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sábado, 7 de diciembre de 2013
Las 20 contraseñas que no deberías usar
Cromo -
6/12/2013
Un nuevo robo de millones de passwords deja al
descubierto las escasas medidas que toman los usuarios al momento de
proteger sus cuentas“La gente sigue prefiriendo la comodidad a la seguridad”, igual que en 2006, fue la conclusión de los expertos de Spiderlab, al tiempo que reportaban esta semana haber encontrado dos millones de contraseñas robadas en todo el mundo en una red de hackers.
En octubre, el robo de otras 38 millones de cuentas y passwords a los usuarios de Adobe había reforzado la idea de que la gran mayoría de los usuarios no piensa demasiado antes de elegir una contraseña. Según recoge Business Insider, en ese entonces la BBC informó que la contraseña más popular entre las que habían sido obtenidas por cibercriminales era “123456″. En total, 1,9 millones de usuarios usaban esa secuencia.
Por su parte, Spiderlab sostuvo que entre las dos millones de contraseñas halladas “había más terribles que excelentes, más malas que buenas, y la mayoría, como es usual, se encontraba en algún lugar de la categoría media”.
A raíz de estos incidentes, Adobe publicó una la lista de las 20 peores contraseñas, es decir, aquellas que más que proteger al usuario lo dejan prácticamente a merced de los cibercriminales. Por eso, si encontrás la tuya en el listado a continuación, tal vez lo mejor sea que elijas una nueva, un poco más elaborada.
Top 20 de las peores passwords según Adobe:
> 123456> 123456789
> password
> admin
> 12345678
> qwerty
> 1234567
> 111111
> photoshop
> 123123
> 1234567890
> 000000
> abc123
> 1234
> adobe1
> macromedia
> azerty
> iloveyou
> aaaaaa
> 654321
El matrimonio homosexual en series de televisión
La evolución de la familia es una fuente
de inspiración para las series de televisión del siglo XXI, que abordan
sin prejuicios la homoparentalidad, el matrimonio gay y las familias
reconstituidas.
Publicado el: 7 de diciembre de 2013 a las 13:17Por: Redacción 180
El abuelo que asume su homosexualidad en
la exitosa serie argentina "Solamente vos" o la pareja de dos hombres de
la telenovela brasileña "Amor a Vida", que tienen un hijo con un
vientre de alquiler y además adoptan a un niño negro, son sólo algunos
de los ejemplos de cómo la pequeña pantalla se hace eco de los cambios
sociales en la vida real.
"La televisión toma el pulso a la
sociedad y los cambios sociales de manera mucho más sensible, diversa e
inmediata que el cine", explica el crítico de cine francés Xavier
Leherpeur. "Y esto es especialmente cierto cuando se trata del
matrimonio gay y de los derechos de los homosexuales", añade.
20 países del mundo autorizan actualmente
el matrimonio entre personas del mismo sexo, en todo o parte de su
territorio, incluidos 16 estados de Estados Unidos, uno de los países
donde más se trata el tema en televisión.
Ya en 1996, la comedia "Friends" generó
cierta controversia con un episodio sobre una boda lesbiana. Un año más
tarde la 'sitcom' "Ellen" hizo historia cuando su protagonista, Ellen
DeGeneres, anunció públicamente su homosexualidad.
Desde entonces, los guionistas han explorado cada vez más la realidad de las familias.
Filmada como un falso documental, "Modern
Family", una serie que se emite desde 2009, explica la vida de tres
familias: una tradicional, otra homosexual -con una hija adoptiva
vietnamita- y otra formada por un hombre de sesenta años casado con una
mujer mucho más joven, la colombiana Sofía Vergara.
"Es una serie muy abierta, que ha
mostrado una gran variedad de familias sin señalarlas con el dedo"
asegura Aurélie Blot, profesora de la Universidad de Burdeos y
especialista del tema.
"The New Normal", que terminó en abril su
primera temporada en Estados Unidos, cuenta la historia de una pareja
gay que busca un vientre de alquiler. "Sean Saves the World", emitida
desde octubre, muestra a un padre gay y a su hija adolescente. Y "The
Fosters", producida por Jennifer López, narra la vida de un par de
lesbianas y de sus tres hijos.
De la idealización a la modernidad
Las series de televisión estadounidenses
mostraron durante mucho tiempo un modelo de familia tradicional
idealizado, desde "Father Knows Best" en los años 1950, hasta "The
Waltons" en la década de 1970.
Pero estas familias de la televisión
cambiaron junto con la sociedad: "The Brady Bunch", que se emitió entre
1969 y 1974, giraba en torno a una gran familia reconstituida con seis
hijos de relaciones anteriores.
Familias ensambladas de todo tipo y
tamaño aparecieron en las 'sitcoms' de la década de 1980, entre ellas
"Diff'rent Strokes", en el que dos niños negros conviven con un padre
adoptivo blanco y su hija.
Y cuando las series regresaron a la
familia más clásica a menudo lo hicieron con una vuelta de tuerca, como
en "The Cosby Show" en los años 1980 o la familia disfuncional de
"Married with Children" en los 1990.
La homoparentalidad parece ser el tema
preferido de los guionistas del siglo XXI. En el Reino Unido, por
ejemplo, la serie "Threesome" pone el foco sobre una pareja heterosexual
que tiene un hijo con un amigo gay, mientras que en Israel, "Mom and
Dads" se basa en un trío entre dos gays y la madre de su hijo.
En Francia, la exitosa serie "Plus belle
la vie", con cinco millones de espectadores diarios, celebró el primer
matrimonio gay de la ficción francesa en junio de 2013, justo un mes
después de la aprobación de la ley que permite las uniones entre
personas del mismo sexo.
Sin embargo, no siempre se puede hablar
de la homosexualidad en la televisión. En Chile, la versión local de
"Modern Family", actualmente en rodaje, modificó la parte en que una
pareja gay adopta a un bebé, algo prohibido en ese país.
(AFP)
Pastillas para el dolor de vida
El uso de antidepresivos se ha disparado en toda Europa. En España o Reino Unido se ha doblado en 10 años. Se prescriben para la tristeza cotidiana o el duelo
El País de España
El consumo de antidepresivos se ha disparado en España. Desde que se
extendió el diagnóstico de la depresión y su prescripción en los centros
de atención primaria en la década de los noventa, el uso de estos
fármacos ha vivido una escalada constante. Su uso se ha doblado en una
década. De las 30 dosis diarias por cada 1.000 habitantes registradas en
el año 2000 se ha pasado a 64 en 2011, según los últimos datos de la
OCDE. Y si ese incremento había sido progresivo —desde el gran salto
provocado por la aparición y la popularización de medicamentos como la
fluoxetina a finales de los ochenta—, desde el inicio de la crisis la
escalada ha sido algo mayor. Entre 2008 y 2009 la venta en las farmacias
de antidepresivos aumentó un 5,7%, y entre 2009 y 2010 un 7,5%; hasta
los 37,8 millones de envases, según datos de la consultora de referencia
del sector IMS Health. En 2012 se superaron, con mucho, los 38
millones.
La extensión del diagnóstico de lo que se considera una depresión, la medicalización del sufrimiento más cotidiano y la indicación de estos fármacos para otras patologías (como para algunos trastornos endocrinos o para la fibromialgia), son algunas de las razones con las que los expertos explican ese incremento que se ha producido, además, en toda Europa. Pero mientras su consumo no decae, la utilidad y la efectividad de estos medicamentos para combatir las depresiones leves y moderadas está en cuestión. EL PAÍS, junto a otros cinco grandes diarios que comparten el proyecto Europa —The Guardian, Le Monde, La Stampa, Gazeta Wyborcza, Süddeutsche Zeitung—, ha preguntado durante varias semanas a los lectores si han prescrito (a los sanitarios) o tomado antidepresivos, y si han funcionado. Más de 4.000 personas de Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España han aportado sus experiencias a través de un cuestionario online. La mayoría de ellos aseguran que los fármacos les han ayudado, aunque particularmente aquellos que los han acompañado de otro tipo de terapias.
En los últimos años varias investigaciones científicas han analizado la efectividad o el beneficio de los antidepresivos para combatir los síntomas leves o moderados de la depresión —para los severos no está en cuestión—. Las conclusiones han sido similares en todos ellos: por sí solos su eficacia es muy limitada. Así lo determinó, por ejemplo, un amplio estudio realizado en 2008 por investigadores británicos sobre tres de los principios activos que, aunque ya no lo son, eran los más vendidos en ese momento: fluoxetina (el popular Prozac, que durante años se denominó ‘la píldora de la felicidad’), venlafaxina (Efexor) y paroxetina (Serotax, conocida también como ‘píldora de la timidez’). El análisis, publicado en la revista Plos Medical, determinó que para aquellos pacientes que no tenían síntomas graves los antidepresivos eran igual de útiles que una pastillita de azúcar; es decir, un placebo. Otro trabajo más reciente —de este mes— realizado por expertos neozelandeses con los datos de 14.000 personas que consumieron antidepresivos durante más de un año determina que este tratamiento farmacológico no se traduce en una mejora a largo plazo en los pacientes con trastornos del estado de ánimo.
“Hay un consumo indicado por los médicos pero reclamado por el paciente para problemas relacionados con el sufrimiento y el dolor. Para afrontar un duelo, para paliar el malestar tras una ruptura amorosa, también para los problemas laborales”, apunta Eudoxia Gay, presidenta de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN). Los médicos, reconoce, los prescriben para afrontar estas realidades y también para los síntomas leves y moderados. Y estos fármacos, precisan desde el laboratorio Lilly —fabricante de algunos de ellos—, están indicados para el trastorno depresivo mayor. “Para ello sí son útiles. Pero, aunque hay que revisar caso a caso, para paliar el sufrimiento cotidiano, al igual que para los cuadros menores de ansiedad, son más eficaces otras terapias que mejoran y no cronifican el sufrimiento humano que tan mal se tolera hoy y al que se responde farmacologizándolo”, sigue Gay.
Ejemplo de ello es que al ritmo que han crecido los antidepresivos lo han hecho también los ansiolíticos (cuyo uso ha aumentado un 37,3% desde el año 2000 a 2011) y los medicamentos hipnóticos y sedantes, que se han incrementado un 66,2%, según un estudio de investigadores de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios. De hecho, un informe de la Junta de Andalucía resume que la depresión o los trastornos ansiosodepresivos son la tercera causa de consulta en Atención Primaria.
El psiquiatra Alberto Ortiz Lobo cree que bajo la etiqueta de ‘depresión’ se están patologizando emociones normales. Asegura que en los años noventa la industria farmacéutica y algunas sociedades médicas hicieron programas específicos y campañas de difusión para ayudar a detectar la depresión. “Desde entonces ha sido un no parar, porque se han ampliado los límites de lo que se considera una depresión. Ahora tras ese constructo, bajo ese paraguas, se mete cualquier sintomatología de tristeza o desánimo que se pueda tener, aunque sea sana, legítima y proporcionada”, dice. Tanto la detección actual de la depresión como la prescripción de antidepresivos, apunta, son parámetros que están lejos de las cifras de prevalencia de esta patología en la población general de los estudios epidemiológicos clásicos, que sostienen que afectaría a entre el 3% y el 9% de la población.
José Antonio Sacristán, director médico de Lilly España, apunta otros factores que podrían haber contribuido al aumento del uso de estos fármacos. “Primero que los actuales son más seguros y mejor tolerados que los primeros antidepresivos”, dice. Segundo, asegura, “que se ha demostrado su eficacia y han sido aprobados por las agencias reguladoras para el tratamiento de otras patologías mentales como los trastornos de ansiedad”.
En otros países, con algunas tímidas excepciones, como Holanda, la situación es similar. En Alemania, Bélgica o Reino Unido, el consumo de medicamentos indicados para este problema han aumentado tanto como en España. “Se suelen prescribir estos fármacos con mucha facilidad. Y muchas veces los pacientes piensan que si están medicándose y no les funciona es porque necesitan algo más fuerte, no porque quizá no estén deprimidos”, remarca Alain Vallée, psiquiatra en Nantes y uno de los más de un centenar de profesionales sanitarios que contestó a la encuesta puesta en marcha por los seis diarios europeos. La mayoría de ellos, como recoge The Guardian —que ha verificado y ha hecho un tratamiento a fondo de los datos—, sostiene que en gran parte de Europa hay una amplia “cultura de la prescripción”. Apuntan que los antidepresivos son un buen recurso, y necesario, para tratar la depresión severa pero también hablan de su frustración para abordar los casos leves o moderados debido a los escasos recursos, tanto de tiempo como de disponibilidad de otras terapias.
En España, el grueso de la prescripción de antidepresivos se realiza en atención primaria. De hecho, solo el 30% de estos fármacos se recetan por un especialista. Los recursos no son, ni mucho menos, abundantes: en la sanidad pública hay menos de seis profesionales sanitarios especializados en salud mental (psicólogos clínicos o psiquiatras) por cada 100.000 habitantes. Esta cifra, apunta Carlos Mur, director científico de la Estrategia Nacional de Salud Mental del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, no es crítica pero está lejos de la de países como los nórdicos. En Suecia, por ejemplo, hay casi el doble.
Mur —que cree que más que un aumento de personal, lo que hace falta es una mejor gestión del que hay— aclara que esa cifra se obtiene por estimación. No hay datos oficiales que permitan contabilizar de manera clara los servicios de salud mental que hay en el país, aunque la estrategia que coordina está realizando un estudio para poder dibujar un mapa claro. Un estudio de la Asociación Española de Neuropsiquiatría de 2010 hablaba de datos similares a los que menciona Mur, pero mostraba también otro ángulo importante: la gran diferencia entre comunidades autónomas. Un ejemplo: en Galicia contabilizaron 2,30 psiquiatras trabajando para la sanidad pública por cada 100.000 habitantes, en Asturias 5,20.
Laura Crespo tomó antidepresivos durante más de seis meses. Su médico de cabecera se los recetó cuando diagnosticaron cáncer a su madre. “En su momento la medicación me ayudó. No levantaba cabeza, estaba tristísima y necesitaba sobreponerme rápido para poder asumir con ella el tratamiento; para poderla acompañar y sostener”, cuenta. No hizo otra terapia. “La verdad es que prefería el tratamiento con fármacos”, reconoce. Carlos R. acudió al centro de salud porque estaba triste y desganado. “Estaba deprimido…”, resume. “Me recetaron antidepresivos pero después, por mi cuenta, decidí ir al psicólogo. Creo que eso fue lo que más me ayudó aunque estuve combinando ambas cosas hasta que dejé progresivamente la medicación”, cuenta. En su caso fueron problemas laborales y familiares los que le provocaron el sufrimiento. “Sigo yendo al psicólogo, aunque hemos espaciado las visitas”, dice.
- Bob tomó un tipo de estos fármacos durante tres años. Dejó de hacerlo por el efecto que tenían en su vida diaria. “Al principio me sentí mejor, pero a la larga me volví una persona que no tenía emociones ni sentimientos”, cuenta a través del cuestionario online.
- Megan cuenta cómo los fármacos no le devolvieron la felicidad. “Pero me sacaron de la oscuridad y me permitieron ver con perspectiva mi problema”, dice. En su caso, su problema lo causaba la enfermedad de su madre y sus dificultades laborales.
“Aunque en algunos casos pueden ayudar a superar una situación
puntual, los fármacos no van a dar solución a las depresiones o
problemas cuyo origen es social o psicológico. Son fármacos, además, que
aunque se han perfeccionado mucho, tienen efectos adversos y su
tratamiento no se puede discontinuar así como así”, aclara Mur. Este
experto, que además, es gerente de un instituto psiquiátrico de Leganés
(Madrid), asegura que son cada vez más los médicos de atención primaria
que derivan a los servicios de salud mental —aunque la gran mayoría ya
llevan pautado el tratamiento farmacológico— y que recomiendan otras
terapias que pueden ayudar a superar el problema o a lograr mayor
bienestar. “Está ganando terreno la psicoterapia y opciones como el Yoga
o el Mindfullness”, dice.
A Adrián, funcionario de 43 años, el médico le recomendó varios libros y a Lucía, de 17, la derivaron a la consulta de salud mental de su ambulatorio. “Allí, la psicóloga me dijo que viera varias películas, todas protagonizadas por mujeres; la idea era que tomase referentes”, cuenta. El psicólogo Antoni Bolinches, que ha escrito varios libros de autoayuda como Tú y yo somos seis o Peter Pan puede crecer, expone que en las depresiones leves o moderadas los fármacos tratan los síntomas pero no la causa. Por eso, a veces, cuando el tratamiento acaba el problema sigue ahí. “Las depresiones exógenas o reactivas, es decir aquellas que vienen de fuera, de algo que te está afectando o que te ha sucedido, deberían tratarse sobre todo, o también, psicológicamente. Porque si el paciente aprende a llevar bien el problema obtiene el doble de beneficio: lo supera pero además aprende”, dice. Sin embargo, reconoce que hay personas que prefieren tomar medicación. “Hemos creado un modelo social en el que no estamos acostumbrados al esfuerzo y a las dificultades, por eso recurrimos a la farmacología”, dice.
Gema (que prefiere no dar su apellido) explica que estuvo tomando primero ansiolíticos y después antidepresivos casi un año. “En mi caso se me juntó todo: el fallecimiento de mi padre, problemas en el trabajo y en mi relación. Hablé con el médico porque estaba fatal y me los recetó. Ahora estoy mejor, me siento más fuerte para afrontar las cosas. La verdad, si hay algo que me puede ayudar no sé porque no lo iba a usar”, incide.
El psiquiatra Alberto Ortiz Lobo explica que los fármacos para tratar la depresión inducen ciertos estados psicológicos. “Suelen producir un distanciamiento emocional, para bien o para mal, de lo que está pasando. Si estoy tristísimo eso me viene bien, pero ya no vivo tan intensamente. Eso, por ejemplo, provoca una pérdida de deseo sexual o una lejanía de otras cosas”, matiza.
Este experto cree que una de las dificultades que afrontan los médicos ante los síntomas que se podrían definir como depresivos leves o moderados es la de saber dónde está el límite entre la normalidad y la patología. “Para ello hay que hacer una evaluación del individuo, se necesita tiempo y también un seguimiento”, expone. A veces ninguna de las dos partes lo tienen fácil para sacar ese hueco.
Mur explica que dentro de la revisión de la Estrategia de Salud Mental, que se está haciendo ahora, hay varias líneas destinadas a mejorar la colaboración y la interacción entre la Primaria y la atención especializada. Con ello se mejorará la atención de esta patología, apunta. Reconoce, sin embargo, que el texto que coordina y que sirve de pauta para abordar los trastornos mentales se centra sobre todo en los graves. “El abordaje de los síntomas leves o moderados de depresión es una asignatura pendiente a pesar de que es un problema social creciente”, dice.
La extensión del diagnóstico de lo que se considera una depresión, la medicalización del sufrimiento más cotidiano y la indicación de estos fármacos para otras patologías (como para algunos trastornos endocrinos o para la fibromialgia), son algunas de las razones con las que los expertos explican ese incremento que se ha producido, además, en toda Europa. Pero mientras su consumo no decae, la utilidad y la efectividad de estos medicamentos para combatir las depresiones leves y moderadas está en cuestión. EL PAÍS, junto a otros cinco grandes diarios que comparten el proyecto Europa —The Guardian, Le Monde, La Stampa, Gazeta Wyborcza, Süddeutsche Zeitung—, ha preguntado durante varias semanas a los lectores si han prescrito (a los sanitarios) o tomado antidepresivos, y si han funcionado. Más de 4.000 personas de Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España han aportado sus experiencias a través de un cuestionario online. La mayoría de ellos aseguran que los fármacos les han ayudado, aunque particularmente aquellos que los han acompañado de otro tipo de terapias.
En los últimos años varias investigaciones científicas han analizado la efectividad o el beneficio de los antidepresivos para combatir los síntomas leves o moderados de la depresión —para los severos no está en cuestión—. Las conclusiones han sido similares en todos ellos: por sí solos su eficacia es muy limitada. Así lo determinó, por ejemplo, un amplio estudio realizado en 2008 por investigadores británicos sobre tres de los principios activos que, aunque ya no lo son, eran los más vendidos en ese momento: fluoxetina (el popular Prozac, que durante años se denominó ‘la píldora de la felicidad’), venlafaxina (Efexor) y paroxetina (Serotax, conocida también como ‘píldora de la timidez’). El análisis, publicado en la revista Plos Medical, determinó que para aquellos pacientes que no tenían síntomas graves los antidepresivos eran igual de útiles que una pastillita de azúcar; es decir, un placebo. Otro trabajo más reciente —de este mes— realizado por expertos neozelandeses con los datos de 14.000 personas que consumieron antidepresivos durante más de un año determina que este tratamiento farmacológico no se traduce en una mejora a largo plazo en los pacientes con trastornos del estado de ánimo.
“Hay un consumo indicado por los médicos pero reclamado por el paciente para problemas relacionados con el sufrimiento y el dolor. Para afrontar un duelo, para paliar el malestar tras una ruptura amorosa, también para los problemas laborales”, apunta Eudoxia Gay, presidenta de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN). Los médicos, reconoce, los prescriben para afrontar estas realidades y también para los síntomas leves y moderados. Y estos fármacos, precisan desde el laboratorio Lilly —fabricante de algunos de ellos—, están indicados para el trastorno depresivo mayor. “Para ello sí son útiles. Pero, aunque hay que revisar caso a caso, para paliar el sufrimiento cotidiano, al igual que para los cuadros menores de ansiedad, son más eficaces otras terapias que mejoran y no cronifican el sufrimiento humano que tan mal se tolera hoy y al que se responde farmacologizándolo”, sigue Gay.
Ejemplo de ello es que al ritmo que han crecido los antidepresivos lo han hecho también los ansiolíticos (cuyo uso ha aumentado un 37,3% desde el año 2000 a 2011) y los medicamentos hipnóticos y sedantes, que se han incrementado un 66,2%, según un estudio de investigadores de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios. De hecho, un informe de la Junta de Andalucía resume que la depresión o los trastornos ansiosodepresivos son la tercera causa de consulta en Atención Primaria.
El psiquiatra Alberto Ortiz Lobo cree que bajo la etiqueta de ‘depresión’ se están patologizando emociones normales. Asegura que en los años noventa la industria farmacéutica y algunas sociedades médicas hicieron programas específicos y campañas de difusión para ayudar a detectar la depresión. “Desde entonces ha sido un no parar, porque se han ampliado los límites de lo que se considera una depresión. Ahora tras ese constructo, bajo ese paraguas, se mete cualquier sintomatología de tristeza o desánimo que se pueda tener, aunque sea sana, legítima y proporcionada”, dice. Tanto la detección actual de la depresión como la prescripción de antidepresivos, apunta, son parámetros que están lejos de las cifras de prevalencia de esta patología en la población general de los estudios epidemiológicos clásicos, que sostienen que afectaría a entre el 3% y el 9% de la población.
José Antonio Sacristán, director médico de Lilly España, apunta otros factores que podrían haber contribuido al aumento del uso de estos fármacos. “Primero que los actuales son más seguros y mejor tolerados que los primeros antidepresivos”, dice. Segundo, asegura, “que se ha demostrado su eficacia y han sido aprobados por las agencias reguladoras para el tratamiento de otras patologías mentales como los trastornos de ansiedad”.
En otros países, con algunas tímidas excepciones, como Holanda, la situación es similar. En Alemania, Bélgica o Reino Unido, el consumo de medicamentos indicados para este problema han aumentado tanto como en España. “Se suelen prescribir estos fármacos con mucha facilidad. Y muchas veces los pacientes piensan que si están medicándose y no les funciona es porque necesitan algo más fuerte, no porque quizá no estén deprimidos”, remarca Alain Vallée, psiquiatra en Nantes y uno de los más de un centenar de profesionales sanitarios que contestó a la encuesta puesta en marcha por los seis diarios europeos. La mayoría de ellos, como recoge The Guardian —que ha verificado y ha hecho un tratamiento a fondo de los datos—, sostiene que en gran parte de Europa hay una amplia “cultura de la prescripción”. Apuntan que los antidepresivos son un buen recurso, y necesario, para tratar la depresión severa pero también hablan de su frustración para abordar los casos leves o moderados debido a los escasos recursos, tanto de tiempo como de disponibilidad de otras terapias.
En España, el grueso de la prescripción de antidepresivos se realiza en atención primaria. De hecho, solo el 30% de estos fármacos se recetan por un especialista. Los recursos no son, ni mucho menos, abundantes: en la sanidad pública hay menos de seis profesionales sanitarios especializados en salud mental (psicólogos clínicos o psiquiatras) por cada 100.000 habitantes. Esta cifra, apunta Carlos Mur, director científico de la Estrategia Nacional de Salud Mental del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, no es crítica pero está lejos de la de países como los nórdicos. En Suecia, por ejemplo, hay casi el doble.
Mur —que cree que más que un aumento de personal, lo que hace falta es una mejor gestión del que hay— aclara que esa cifra se obtiene por estimación. No hay datos oficiales que permitan contabilizar de manera clara los servicios de salud mental que hay en el país, aunque la estrategia que coordina está realizando un estudio para poder dibujar un mapa claro. Un estudio de la Asociación Española de Neuropsiquiatría de 2010 hablaba de datos similares a los que menciona Mur, pero mostraba también otro ángulo importante: la gran diferencia entre comunidades autónomas. Un ejemplo: en Galicia contabilizaron 2,30 psiquiatras trabajando para la sanidad pública por cada 100.000 habitantes, en Asturias 5,20.
Laura Crespo tomó antidepresivos durante más de seis meses. Su médico de cabecera se los recetó cuando diagnosticaron cáncer a su madre. “En su momento la medicación me ayudó. No levantaba cabeza, estaba tristísima y necesitaba sobreponerme rápido para poder asumir con ella el tratamiento; para poderla acompañar y sostener”, cuenta. No hizo otra terapia. “La verdad es que prefería el tratamiento con fármacos”, reconoce. Carlos R. acudió al centro de salud porque estaba triste y desganado. “Estaba deprimido…”, resume. “Me recetaron antidepresivos pero después, por mi cuenta, decidí ir al psicólogo. Creo que eso fue lo que más me ayudó aunque estuve combinando ambas cosas hasta que dejé progresivamente la medicación”, cuenta. En su caso fueron problemas laborales y familiares los que le provocaron el sufrimiento. “Sigo yendo al psicólogo, aunque hemos espaciado las visitas”, dice.
Experiencias europeas diversas
Más de 4.000 europeos que toman o tomaron antidepresivos contaron su caso en la encuesta puesta en marcha por EL PAÍS y otros cinco medios europeos —The Guardian, Le Monde, La Stampa, Gazeta Wyborcza, Süddeutsche Zeitung—. La mayoría cree que les ayudaron; otros que sin otras terapias no hubieran servido. También hay experiencias negativas. Dos ejemplos:- Bob tomó un tipo de estos fármacos durante tres años. Dejó de hacerlo por el efecto que tenían en su vida diaria. “Al principio me sentí mejor, pero a la larga me volví una persona que no tenía emociones ni sentimientos”, cuenta a través del cuestionario online.
- Megan cuenta cómo los fármacos no le devolvieron la felicidad. “Pero me sacaron de la oscuridad y me permitieron ver con perspectiva mi problema”, dice. En su caso, su problema lo causaba la enfermedad de su madre y sus dificultades laborales.
A Adrián, funcionario de 43 años, el médico le recomendó varios libros y a Lucía, de 17, la derivaron a la consulta de salud mental de su ambulatorio. “Allí, la psicóloga me dijo que viera varias películas, todas protagonizadas por mujeres; la idea era que tomase referentes”, cuenta. El psicólogo Antoni Bolinches, que ha escrito varios libros de autoayuda como Tú y yo somos seis o Peter Pan puede crecer, expone que en las depresiones leves o moderadas los fármacos tratan los síntomas pero no la causa. Por eso, a veces, cuando el tratamiento acaba el problema sigue ahí. “Las depresiones exógenas o reactivas, es decir aquellas que vienen de fuera, de algo que te está afectando o que te ha sucedido, deberían tratarse sobre todo, o también, psicológicamente. Porque si el paciente aprende a llevar bien el problema obtiene el doble de beneficio: lo supera pero además aprende”, dice. Sin embargo, reconoce que hay personas que prefieren tomar medicación. “Hemos creado un modelo social en el que no estamos acostumbrados al esfuerzo y a las dificultades, por eso recurrimos a la farmacología”, dice.
Gema (que prefiere no dar su apellido) explica que estuvo tomando primero ansiolíticos y después antidepresivos casi un año. “En mi caso se me juntó todo: el fallecimiento de mi padre, problemas en el trabajo y en mi relación. Hablé con el médico porque estaba fatal y me los recetó. Ahora estoy mejor, me siento más fuerte para afrontar las cosas. La verdad, si hay algo que me puede ayudar no sé porque no lo iba a usar”, incide.
El psiquiatra Alberto Ortiz Lobo explica que los fármacos para tratar la depresión inducen ciertos estados psicológicos. “Suelen producir un distanciamiento emocional, para bien o para mal, de lo que está pasando. Si estoy tristísimo eso me viene bien, pero ya no vivo tan intensamente. Eso, por ejemplo, provoca una pérdida de deseo sexual o una lejanía de otras cosas”, matiza.
Este experto cree que una de las dificultades que afrontan los médicos ante los síntomas que se podrían definir como depresivos leves o moderados es la de saber dónde está el límite entre la normalidad y la patología. “Para ello hay que hacer una evaluación del individuo, se necesita tiempo y también un seguimiento”, expone. A veces ninguna de las dos partes lo tienen fácil para sacar ese hueco.
Mur explica que dentro de la revisión de la Estrategia de Salud Mental, que se está haciendo ahora, hay varias líneas destinadas a mejorar la colaboración y la interacción entre la Primaria y la atención especializada. Con ello se mejorará la atención de esta patología, apunta. Reconoce, sin embargo, que el texto que coordina y que sirve de pauta para abordar los trastornos mentales se centra sobre todo en los graves. “El abordaje de los síntomas leves o moderados de depresión es una asignatura pendiente a pesar de que es un problema social creciente”, dice.
Joan Baez en Uruguay
La compositora estadounidense se presentará en el Auditorio Nacional
Un ícono vendrá en marzo
Joan Baez, máxima representante de la
canción de protesta americana de los años `60 junto a Bob Dylan, se
presentará el próximo 11 de marzo en el Auditorio Nacional del Sodre.
Gonzalo Palermo
El País
La presencia de Baez se convierte en una de las
citas imperdibles del año próximo en materia de recitales. Las entradas
para el show ya se encuentran a la venta en Red UTS, Red Pagos y Tienda
Inglesa de todo el país, con precios que van desde los 950 a los 2000
pesos. Su último trabajo discográfico, Day After Tomorrow, data de 2008,
pero su prolífica y comprometida carrera prometen un show de enorme
categoría.
En los tempranos `60, cuando Baez se erigió como una de
las máximas figuras del folk americano, el mundo (y Estados Unidos en
particular) estaba en plena transformación. La juventud, por cortesía
del movimiento hippie, empezaba desde San Francisco una cruzada por
las libertades individuales y el desarrollo espiritual, además de la
experimentación con las drogas. Las minorías, en tanto, pujaban por sus
derechos, condensados en Tengo un sueño, el recordado discurso de Martin
Luther King. Mientras tanto, incontables jóvenes combatían en Vietnam
en una guerra que pocos apoyaban.
El papel de Baez en medio de todo este escenario
convulsionado fue más que activo. Justamente, acompañó a Luther King con
la Marcha sobre Washington aquel 28 de agosto de 1963, que culminó con
el discurso en la escalinata del Monumento a Lincoln, en uno de los
tantos actos políticos en los que tomó una posición clara en favor de
los desposeídos o desplazados.
Su clara oposición al conflicto en Vietnam generó que
la CIA abriera un expediente y la marcara como una de las personalidades
"subversivas" de aquellos tiempos, junto a Bob Dylan y Phil Ochs, entre
otros artistas de fuerte implicancia social. Su postura la llevó
también a negarse a pagar ciertos impuestos alegando que eran destinados
a la guerra. Incluso viajó a Hanoi en 1972 llevando cartas a los
soldados en misión y soportó el peor bombardeo de toda la guerra.
Al tanto de las dictaduras en Latinoamérica, Baez
publicó en 1974 el disco en español Gracias a la vida (en directa
alusión a la canción de Violeta Parra) y se solidarizó con la oposición a
los procesos dictatoriales. En Argentina, además de llenar dos veces el
Luna Park, concedió una entrevista a la revista Crisis, dirigida por el
escritor Eduardo Galeano.
Obra.
También llevó su música a diversos ámbitos,
acercándola a zonas marginales, barrios y teatros donde solo había
público de raza negra e incluso a las prisiones. Su obra no estuvo ajena
sino que acompañó ese activismo social. En 1959, con solo 18 años de
edad y acompañada por su voz y su guitarra, Baez se subió al escenario
del Newport Folk Festival, en Rhode Island, codeándose con veteranos del
country y el folk de los Estados Unidos profundos, maravillando a
propios y extraños.
Tal fue el impacto de su presentación, interpretando
clásicos del género como The House of the Rising Sun y All My Trials,
que al año siguiente la poderosa Columbia Records le ofreció un contrato
discográfico. Baez rechazó la oferta y eligió a un sello menor,
Vanguard, para lanzar sus primeras trece canciones.
El disco fue grabado en tan solo cuatro días en un
hotel neoyorquino y con muy poca producción, incluyendo versiones del
canto tradicional americano como Wildwood Flower y Silver Dagger. "Había
solo dos micrófonos, uno para la voz y otro para la guitarra. Solo hice
mi repertorio, que probablemente era todo lo que sabía tocar en aquel
entonces", explicó la cantautora en una entrevista de 1983 con la
revista Rolling Stone.
A lo largo de cinco décadas, Baez ha llegado a
publicar más de una treintena de álbumes, muchos de los cuales incluyen
sus actuaciones en vivo más recordadas, como Joan Baez in Concert (1962,
1963) y los registros de su aparición en Woodstock en 1969. Mención
especial merece Carry it on (1971), disco en vivo que además fue banda
sonora del film homónimo dirigido por Gil Turner y tuvo alto contenido
antibelicista, con fragmentos de discursos de David Harris, su esposo y
reconocido activista contra la guerra en Indochina.
Dylan.
La relación empezó siendo de mutua admiración y
acabó convirtiéndolos en la gran pareja de la canción protesta de los
60. Baez fue algo así como la madrina de Dylan, a quien introdujo en los
círculos culturales del Greenwich Village e incluso llevó como invitado
en su gira estadounidense de 1964. A diferencia de Baez, que se
introdujo a fondo en el género, Dylan fue un evidente bastión de la
canción protesta hasta 1965, cuando su presentación en el Newport Folk
Festival (en el que seis años antes se había consagrado Baez), con la
guitarra eléctrica colgada al hombro, le valió el cambio al rock y el
repudio de los seguidores del folk purista.
Aunque los caminos de ambos artistas comenzaron una
lenta divergencia desde entonces, la influencia del autor de The Times
They Are A-changin quedó evidenciada en la música posterior de Baez,
que, por ejemplo, versionó a su colega en el disco Any Day Now(1968).
Adelantos de lo que podría escucharse en el próximo show de la artista en Uruguay
En las presentaciones que ha realizado en sus giras
por Europa y Estados Unidos de los últimos tiempos, Baez hace un repaso
de alrededor de dos horas por una serie de piezas imperdibles que
atraviesan géneros y autores. Su repertorio en vivo suele alcanzar las
25 canciones, entre las que probablemente se podrán escuchar versiones
de temas de Bob Dylan, como Farewell Angelina, With God on Our Side y
Love Is Just a Four-Letter Word, que confirman, a cuatro décadas de su
primera colaboración, la profundidad de aquella sociedad.
También figuran en su repertorio habitual canciones
como Scarlet Tide de Elvis Costello, Catch the Wind de Donovan, Suzanne
de Leonard Cohen, The Boxer de Simon & Garfunkel y clásicos
sudamericanos como La Llorona o Gracias a la vida de Violeta Parra, que
dan cuenta del amplio, profundo y variado itinerario musical que propone
la artista.
En la gira que la traerá a Montevideo, Baez es
acompañada por una banda de músicos de primer nivel. Dirk Powell toca el
banjo, la mandolina, la guitarra, el acordeón y los teclados, mientras
que Gabriel Harris se encarga de la percusión.
Con esta formación, Baez participó el pasado 29 de
septiembre en Another Day, Another Time: Celebrating the Music of Inside
Llewyn Davis, concierto a beneficio en Nueva York organizado por el
lanzamiento de la nueva película de los Coen, donde también estuvieron
Patti Smith, Elvis Costello, The Avett Brothers y Jack White.
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