19.02.2014
1- Un considerable sector de nuestra izquierda se espanta porque se quiera destituir un presidente elegido democráticamente
Sin considerar que los tupamaros, y media
izquierda, querían destituir a Pacheco, un boxeador arribado de forma
legal al gobierno; olvidando que Chávez a inicios de los 90 intentó un
fracasado golpe de Estado que lo arrojara en la cárcel; y que hace muy
poco la casi unanimidad de la izquierda mundial aplaudió, babeando como
epiléptica, el golpe “laico” de los militares egipcios contra el
democráticamente elegido presidente Mursi. Sin embargo lamentan la
destitución de un presidente elegido en las urnas, como Salvador Allende
o Maduro. Teóricamente, destituir por la fuerza, con miles en la calle,
a un presidente constitucional, puede ser también un acto democrático y
puede ser un acto constitucional. Al menos muchas constituciones
amparan el derecho a la rebelión contra un presidente elegido en las
urnas. Esta doble actitud, esta lamentable contradicción en el discurso,
además de ser un gesto que sitúa a quienes practican esta aberración
fuera del campo de las ideas de izquierda, compromete, sin embargo, a la
izquierda toda, y el día que la izquierda uruguaya quiera estudiar por
qué por dos veces perdió un plebiscito para juzgar los crímenes de
Estado, encontrará que parte de la respuesta se encuentra en una doble
moral que se indigna cuando se tortura en los regímenes enemigos, pero
pone cara de sapo cuando se denuncia que están torturando en los
regímenes amigos, o peor, niega la realidad con el manido argumento de
la maniobra yanqui.
2- El dilema actual en Venezuela no es
neoliberalismo versus socialismo. El dilema es neo-liberalismo versus
populismo. Ni el populismo ni el liberalismo ponen en cuestión los
fundamentos del sistema. La diferencia sustancial es que uno, para
asegurarse el respaldo de la población, hace cierto reparto de la renta
petrolera o sojera en tanto fortalece el rol del Estado para esa tarea,
alimentando una burocracia no muy amiga de la libertad de crítica, ni
por extensión, de la libertad de pensamiento. El ejemplo más señalado es
el patoterismo sindical de los peronistas, y guay de quien pretenda
disputarles la hegemonía.
Ante los diferentes problemas que atraviesa
nuestro continente, como ser el desprestigio creciente de las
instituciones democráticas, el sistema, para sostenerse, y de momento,
ha generado estas dos respuestas que en el caso venezolano se enfrentan
sangrientamente. El populismo, una forma de encauzar sin peligros para
el sistema un gran descontento, ni siquiera aprovecha la excepcional
coyuntura internacional, favorable a nuestros productos, para generar la
transformación industrial. El populismo mantiene a la pobreza en la
pobreza, con migajas repartidas desde el Estado, pero no transforma a
nuestros países, ni económicamente ni en ningún otro sentido. Cuando
encara una tibia Reforma Agraria apenas afecta la tierra de las uñas del
latifundio, y sobre todo afecta las tierras fiscales realizando una
tarea a medias, como todo lo que hace, y asegurando que a futuro las
tierras fiscales engrosen el latifundio.
3- El populismo, como el neo-liberalismo, no
confía en la democracia en su real sentido de "poder del pueblo". Cree
que el pueblo es un rebaño que sólo puede ser dirigido y para eso apela a
cualquier recurso, como el de un pajarico que encarna a un buen
espíritu o a una mujer primigenia madre de los descamisados. El gobierno
aprovecha la situación actual para cerrar filas agitando el fantasma
del golpe de Estado y, cuando no, el de la injerencia yanqui. Según la
mitología populista este demonio tiene un poder como el que jamás
ninguna mitología, ni siquiera la hebrea, ha podido elucubrar. Ante
cualquier problema que suceda en el universo, sea la democratización del
mundo árabe o sea el exceso de lluvias del verano, la mentalidad
paranoica encuentra al instante, y sin mayores análisis, al responsable
del mal.
4- Una economía como la venezolana, con un
14% de la población viviendo en áreas rurales, con el 80% del área
cultivable en manos del 5% de los productores, con un 6% en manos del
75% de los campesinos, con 30 millones de hectáreas improductivas y con
las energías volcadas al petroleo, debe importar casi todos sus
alimentos. Se encuentra por eso sujeta a los vaivenes de la economía o a
las diferentes maniobras que se quieran perpetrar contra ella. No por
causalidad en otros países se subvenciona a los agricultores. En tanto
los precios suben y suben y los sueldos bajan y los capitales se fugan y
la corrupción de la burocracia alcanza niveles escandalosos, el
descontento gana las filas de aquellos que en repetidas ocasiones han
dado la vida por un cambio. El modelo populista llega a su fin y nadie
puede asegurar que lo suceda algo mejor. Es dudoso que seamos testigos
de una embestida popular que reoriente la política venezolana hacia un
cambio genuino.
5- Todo intento de transformación de nuestra
sociedad caníbal, de forma ineluctable ha fracasado apenas se abandona
ese sistema por el cual la gente aprende en tanto realiza, y se
compromete con la sociedad en tanto toma las decisiones, un sistema que
sólo por ráfagas luminosas ha cruzado el negro cielo de la historia
contemporánea.
2- El dilema actual en Venezuela no es neoliberalismo versus socialismo. El dilema es neo-liberalismo versus populismo. Ni el populismo ni el liberalismo ponen en cuestión los fundamentos del sistema. La diferencia sustancial es que uno, para asegurarse el respaldo de la población, hace cierto reparto de la renta petrolera o sojera en tanto fortalece el rol del Estado para esa tarea, alimentando una burocracia no muy amiga de la libertad de crítica, ni por extensión, de la libertad de pensamiento. El ejemplo más señalado es el patoterismo sindical de los peronistas, y guay de quien pretenda disputarles la hegemonía.