Hay una emoción vieja y querida que ha vuelto a encender su fuego en mi memoria, que es decir mis entrañas.
Siempre se ha dicho que nadie sabe por qué ocurren estos milagros. Pero no es verdad. Yo lo sabía y lo recordé enseguida porque estaba mirando una foto de mi abuela Juanita, la maestra rural.
En mis tiempos de escuela, aquellas dulces mujeres de blancas túnicas y zapatillas solían convocar a recitadores de poesía popular para que nosotros, tiernos niños, iniciáramos el camino hacia el mundo de los sentimientos, que no sabíamos definir.
Entonces puedo decírtelo ahora, Rafael, que he querido darme el gusto de hablar contigo al cabo de tanto tiempo; cierta tarde, un hombre bueno y modesto llamado Miguel de Mozos recitó uno de tus poemas en clase:
-Esta noche de agosto/ he quemado tus cartas…/ ¡Ocho años de vida apasionada! Mi corazón ardía/ en medio de las llamas, rodeado de fechas,/ ¡cenizas de mi alma!
Ah, querido hermano Rafael, tan delicado, tan elegante, tan enamoradizo, nacido en cuna sevillana aristocrática, amante de cafés y teatrillos de poetas, gitanos de guitarra y bailarinas: la libertad republicana te permitió esa bohemia, fuiste amigo de García Lorca, de León Felipe, de Machado y creaste más versos que cualquier otro soldado lírico de la Generación del 27.
-Sí… ¡pero también me llevó a la cárcel y me negaron los críticos y las antologías de mi época y las que vinieron!
¿Ves? Hay milagros pese a quien pese: he sentido tronar tu voz, ardiendo en el enojo. Jamás sabré de donde viene, pero sé que eres tú y que aun te lastima el desprecio con que te insultaron algunos. ¡A ti, Rafael, que además de tus poesías que surcaron el mundo hiciste canciones populares como Tatuaje, Ojos verdes, A ciegas, A la lima y al limón, ¡Ay, pena, penita, pena!, María de la O y Cárcel de oro, con las que ensoñaron a hombres y mujeres durante décadas Carmen Sevilla, Isabel Pantoja, Rocío Jurado, Nino Bravo o Raphael.
-Los abrazos crujían,/ los besos se quejaban,/ y los dulces “te quiero!”/ de tinta y esperanza,/ en una pirueta/ de fuego se rizaban.
Sin verte, siento de pronto tu mirada melancólica. Y me dices: -¿Quizás no me respetaron, aunque mis poemas y canciones se hayan difundido más que cualesquiera, por mis títulos nobiliarios, un seno familiar que no elegí, o porque fui andaluz hasta la médula, romántico y gracioso, apreciado por los simples? Mira, hombre, si hasta me han llamado “folclorista español… ¡Qué desparpajo, que falta de consideración!
No puedo sanar tanta furia, Rafael. Sin embargo…, acaso me encantaría ver vagar tu alma por ahí, para que advirtieras cuánto, tal vez sin saber de ti, ha querido y quiere la gente los cientos de pájaros de luz que liberaste al vuelo.
-Como una serpentina,/ tu nombre se alargaba,/ y era un puente la firma/ sobre un río de brasas/ que, silenciosamente, sin voz,/ se desplomaba.
Presta atención, Rafael: aquí tengo un ejemplar de tu primer libro de poesía, Pena y alegría del amor, de 1941; y otros –Jardín de papel y Amor de cuando en cuando- que publicaste dos años después y que cambiaron mi vida.
Quité la mirada de la foto de mi abuela, que ya no estaba mirando, y entré a un rincón de sombras como caricias. Nada veía, pero retornó tu voz: -¿Es que crees de verdad que no he pasado en vano?
Mi admirado Rafael… ¿quién soy yo, peregrino pobre que deambula por las letras, para decirlo? Sólo sé que te quiero desde que memoricé tu primer verso. Entre dos soledades –la tuya al escribir, la mía al leer- quedó urdida una entrañable complicidad de la que solo sabemos hoy.
¿Qué más pedir?
Ahora, porque te imagino caminar hacia la despedida, puedes decir lo que quieras. Yo entenderé.
-Esta noche de agosto/ he quemado tus cartas…/ ¡Ocho años de vida apasionada!
AUTO DE FE (·) es el título de un conocido poema de Rafael de León, nacido en Sevilla en 1908 y muerto en Madrid en 1982, considerado el más grande poeta popular español, cuya celebridad se empinó, gracias a los humildes y a los sensibles, sobre el talante épico de sus compañeros de la Generación del 27. En su homenaje, esté donde esté.
Antonio Pippo nació en Argentina y su familia se mudó a San José siendo aún un niño. Viene ejerciendo el periodismo desde hace sesenta y tres años: prensa , radio, televisión. Fu director de informativos de todos los canales de televisión, públicos y privados. Ha escrito y publicado varios libros. Estudioso del tango, es también artista y participa y ha dirigido espectáculos como empresario durante años.
Son clásicas las columnas que publicó durante años en el semanario Búsqueda y aún en la Agencia Mundial de ensa.
Ha sido docente de periodismo de opinión en la Universidad ORT.