“Una red de información puede permitir que la gente busque la verdad, incluso animarla a hacerlo, pero sólo en campos específicos que contribuyan a generar poder, sin suponer una amenaza para el orden social”. Esta afirmación forma parte del libro “Nexus” del israelí Yuval Noah Harari: “Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA” (Inteligencia Artificial). ¿Qué es lo que plantea, en los primeros capítulos, este pensador, nacido en la ciudad de Haifa, en 1976, que es un catedrático destacado y autor de otros interesantes libros, como “Homo Deus” y “Sapiens”, entre otros?”.
Resumidamente, en esos primeros capítulos, Harari plantea, simplificando sus profundos conceptos, claro, que desde el fondo de la historia, el conocimiento de la verdad no condujo, precisamente, a la sabiduría de los seres humanos. Por el contrario. El conocimiento de algunos ha servido, históricamente, para perpetuar un determinado orden social.
“En lugar de una marcha del progreso, podríamos ver la historia de las redes de información humanas, como un ejercicio de fonambulismo (*) en el que lo que hay que equilibrar es la verdad con el orden”. (NOTA: Fonambulismo: Acróbata. Habilidad para desenvolverse entre distintas tendencias, principalmente en política).
Es difícil resistirse a reproducir textualmente otras partes del libro ya que Harari lo expresa mejor que nosotros. “La verdad suele ser dolorosa e inquietante y, si intentamos hacerla más reconfortante y favorecedora, ya no será la verdad”.
Será por eso entonces, que prácticamente desde siempre, quienes acceden al poder, prefieren recurrir a la ficción, en lugar de la verdad, porque eso les permite conservar sus privilegios y comodidades. “La ficción es muy maleable. La historia de toda nación contiene episodios oscuros que a sus ciudadanos no les gusta reconocer ni recordar. La fidelidad rigurosa a la verdad es esencial para el progreso científico y también es una práctica espiritual admirable, pero no es una estrategia política ganadora”.
Harari recuerda que Platón (filósofo griego que vivió entre los años 427 y 347 antes de esta Era) en su obra más conocida, como es “La República”, ya imaginaba que la constitución de su Estado utópico se basaría en la ‘noble mentira’: un relato ficticio acerca del origen del orden social que asegurara la lealtad de los ciudadanos e impidiera que cuestionaran la Constitución. “Platón afirmó que a los ciudadanos y ciudadanas se les debe decir que todos nacieron de la Tierra, que la patria es su madre y que, por lo tanto, le deben lealtad filial”.
Estas ideas de Platón casi nunca se aplicaron estrictamente como él las planteaba desde su concepción filosófica e ideológica. Pero vaya si lo han intentado varios, con sus variables y adaptaciones.
Y la historia está llena de ejemplos. Desde Hitler a Stalin, desde Estados Unidos a Rusia, desde Europa a América Latina y también en muchos países africanos. O sea, casi nadie se queda afuera.
Y en estos tiempos, los seres humanos crearon la Inteligencia Artificial (IA), una de las mayores revoluciones tecnológicas que se han producido. Si hasta ahora el ejercicio del poder se ha basado en relatos de ficción, y muchas veces en mentiras para ocultar la verdad, imagínese usted ahora, cuando nos enfrentamos a la presencia, cada vez más avasallante, de la Inteligencia Artificial (IA).
Harari lanza “duras advertencias” sobre las consecuencias que puede acarrear para la humanidad concederle a la Inteligencia Artificial un mayor control sobre las sociedades del Siglo XXI. Porque “los cuchillos y las bombas no deciden por sí mismo a quien matar. Son instrumentos sin criterio que carecen de la inteligencia necesaria para procesar información y tomar decisiones independientes. En cambio, la Inteligencia Artificial (IA) puede procesar información por sí sola, y por lo tanto, sustituir a los humanos en la toma de decisiones. La IA no es una herramienta, es un agente”, sostiene el pensador israelí.
Un planteo de este tipo puede dejarnos sin respuesta, sin saber qué hacer. Es que, en el mundo, casi nadie sabe qué hacer ni hacia dónde vamos. Tal vez lo más saludable sea seguir buscando la verdad, “empujando” para que no prosperen los relatos ficticios que, ahora, nos llegan envueltos en seductores mensajes audiovisuales. Tan deformados, que hasta reviven a los muertos. Hay que desconfiar siempre. Aprender a seleccionar, a clasificar los mensajes. Y no seguir aceptando y tragándose los mismos “versos” de todos los tiempos.