La
llegada .
Algunos changadores, un vendedor de rosquillas fritas, varios
curiosos, estaban aquella mañana de otoño frente al hotel de Roma,
cuando, en singular alboroto de caballos y perros, llegó la
diligencia del norte. En medio de una nube de polvo, las riendas de
don Felipe López sofrenaban el pesado carruaje inundando por un
momento el ambiente de una confusión de olores, sonidos y
sobresaltados movimientos.
Entre
los viajeros que iban saliendo uno a uno, con pasos vacilantes y
músculos entumecidos, sobresalían aquellas tres figuras femeninas,
de las cuales, especialmente una pequeña niña, miraba todo, entre
curiosa y sorprendida, sintiéndose penetrar en un inquietante y
nuevo mundo.
Nadie
las conocía, salvo alguien que llegaba presuroso a recibirlas para
confundirse en emotivo y prolongado abrazo.
Ellos
eran los primeros momentos rochenses de Juana Fernández cuando era
una simple niña de siete años; con su madre y hermana, llegaban de
su Melo natal para pasar una temporada entre nosotros
Era
el principio de una emotiva historia comarcal.
Era
yo muy
pequeña y crucé con mi madre y mi hermana […] casi todo el Este
del País.
“Yo
viví entonces mi primera embriaguez de aventura. Días y días por
campos remotos, ante panoramas ya salvajes, ya de apacible claridad,
vadeando ríos y bañados, pernoctando en posadas de extraña
arquitectura. Conocí el traqueteo moledor de las diligencias y la
charla incansable de los mayorales…” (Carta enviada
por Juana para el 150 aniversario de la fundación de Rocha y
publicada en el diario Imparcial el 29 de diciembre de 1943)
La
urbana vecindad:
El motivo del viaje era reunirse con el esposo de su hermana,
radicado en Rocha por ser funcionario de la compañía de Telégrafos.
La
ciudad los esperaba con sus calles de tierra, donde se alineaban
altas casas de aberturas enrejadas mostrando a menudo la desnudez de
sus anchos ladrillos rojizos. Vidrieras y toldos señalaban los
comercios, faroles empotrados en las esquinas desafiaban inútilmente
la oscuridad de la noche. Algunos vehículos de tracción a sangre
circulaban monótonamente en sus menesteres diarios. De todos modos
la sociedad rochense respiraba un clima de progreso que a medida que
se acercaba el fin de siglo, prometía el advenimiento de diversas
modernidades.
La
familia se ubicó en una zona muy considerada del centro, a media
cuadra de la plaza principal e iglesia, sobre la vieja calle San
Miguel; lugar de vecinos conocidos y de renombre, comercios de
prestigio, elegantes paseantes y tertulianos.
Por
esa vecindad el maestro constructor italiano José Demichelli, unos
años antes, construyó un hermoso conjunto arquitectónico, donde
resaltaba su residencia particular y varios anexos para alquilar de
viviendas en la planta alta y locales comerciales en la baja.
“…despertaba
para mí en aquel barrio arcaico con la Plaza llena de palmas y la
Catedral de anchas piedras. Conocí entonces al Dr. Alberto
Demichelli que ya tiene un lugar en la historia de la República. Era
un niño quieto y lejano, flor dorada a la sombra de sus viejas tías
enlutadas. Su casa tan opulenta y señorial con grandes árboles de
<angélica> florida y huerta de altos muros.
En
las escaleras de mármol y la sala de brocatos carmesíes, en los
balcones que rara vez se abrían y en los muebles de rica caoba, en
todo anda una fragancia frutal y floral que reconocería enseguida si
volviera a sentirla. Casa rica y cuidada donde hasta el aire parecía
bruñido y donde cualquier ruido despertaba la algarabía de los
ecos.
Ya
veraneaban en La Paloma y el niño rubiecito me traía al regreso
estrellas de mar y caracolitos de misteriosos rumores” (Carta
citada)
.
Los referentes del barrio
aparecen destacados en la memoria de la futura poetisa: el ferretero
Nicolás Casella en la esquina, la famosa matrona Doña Teresa
Virginio de Cavallo al frente de su confitería “del Globo”, los
vecinos Bertone y el boticario Pradere con su rebotica convertida en
verdadero cenáculo de contertulios. Aparece una vecina
especialmente recordada y en la otra esquina, sobre la plaza, el
caserón de los Banat.
“Nosotros
vivíamos en la planta baja y al lado alquilaba también una
viejecita que siempre contaba cuentos y criaba un nieto huérfano y
enlutado que se llamaba <Josecito> ¿bajo qué erguida palma
duerme el último sueño doña Petrona Arias?
Abigail
Balboa y su hermana Emita, mayor que nosotros. Enfrente, la
confitería de doña Teresa con su alto gallo de hierro heraldo de
los vientos. Por algún lado de la ciudad que, eso sí, ahora no
podría precisar, los Vigil, parientes de mi cuñado y gente de
señorío, como los Barrios, los Graña, los Ferreira y los Machado.
Alrededor, la ferretería de Casella con su preciosa ferretera rubia,
misia Matilde, conduciendo ella misma su volanta tapizada de seda;
más arriba la confitería de D’alto (creo que se escribe así) y
allí entre las confituras de vainilla, otra niña dorada, Herminia,
compañerita de la escuela. De famosa hermosura, las muchachas de
Ramela; una de ellas, Laura, estaba casada con un recio periodista,
de combate: Cerdeiras…”
La
escuela: Las tres escuelas públicas céntricas de
Rocha gozaban de justo prestigio con docentes de excepción. La de
varones, la de niñas y la escuela mixta no. 8
Precisamente
a esta última concurrió la niña Juana Fernández Morales iniciando
así su trayectoria escolar.
Maestras,
compañeros, distintas vivencias escolares, serán recordadas muchos
años después por Juana con sentimientos de dulce nostalgia:
“En
Rocha aprendí las primeras letras.
La
Directora era una gran maestra: Eva Junca. Con Peregrina Balboa y
Cora Vigliola, forman una excepcional y brillante constelación. A mi
maestra -la mía- le he perdido el nombre. Sé que era de apellido
Machado y yo la adoraba. Morenita y linda, lujosa y ensombrerada, era
mi ídolo. Mucho tiempo añoré poseer una sombrilla de encaje como
la suya y su perfume de heliotropo. Vive? Se casó? Fué feliz? “
Melo
y el regreso: Los años pasan. Melo la ve
transcurrir por su niñez, adolescencia y primera juventud.
A
los dieciséis años ya escribe poemas y otros textos. A los veinte
contrae enlace con Lucas Ibarbouru, un militar - hijo de un boticario
establecido en Lascano - que por esos años estaba destacado en Melo.
Desde entonces toma para sí el apellido de su esposo. Poco tiempo
después (1920) aparece su primer libro “Las lenguas de diamante”,
y más tarde pide ayuda por nota al Consejo Departamental de
Administración de Rocha para una nueva edición de “El cántaro
fresco”.
Convertida
ya en “Juana de América” visita nuevamente nuestro Departamento:
“En
el año 1936 fui con mi marido a conocer los palmares, en campos de
Castillos. Nos detuvimos un poco en la ciudad capital para comprar
pequeños objetos de regalo para mi buena gente de servicio, y de
pronto volví a encontrar el pasado; simple y veraz mi memoria no
había perdido una sola piececita de mi rompecabezas mágico. ¡Dios
mío! Rocha durmió cien años y despertaba para mí…”
Néstor
Sabattino es un investigador de la historia cotidiana de los
rochenses,