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jueves, 7 de septiembre de 2017

¿Yo?... uruguayo. Por Rodrigo Tisnés



La semana pasada, el martes 29 para ser más exacto, se cumplió el primer mes desde que crucé el “charco” para radicarme en Buenos Aires. Para no hacer tediosa una historia larga: fue el final de una decisión que me tomó bastante tiempo tomar; y ha sido el inicio de una nueva etapa en mi vida, con toda probabilidad, el desafío más ambicioso que he afrontado hasta ahora.
Pero vayamos a lo interesante: ¿cómo ha resultado este primer mes de vida acá?
Como escribí en otro espacio, he descubierto (y sigo descubriendo) una ciudad inmensa,
Es una ciudad tiene un aire de familiar “otredad”. Desde su arquitectura hasta en la forma de ser de su gente se nota la historia que nos une y hermana… no en vano, es bueno tenerlo en cuenta, Buenos Aires es la segunda ciudad uruguaya en el mundo. Incluso la encuentro bastante parecida (salvo por la Rambla) a Montevideo. El barrio de Caballito, por ejemplo, podría perfectamente ser un barrio de nuestra capital. Tal vez esa sea la razón por la que tantos integrantes de nuestra colectividad viven en él.
Claro que es todo a una escala mucho mayor. Al estar acá, uno entiende porque tantos argentinos aman nuestras playas y nos encuentran tan apacibles y tranquilos: comparados con la velocidad de vértigo con que se mueven acá, Montevideo tiene una mansedumbre pueblerina, y Rocha –¡la querida Rochita!- directamente sería algo así como la aldea de los irreductibles galos de Asterix.
La otra cara de la moneda es lo cosmopolita que es: una verdadera ciudad internacional en este rincón al sur del mundo, con actividades y propuestas culturales variadas en calidad, cantidad, diversidad y costo; desde los teatros de calle Corrientes, hasta los teatros del under, pasando por los centros culturales públicos (como el Kirchner, una monstruosidad descomunal; el General San Martín, más chico pero descomunal de todas formas; el Centro Cultural Rojas; y el Recoleta) y los autogestionados por colectivos de artistas y/u organizaciones barriales, los cines, las bibliotecas públicas (acá destaco la del Congreso de la Nación), los bares y pubs culturales, la variedad en cantidad y calidad de Museos, y la enorme oferta de librerías, que van desde el imponente y lujoso Ateneo de Avenida Santa Fe y Callao, hasta las pequeñas librerías casi centenarias, que guardan en sus anaqueles libros polvorientos y llenos de telarañas.
Entre los museos, destaco el Espacio de la Memoria, donde funcionaba la tristemente célebre ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) que sirvió de centro de detención clandestino, torturas y desaparición forzada de personas en la última dictadura argentina. Mientras lo recorría, fue inevitable sentir una mezcla de angustia, oprobio, indefensión, e impotencia. Y, por otro lado, también recomiendo visitar el de Malvinas e Islas del Atlántico Sur, un museo moderno, luminoso y atractivo, de recorrido ágil, del cual salí con ganas de ser un explorador o aventurero de comienzos del siglo XVII.
Para comenzar a terminar, quiero expresar que una vez acá, he podido comprobar que realmente es cierto cuando se dice que los porteños nos quieren y respetan a los uruguayos. Lo he vivido en cada ocasión que he dicho mi nacionalidad. Aunque no todos lo expresen verbalmente, se nota en la actitud, en el trato, en el tono de voz. Algun@s, incluso, me preguntan qué se me dio por venir a vivir acá, precisamente, porque desde su cotiadenidad, han construido una imagen idílica de Uruguay en contraposición a un presente conflictivo/de crisis que tienen de Buenos Aires, o directamente del país.
La parte negativa de este cariño que sienten por nosotros, es que no tienen la misma actitud con otras nacionalidades y/o colectividades, más específicamente, con paraguayos, bolivianos y peruanos, o tengan aspecto. No se trata tanto de algo que se exprese verbalmente; pero si es algo que se expresa en pequeñas actitudes que se pueden percibir: desde cómo se atiende a uno u otro en una oficina pública, hasta el tono de voz con que se dirigen a ellos.
Por último: el pasado viernes 25 tuve la posibilidad de celebrar una nueva Declaratoria de la Independencia en una recepción organizada por la Embajada. Más de 600 compatriotas, de toda edad, pelo y condición social compartimos una reunión cálida y emotiva. No pretendo sacar conclusiones apresuradas, pero acá se genera el mismo efecto, que cuando eres del Interior y te vas a Montevideo: cuando te cruzas con alguien de tu ciudad, no importa si nunca cruzaron ni media palabra, es encontrarse, saludarse como viejos conocidos y decir “¡no sabía que estabas por acá!, ¿que es de tu vida, que haces?”… acá es lo mismo, pero entre compatriotas.
Y no recuerdo el Himno cantado con tanto énfasis y entusiasmo como este 25 pasado en una residencia de Figueroa Alcorta, a 400 kilómetros de Montevideo.







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