antes de partir.
¿A qué venimos a la vida? ¿A enamorarnos? ¿de qué? ¿de parejas? ¿de actos? ¿Y qué más podemos hacer?
La vida a medida que nuestro reloj pasa, nos enamora y nos desencanta en igual manera, si no es por nuestras actitudes es por la de los demás, si no es por un atardecer, es por una impecable noche de enero, o el olor de las flores, de una comida o el sonido más lindo que es, la sonrisa de un niño.
Entre nuestros recuerdos y proyectos nos abrazamos a esta vida, no queremos irnos, pero a la vez, no nos perdemos de nada si no estamos, la sociedad está cada vez más automática y pocas cosas prometen movernos el piso. Entonces, para qué el cuidado físico, para qué la plata, para qué trabajar y todos los para qué que se le ocurran.
Lo cierto es que a algunos nada nos puede contagiar con la vida porque básicamente vivir es morir, más a determinada edad en la que empezamos a ser conscientes que vamos a ese lugar, que no podemos evitar.
ISS