El gabinete que acaba de entrar en funciones es mucho más un equipo de secretarios del presidente que un reflejo de la diversidad del FA.
El Observador
Hace 10 años, cuando asumió por primera vez como presidente, Tabaré Vázquez optó por organizar un gabinete en el que se combinaban dos lógicas distintas. Por un lado, buscó designar leales, esto es, personas de su confianza personal como Azucena Berrutti, Jorge Brovetto, Héctor Lescano, María Julia Muñoz y Víctor Rossi. Por el otro, tomando nota de la siempre compleja interna frenteamplista, nombró referentes fundamentales de las principales corrientes del FA como Mariano Arana (Vertiente Artiguista), Marina Arismendi (en ese entonces, al frente de la Secretaría General del Partido Comunista), Danilo Astori (su viejo rival en la competencia por la sucesión de Líber Seregni), Jorge Brovetto (todavía presidente del FA) y Reinaldo Gargano (figura clave del Partido Socialista). Como tempranamente advirtiera Daniel Chasquetti, la integración de los líderes de las fracciones buscaba, en esencia, facilitar la gobernabilidad. En especial, intentaba ser un mecanismo facilitador de la convergencia entre las orientaciones del Poder Ejecutivo y las decisiones de la bancada frenteamplista. En suma, aquel primer gabinete fue una mezcla entre “secretarios del presidente” y “Mesa Política del FA”.
Me parece evidente que Vázquez, en esta segunda presidencia, optó por abandonar este modelo “mixto”. El gabinete que acaba de entrar en funciones es mucho más un equipo de secretarios del presidente que un reflejo de la diversidad del FA. Es notorio que, a la hora de elegir ministros, Vázquez no negoció con los líderes de las fracciones. Dicho más claramente: el presidente no intentó conformar al MPP cuando designó a Carolina Cosse para el Ministerio de Industrias o a Eneida de León para la cartera de Vivienda (ambas emepepistas), ni al PCU cuando volvió a convocar a Marina Arismendi para el de Desarrollo Social. Estas designaciones tienen mucho más que ver con los perfiles personales (formación, conocimiento del área, credenciales de gestión) que con identidades y simpatías políticas. Me inclino a pensar que tampoco buscó conformar a José Mujica manteniendo a Tabaré Aguerre, Eduardo Bonomi o Eleuterio Fernández Huidobro, todos ellos, ministros durante el segundo mandato frenteamplista. En verdad, la ratificación de estos tres ministros en sus cargos es una señal de aprobación de las gestiones que han venido realizando que la búsqueda de un “pacto político” con el presidente saliente.
Les pido que, tentativamente, acepten esta interpretación y me acompañen en el razonamiento. La pregunta siguiente sería: ¿por qué cambió? También, provisoriamente, propongo esta hipótesis: lo hizo porque aprendió, durante su primera presidencia, que integrar a referentes de las fracciones en el gabinete no evitó la “indisciplina” parlamentaria y terminó favoreciendo divisiones en el gobierno. La presencia de Marina Arismendi en el gabinete no impidió que Eduardo Lorier, desde el Senado, marcara, todas las veces que lo consideró necesario, las diferencias del PCU con las orientaciones del gobierno. La convivencia de José Mujica y Danilo Astori en el gabinete no les impidió chocar pública y ruidosamente durante los primeros meses del gobierno a propósito de la refinanciación de las deudas de los productores con el BROU. La inclusión de Reinaldo Gargano no facilitó una acción unificada del gobierno en materia de política exterior. Muy por el contrario, brindó a los adversarios de la propuesta del TLC con EEUU una trinchera poderosa para ejercer su oposición e interponer su veto a la polémica iniciativa.
Si esta interpretación es correcta, Vázquez habría optado ahora por un camino distinto. Decidió, en esta segunda oportunidad, armar un gabinete lo más compacto posible sabiendo de antemano que las iniciativas del gobierno que precisen pasar por el Parlamento serán inevitablemente sometidas a un examen riguroso por la bancada frenteamplista. No puede esperar obediencia automática, ni disciplina parlamentaria rigurosa, cuando 24 de los 50 diputados y seis de los 16 senadores responden a José Mujica. No tiene cómo ignorar que en el Parlamento, en la bancada del partido de gobierno, predominan los rivales. Tiene sentido que haya intentado hacerse fuerte en el gabinete apelando fundamentalmente a sus leales. No será un pleito sencillo. Ambos, ministros y parlamentarios, disponen de herramientas poderosas. Los ministros tienen a su favor la capacidad técnica de la administración pública, sensiblemente superior a la del Parlamento que sigue esperando por las asesorías técnicas que acortarían esta significativa asimetría. Los parlamentarios, de todos modos, tienen la palabra final: deciden, nada más ni nada menos, si votan o no.
Durante la primera década de la “era progresista”, tanto durante el mandato de Vázquez como durante la presidencia de Mujica, hubo que prestar mucha atención a las diferencias tanto personales como ideológicas dentro del Poder Ejecutivo. No es imposible que en este tercer gobierno también estallen conflictos importantes entre ministerios. En particular, creo que hay que prestar especial atención a la relación entre el MIEM liderado por Cosse y el MEF encabezado por Astori. Aun así, creo que la mejor hipótesis de trabajo es esperar que haya más tensiones entre el gabinete y el Parlamento que dentro del Poder Ejecutivo.
*Adolfo Garcé- Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar- adolfogarce@gmail.com