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lunes, 18 de diciembre de 2023

VOY A DORMIR (·) Por Antonio Pippo

 

Acunarás, Alfonsina, por el resto de la vida que nos quede, ese misterio que te llevaste en gesto final.

Aquello que te llamaba de pronto a la noche y nadie supo; el firmamento sin estrellas que soñabas; la imagen querida de tu hijo Alejandro cuyo padre ignoto convertiste en un fantasma; y el otro, tu propio padre melancólico que se lanzó al alcohol y aquella madre triste pero entrañable; todo eso junto, claro, a tus amores imposibles y amistades que pretendías sin fronteras y pocos lo entendieron, o al padecimiento de una enfermedad que te golpeó, artera, como una ola poderosa e inesperada.

Y tu poesía con alas rosadas e inquietas, y tu desconcierto por la vacuidad ajena y hasta el desencanto porque nadie pareció advertir, a tu alrededor, que lo que el viento escribe en la arena siempre será transitorio:

-“Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el enredón de musgos encardados”.

La soledad, querida mía, tu espíritu y tu carne incomprendidos, el sosiego y el silencio que te abandonaron dejándote el ánimo febril pero también un libre albedrío –sí, eso siempre lo supiste- para decidir, con plena y valiente lucidez, cuándo ya bastó, cuándo ya fue suficiente, como hizo, poco antes de ti, Horacio Quiroga, el hombre que más te conmovió y que, sin quererlo, más daño te hizo al alejarse.

Pero a todo, hasta al anuncio de tu muerte, jamás te permitiste, Alfonsina, dejarlo desnudo de belleza:

-“Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito…”.

¿Sabes? Hoy muchos han olvidado que tus padres fueron suizos y tu naciste allá, cerca de Alpes helados, pero muy pequeña te trajeron entre nosotros, errantes por provincias de la patria vecina y luego tú fuiste frecuente viajera a Montevideo, y debiste hacer muchas cosas al crecer: mesera, tejedora, pasajera actriz de teatro provincial, colaboradora de periódicos que dejaban espacio a noveles escritores y maestra, antes de que un vendaval inspirador de poesía te capturase para siempre.

Y gracias a tu lirismo por momentos carnal, por otros espiritual, conociste a tantos que te respetaron y admiraron sin poder quitarte ese imaginario velo oscuro que empañaba tus ojos y tu sonrisa y anunciaba tus cambios de ánimo: Rodó, Herrera y Reissig, Nervo, Darío, Juana de Ibarbourou, que fue tu amiga, Gabriela Mistal, José Ingenieros –tu protector y en ocasiones tu venerable médico de cabecera- y García Lorca, la ternura hecha poeta que te estremeció.

Pero el tiempo, Alfonsina… Ah, el tiempo alocado, incontrolable, cargado de dolores que angostaban, día tras día, tu entereza y tu equilibrio, poniéndoles encima el peso de no comprender la realidad, la certeza de que el camino se disolvía en niebla marina espesa:

-“Déjame sola: oyes romper los brotes… te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que olvides… Gracias”.


Dijeron, fríamente, Alfonsina, y así quedó estampado en la historia oficial, que el 25 de octubre de l938, luego de dejar dos cartas a Alejandro, saliste de madrugada del hotel de Mar del Plata donde estabas y te arrojaste de la escollera al mar, donde quedaste quieta y muerta.

Si me permites, y tómalo como el roce de unos labios sobre tu frente helada, yo prefiero creer eso otro, a lo que los insensibles llaman “leyenda romántica”. Aquello que confiesa que, descalza y morosa, te fuiste introduciendo en las heladas aguas que, al cabo, con extrema delicadeza, te depositaron en la orilla:

-“Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido…”.

(·) “Voy a dormir”, título que lleva este texto, es una poesía que Alfonsina Storni, a sus cuarenta y seis años, escribió dos días antes de su suicidio. Es un humilde homenaje a ella,esté donde esté.


lunes, 11 de diciembre de 2023

Relatos imaginados Por Antonio Pippo Pedragosa

 

FUNERAL BLUES es uno de los más conocidos poemas de Wynstan Hugh Auden, poeta, periodista y libretista británico, considerado uno de los mejores escritores en la historia literaria de su nación. Vio la luz en York, Inglaterra, en 1907, y murió en Viena, Austria, en 1973. Edificó una poesía de innovaciones rítmicas, muy vigorosa y de contenida emoción. Sus poemas con coloquiales y verdaderos y, a la vez, de sensibilidad compleja. Adhirió al anglicanismo y fue un homosexual declarado: compartió gran parte de su vida adulta con el joven poeta Chester Kallman, pero no sufrió por ello las consecuencias que debió afrontar, por ejemplo, Oscar Wilde, y el respeto presidió la influencia de su obra.



FUNERAL BLUES


Tristeza, padecimiento, rebeldía. La pérdida del amor que se creyó eterno. Un poeta estremecido ante un sentimiento nuevo e inesperado es como un pájaro débil, al pie de la rama que lo sostenía con ternura.

Por eso, míster Auden, yo quiero decirle ahora, que ya no está aquí, sin otro sustento que mi emoción, que nada lo ha representado más pleno, desnudo de alma, que ese poema de amor –sobre el amor con la intensidad que usted lo vivió-, y que fue dicho años después por un espléndido actor en un filme, Cuatro bodas y un funeral, inimaginable para usted en su tiempo; sí, ese poema en especial, por encima del resto de los cuatrocientos que comenzó a escribir a los trece años, corriendo apenas 1920, y más que su primer libro de dos décadas después, que sus ensayos, sus obras de teatro ligero y sus guiones encargados para óperas y documentales de cine:

-Detengan los relojes, desconecten el teléfono, denle un hueso al perro para que no ladre. Callen los pianos y con ese tamborileo sordo saquen el féretro…

¡El mismo hombre al que a mediados del siglo pasado llamaron “l’enfant terrible” de la literatura! Claro, usted, míster Auden, fue siempre un rebelde, alguien que despreció su nacionalidad británica –aquel lejano nacimiento en York, en 1907- y adoptó, en un gesto de desasosiego, la norteamericana. Alguien delicado y pasional, sensible y severo, contradictorio tal vez, igual a tantos, que deslizó su estilo magistral por la política, el concepto de ciudadanía, la religión y la moral y la relación entre el individuo y la naturaleza, conmoviendo los cimientos de las viejas tradiciones.

Pero aun aquellos críticos le debieron entregar, no importa si distante, su respeto.

Y eso fue por la poesía y por el amor desgarrado:

-Acérquense los dolientes que los aviones sobrevuelan quejumbrosos, y escriban en el cielo el mensaje… Él ha muerto. Pongan moños negros en los níveos cuellos de las palomas. Que los policías usen guantes de algodón negro.

A cierta gente puede serle fácil hablar de su homosexualidad como si fuera una ofensa o un crimen, aunque sin cárcel, ésa que no pudo evitar Wilde. ¿Y su libre albedrío? ¿Y su generosidad sin tasa? ¿Ya nadie recuerda que se casó con Érika –matrimonio por una noble conveniencia-, la hija de Thomas Mann, en 1935, para que ella, legalmente, pudiera salir de la Alemania nazi y reiniciar su vida sin los horrores que la perseguían y oscurecían?

Pero es verdad, sí, que sus entrañas y su espíritu y su verbo latían, Wystan -¿puedo llamarlo por su primer nombre?- gracias al sentimiento más fuerte que sintió en su existencia de luces y sombras:

-Él era mi norte, mi sur, mi este y oeste, mi semana de trabajo y mi domingo de descanso, mi mediodía, mi media noche, mi conversación, mi canción…

Él, como otros antes, quizás, era entonces lo esencial. Él brotó de la vida como una dulce caricia de apego. El borró de su cotidiano andar el ácido desprecio ajeno, los roces de elogios fáciles -¡hasta tres veces los hipócritas lo elevaron a candidato al Nobel de Literatura!- y le permitió levantar su pluma cual si quisiera hacerla estallar en el cielo infinito.

Sin embargo, debió escribir, deshecho:

-Creí que el amor perduraría por siempre. Estaba equivocado. No precisamos estrellas ahora… Apáguenlas todas, envuelvan la luna, desarmen el sol, desagüen el océano y talen el bosque…

La herida fatal de lo perdido, la profunda descomposición interior no descansan, y de usted, Wystan, no huyeron. Pero el amor fue tanto que pudo seguir creando belleza para el mundo hasta su propia y serena muerte; ciertamente, sin que haya sabido jamás cómo, y llevando encima el peso espantoso de lo que no se acepta:

“-…porque de ahora en adelante, nada servirá”.


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CONFUSIONES Y OCULTAMIENTOS/COLUMNA de CARLOS CASTILLOS

 

ESTADO, GOBIERNO Y NACIÓN 

 Cuantas veces se manejan estos conceptos como si fueran lo mismo. El Estado incluye al gobierno, el territorio y también a población que vive en ese territorio. La nación es un grupo de personas con una identidad compartida. El Gobierno “es el conjunto de los órganos directores de un Estado a través del cual se expresa el poder estatal”. O sea que la Nación y el Estado somos todos, cada uno de los integrantes de esta comunidad que se llama Uruguay y el gobierno está integrado por todas aquellas personas, designadas para ejercer la administración de los bienes comunes. Entonces, cuando alguien le echa la culpa al “Estado”, o peor aún le hace un juicio al Estado, en realidad nos hace un juicio a todos. Porque lo que se reclama, generalmente es dinero que ponemos todos los uruguayos. Lo ideal sería que los gobernantes respondieran con su patrimonio personal ante cualquier desvío o errores, en el ejercicio de las funciones específicas. 

FIRMAR Y VOTAR 

 En el año 2024 habrá elecciones nacionales, pero también varios plebiscitos. Como usted sabrá, para habilitar un plebiscito se necesita la firma de miles de ciudadanos. Y los promotores de esa consulta popular lanzan con tiempo la campaña para buscar la adhesión a la causa. En qué consiste entonces un plebiscito. En abrir un espacio para que la gente exprese su posición. Siempre se debería firmar para permitir que todos los ciudadanos habilitados se pronuncien en una instancia de participación democrática. Después cada uno votará lo que le parezca, pero no se puede sostener una campaña en contra de una recolección de firmas. No hay que confundir firmar con votar. Sin embargo cuánta gente se confunde y cuestiona y hasta hace campaña contra una recolección de firmas.

 PROPIETARIOS Y PERMISIONARIOS 

 Hay algo que se llama “Espacio Radioeléctrico” y que es “la parte del espectro electromagnético con frecuencias de 30 Hz a 300 GHz. Las ondas electromagnéticas en este rango de frecuencia, llamadas ondas de radio, son ampliamente utilizadas en la tecnología moderna, particularmente en las telecomunicaciones. Este espacio radioeléctrico pertenece al Estado, o sea a cada uno de nosotros. Y el gobierno de turno tiene la potestad de conceder permisos para la explotación de frecuencias. En este caso, de radio y televisión. Eso significa que los medios de difusión de Uruguay son nuestros y quienes muchas veces se dicen “propietarios” en realidad son “permisionarios” de la onda. Por eso es absurdo que actualmente, cuando se discute una ley llamada de “financiamiento de los partidos políticos”, se esté discutiendo “indemnizar” a los canales privados de televisión para que concedan espacios gratuitos a los partidos en las campañas electorales. Deberá regularse el uso de ese espacio, no abusar, claro, pero no indemnizarlos.

 SECRETOS 

 Los sucesivos gobiernos que ha tenido el país han sido muy habilidosos en mantener en secreto decisiones que muchas veces afectan la vida cotidiana de cada uno de nosotros. La lista sería enorme. Solo algunos ejemplos: la Deuda Externa. Nadie se ocupa de este tema que es uno de los grandes cánceres que nos carcome y nos impide desarrollarnos como país. A ello se suman los acuerdos comerciales con “cláusulas secretas”, invocando razones de “conveniencia”, y las exoneraciones tributarias para “favorecer las inversiones extranjeras”. Estamos hablando de millones de dólares anuales que desangran al país, año a año. Para “honrar los compromisos” de la deuda por un lado y, por el otro, los millones que dejamos de recibir por las famosas exoneraciones. Pero a casi nadie parece interesarle estos temas.


martes, 28 de noviembre de 2023

DEL DESPACHANTE AL TAX FREE/Columna de Richar Enry

 

 

Necesitamos aggiornar nuestras prácticas aduaneras a la era digital


Cuando los que hoy habitamos las entre-regiones de Latinoamérica llegamos al mundo, las normas jurídicas ya estaban establecidas: ya estaba determinado que comprar de un lado de una calle y no del otro es considerado delito, ya estaba determinado que pasar un puente con productos comprados más baratos que donde vivimos no es correcto; pero no por eso debemos resignarnos a que éstas sean normas pétreas, incambiables y eternas.
Todo es discutible y cuestionable -porque la realidad es dinámica y cambiante-; pero se debe entender que la vida en las fronteras puede y debe cambiar, mejorar, evolucionar. La gente no tiene la culpa de nacer en las fronteras, sino que son los Estados los culpables de no adaptar sus normas a la realidad de la vida en esas fronteras, otorgando dignidad y respeto, permitiendo la libertad de elección comercial como un derecho humano más, directamente vinculado al libre mercado.
En más de una oportunidad hemos cuestionado a la fuerza pública porque investiga, persigue y reprime al comercio transfronterizo, sólo que en esta oportunidad nos referiremos al aparato represor por excelencia en este tema: la Aduana. Etimológicamente hablando, la palabra aduana posee varios orígenes; una de ellos es del árabe “Al Diovan” (casa o lugar donde se reunían los administradores de finanzas para la percepción de impuestos), otra es del italiano “Dogona” o del persa “diván”, lugar o local de reunión de los administradores financieros.
En ningún caso se alude a que en sus principios se trate de una institución que tenga como objetivo velar por los intereses de los comerciantes, del empleo o de la producción nacional; por eso cuestionamos la pertinencia que pueda tener hoy día la prohibición de traspasar bienes de primera necesidad amparados en una ilegalidad discutible, tal como está planteado el libre comercio en el mundo.
Si bien es cierto que con el paso del tiempo estos organismos recaudadores se fueron volviendo más activos en la represión, su rol impositivo sigue siendo de gran importancia para las arcas estatales. Así lo afirmó días pasados el funcionario Freddy Ferreira a un medio de prensa fronterizo, el cual aseguró que “la Aduana del Uruguay es el segundo organismo recaudador, después de la Dirección General Impositiva”. Quizás sea por ese mismo afán recaudatorio y esas metas de desempeño que, no conformes con lo que recaudan impositivamente, periódicamente resuelven implementar el cero kilo, la medida más hipócrita e ineficaz que existe.
También es justo señalar que ni la Aduana ni el Estado -entidad supra humana responsable de velar por los intereses de sus habitantes-, ni ahora ni nunca han hecho mucho por facilitar y legalizar esa práctica de sobrevivencia: no han generado fuentes de empleo que desmotiven el contrabando, ni pugnan por una balanza financiera favorable que desestimule ese necesario comercio que da vida en los márgenes del país. Además de recaudar con los aranceles de exportación e importación, podrían abocarse más y mejor a combatir el monopolio empresarial que encarece los precios de algunos importados, el narcotráfico, la trata de personas y otros crímenes de mayor gravedad e impacto en la sociedad como el tráfico de armas (armas y municiones incautadas de Uruguay), en vez de estar incautando artículos de primera necesidad, muchos de los cuales el país no produce.
Sin duda que la práctica histórica del comercio ilegal tiene un gran peso en la actualidad y no será fácil revertir esa costumbre, pero otra gran parte de responsabilidad la podría tener el mismo sistema, que no sólo parece querer entorpecer la legalidad del comercio transfronterizo, sino que ayuda muy poco a la importación legal.

Es de imaginarse que resulta casi imposible cumplir con tantas trabas burocráticas cada vez que hacemos el surtido mensual, sobre todo cuando se antepone la figura inevitable del despachante, siendo que este podría perfectamente ser sustituido por un nuevo sistema digital de información, control y asesoramiento digital, acorde al tiempo en que vivimos y no a los usos de dos siglos atrás.
Por ejemplo, perfectamente se podría implementar el sistema de compras con Tax Free; ello permitiría reclamar la devolución del impuesto sobre las ventas o del impuesto sobre el valor agregado (IVA) pago al momento de la compra en el otro país, y así poder abonar la debida tasa de importación si la Aduana lo entendiera necesario, sea por el monto o por las características del bien importado.
Tal como lo señaláramos en otras publicaciones, nos afiliamos a las palabras del Doctor Héctor Guillermo Vidal Albarracín: “no basta invocar que se procura el libre comercio; hay que llevarlo a la práctica en el día a día, saber distinguir los límites de control, que no significa no permitir o prohibir. Las aduanas no se evalúan en función de los comisos o multas que aplican”. Sin embargo, la noticia de todas las semanas sigue siendo cuánto matute incautan, sin decirnos cuánto le cuesta al Estado perseguir, prohibir y fiscalizar el contrabando por medio de Aduanas.
Entre tanto, nosotros seguimos sosteniendo que es equivocado el rumbo que hasta ahora se ha seguido; nuestras fronteras son un colador y como tal, correr a tiros detrás de una sexagenaria con unos bolsos, perseguir a alta velocidad a un padre de familia mal alimentado o despojar de lo que le queda a un joven desempleado, es como querer tapar los orificios de ese colador con los dedos, cuando todo eso se podría evitar, disuadir, desalentar y prevenir, modernizándonos.
Muchas veces se pierde la perspectiva de las dimensiones que dichas políticas estatales alcanzan y cuánto afectan; se olvida que con esos súper procedimientos de incautación de comestibles hubo vidas en juego durante la persecución, que algunas personas perderán su libertad y otras su dignidad. La gran pregunta que nos surge es: ¿se están priorizando los intereses de la Cámara de Comercio y de los importadores, a cambio de los intereses y las necesidades de los habitantes del país?
Si los gobiernos pensaran en el interés general de las personas que habitan el territorio, se replantearía y experimentaría otras medidas fiscales y económicas menos represivas, más integradoras, pero sobre todo, más respetuosas de los derechos humanos de quienes viven y sobreviven en las fronteras únicamente gracias al comercio transfronterizo.
Richar Enry Ferreira


La aventura del tango BAILES DEL INTERNADO Por Antonio Pippo

 

La extensa y azarosa vida del tango fue siempre habitada por extrañas y hasta locas experiencias. Una, entre tantas, se hizo famosa con nombre propio: “Los bailes del internado”.

Fue una iniciativa a la que dio luz, el 21 de setiembre de 1914, la Federación de Practicantes de Medicina de los Hospitales de Buenos Aires. Tras una asamblea que por sí misma debió merecer un libro de recordación, y durante la cual, aunque hoy parezca inadmisible, corrió alcohol sin tasa, una aplastante mayoría aprobó realizar bailes de tango en lugares de distintos nosocomios previamente “inhabilitados al público”, con participación de las principales orquestas de la época. Esta insólita experiencia, que dejó ganancias considerables a los músicos, duró sin interrupción hasta igual fecha del año 1925, cuando la suma de los escándalos superó la excesiva tolerancia de las autoridades competentes.

La logística era muy precisa: los practicantes organizaban los grupos entre quienes el día del baile no tenían guardias nocturnas, siempre tratando, en una urdimbre sutil, que fuera similar la cantidad de hombres y mujeres “habilitados a divertirse”, de tal modo que no surgiesen, en medio de la algarabía, turbulencias justamente por falta de pareja.

El primer músico importante invitado, que inauguró los bailes de los muchachos de Medicina, fue Francisco Canaro, quien, ni lerdo ni perezoso, aprovechó la oportunidad para estrenar, la primera noche, un tango que compuso en un par de días con el poco original título de El internado, obra que hoy integra la selección más rigurosa que pueda armarse de la etapa de la Guardia Vieja.

Hubo, por supuesto, otros pioneros de la música popular ciudadana convocados a estos encuentros, que dedicaron tangos a los entusiastas y audaces universitarios: Vicente Greco compuso El anatomista y Muela cariada; Eduardo Arolas hizo Anatomía, Rawson (por el nombre del importante hospital bonaerense) y Derecho viejo (que, a decir verdad, fue en homenaje a estudiantes avanzados de Abogacía que se habían integrado a aquella poco menos que destartalada cruzada); Augusto P. Berto compuso El séptimo (se llevaba cuenta de los bailes realizados) y La biblioteca –dedicado, según el doctor Luis Alposta, a la Biblioteca Médica Central-; Víctor Trypese escribió Muñiz (nombre de otro conocido hospital); el popular Ricargo Brignolo (el autor de Chiqué) estrenó en estas diversiones El octavo, El noveno y El décimo, que contaron con la animación de su orquesta; Scatasso y Bastardi presentaron allí La cabeza del italiano y Osvaldo Fresedo, “El pie de La Paternal”, que ya había compuesto El sexto, dio a conocer en el último baile, el 21 de setiembre de 1925, el tango A divertirse (con el subtítulo El once de los bailes del internado) y que, según Horacio Salas, “sería, ya llamado El once, la más famosa de las obras compuestas para los bailes de los estudiantes –que se hacían en primavera, uno por año- y que a través del tiempo, con total independencia de su origen, perduraría en las distintas versiones que grabó su autor.

Este tango tiene una insólita historia propia: Fresedo se había comprometido a estrenar algo esa noche pero lo olvidó; Rizzutti, uno de sus músicos, se lo recordó el día antes. Fresedo le pidió “una mano” y sólo con cinco primeras notas de una melodía que Rizzutti escribió en un pedazo de papel higiénico improvisó el que sería más tarde su mejor tango.

Pero quizás lo que nos acerque a la dimensión de este disparatero estudiantil que, con complicidad de tantos artistas, duró once años, sea un testimonio extraído de las memorias de Canaro:

-Hacían bromas macabras durante los bailes. Hubo casos en que a los cadáveres de la morgue les cortaban las manos y luego, disfrazándose con sábanas como fantasmas y con unos palos a manera de brazos, ataban esas manos yertas, heladas y las pasaban por la cara de las mujeres. ¡Madre mía¡ Otras veces ponían en lo alto de la sábana la cabeza de un cadáver o dejaban sobre las mesas, entre las bebidas y la comida, algunos órganos que extraían de los laboratorios. No sé cómo pudimos acompañar tanto tiempo semejantes disparates.

Una sola vez hubo inconvenientes con un músico. Cierta noche tocaba Vicente Greco, a quien llamaban “Garrote” por un grueso bastón que usaba (y no sólo para apoyarse): le tiraron una calavera sobre el bandoneón. Tiró a un lado el instrumento, blandió su “arma” y tuvieron que pararlo entre cinco. Después, tras media hora de charla y litros de vino, lo convencieron de seguir.