Por: Mauro Mego. Presidente de la Junta Departamental de Rocha - E609
Estamos frente a un momento
complejo de la realidad del país, o en realidad estamos ante un momento
particular de la gestión de la opinión pública. Esta diferencia es
sustancial, ya que una cosa suele ser la realidad cotidiana de los
uruguayos y otra, frecuentemente diferente, es la realidad construida
desde las fuentes mediáticas, desde la construcción de un discurso
público.
Es así que se ha instalado
desde hace un tiempo una fuerte discusión público-política respecto del
rol del Estado. Porque más allá de la posibilidad de discutir el número
de un déficit o la real posibilidad de hacer siempre las cosas mejor, lo
que “sobrevuela o subyace” es en el fondo la concepción que tenemos
respecto de las empresas públicas y del Estado todo. No quiero, tampoco,
ser desmesurado en lo que ha sucedido. Estamos obligados como sujetos
de izquierda a ser críticos y a afinar mucho más el lápiz a la hora de
la administración de nuestras empresas públicas. Porque el hecho de que
estas sean públicas y nuestras bajo ningún concepto puede ser “piedra
libre” en la gestión de las mismas. Reducir aún más esta discusión a la
posible “campaña en contra” de determinados compañeros sería también ver
el asunto en forma parcial. Nunca olvidemos que la construcción de
“relevos” o de compañeros con chances de grandes responsabilidades no se
hace a partir de un cálculo de inversión: yo apuesto a tal o cual y
obtengo un candidato cantado. Será el tacto de la gente quién resuelva
eso, en el marco de una sequía preocupante de liderazgos en el Frente
Amplio. Me refiero a liderazgos amplios y abarcativos.
Es indignante ver, oír y
leer discursos de partidos políticos que hoy se erigen, valiéndose de la
actual liquidez de la memoria histórica, en jueces morales o en
consejeros de cómo debe administrarse el Estado. Algunos parados desde
el más extremo liberalismo ni siquiera pueden sostener ese discurso en
sus antecedentes, en donde sus fuerzas políticas jugaron un fuerte papel
de relación política dependiente del Estado, engrosando su estructura
sostenidamente por lo menos en medio siglo pasado. Algunos quieren
desmantelar el Estado solo en el discurso, porque ya desde temprana edad
de la República el botín que desveló a las divisas fue el Estado, ya
sea por la coparticipación como por el control del mismo en esa
estructural relación clientelar que hoy dicen repudiar y combatir. Así
como quienes promovieron durante un siglo varias reformas de la
Constitución (de todo tipo y color y con móviles políticos) hoy se los
ve poner el grito en el cielo cuando es la izquierda quien pone sobre la
mesa el tema, lo mismo sucede con el Estado. Así es que, en el caso del
Partido Colorado, siempre se lo confundió en ese maridaje con el Estado
a tal punto de desdibujarse dónde empezaba uno y dónde el otro. De modo
que percibimos que estamos en una etapa de des-historización. Allí se
juega un evento medular en la construcción del futuro del proyecto de
cambio. Hoy parece que tanto el Partido Nacional como el Partido
Colorado fueron ejemplares gobernantes, excelentes administradores y
bajo ningún concepto utilizaron nunca al Estado como palanca del
crecimiento político, jamás se instalaron verdaderos canales de
movilidad social a partir del clientelismo con el consabido-y a veces
forzado- engrosamiento del Estado, creación de oficinas y hasta
ministerios enteros para cumplir con los compromisos, jamás se fue
discrecional con la publicidad oficial, jamás se adjudicaron medios de
comunicación a amigos, jamás se desmantelaron ni se “oxidaron” las
empresas públicas, jamás pretendieron vender las mismas al capital
privado. Seguro esto es propaganda frenteamplista y nada de eso ocurrió
en este país.
Hoy, en 2016, está claro
que el Estado es más eficiente y más cristalino, la gestión es mejor y
más confiable, con perfil social. No es soberbia, lo dicen los números y
lo dice cualquier comparativo histórico que hoy se pretende no hacer.
Esto no nos exime, como personas de izquierda, de exigirnos mucho más,
de respirarnos “en la nuca” para no caer en las tentaciones humanas o
deslumbrarnos por las “luces del centro”.
Estamos a tiempo de poder
pararnos sobre nuestros orgullos pero también de sacudirnos a nosotros
mismos, porque a la izquierda, tanto frente a los medios como frente a
la historia, todo le cuesta siempre un poco más.
A partir de los debates de
ANCAP y otros, queda claro que el debate es otro. ¿Quién define qué cosa
es secundaria en la producción de una empresa? ¿Quién dice qué es
prioritario? La ideología. Cuando algunos actores opositores plantean la
“eficiencia”, los “gastos superfluos”, las inversiones “innecesarias”
en realidad están posicionándose ideológicamente. Parten del sentido
opuesto al axioma batllista que estructura nuestra relación con lo
público: El rol empresario del Estado no tiene ni debe tener el móvil
del lucro o la ganancia, sino el móvil social. La propia génesis del
Estado progresista uruguayo moldeado por el batllismo daba atribuciones
más amplias al Estado, no en función de pensarlo como una empresa
privada, sino para asegurar la equidad y el acceso igualitario a los
servicios que el mercado, o un Estado mínimo, no podría resolver jamás.
La ecuación del Estado batllista no es la ecuación empresa por empresa,
sino la ecuación global del papel del Estado que interviene como garante
y protector de lo público por sobre lo privado. Hace unos años, como
ejemplo, OSE inauguró en una escuela rural del Rocha profundo una
conexión de agua potable. En ese día, el presidente de OSE decía algo
central: la importancia de las empresas públicas radica en que lo que en
términos objetivos no resulta ganancia alguna (una canilla de agua para
pocas personas en el fondo de la campaña rochense) es para una empresa
pública una obligación. Claro que hay inversiones de estas empresas que
nunca van a ser rentables en el balance puntual de cada empresa, por la
sencilla razón de que no es ese el sentido de las empresas públicas
estratégicas. Para la “rentabilidad” capitalista esos niños no podrían
acceder a agua potable. Pero esa “pérdida” del Estado resulta calidad de
vida para niños que mañana serán hombres y mujeres. Del mismo modo, la
inversión en Ciencia y Tecnología nunca es rentable como quien pone una
zapatería, es una apuesta al futuro. Ese es el debate de fondo y ahí se
nos va la identidad. Defendamos esta visión y demos lección de que las
empresas públicas mejores son posibles y necesarias.
Publicado en Diario La República