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lunes, 19 de mayo de 2025

LA VERDAD Y LA SABIDURIA *Columna de CARLOS CASTILLOS, Mayo de 2025


 

Una red de información puede permitir que la gente busque la verdad, incluso animarla a hacerlo, pero sólo en campos específicos que contribuyan a generar poder, sin suponer una amenaza para el orden social”. Esta afirmación forma parte del libro “Nexus” del israelí Yuval Noah Harari: “Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA” (Inteligencia Artificial). ¿Qué es lo que plantea, en los primeros capítulos, este pensador, nacido en la ciudad de Haifa, en 1976, que es un catedrático destacado y autor de otros interesantes libros, como “Homo Deus” y “Sapiens”, entre otros?”.

Resumidamente, en esos primeros capítulos, Harari plantea, simplificando sus profundos conceptos, claro, que desde el fondo de la historia, el conocimiento de la verdad no condujo, precisamente, a la sabiduría de los seres humanos. Por el contrario. El conocimiento de algunos ha servido, históricamente, para perpetuar un determinado orden social.

En lugar de una marcha del progreso, podríamos ver la historia de las redes de información humanas, como un ejercicio de fonambulismo (*) en el que lo que hay que equilibrar es la verdad con el orden”. (NOTA: Fonambulismo: Acróbata. Habilidad para desenvolverse entre distintas tendencias, principalmente en política).

Es difícil resistirse a reproducir textualmente otras partes del libro ya que Harari lo expresa mejor que nosotros. “La verdad suele ser dolorosa e inquietante y, si intentamos hacerla más reconfortante y favorecedora, ya no será la verdad”.

Será por eso entonces, que prácticamente desde siempre, quienes acceden al poder, prefieren recurrir a la ficción, en lugar de la verdad, porque eso les permite conservar sus privilegios y comodidades. “La ficción es muy maleable. La historia de toda nación contiene episodios oscuros que a sus ciudadanos no les gusta reconocer ni recordar. La fidelidad rigurosa a la verdad es esencial para el progreso científico y también es una práctica espiritual admirable, pero no es una estrategia política ganadora”.

Harari recuerda que Platón (filósofo griego que vivió entre los años 427 y 347 antes de esta Era) en su obra más conocida, como es “La República”, ya imaginaba que la constitución de su Estado utópico se basaría en la ‘noble mentira’: un relato ficticio acerca del origen del orden social que asegurara la lealtad de los ciudadanos e impidiera que cuestionaran la Constitución. “Platón afirmó que a los ciudadanos y ciudadanas se les debe decir que todos nacieron de la Tierra, que la patria es su madre y que, por lo tanto, le deben lealtad filial”.

Estas ideas de Platón casi nunca se aplicaron estrictamente como él las planteaba desde su concepción filosófica e ideológica. Pero vaya si lo han intentado varios, con sus variables y adaptaciones.

Y la historia está llena de ejemplos. Desde Hitler a Stalin, desde Estados Unidos a Rusia, desde Europa a América Latina y también en muchos países africanos. O sea, casi nadie se queda afuera.

Y en estos tiempos, los seres humanos crearon la Inteligencia Artificial (IA), una de las mayores revoluciones tecnológicas que se han producido. Si hasta ahora el ejercicio del poder se ha basado en relatos de ficción, y muchas veces en mentiras para ocultar la verdad, imagínese usted ahora, cuando nos enfrentamos a la presencia, cada vez más avasallante, de la Inteligencia Artificial (IA).

Harari lanza “duras advertencias” sobre las consecuencias que puede acarrear para la humanidad concederle a la Inteligencia Artificial un mayor control sobre las sociedades del Siglo XXI. Porque “los cuchillos y las bombas no deciden por sí mismo a quien matar. Son instrumentos sin criterio que carecen de la inteligencia necesaria para procesar información y tomar decisiones independientes. En cambio, la Inteligencia Artificial (IA) puede procesar información por sí sola, y por lo tanto, sustituir a los humanos en la toma de decisiones. La IA no es una herramienta, es un agente”, sostiene el pensador israelí.

Un planteo de este tipo puede dejarnos sin respuesta, sin saber qué hacer. Es que, en el mundo, casi nadie sabe qué hacer ni hacia dónde vamos. Tal vez lo más saludable sea seguir buscando la verdad, “empujando” para que no prosperen los relatos ficticios que, ahora, nos llegan envueltos en seductores mensajes audiovisuales. Tan deformados, que hasta reviven a los muertos. Hay que desconfiar siempre. Aprender a seleccionar, a clasificar los mensajes. Y no seguir aceptando y tragándose los mismos “versos” de todos los tiempos.







Y TODO EMPEZÓ CON SABINA IGNACIO SALABERRY

 




En los primeros años de liberación musical de la casa paterna, Joaquín Sabina fue sin dudas uno de mis referentes musicales. Alguien que cantaba lo que yo sentía, más aún cuando mis primeros romances se terminaban e iniciaban nuevos, que volvían a terminar. Si alguien, para mí, cantaba a esa situación sentimental, era Sabina. No era el único, pero Sabina, para mí reitero, tenía ese aire de tango, ese goce y tristeza sobre la misma situación. Esa forma de acomodar lo malo en un beso o una noche de sexo furtiva, esa esperanza guardada tras una mina jugada. Y también en sus canciones, estaba algo que hizo eco en mis emociones, que fue, el constante juego de, por lo menos, tres personas. Canciones como Contigo, Peor para el sol (nos sirvió para el último trago...) Y sin embargo, Y nos dieron las diez, La Magdalena, canciones que hablan de personas enamoradas aunque no pasen sus momentos de placer con su amada (?), o que viven un momento de placer que les queda para siempre, o al menos hasta el año siguiente cuando la va a buscar y hay un banco.
Obviamente que no sólo a mi me gustaba, me gusta Sabina, hay millones de personas que se identifican con esa forma de contar amores perdidos, que quedan en lugares inalcanzables para los demás mortales que viven el día a día, aunque ellos también lo sean.
Al mismo tiempo que me asombraba como había gente como yo, añorando amores, celebrando engaños, también me daba cuenta que no era sólo un tema Sabinero, que las añoranzas de amores pasados, que superan a los actuales, o amores segundos que vienen a ocupar los lugares que el amor oficial, el social, deja vacíos, estaban en toda la historia de la música.
La conclusión fue clara y preocupante, ¿Por qué nos gusta añorar amores que ya no son? ¿Por qué no valorar lo que uno elige vivir? ¿Por qué se necesita de otro amor por fuera que llene la vida que a veces mi pareja no sabe que tengo?
Descubrí canciones como Corazón Loco, otras tantas de Arjona, Alejandro Sanz, boleros, maravillosos casi todos ellos, y así, la lista es larga y abarca a todos los músicos. Hombres y mujeres, la verdadera Shakira cantando, moscas en la casa, Inevitable (no sé preparara café... Y no entiendo de fútbol... Todo dicho).
Ya se ha dicho en otras ocasiones que la tristeza, la melancolía, la añoranza, inspiran mucho más que la alegría, al menos para los que vivimos por acá, y en gran parte del mundo.
Ahora, darnos cuenta que al hacer un culto de los amores que no fueron, de que los amores que no están en el día a día son los mejores, de que un rato de sexo despreocupado es más importante que conocer la profundidad de la otra persona, sus gustos y disgustos, sus puntos fuertes, y aquellos que la hacen débil, es algo que no ayuda mucho al armado social, pero que no se puede negar.
Porque tras ese sentimiento viene la mentira, porque cantar abrazado a mi pareja, que extraño un amor por lo furtivo o lo bueno que fue sexualmente o por lo despreocupado, es también, mandar mensajes subliminales (y no tanto), al resto de personas que conviven conmigo.

Sabina y sus secuaces me han servido para darme cuenta que siempre estuve mal, que como sociedad hemos estado poniendo el foco donde quedamos, y dejamos, mal parados a los demás.

El amor que añoramos muchas veces no es por esa relación en si, sino por querer volver a vivir el pasado, porque esa lucha con la juventud se sigue perdiendo. Y si no la aceptamos en buena medida, de manera que podamos aprender a querer el presente, no vamos a mirar con ganas el presente, y mucho menos el futuro.

La biodecodificación, me ha llevado por estos caminos y me ha servido, para darme cuenta que tengo que pedirme disculpas, y hacer ese acto extensivo a todas mis parejas, que también, hicieron lo mismo conmigo. Vivimos en un mundo donde añoramos lo pasado, aunque cuando era presente lo estábamos ignorando por otro pasado. O esperando un futuro que creemos imposible, pero como está adelante, lo usamos para darnos esperanzas, porque sentimos, que el presente no vale la pena, o está mal, o debería ser mejor.

Por eso Sabina y tantos otros dieron en el clavo, por eso hicieron cantar a millones de personas cosas como "y sin embargo un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera" o Antonio Machín con "ahora ya puedes saber cómo se pueden querer dos mujeres a la vez, y no estar loco", ejemplos hay millones.

Valorar el presente, la persona que tenemos a nuestro costado, la que quiere estar con nosotros todos los días y nosotros queremos estar con ella, la que por esa decisión se pierde ser nuestra estrella sexual de un momento fugaz, es la que debemos valorar.
Y si no sentimos que eso valga la pena, debemos de soltar, sin preocupaciones, porque si no suelto, si no respeto mi tiempo presente, ni el de la otra persona, empezaré de a poco nuevamente, a escuchar a Sabina y cía.

I.S.S. 






jueves, 1 de mayo de 2025

SER Y HACER *Columna de CARLOS CASTILLOS, Abril de 2025

Ojo de agua es un “ambiente educativo” de España. No es una escuela, ni un colegio ni nada que se parezca a las instituciones de educación formal existentes en tantos lugares. De casualidad, hace algunos años, entré en contacto con sus responsables y desde entonces recibo mensajes, informaciones y reflexiones sobre el tema educativo. Este es uno de los últimos textos que recibí y decidí compartir con usted. Recientemente, escuchamos en una entrevista a un experto en educación afirmar que “cuando llevan a su hijo a la escuela, los padres quieren que se le reconozca por lo que es, pero la escuela tiene que lograr que se le reconozca por lo que hace, que es por lo que la sociedad les valora”. Esta idea nos dejó cavilando. En principio, parece razonable que la escuela desarrolle el conocimiento y las destrezas de las niñas y niños. No obstante, algo en esa formulación no llegaba a encajar. ¿Es necesario renunciar a lo que eres para desarrollar lo que haces? ¿Significa que reconocerte por lo que eres impide desarrollar tus talentos, lo que puedes aportar? Al cabo de un tiempo, vimos claro que el argumento de ignorar quién eres en favor de recompensar lo que haces cumple con precisión el precepto básico del sistema educativo: renunciar a tu singularidad. Aquello que eres, es único. Ignorarlo es enterrarlo. Sin embargo, lo que haces es intercambiable. Si no lo haces tú, otro podría hacerlo. Quizá una institución como la escuela, no puede permitirse el lujo de valorar lo que eres. Quizá es demasiado peligroso para el objetivo de lograr que las personas encajen lo más posible en el marco social establecido; ese que nos desindividualiza, nos fragmenta y nos enfrenta; el que nos masifica. El día a día de nuestra experiencia nos ha revelado que reconocer el ser (lo esencial) es condición primera y necesaria, aunque no suficiente, para desplegar funcionalmente las habilidades y los conocimientos (lo instrumental). Desarrollar lo instrumental dando la espalda a lo esencial lleva a relaciones humanas desatinadas, a la división entre adultos y jóvenes, a la pérdida o al olvido del propósito vital, agarrándonos al clavo ardiendo de la recompensa económica o las “salidas profesionales”. Una institución que pretenda educar en toda su dimensión debe reconocer quiénes son las personas a las que pretende educar, pues solo después de saber quién soy podré desplegar con vigor, eficacia y valentía mi talento y mi propósito. Aquello que más me interesa, que más facilidad tengo para hacer, aquello que más me inspira, casi con total certeza será bueno para la sociedad, además de satisfacer mi realización personal. Lógicamente, ésta no es -ni mucho menos- una responsabilidad de la educación extrafamiliar. El fundamento de todo ello está en prácticas de crianza basadas en la satisfacción de las necesidades reales de los seres humanos que solo pueden practicarse con un cierto grado de desarrollo consciente de las personas que más cerca están de la primera infancia; normalmente, la madre, primero, y el padre, en segundo lugar. Pero, ¡qué diferente podría ser una educación cuya prioridad fuera reconocer el ser para, en segundo término, facilitar el contexto del conocer y del hacer. Con frecuencia se escucha el comentario “todos tuvimos un profesor que nos influyó tanto que aún lo recordamos”, dando a entender que la conexión humana es el factor más importante del proceso educativo. En eso pensábamos después de que uno de nosotros se encontrara a Gael, un chico que participó en ojo de agua desde bien pequeño hasta que decidió irse al instituto y cuya historia de transición al sistema educativo convencional compartimos en un artículo que titulamos “Pero, ¿cómo es posible?” Pues bien, años después nos volvemos a ver y, tras intercambiar las novedades del momento vital de cada cual (trabajo, familia, vicisitudes varias…), dice: “Es curioso, anoche soñé con vosotros”. “¿Ah, sí?”, respondí. Y, con un punto, quizá de vanidad, quizá de alegría, continué -señalando con un dedo a su cabeza-: “Nos llevas ahí”. “No”, replicó con agilidad. “Os llevo en el corazón”. La sorpresa fue tan grande que no pude reaccionar y la conversación continuó por derroteros superficiales hasta que nos despedimos. De vuelta, lo comentamos entre nosotros dos y nos surgieron muchas preguntas: ¿Qué debe suceder para que un niño a quien has acompañado a lo largo de ocho o diez años en parte del periplo de su formación como ser humano social te “lleve en el corazón”? ¿Qué diferencia hay entre recordar a un profesor y llevar en el corazón a un adulto que no pertenece a tu linaje de sangre? ¿Qué significa “llevar en el corazón”? Nuestra respuesta es que solo quien abre su corazón puede acceder al corazón de otros. Llevar a alguien en el corazón significa que esa relación ha sido profundamente humana, que no ha sido una relación puramente instrumental o mecánica. Una relación que también habrá incluido desencuentros, pero que por encima de todo trataba de compartir respeto por quién es uno mismo, por quiénes son los demás y por el mundo no humano que nos acoge y sostiene. Esa frase “Os llevo en el corazón” quizá signifique “Me distéis la oportunidad de mostrarme tal cual era con mis virtudes y mis defectos. No me juzgasteis. Me ofrecisteis un ámbito de libertad y responsabilidad que aprecio y valoro. Ví cómo os jugabais la piel por nuestra libertad y nuestro bienestar (que están indefectiblemente entrelazados). Viví también vuestros errores y tuve la oportunidad de confrontaros con ellos a pesar de que era un niño. Confiasteis una y otra vez, cada vez que me equivocaba. Pude ser yo mismo”. Y así es, pues como en una ocasión nos compartió nuestra querida Inma Nogués: “Somos seres humanos, no somos haceres humanos”.