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jueves, 14 de enero de 2016

Lo que subyace y sobrevuela en el debate ANCAP Por Mauro Mego


Por: Mauro Mego. Presidente de la Junta Departamental de Rocha - E609
Estamos frente a un momento complejo de la realidad del país, o en realidad estamos ante un momento particular de la gestión de la opinión pública. Esta diferencia es sustancial, ya que una cosa suele ser la realidad cotidiana de los uruguayos y otra, frecuentemente diferente, es la realidad construida desde las fuentes mediáticas, desde la construcción de un discurso público.
Es así que se ha instalado desde hace un tiempo una fuerte discusión público-política respecto del rol del Estado. Porque más allá de la posibilidad de discutir el número de un déficit o la real posibilidad de hacer siempre las cosas mejor, lo que “sobrevuela o subyace” es en el fondo la concepción que tenemos respecto de las empresas públicas y del Estado todo. No quiero, tampoco, ser desmesurado en lo que ha sucedido. Estamos obligados como sujetos de izquierda a ser críticos y a afinar mucho más el lápiz a la hora de la administración de nuestras empresas públicas. Porque el hecho de que estas sean públicas y nuestras bajo ningún concepto puede ser “piedra libre” en la gestión de las mismas. Reducir aún más esta discusión a la posible “campaña en contra” de determinados compañeros sería también ver el asunto en forma parcial. Nunca olvidemos que la construcción de “relevos” o de compañeros con chances de grandes responsabilidades no se hace a partir de un cálculo de inversión: yo apuesto a tal o cual y obtengo un candidato cantado. Será el tacto de la gente quién resuelva eso, en el marco de una sequía preocupante de liderazgos en el Frente Amplio. Me refiero a liderazgos amplios y abarcativos.
Es indignante ver, oír y leer discursos de partidos políticos que hoy se erigen, valiéndose de la actual liquidez de la memoria histórica, en jueces morales o en consejeros de cómo debe administrarse el Estado. Algunos parados desde el más extremo liberalismo ni siquiera pueden sostener ese discurso en sus antecedentes, en donde sus fuerzas políticas jugaron un fuerte papel de relación política dependiente del Estado, engrosando su estructura sostenidamente por lo menos en medio siglo pasado. Algunos quieren desmantelar el Estado solo en el discurso, porque ya desde temprana edad de la República el botín que desveló a las divisas fue el Estado, ya sea por la coparticipación como por el control del mismo en esa estructural relación clientelar que hoy dicen repudiar y combatir. Así como quienes promovieron durante un siglo varias reformas de la Constitución (de todo tipo y color y con móviles políticos) hoy se los ve poner el grito en el cielo cuando es la izquierda quien pone sobre la mesa el tema, lo mismo sucede con el Estado. Así es que, en el caso del Partido Colorado, siempre se lo confundió en ese maridaje con el Estado a tal punto de desdibujarse dónde empezaba uno y dónde el otro. De modo que percibimos que estamos en una etapa de des-historización. Allí se juega un evento medular en la construcción del futuro del proyecto de cambio. Hoy parece que tanto el Partido Nacional como el Partido Colorado fueron ejemplares gobernantes, excelentes administradores y bajo ningún concepto utilizaron nunca al Estado como palanca del crecimiento político, jamás se instalaron verdaderos canales de movilidad social a partir del clientelismo con el consabido-y a veces forzado- engrosamiento del Estado, creación de oficinas y hasta ministerios enteros para cumplir con los compromisos, jamás se fue discrecional con la publicidad oficial, jamás se adjudicaron medios de comunicación a amigos, jamás se desmantelaron ni se “oxidaron” las empresas públicas, jamás pretendieron vender las mismas al capital privado. Seguro esto es propaganda frenteamplista y nada de eso ocurrió en este país.
Hoy, en 2016, está claro que el Estado es más eficiente y más cristalino, la gestión es mejor y más confiable, con perfil social. No es soberbia, lo dicen los números y lo dice cualquier comparativo histórico que hoy se pretende no hacer. Esto no nos exime, como personas de izquierda, de exigirnos mucho más, de respirarnos “en la nuca” para no caer en las tentaciones humanas o deslumbrarnos por las “luces del centro”.
Estamos a tiempo de poder pararnos sobre nuestros orgullos pero también de sacudirnos a nosotros mismos, porque a la izquierda, tanto frente a los medios como frente a la historia, todo le cuesta siempre un poco más.
A partir de los debates de ANCAP y otros, queda claro que el debate es otro. ¿Quién define qué cosa es secundaria en la producción de una empresa? ¿Quién dice qué es prioritario? La ideología. Cuando algunos actores opositores plantean la “eficiencia”, los “gastos superfluos”, las inversiones “innecesarias” en realidad están posicionándose ideológicamente. Parten del sentido opuesto al axioma batllista que estructura nuestra relación con lo público: El rol empresario del Estado no tiene ni debe tener el móvil del lucro o la ganancia, sino el móvil social. La propia génesis del Estado progresista uruguayo moldeado por el batllismo daba atribuciones más amplias al Estado, no en función de pensarlo como una empresa privada, sino para asegurar la equidad y el acceso igualitario a los servicios que el mercado, o un Estado mínimo, no podría resolver jamás. La ecuación del Estado batllista no es la ecuación empresa por empresa, sino la ecuación global del papel del Estado que interviene como garante y protector de lo público por sobre lo privado. Hace unos años, como ejemplo, OSE inauguró en una escuela rural del Rocha profundo una conexión de agua potable. En ese día, el presidente de OSE decía algo central: la importancia de las empresas públicas radica en que lo que en términos objetivos no resulta ganancia alguna (una canilla de agua para pocas personas en el fondo de la campaña rochense) es para una empresa pública una obligación. Claro que hay inversiones de estas empresas que nunca van a ser rentables en el balance puntual de cada empresa, por la sencilla razón de que no es ese el sentido de las empresas públicas estratégicas. Para la “rentabilidad” capitalista esos niños no podrían acceder a agua potable. Pero esa “pérdida” del Estado resulta calidad de vida para niños que mañana serán hombres y mujeres. Del mismo modo, la inversión en Ciencia y Tecnología nunca es rentable como quien pone una zapatería, es una apuesta al futuro. Ese es el debate de fondo y ahí se nos va la identidad. Defendamos esta visión y demos lección de que las empresas públicas mejores son posibles y necesarias.

Publicado en Diario La República

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