Esta historia no es
un cuento, pues no fue cuento. Sucedieron los hechos más o menos
así, de acuerdo a ciertas crónicas que intentaré no alterar con mi
imaginación.
Pedro Bazán vino
desde España a la Provincia Oriental por los tiempos del proceso de
Emancipación de las tierras del Río de la Plata. Había participado
en las guerras napoleónicas y en las guerras civiles peninsulares
apoyando a los constitucionalistas, huyendo del absolutismo
restaurado por Fernando VII luego de haber sido derrotados los
vientos de libertad de 1820-1823. Abrazó en estos lugares la causa
independentista e hizo carrera castrense como oficial en el Ejército
de las Provincias Unidas del Río de la Plata, ascendiendo a Sargento
Mayor en 1829. Integrando una misión diplomática en el Brasil,
cúpole conducir desde el entonces Imperio el Acta en que constaba su
beneplácito al texto constitucional que tendría el incipiente
Estado Oriental del Uruguay, y que se juraría el 18 de Julio de
1830.
Le conocían a Pedro
como “el Galleguito de la Media de Seda”. Militar gallardo
y valiente, inteligente y de refinados modales, era poseedor de una
sólida ilustración y de una vasta cultura. Fue Edecán del primer
Presidente de la República, el Brigadier General Fructuoso Rivera,
función que alternaría ejerciendo el periodismo como uno de los
redactores del periódico El Caduceo, entre 1830 y 1831.
Un apuesto y calificado joven como él, todo un caballero español
con el atractivo que además le deparaba el provenir del extranjero,
no tardaría en captar la atención de las damitas de la pequeña
sociedad de Montevideo.
Por esas épocas
Pedro conoció en dicha ciudad a Petrona Magariños, una joven y
bonita hija del español Mateo Magariños Ballinas y de la porteña
Manuela Cerrato. Tanto fue su amor y sentimiento de afecto
mutuo que pronto se comprometieron en matrimonio. Pero las
obligaciones militares de Pedro venían postergando la boda.
Luego de haber
participado con Don Frutos en la campaña contra los charrúas de
1831, y de regreso en la Capital, Pedro decidió, a pesar de que por
junio de ese año había ascendido a Teniente Coronel Graduado, que
era hora de dejar de una vez por todas las armas y de
formar con Petrona una familia feliz. Con ella, en el Uruguay tendría
un hogar.
Pedro y Petrona
estaban aprontando con ilusión y alegría los arreglos para su
inminente casamiento cuando el Coronel Bernabé Rivera, sobrino del
Presidente y con quien Pedro tenia una entrañable e íntima amistad,
le hizo llamar a fines de mayo de 1832, pidiéndole que le acompañara
en una campaña que el Gobierno le había encargado, ordenándole
sofocar una rebelión de los indios guaraníes misioneros y charrúas
en el Norte, en la frontera con el Brasil. Pedro vaciló, pero
¿cómo negarse al llamado de su amigo tan querido? ¿Cómo rehusar a
los designios del deber? Contra su voluntad, postergó su
proyecto matrimonial para concurrir a ayudarle.
Prometiéndose a sí
mismo y jurando a Petrona que sería su última campaña militar,
Pedro partió a la guerra, hacia aquellas tierras lejanas y
desiertas. Le prometió que retornaría. Petrona le aguardaría con
fe ardiente, con la esperanza de su pronto retorno y de que cuando
regresara, estaría en adelante y para siempre a su lado.
El levantamiento de
los indígenas fue prontamente sofocado. Sin embargo, cuando se
disponían a regresar a casa, Bernabé Rivera recibió la noticia de
que se encontraba un núcleo de charrúas levantiscos por la
hondonada de Yacaré Cururú; y hacia ellos fue en su
búsqueda con un puñado de hombres, entre ellos el Sargento Mayor
Pedro Bazán. Lograron alcanzarles el 20 de junio, mas los
perseguidores fueron emboscados en las cercanías de un monte por un
grupo al mando del cacique Sepé. Bernabé Rivera, intentando
combatirles, rodó con su caballo y quedó a merced de los charrúas,
quienes desquiciados de furia y algarabía, y viendo en esa
posibilidad una venganza contra la traición recibida en Salsipuedes,
le rodearon con presteza a los gritos rabiosos de “¡Bernabé!
¡Bernabé!”.
Pedro pudo haber
huido ante esa encerrona que no auguraba ningún éxito. Sin embargo
acudió en defensa de su camarada y gran amigo, entreverándose
dentro de aquel círculo fatal seguido por el Teniente Roque Viera y
por un Sargento de apellido Gabiano o Galiano.
Roque Viera fue el
primero en morir. Gabiano pudo escapar de milagro porque los indios
se concentraron sobre Bernabé Rivera y Pedro Bazán. Se cuenta que
espalda contra espalda, Bernabé y Pedro desafiaron a los
enfervorizados y aterradores charrúas, infundiéndose mutuamente
valor hasta el final.
Cuando el espantoso
desenlace se conoció en el Sur y en la Capital del país, todos se
llenaron de congoja y lo vivieron como una tragedia nacional. Decíase
entonces que seguramente Bernabé sucedería a Fructuoso Rivera en la
Presidencia, dado sus condiciones y elevadas prendas personales. Se
daba por descontado que Bazán tendría un importante lugar a su
lado, en los altos destinos de Gobierno.
Al enterarse de la
triste muerte de su novio, Petrona le lloró amargamente. Pedro no
había cumplido su juramento de volver. Entre lágrimas, ella se
preguntaba si en sus últimos instantes la habría recordado.
Dos años después,
por marzo de 1834 fueron traídos a Montevideo desde la frontera del
Norte los despojos mortales de los infortunados Bernabé Rivera,
Pedro Bazán y Roque Viera, que fueron recibidos en medio de un
solemne y emotivo homenaje fúnebre, con el propósito de que
recibieran oportuna y definitiva sepultura cuando se inaugurara el
Cementerio Nuevo que se crearía en la ciudad.
Alguien entregó a
Petrona un mechón del pelo rubio de su Pedro amado. Según se
comentaba, se lo habían arrancado los charrúas de su cuero
cabelludo después de haberle destrozado y mutilado. Lo conservó
como una reliquia a través de la cual le recordaría, llorándole
toda vez que le añoraba, mientras sostenía y acariciaba la guedeja
entre sus manos.
Andando el tiempo,
Petrona Magariños se casaría con el Coronel Doctor José Gabriel
Palomeque. Con el consentimiento de éste, ella continuó guardando
con cariño los cabellos de Pedro. Palomeque no ignoraba, en lo más
hondo, que el corazón de Petrona seguía perteneciendo a su antiguo
prometido.
Cuando el 1º de
junio de 1872 murió el Coronel Doctor Palomeque, Petrona colocó
dentro del ataúd de su marido el mechón de Pedro, su primer y quizá
su mayor amor, que por casi cuarenta años había atesorado consigo.
Fallecería Petrona
Magariños Cerrato años más tarde, un 8 de abril de 1903,
aproximadamente a los 92 años. Se extinguía con ella la última luz
de un romance truncado por la tragedia.
Fuentes:
ACUÑA
DE FIGUEROA Francisco, Á
la heroica muerte del bravo Coronel D. Bernabé Rivera, dedicada al
Exmo. Señor Presidente del Estado Oriental del Uruguay D. Fructuoso
Rivera. En VARIOS
AUTORES, El
Parnaso Oriental ó Guirnalda Poética de la República Uruguaya”,
Buenos Aires, Imprenta de la Libertad, 1835, pp. 198-206.
FERNÁNDEZ
SALDAÑA José María, El
episodio de Yacaré Cururú,
en El Día,
Suplemento Dominical, Año VII No. 301, 16 de octubre de 1938.
FERNÁNDEZ
SALDAÑA José María, Diccionario
uruguayo de biografías 1810-1940,
Adolfo Linardi Librería Anticuaria Americana, 1945, pp. 159-160.
PALOMEQUE
Alberto, El
General Rivera y la Campaña de las Misiones,
Arturo E. López Editor, Buenos Aires, 1914, pp. 290-292.