La
semana pasada, el martes 29 para ser más exacto, se cumplió el
primer mes desde que crucé el “charco” para radicarme en Buenos
Aires. Para no hacer tediosa una historia larga: fue el final de una
decisión que me tomó bastante tiempo tomar; y ha sido el inicio de
una nueva etapa en mi vida, con toda probabilidad, el desafío más
ambicioso que he afrontado hasta ahora.
Pero
vayamos a lo interesante: ¿cómo ha
resultado este primer mes de vida acá?
Como
escribí en otro espacio, he descubierto (y sigo descubriendo) una
ciudad inmensa,
Es
una ciudad tiene un aire de familiar “otredad”. Desde su
arquitectura hasta en la forma de ser de su gente se nota la historia
que nos une y hermana… no en vano, es bueno tenerlo en cuenta,
Buenos Aires es la segunda ciudad
uruguaya en el mundo. Incluso la
encuentro bastante parecida (salvo por la Rambla) a Montevideo. El
barrio de Caballito, por ejemplo, podría perfectamente ser un barrio
de nuestra capital. Tal vez esa sea la razón por la que tantos
integrantes de nuestra colectividad viven en él.
Claro
que es todo a una escala mucho mayor. Al estar acá, uno entiende
porque tantos argentinos aman nuestras playas y nos encuentran tan
apacibles y tranquilos: comparados con la velocidad de vértigo con
que se mueven acá, Montevideo tiene una mansedumbre pueblerina, y
Rocha –¡la querida Rochita!-
directamente sería algo así como la aldea de los irreductibles
galos de Asterix.
La
otra cara de la moneda es lo cosmopolita que es: una verdadera ciudad
internacional en este rincón al sur del mundo, con actividades y
propuestas culturales variadas en calidad, cantidad, diversidad y
costo; desde los teatros de calle Corrientes, hasta los teatros del
under,
pasando por los centros culturales públicos (como el Kirchner, una
monstruosidad descomunal; el General San Martín, más chico pero
descomunal de todas formas; el Centro Cultural Rojas; y el Recoleta)
y los autogestionados por colectivos de artistas y/u organizaciones
barriales, los cines, las bibliotecas públicas (acá destaco la del
Congreso de la Nación), los bares y pubs culturales, la variedad en
cantidad y calidad de Museos, y la enorme oferta de librerías, que
van desde el imponente y lujoso Ateneo de Avenida Santa Fe y Callao,
hasta las pequeñas librerías casi centenarias, que guardan en sus
anaqueles libros polvorientos y llenos de telarañas.
Entre
los museos, destaco el Espacio de la
Memoria, donde funcionaba la
tristemente célebre ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) que
sirvió de centro de detención clandestino, torturas y desaparición
forzada de personas en la última dictadura argentina. Mientras lo
recorría, fue inevitable sentir una mezcla de angustia, oprobio,
indefensión, e impotencia. Y, por otro lado, también recomiendo
visitar el de Malvinas e Islas del
Atlántico Sur, un museo moderno,
luminoso y atractivo, de recorrido ágil, del cual salí con ganas de
ser un explorador o aventurero de comienzos del siglo XVII.
Para
comenzar a terminar, quiero expresar que una vez acá, he podido
comprobar que realmente es cierto cuando se dice que los porteños
nos quieren y respetan a los uruguayos. Lo he vivido en cada ocasión
que he dicho mi nacionalidad. Aunque no todos lo expresen
verbalmente, se nota en la actitud, en el trato, en el tono de voz.
Algun@s, incluso, me preguntan qué
se me dio por venir a vivir acá, precisamente, porque desde su
cotiadenidad, han construido una imagen idílica de Uruguay en
contraposición a un presente conflictivo/de crisis que tienen de
Buenos Aires, o directamente del país.
La
parte negativa de este cariño que sienten por nosotros, es que no
tienen la misma actitud con otras nacionalidades y/o colectividades,
más específicamente, con paraguayos, bolivianos y peruanos, o
tengan aspecto. No se trata tanto de algo que se exprese verbalmente;
pero si es algo que se expresa en pequeñas actitudes que se pueden
percibir: desde cómo se atiende a uno u otro en una oficina pública,
hasta el tono de voz con que se dirigen a ellos.
Por
último: el pasado viernes 25 tuve la posibilidad de celebrar una
nueva Declaratoria de la Independencia en una recepción organizada
por la Embajada. Más de 600 compatriotas, de toda edad, pelo y
condición social compartimos una reunión cálida y emotiva. No
pretendo sacar conclusiones apresuradas, pero acá se genera el mismo
efecto, que cuando eres del Interior y te vas a Montevideo: cuando te
cruzas con alguien de tu ciudad, no importa si nunca cruzaron ni
media palabra, es encontrarse, saludarse como viejos conocidos y
decir “¡no sabía que estabas por
acá!, ¿que es de tu vida, que haces?”…
acá es lo mismo, pero entre compatriotas.
Y
no recuerdo el Himno cantado con tanto énfasis y entusiasmo como
este 25 pasado en una residencia de Figueroa Alcorta, a 400
kilómetros de Montevideo.