.jpeg)
La
Paloma, mayo de 2025.
A
Fabrizio Bianco.
“Las
palabras sobreviven a quien las escribe.” (Mario Vargas Llosa)
No
impugnamos que ese vórtice consuetudinario, que parece regir a
diario
la
vida de abundantes potenciales lectores, apenas cede algo de espacio,
horario y complacencia para el tránsito lectivo de un viaje
iluminado por aquellas incandescencias líquidas provistas de
algoritmos digitales, prestos a ser consumidos, en la parada de un
bus, en la fila del super o en intermedio de un evento deportivo,
siempre que la batería o la señal del dispositivo lo secunden.
Desvariando un poco más, con que leer, como infiere Dolina, no sirve
para nada, (“excepto para hacernos mejores”), cabría sincerarnos
al punto de verbalizar esa exégesis con la que todos cavilan:
aquellos que no quieren leer, bien quisieran haberlo hecho, (“bis”
de Dolina), y haberlo podido “compartir” luego en sus redes
sociales como otra buena “selfie” más.
Desde
el principio, la historia de la lectura ha estado signada por
mediaciones, donde lo crucial no fue nunca el soporte, sino la
naturaleza de relación simbólica establecida con el texto.
Precisamente, sobre esta suerte de declinación del hábito lector en
plena era digital, suscribe Vargas Llosa, en “La civilización del
espectáculo”: “La desaparición progresiva de la lectura en
beneficio de la imagen es una de las grandes tragedias de nuestro
tiempo.La lectura exige concentración, disciplina, reflexión; ver
una pantalla apenas demanda pasividad.”
Pero,
por suerte, siempre existen excepciones a la regla, asequibles de
traslucir el desacierto de no aprovechar la eventualidad de haber
sido, por ejemplo, contemporáneo a nuestro Nobel peruano; a quien,
además de ser un paradigma real de eminente literatura, puede
leérselo con la misma exaltación de espíritu con la que este leía
y releía al argentino universal Jorge Luis Borges, que tanto lo
deslumbrara y por quien prodigara exultantes elogios a través de
notas y textos memorables, así el ensayo “Medio siglo con Borges”
dado a luz en el año 2020 por Alfaguara y que recopila, entre
dispares artículos, entrevistas, reseñas y conferencias que
constatan esa sentida apreciación del arequipeño por el autor de
“El Aleph”.
Sin
embargo, ese ecuánime derrotero, como el reciente deceso del
“escribidor peruano” el pasado domingo 13 de abril en Lima, nos
conmina, a que reparemos en algunos aspectos o aristas, (soslayando
las reducciones), de la significación de su poliédrica figura, para
el orbe político-cultural en general, e intelectual- literario en
particular; sin que ninguno sea sucedáneo ni excluyente del otro, y
dilatando el portento de que, quien no le haya leído aún, gane, al
allegarse a su gran obra de una buena vez.
Al
igual que un cometa celeste surcando el retórico firmamento,
se
nos hace preciso reconocer, en esta misma sintonía, que no solo ha
fenecido otro multipremiado y célebre escritor de entre siglos, sino
que además, (seamos justos), ha extinguido su estela de fuego lúcido
y afilado verbo, el último de los más prolíficos e influyentes
representantes del denominado “Boom Latinoamericano”. Lo hizo,
llevándose en su hálito, una historia de vida cargada de mundo,
soles y lunas, acaso equiparable a la de contados prodigios de
nuestro siglo que, aquí en la tierra cotidianamente transitada,
estamparon su huella enfática de coloso, pareciendo advertir en todo
momento la manera en la cual despuntar, con su dote, del saldo
humano.
Partiendo
de esta atalaya alegórica, no cabe sino pensar que entonces su
desaparición signa además el cierre simbólico de una era, (y de
una hermenéutica consolidada y propia), desde uno de los tantos
ápices cualitativos, gerenciados en el núcleo mismo del canon
narrativo, cuyo potencial gravitó tanto en la literatura
hispanoamericana contemporánea como en el imaginario cultural del
siglo XX y XXI.
Desde
sus novelas iniciáticas, el registro de escritura de Vargas Llosa
dejó en manifiesto una pulsión estética particular, encaminada
por los escarpados peñascos de una experimentación formal, una
marcada complejidad estructural y una densidad conceptual sintomática
a las invenciones de un temerario y, al unísono, perspicaz
arquitecto, (por no decir “demiurgo”), de regiones, mundos o
universos ficcionales, cuyas rigurosas leyes o tramas articularon una
reflexión,( mayéutica y hermenéutica), tendiente a interpelar, a
toda luz, las fisuras del poder, la fragmentación de la identidad,
al igual que a las siempre latentes tensiones entre quimera y
realidad, individuo- sociedad, libertad y opresión. Así lo reafirmó
él mismo en Estocolmo, por el 2010, en su discurso de Premio Nobel
sentenciando que “La literatura es fuego”, en alusión al poder
transformador y subversivo de las palabras, como si,(efectivamente),
de un ser orgánico o viviente se tratara, resultando, por
consiguiente, inasequible no remitirnos al fuego y la inmanente
“ceremonia” de su robador, (imagen a la que tan perspicazmente
apelara su discrepante político mexicano Octavio Paz), para que así,
el portento de su flama letrada, prosiguiera oxigenándose y
palpitando con idéntica proverbial desmesura. Porque, tal como los
cometas celestes arrastran consigo memorias de tiempos remotos en sus
núcleos congelados, Vargas Llosa portó en su narrativa escrita,
(casi a la par que a la oral), los ecos de imperios abatidos,
revoluciones quebrantadas por la traición y olímpicas pasiones, más
propias a deidades helénicas, que a almas de mortales. No
tratándose, en esencia, de un astro fijo levitando en el firmamento,
ni pretendiendo tampoco serlo: su trayectoria fue oscilante, su
inteligencia feroz; supo arder sin consumirse, animándose a surcar
territorios ideológicos, (algunos polémicos), lenguajes y estilos
versátiles, camaleónicos.
Cuando
deslumbró lo hizo siempre a sabiendas que tras su destello pululaba
una fuerza gravitatoria implacable que, además de encarnar su razón
vital de ser, avalaba “ipso facto” su fe inquebrantable en el
verbo como recurso cognitivo del pensamiento crítico e instrumento
de conocimiento ético y moral, plausible de dilatar las fronteras de
la experiencia humana y cuestionar los hegemónicos dogmas del poder
de turno.
“La
literatura es una representación engañosa de la vida que nos ayuda
a comprenderla mejor”, reafirmaría en su discurso de consagrado
escritor Nobel con alcance global quien, entre loables aportes, y en
un constante diálogo con la historia y la política internacional,
supiera legarnos mediante las tramas y modulación de sus personajes,
(incluyendo al mismo “Varguitas”), una cartografía moral de
nuestra propia humanidad.
En
estos tiempos de exacerbada inmediatez y trivialización del
discurso, su literatura se instala cual sólido recordatorio de que
la novela, lejos de haber agotado sus intrínsecas posibilidades, aún
sigue prodigando un arte avezado en iluminar las regiones más
abisales de la naturaleza humana. El virtuosismo técnico, su agudeza
crítica y su compromiso con la ficción como tótem del conocimiento
y revelación, instalan a Vargas Llosa en la misma cúspide de la
tradición novelística occidental.
La
influencia que sobre él surtieron las lecturas de Faulkner,
Flaubert, Joyce y Balzac, entre otros, participaron a que luego, en
el fermento o alquimia de su propia narrativa, combinara el
experimentalismo con una obsesiva necesidad de representar los
conflictos sociales, políticos y morales de América Latina, tal
como, en su época y geografía, lo emprendieran aquellos clásicos
autores que tanto supieron desvelarlo. Consciente entonces de su
posición egregia en el cánon de la tradición literaria, su obra
redunda, en gran medida, del diálogo y gravitación sostenidos por
décadas con aquellos clásicos del siglo XIX y los renovadores de la
novela del XX que lo precedieron, formaron y consiguieron acicatear
su delirio literario.
Pero
como toda medalla posee su reverso, el mismo reconocimiento literario
que consagra al autor de “La ciudad y los perros”, “La casa
verde” y “Conversación en La catedral”, como una de las
cumbres del Boom Latinoamericano, acaba contrastando con la caterva
de controversias que suscitó su papel como intelectual comprometido
con el liberalismo político, movimiento que concibió como una
defensa inquebrantable de la libertad individual, un estado de
derecho y como
democracia
representativa ante la contingencia del autoritarismo, el populismo y
el colectivismo.
Desde
la obtención de su nacionalidad española en 1993, la presencia de
Vargas Llosa fue paulatinamente consolidándose como una figura
pública prominente, tanto en cenáculos artísticos como políticos
en la madre patria. Su confinidad con aquellos sectores
conservadores, (en particular con el “Partido Popular” y
“Ciudadanos”), fue declarada a los cuatro vientos, al igual que
sus intervenciones en auditorios o actos públicos donde criticó
severamente la filosofía del nacionalismo catalán, los movimientos
sociales de izquierda y los nuevos partidos progresistas. Explorar
esta postura política, significa también asistir a la contradicción
latente o dualidad al promover, por un flanco si se quiere
“mediático”, un pensamiento liberal que, por otro flanco
circunspecto, acaba recayendo en las tensiones que su discurso genera
respecto a aquellos valores literarios y éticos que su obra impresa
ostenta.
Asimismo,
su discurso de ingreso a la Real Academia Española deja entrever
esta vocación de “defensa de la civilización liberal”, al
dictaminar que “la libertad individual está hoy más amenazada por
el colectivismo, el nacionalismo y la corrección política, que por
las antiguas dictaduras”; posicionamiento que acusa un sesgo
selectivo, tras asociar ciertas expresiones disidentes con
conminaciones a la libertad, en tanto omite el análisis crítico a
las estructuras de poder económico o de la nuevas derechas
reaccionarias. Efectivamente, en este contexto es donde su postura se
distancia asaz de aquellos modelos intelectuales liberales que, como
Albert Camus, Isaiah Berlin o María Zambrano, se arriesgaron en
apostar un poco más por la autocrítica, la apertura a una
pluralidad ideológica y una complejidad moral, sin rechazar de plano
cualquier otra forma de política emancipatoria que no se ajusta al
molde mercantil o de las instituciones representativas tradicionales.
Un
escenario no menos complejo, aunque más decadentista, puesto que
esencializa las patologías políticas y reproduce una narrativa del
fracaso civilizatorio, plantea el diagnóstico de Vargas Llosa,
(expuesto en columnas y conferencias), referido a su beligerante
“percepción” de América Latina como un continente sujeto a los
inamovibles rasgos estructurales del populismo, el estatismo y la
corrupción moral.
Semejante
perspectiva no hace sino omitir o minimizar las complejidades
sociopolíticas de estos países; obviando deliberadamente las luchas
históricas acaecidas en pos de la justicia social, verdaderas
experiencias democráticas innovadoras de procesos de inclusión
social y alternativas económicas emergentes, muchas de las cuales
surgieron precisamente como una réplica a aquellos modelos de
exclusión que el mismo liberalismo económico no ha sabido hasta la
fecha subsanar. Vuelve a adoptar una análoga beligerancia ante
aquellos gobiernos, (como el de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa
en Ecuador o Lula Da Silva en Brasil), pero sin aplicar el rigor
analítico que con los gobiernos de derecha y tendencias
autoritarias,(como los de Jair Bolsonaro o Álvaro Uribe en
Colombia).
La
ambivalencia derivada de su valoración por las dictaduras arengó,
en su momento, aún más la polémica en referencia a su rol de
intelectual acreditado o, por lo menos, comprometido con aquellas
causas prestas a ser declaradas como justas. Así lo hizo denunciando
enérgicamente al autoritarismo de izquierda, (como en el caso cubano
o venezolano), pero siendo mucho más indulgente, con su respaldo al
“fujimorismo” en sus primeras etapas, cuya visión de orden y
modernidad auspiciaron, al unísono, verdaderas prácticas
excluyentes.
Esta
perspectiva selectiva no sólo depaupera todo análisis, sino que
tensiona la coherencia de la obra literaria del Nobel peruano.
Novelas como “La fiesta del chivo” o “La guerra del fin del
mundo” ofrecen una punzante crítica sobre los mecanismos de
dominación política y religiosa, retratando con precisión los
devastadores efectos del fanatismo y la concentración de poder. La
contradicción entre esa sensibilidad artística y su posicionamiento
público objeta, de plano, la escisión entre el narrador de las
heridas del poder y el apologista de estructuras que acaban
reproduciéndolas; a flor de piel, su análisis acaba reducido a la
categoría binaria de “civilización y barbarie”.
Llegados
a este punto cabe interrogar: ¿Debe un escritor circunscribir su
marco de acción a la esfera estética, o tiene la, (inherente),
responsabilidad ética de intervenir en la vida pública? Según el
autor y analista palestino- estadounidense Edward Said, un
intelectual debe fundamentalmente actuar como un “outsider
profesional”, que se sitúa fuera de los muros del poder para
ejercer, desde esa amplitud imparcial, una ética
crítico-constructiva.
Es
decir, que la figura de un intelectual tampoco puede ser ahistórica
ni descontextualizada; su discurso no puede ni debe ejercerse en el
vacío, sino que circula, legitima, interpela y, ¿por qué no?,
también excluye.
“Aquel
intelectual que se asocia demasiado con el poder, termina perdiendo
aquella autonomía que le da sentido…”, expresa Beatriz Sarlo.
Desde esta óptica, la cercanía de Vargas Llosa con elites políticas
y económicas comprometió, o terminó por dejar en jaque, (sin que
ello invalide su legado retórico), esa distancia crítica
indispensable, y su autoridad literaria acabó siendo, en pos de
intereses exclusivistas, utilizada como legitimación ideológica en
múltiples escenarios, aunque a costa de erosionar su excelsa
capacidad de cuestionamiento estructural.
La
onda expansiva de controversias de esta índole, (o afines), suelen
trascender toda frontera personal, ramificarse e inscribirse en un
marco de tensiones ideológicas, estéticas y políticas que, para el
caso y época que nos ocupan, bifurcaron las líneas de pensamiento
de Mario Vargas Llosa con la de su par, nuestro compatriota Mario
Benedetti.
En
la década del 60, ambos Mario’s compartieron la misma
efervescencia política por la Revolución Cubana, empero, la
desilusión del peruano tras el “Caso Padilla”, (emblema de
coacción a la libertad de expresión), marcó un viraje categórico
que, en su decurso, mientras Benedetti reafirmaba su compromiso con
el socialismo y la causa de los oprimidos, condujo a Vargas Llosa a
denunciar la deriva autoritaria de los regímenes comunistas. Esta
desavenencia se materializó en trincheras enfrentadas, con un
Benedetti abogando por una literatura al servicio de la conversión
social en la que “la voz del escritor acompañara al pueblo” y,
por la otra parte, un Vargas Llosa, salvaguardando la autonomía de
las letras ante la contingencia política y el papel crítico del
literato, aunque ello implicara su impopularidad.
Y
aunque ninguno izara, explícitamente, alguna diatriba en contra de
la persona del otro, sus intervenciones en prensa y sus ensayos
permitieron entrever, más de lo dispuesto a admitir, respecto a su
“sorda” pero sostenida polémica intelectual.
En
1982 Benedetti publica su ensayo “El escritor latinoamericano y la
revolución posible”, reafirmando sus convicciones en el compromiso
y la responsabilidad de los intelectuales en una construcción
colectiva afín a la identidad latinoamericana; por su parte, Vargas
Llosa publica, en tres tomos, “Contra viento y marea”, una
antología de textos,(artículos, conferencias, entrevistas y ensayos
breves, que inquieren en autores como Sartre, Orwell, García
Márquez, Camus y Onetti), estableciendo diálogos y confrontaciones
que revelan su propia evolución de pensamiento y donde además se
advierte una constante: la defensa de la libertad de expresión y el
rechazo al dogmatismo, sea este de origen comunista, fascista o
populista.
Uno
de los episodios más notorios y, a un tiempo, más simbólicos de
esta divergencia paradigmática, acaeció en 1981 cuando Vargas Llosa
fue invitado al Congreso de Intelectuales en La Habana. Benedetti,
alineado con el gobierno cubano, calificó al peruano de “escritor
brillante, pero políticamente reaccionario”; a lo que este último
contraatacó aduciendo que el oriental “representaba a una
izquierda dogmática, enemiga de la libertad”. Perseverando en las
simetrías, sin omitir por ello las desemejanzas latentes en ambos
escritores, remataremos diciendo, en favor de la honestidad
intelectual, que los dos encarnaron dos modalidades de interpretar o
juzgar el rol del pensador en América Latina: uno como militante y
cronista de lo colectivo, (Benedetti), el otro como individuo crítico
y escéptico ante las utopías, (Vargas Llosa). Ciertamente, su
debate literario y político proseguirá siendo, hasta hoy día, y
por otros venideros, clave definitiva para comprender parte de la
historia intelectual que amojona a nuestro continente.
No
podemos cotejar, por sobradas o exiguas que hayan sido las afinidades
y disparidades sostenidas en el tiempo entre estos insignes agentes
del pensamiento y “el arte del buen decir”, para luego, muy
sueltos de cuerpo, rehuir reivindicar de la ponderada estimación que
el premio Nobel peruano albergara, (cual genuino hallazgo), hacia el
autor de “El Pozo”, el “juntacadáveres” montevideano Juan
Carlos Onetti.
En
ese concierto de polifónicas voces que amalgamaron la literatura
latinoamericana del siglo XX, Onetti ocupó un sitio pródigo,
reservado a aquellos autores de culto: circunspectos, periféricos y,
empero, fundamentales.
Vargas
Llosa, al tanto de ello, publica en el 2008 su célebre ensayo “El
viaje a la ficción”, texto que, adjunto con la declaración de que
Onetti “fue el mejor de todos nosotros”, allende de ser un mero
panegírico, se traduce también en una interpretación lúcida y
cabal del orbe onettiano.
A
medida que el renombre de Onetti comienza a abrirse paso en la
lectura de los modélicos novelistas latinoamericanos, paralelamente,
Vargas Llosa se interesa de forma particular por la complejidad
psicológica, el tono sombrío y el desencanto existencial que
caracterizaron obras tales como “El astillero” o “La vida
breve”. Ya en la década del 80 el peruano reconocía, en las
realizaciones de Onetti “una de las más radicales aventuras del
lenguaje y la conciencia en nuestra literatura”, hasta
posicionarlo, incluso, en la misma tradición de autores fundantes
como William Faulkner y Franz Kafka. Al explorarlo, Vargas Llosa
advierte en la mítica ciudad de “Santa María”, una suerte de
espejo deformado de la existencia, cuyo mayor portento consiste en
hacer de ese espacio ficticio una “plataforma” evasiva de una
realidad degradada; en este sentido Onetti acaba convirtiéndose ,
para el autor de “La tía Julia y el escribidor”, en un
autoexiliado de la sustantividad, con una literatura que, portando
una voz propia que suena más a resistencia pasiva, rehúye
comprometerse con causas sociales o políticas y opta auscultar el
fracaso, la desilusión y la decadencia humana.
Lo
cierto es que el justiprecio que Vargas Llosa encauza y pondera ante
la obra de Juan Carlos Onetti no se reduce meramente a lo admirativo,
sino que avanza hasta una apuesta crítica e ininterrumpida por
rescatar el brío de un autor efectivamente inclasificable; luego,
desde ese paraje, el Nobel peruano se planta y actúa más como
lector devoto, que como colega distante, hasta concretar, como se
aprecia en “El viaje a la ficción”, una noble interpretación
que devuelve a Onetti su lugar central en la literatura universal.
Difícilmente
pudiéramos dar cierre a este ensayo y, sin resquemores, omitir
referir la incidencia y gravitación que “Madame Bovary” y su
autor Gustave Flaubert, surtieron en la base estructural del
pensamiento narrativo y del propio quehacer novelístico de Mario
Vargas Llosa.
Leída
durante una de sus primerizas excursiones a París, la emblemática
novela de Flaubert acabó signando y revelándole, a un joven Vargas
Llosa, que la literatura bien podía abrir un cauce alternativo a su
paso, tal como un orbe paralelo, y llegar a constituirse con el
tiempo en ”la mejor vocación del mundo”. Le proveyó, además de
obnubilarlo, del aliento e inspiración suficientes para estructurar,
tras su forzada internación en el colegio Leoncio Prado, su primera
novela y gran éxito literario, “La ciudad y los perros”. Pero no
fue sino hasta doce años después, en su ensayo “La orgia
perpetua”, donde el “escribidor” peruano erige, cotejando la
raíz del desencanto existencial que horada la naturaleza de Emma
Bovary, su tesis central de que la ficción nace del ingobernable
afán de escapar de una realidad, casi siempre, insuficiente, cuando
no injusta. Emma, aunque mártir de la literatura romántica,(como la
Ana Karenina de Tolstoi), es también una heroína de la fantasía
para Vargas Llosa, a la par que “una figura universal del ser
humano que sueña con vivir otras vidas”. Esta concepción conecta
con la propia filosofía de la ficción que nuestro autor desarrolla
en textos como “Cartas a un joven novelista”: la novela como
intransigente acto de rebeldía y creación, recurso o herramienta
efectiva para vivir lo que, de otra forma, no se podría vivir; y es
que tanto Emma Bovary como el novelista impugnan al mundo tal cual es
y manifiesta.
Otro
aspecto escrutado por Vargas Llosa incumbe a la técnica narrativa
flaubertiana; especialmente el manejo del estilo indirecto libre, que
faculta la fusión de la voz narrativa con la de los personajes, sin
abandonar por ello la tercera persona. Este procedimiento, del que se
vale Flaubert para exponer los pensamientos de Emma sin
editorializar, será adoptado poco más tarde por el propio Vargas
Llosa en novelas como “La casa verde” y “Conversación en La
catedral”. Luego, en obras como “La tía Julia y el escribidor”,
“Travesuras de la niña mala” y “El paraíso en la otra
esquina” el autor incorpora personajes que, al igual que Emma,
viven escindidos entre la realidad y el deseo, entre lo que imaginan
y lo que verdaderamente poseen. Asimismo, la estructura rigurosa de
Madame Bovary es usufructuada cual arquetipo ejemplar para la
composición simétrica de otras obras de su autoría, donde los
planos narrativos, los tiempos y las voces se entrelazan con
precisión matemática.
Tanto
Emma Bovary, encarnando la fortaleza peligrosa y seductora de una
exultante imaginación, como el propio Flaubert, cuyo efecto estético
superaron las páginas impresas, hasta propagarse como un incendio y
abrasar las fibras más sensibles, la ética autoral y la concepción
de ficción con la que Vargas Llosa contaba antes de su encuentro con
ellos, bastan para dar cuenta de la perdurable y decisiva huella que
ambos supieron estampar también en su obra.
Por
ello, al final pervive,(tañe como campana), en el anverso de cada
valiosa medalla en cuestión, un correlato preponderante,
autorreferencial y resistente ante cualquier disenso inquisitorio o
animadversión extraliteraria que se le ostente endilgar a Don Mario
Vargas Llosa: la sola valía estética y crítica que ha encarnado
su obra por más de medio siglo, antes que redimir o soslayar sus
objeciones y antinomias, justifican con creces su preeminencia en la
tradición de las letras hispanoamericanas.
A
propósito de Mario Vargas Llosa, una misiva arrinconada.
Pretérito,
pero estimado, (en indicativo), alumno y amigo: Darío Amaral.
Resulta
que hoy, entretanto revisaba unas carpetas olvidadas del IPA —aún
con ese olor a tiza, café helado y ansiedad de examen parcial— me
topé con un ejemplar subrayado y maltrecho de “Conversación en La
Catedral” de Vargas Llosa. Al abrirlo, vi una descolorida nota al
margen: “Zavalita no busca respuestas, busca una memoria”. Y de
inmediato no tuve cómo no pensar en vos.
Aún
logro recordarte como un estudiante un tanto irreverente, asaz
curioso, con una mezcla de escepticismo y voraz apetito lector que se
adivinaba en las pupilas. Cuando leímos juntos, en el patio del IPA,
aquel pasaje en que Santiago y Ambrosio conversan entre cervezas
tibias sobre la corrupción, la derrota y la dignidad, me percaté
que algo en vos parecía cobrar vida y arder. Evidentemente no se
trataba sólo de comprensión literaria, sino de esa chispa, sobre
combustible, que se da cuando el libro deja de ser papel y se
convierte en espejo.
Permíteme,
a propósito, referirte una escueta anécdota. Fue a mediados de los
‘80, cuando yo aún dictaba clases de Literatura en cuarto grado.
Uno de mis estudiantes —de noche, obrero de una imprenta en La
Teja— leyó “La ciudad y los perros” y se acercó entonces, con
su libro en las manos, a platicar conmigo después de clase. Allí
mismo me soltó: “Profesor, yo también estuve en un mundo así de
complejo, solo que no era un colegio militar, era mi propia casa.”
Sin saberlo, Vargas Llosa, le había puesto palabras a una vivencia
que él nunca había logrado manifestar en voz alta. Pues, esa es la
potencia de la literatura, mi amigo: no explica, pero revela y
trasciende. Nos da lenguaje para lo que nos duele, para lo que no
sabemos cómo nombrar.
En
el IPA aprendimos —y luego enseñamos— que la ficción no es
evasión, sino más bien compromiso. Vargas Llosa, como Cortázar,
siempre defendió que escribir es un acto moral, una forma naciente y
desbordante de rebeldía. Leer, entonces, también lo es. Por ello,
aunque este loco mundo nos quiera apurar, reducir y hasta distraer de
lo esencial, te pido, Darío, que no abandones ese gesto tan íntimo
y tan político que es abrir un buen libro.
Sé
que la vida tiende, la mayor de las veces, a complicarse y a
complicarnos; que nuestro trabajo, el cúmulo de responsabilidades, y
una silva de urgencias nos impelen a apartarnos del tiempo lento de
la lectura. Sin embargo, yo, que sirvo de muy poco para consejos,
puedo acaso pretender, para un amigo distante, que cada vez que
sientas que algo se desordena adentro tuyo, acudas sin vacilación a
los libros. Volvé a Zavalita, o a Lituma, o a Pantaleón. Ellos
también buscaron sentido en medio del caos.
Un
abrazo desbordado de tinta y gratitud,
Prof.
Jorge Albistur, (Literatura Española),
IPA,
Montevideo, 1995.
Cronología,
(personal), de intervenciones públicas e inflexiones políticas de
Mario Vargas Llosa:
1953–1954
.Génesis militante. Participa activamente en círculos intelectuales
juveniles y en actividades estudiantiles. Se afilia sucintamente a
grupos de izquierda, aunque no se compromete de forma orgánica al
comunismo.
1955
.Conflicto cercano- aledaño. Vive su primer gran escándalo
personal y familiar: A los 19 años, se casa en secreto con su tía
política, Julia Urquidi, 13 años mayor. El matrimonio provoca un
conflicto con su familia, especialmente con su padre, y se convierte
en un tema comentado en su entorno social.
1956–1957
.Primeros pasos periodísticos. Comienza a trabajar como periodista
en la agencia de noticias France-Presse y en Radio Panamericana. Gana
el Premio Leopoldo Alas en España por su cuento “El desafío”.
1958-1960
.Residencia en París. Se instala en Francia, inicia su carrera
literaria internacional. Alejado de Perú, toma distancia del
contexto político, pero simpatiza con la Revolución Cubana.
1965
.Matrimonio con Patricia Llosa, prima hermana y sobrina de su primera
esposa, Julia Urquidi. Este segundo matrimonio también será objeto
de atención mediática años más tarde.
1971
.Ruptura con la Revolución Cubana. Tras apoyar inicialmente a Fidel
Castro, rompe públicamente con el régimen, especialmente después
del caso del poeta Heberto Padilla. Su distanciamiento genera
tensiones con intelectuales de izquierda latinoamericana.
1987
.Oposición a la estatización de la Banca de Perú. Se convierte en
figura pública destacada en oposición a la medida propuesta por el
presidente Alan García. Su protagonismo político aumenta.
1990
.Candidato presidencial. Se lanza a la presidencia por el partido
FREDEMO con un programa de corte neoliberal. Es derrotado por Alberto
Fujimori, en una elección polarizada; circunstancia que marca un
viraje definitivo hacia el liberalismo político.
1991
.Retiro de la política partidaria. Tras su derrota electoral,
anuncia no volver a postularse en cargos políticos. Se instala en
España y retoma plenamente su carrera como novelista y ensayista.
1993
.Publicación de “El pez en el agua”. En esta autobiografía
divide el libro entre sus años de formación y su experiencia como
candidato presidencial. La obra genera controversia por su crítica a
políticos peruanos y por evidenciar una perspectiva liberal y sin
concesiones del país.
1994
.Premio Cervantes. Es galardonado con el más prestigioso premio de
las letras hispánicas. Aunque es celebrado, algunos sectores
critican su ideología neoliberal y sus opiniones contrarias a los
nacionalismos latinoamericanos.
1995
.Críticas desde el exilio. Se convierte en una de las voces
internacionales más activas contra la dictadura de Alberto Fujimori,
denunciando violaciones a los derechos humanos y la manipulación
institucional.
1996
.Defensa del libre mercado. En diversos artículos en “El País”
y otros medios, defiende las reformas económicas liberales en
América Latina, generando controversias en sectores de izquierda que
lo acusan de insensibilidad social.
1997
.Publicación de “Carta a un joven novelista”. Aunque el texto es
literario y formativo, algunos críticos señalan que hay en el mismo
una defensa implícita del individualismo liberal como ideal
artístico y ético
1998
.Críticas a la izquierda latinoamericana. En conferencias en México
y Argentina, acusa a la izquierda tradicional de “populismo
retrógrado” y “antimodernismo”. Estas declaraciones causan
tensiones con sectores académicos y políticos progresistas.
1999
.Apariciones en foros liberales internacionales. Participa
activamente en congresos del “Cato Institute” y la “Mont
Pelerin Society”, consolidando su rol de defensor del liberalismo
clásico. Es criticado por aproximarse a posturas conservadoras
económicas.
2000
.Celebración tras caída de Fujimori. Apoya públicamente las
marchas y denuncias que condujeron a la renuncia de Alberto Fujimori.
Aunque su figura es reivindicada por sectores democráticos, también
es señalado como parte de la élite intelectual distante del pueblo
peruano.
2001
.Crítica al nuevo gobierno de Alejandro Toledo. Aunque apoya la
transición democrática, expresa reservas sobre la falta de reformas
profundas. Es acusado, por algunos periodistas peruanos, de
influenciar desde el exterior sin asumir responsabilidades directas.
2002
.Postura contra el nacionalismo catalán. Se manifiesta en contra del
independentismo en Cataluña, lo que genera polémicas en el ámbito
cultural español.
2003
.Controversia en México. Declara que el país vivía “una
dictadura perfecta” bajo el PRI. La frase se volvió célebre, pero
también desata fuertes críticas por parte de Octavio Paz y el mismo
gobierno mexicano.
2010
.Premio Nobel de Literatura. Es galardonado “por su cartografía de
las estructuras de poder y su mordaz imagen de la resistencia del
individuo”. Su Nobel fue celebrado ampliamente, aunque algunos
sectores criticaron sus posturas políticas neoliberales.
2011
. Polémica en la Feria del Libro de Buenos Aires. Invitado como
orador inaugural, sectores kirchneristas se oponen por sus críticas
a los gobiernos populistas. Finalmente, habla sin restricciones,
defendiendo la libertad de expresión.
2015
.Relación con Isabel Preysler. Tras separarse de Patricia Llosa, se
hace pública su relación con la socialité española. Este
episodio, aunque de índole personal, alimenta el sensacionalismo
mediático en el mundo hispano.
2016
.Apoyo al neoliberalismo en América Latina. Reafirma su adhesión al
libre mercado y critica duramente a los gobiernos del “Socialismo
del Siglo XXI”. Estas posiciones lo distancian de amplios sectores
progresistas.
2021
.Apoyo a Keiko Fujimori en Perú. Pese a haber sido opositor de su
padre, Alberto Fujimori, respalda a su hija en el balotaje contra
Pedro Castillo. Genera gran polémica y críticas desde sectores
democráticos y de izquierda.
2022
.Ingreso a la Academia Francesa. Se convierte en el primer autor no
francés en ingresar sin haber escrito originalmente en ese idioma.
Esto provoca cierta controversia en Francia y una ola de
reconocimiento en el mundo hispano.
2023
.Publicación de artículos críticos a gobiernos de izquierda en
América Latina, incluyendo a Lula, a AMLO y Petro. Aunque coherente
con su postura liberal, vuelve a ser blanco de críticas por parte de
intelectuales progresistas.
2024
.Apariciones públicas con figuras del liberalismo conservador
europeo. Participa en foros junto a políticos como José María
Aznar, lo que afianza su posición dentro de un espectro ideológico
alineado con el centro-derecha occidental.
2025
.Fallece el 13 de abril en Lima, Perú.
Referencias
bibliográficas
Vargas
Llosa, M. (1963). La ciudad y los perros. Seix Barral.
Vargas
Llosa, M. (1966). La casa verde. Seix Barral.
Vargas
Llosa, M. (1969). Conversación en La Catedral. Seix Barral.
Vargas
Llosa, M. (1981). La guerra del fin del mundo. Seix Barral.
Vargas
Llosa, M. (1990). La verdad de las mentiras. Alfaguara.
Vargas
Llosa, M. (1993). El pez en el agua. Alfaguara.
Vargas
Llosa, M. (2003). El paraíso en la otra esquina. Alfaguara.
Vargas
Llosa, M. (2010). Discurso de aceptación del Premio Nobel de
Literatura. Academia Sueca.
González,
A. (2020). Intelectuales y poder en la España contemporánea.
Madrid: Editorial Tecnos.
Martínez,
G. (2017). “Sarmiento y la barbarie: ecos en la literatura política
latinoamericana contemporánea”. Revista Iberoamericana de
Literatura y Sociedad, 12(3), 55–70.
Said,
E. (1994). Representations of the Intellectual. New York: Vintage.
Sarlo,
B. (2005). La ciudad vista: Mercancía, memoria y cultura urbana.
Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Svampa,
M. (2019). Debates latinoamericanos: Indianismo, desarrollo,
populismo. Buenos Aires: Edhasa.
Vargas
Llosa, M. (2000). La fiesta del Chivo. Madrid: Alfaguara.
Vargas
Llosa, M. (2011). Discurso de ingreso a la Real Academia Española.
Madrid: RAE.
Vargas
Llosa, M. (2018). La llamada de la tribu. Madrid: Alfaguara.
Vargas
Llosa, M. (2019). “La deriva populista”. El País. Recuperado de:
https://elpais.com/autor/mario_vargas_llosa/
Domínguez
Michael, C. (2015). Literatura y poder en América Latina. México:
Fondo de Cultura Económica.
Esteban,
Á. (2001). Mario Vargas Llosa: entre la libertad y el compromiso.
Madrid: Edaf.
Menton,
S. (1982). La nueva novela hispanoamericana. México: Fondo de
Cultura Económica.
Todorov,
T. (2007). La literatura en peligro. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
Vargas
Llosa, M. (1971). Historia de un deicidio. Barcelona: Seix Barral.
Vargas
Llosa, M. (1990). La verdad de las mentiras. Madrid: Alfaguara.
Vargas
Llosa, M. (2012). La civilización del espectáculo. Madrid:
Alfaguara.
Flaubert,
Gustave. Madame Bovary. París: 1857. Ediciones varias.
Vargas
Llosa, Mario. La orgía perpetua: Flaubert y “Madame Bovary”.
Barcelona: Seix Barral, 1975.
Vargas
Llosa, Mario. Carta a un joven novelista. Barcelona: Alfaguara, 1997.
Kristal,
Efraín. Temptation of the Word: The Novels of Mario Vargas Llosa.
Vanderbilt University Press, 1998.
King,
John. Mario Vargas Llosa. London: Reaktion Books, 2010.
——-
Darío
Amaral, docente y escritor uruguayo, nació en Rocha en 1974; estudio
Literatura en el IPA (Montevideo). Sus cuentos y poemas han sido
seleccionados en antologías y revistas de Uruguay, Argentina, Chile,
México y España. Libros publicados: Cuentos de Felisberto
Hernández, El estampido de la entraña oriental, Confesiones de un
oriental cuerdo en desacuerdo y La melancólica oquedad del caracol
ermitaño. Participó en seminarios y talleres de lecto-escritura y
en el proyecto de difusión cultural nacional “Uruguay te leo”,
auspiciado por el MEC.