En alemán, que es su origen, la película se llama Kopfplatzen, en castellano no tiene traducción, pero puede ir desde Mente perversa o Mente sucia o Estallido en la cabeza. La película muestra el conflicto interior de un pedófilo que lucha por controlar sus deseos.
El enfoque del film trata de un personaje enfermo y en lugar de seguir el camino más trillado construye un protagonista que reconoce su trastorno, pero como es una buena persona por naturaleza, lucha contra sus impulsos lujuriosos.
Se trata de un ciudadano común, un hombre soltero que trabaja como arquitecto y vive solo y que tiene un secreto: le atraen los menores.
Gran parte del film lo muestra concretando actos voyeuristas: observa sus objetos de deseo en internet, en las calles, en los autobuses, a través de la ventana de su departamento e incluso toma fotografías junto a la piscina a la que concurre habitualmente. Este pedófilo cubre sus necesidades masturbándose, pero sabe que su enfermedad podría llevarlo a cometer un acto criminal de abusar sexualmente de un niño.
Acude a un psiquiatra y con él descubre que su enfermedad no tiene cura y que depende de él controlar sus impulsos.
La película sirve para entender este terrible desorden, esta parafilia, pero si bien lo que allí se muestra es terrible, no es lo que ocurre en la realidad. El pedófilo, al contrario de lo que muestra este film, no cree estar cometiendo un crimen; la literatura psiquiátrica evidencia que son muy raros los signos de arrepentimiento. No lo hay ni por su deseo y menos admitir que lo que hace es un delito. Todo lo contrario, un pedófilo se justifica y trata de evadir el señalamiento.
La prueba más clara es lo que ocurre con el caso del senador Gustavo Penadés, quien al acudir a declarar ante la fiscal Alicia Ghione, reafirmó su inocencia, al decir que no tiene nada de que arrepentirse porque, aseguró, no ha cometido ningún delito.
Penadés no ha hecho sino reiterar lo que dijo en público el 29 de marzo –un día después de que la militante Romina Celeste Papasso lo acusó de abusarla sexualmente cuando era menor de edad–, y en privado, ante el presidente de la República y ante sus pares legisladores nacionalistas.
Esa posición de Penadés no ha cambiado a pesar de que ya no se trata de una solitaria denuncia, sino ocho las que están bajo el análisis de la fiscalía, que pidió su desafuero a la Justicia.
El desafuero se aprueba con dos tercios de los votos del plenario y no solo es necesario para imputarle delitos en la Justicia, también para solicitar actuaciones como la interceptación de teléfonos o cualquier otra que necesite autorización judicial previa.
Penadés había enviado una carta a la vicepresidenta Beatriz Argimón pidiendo que se aprobara la medida de desafuero en caso de que la Fiscalía lo solicite.
Sin ingresar en el tema estrictamente político partidario, este caso no hace sino visibilizar un asunto que la sociedad admitía y aun hoy admite como normal y donde muchos abusos tienen que ver con el ejercicio del poder, en este caso el político.
La última evidencia de esto último fueron las declaraciones poco felices o más que eso, imprudentes, del presidente Luis Lacalle Pou, cuando dijo que a Penadés lo conoce desde “hace 30 años”, y que este le aseguró mirándolo a los ojos que no es culpable, y que él “sería un mal amigo” si no le creyera. El presidente pudo limitarse a decir, como dijo, que está a la espera de lo que determinen las actuaciones del sistema judicial, y abstenerse de destacar que Penadés es su amigo. Las declaraciones de Lacalle y antes las del ministro Luis Alberto Heber apuntan en el sentido de explicitar el viejo pacto de una sociedad que se tiene que dejar atrás.
Posdata.
Si alguien le interesa el film alemán comentado al inicio de esta columna puede ingresar a este link: https://cinefiliamalversa.blogspot.com/2023/04/kopfplatzen-head-burst-2019-savas-ceviz.html
Antonio Ladra ejerce el periodismo desde hace cuarenta años. Ha trabajado y trabaja en prensa, radio, televisión y medios digitales. Ha publicado dos libros sobre el narcotráfico en el Uruguay.