Escritor y periodista Julio Dornel
De
la misma forma que los soldados veteranos recuerdan las batallas en
que tomaron parte, los periodistas solemos decir que “estábamos
allí” cuando se registran algunos acontecimientos que por su
importancia han resistido el paso de los años.
Tal lo que nos sucediera aquella tarde fronteriza del 16 de julio de 1950, cuando integramos la caravana de la victoria para festejar la mayor hazaña del fútbol uruguayo, conocida como EL MARACANAZO. Han pasado 64 años del histórico acontecimiento y cuando todos los medios evocan la mayor derrota del fútbol brasileño, van desfilando por la memoria las imágenes imborrables de un reducido grupo de vecinos que lastimaron sus gargantas al grito de URUGUAY CAMPEON…URUGUAY CAMPEON.
Pocos autos y algunas bicicletas abrieron el camino por las calles de tierra, estirando los festejos hasta altas horas de la noche. Varias generaciones se mezclaron aquel 16 de julio para festejar el último triunfo mundial del fútbol uruguayo.
Nada nos hacía pensar en aquella oportunidad que años más tarde nos encontraríamos en el mismo escenario de aquellos festejos, con dos de los principales protagonistas de esa consagración.
Durante varias horas tuvimos la oportunidad de acompañar al capitán de Maracaná, Obdulio Jacinto Varela y al endiablado Julio Pérez, durante su visita a esta frontera y comprobar además el caluroso recibimiento que le ofrecieron del “otro lado” de la avenida Internacional. No era una visita accidental. Gambeta y Julio Pérez jugaban en el equipo de Santa Teresa que integraba la Liga de La Coronilla y Obdulio solía acompañarlos hasta la frontera para disfrutar los asados que les ofrecía un anfitrión de lujo; el Dr. Cabrera Ayala. Un reducido grupo de deportistas integraban aquella “comitiva” que recorrió las calles del pueblo para recibir el saludo agradecido a quienes habían integrado la caravana de la victoria en el 50. Fueron gritos, aplausos, abrazos, admiración y una euforia delirante que se grabó para siempre en nuestras retinas. Habían pasado muchos años y estábamos junto a los campeones compartiendo el vino del “Gordo Paraguayo”. El viejo grabador GELOSO (comprado en Casa Ábila) fue registrando durante varias horas un concierto de voces inaudibles que solamente sirvieron para recuperar frases entrecortadas sobre la hazaña.
El paso de los años y las derrotas sufridas desde entonces por el fútbol uruguayo, han dimensionado la conquista y la figura de quienes integraron el equipo ante la poderosa selección brasileña. Dejaremos de lado la dimensión de esta lejana conquista, para detenernos en un pequeño detalle ocurrido en aquel estadio que no se había construido para que Obdulio recibiera la Copa de manos de Jules Rimet. Cuando el árbitro Mr. Reeder hizo sonar el silbato dando por finalizado el partido, el Presidente de la FIFA tuvo que guardar el discurso ya escrito, puesto que la entrega de la Copa al “Negro Jefe” no estaba en sus cálculos.
Tal lo que nos sucediera aquella tarde fronteriza del 16 de julio de 1950, cuando integramos la caravana de la victoria para festejar la mayor hazaña del fútbol uruguayo, conocida como EL MARACANAZO. Han pasado 64 años del histórico acontecimiento y cuando todos los medios evocan la mayor derrota del fútbol brasileño, van desfilando por la memoria las imágenes imborrables de un reducido grupo de vecinos que lastimaron sus gargantas al grito de URUGUAY CAMPEON…URUGUAY CAMPEON.
Pocos autos y algunas bicicletas abrieron el camino por las calles de tierra, estirando los festejos hasta altas horas de la noche. Varias generaciones se mezclaron aquel 16 de julio para festejar el último triunfo mundial del fútbol uruguayo.
Nada nos hacía pensar en aquella oportunidad que años más tarde nos encontraríamos en el mismo escenario de aquellos festejos, con dos de los principales protagonistas de esa consagración.
Durante varias horas tuvimos la oportunidad de acompañar al capitán de Maracaná, Obdulio Jacinto Varela y al endiablado Julio Pérez, durante su visita a esta frontera y comprobar además el caluroso recibimiento que le ofrecieron del “otro lado” de la avenida Internacional. No era una visita accidental. Gambeta y Julio Pérez jugaban en el equipo de Santa Teresa que integraba la Liga de La Coronilla y Obdulio solía acompañarlos hasta la frontera para disfrutar los asados que les ofrecía un anfitrión de lujo; el Dr. Cabrera Ayala. Un reducido grupo de deportistas integraban aquella “comitiva” que recorrió las calles del pueblo para recibir el saludo agradecido a quienes habían integrado la caravana de la victoria en el 50. Fueron gritos, aplausos, abrazos, admiración y una euforia delirante que se grabó para siempre en nuestras retinas. Habían pasado muchos años y estábamos junto a los campeones compartiendo el vino del “Gordo Paraguayo”. El viejo grabador GELOSO (comprado en Casa Ábila) fue registrando durante varias horas un concierto de voces inaudibles que solamente sirvieron para recuperar frases entrecortadas sobre la hazaña.
El paso de los años y las derrotas sufridas desde entonces por el fútbol uruguayo, han dimensionado la conquista y la figura de quienes integraron el equipo ante la poderosa selección brasileña. Dejaremos de lado la dimensión de esta lejana conquista, para detenernos en un pequeño detalle ocurrido en aquel estadio que no se había construido para que Obdulio recibiera la Copa de manos de Jules Rimet. Cuando el árbitro Mr. Reeder hizo sonar el silbato dando por finalizado el partido, el Presidente de la FIFA tuvo que guardar el discurso ya escrito, puesto que la entrega de la Copa al “Negro Jefe” no estaba en sus cálculos.