Los
sepulcros guardan los misterios de los Hombres. La Historia (o mejor
dicho, las
Historias)
intenta develarlos. En ocasión de encontrarnos ante el monumento
funerario del Coronel Bernabé Rivera (),
una inquietud nos impelió a internamos simbólicamente
en aquél con el propósito de intentar encontrar la historia del ser
humano cuya Alma y cuyos secretos custodia. Sin rumbo ni método, sin
querer saber de por qués, nos dejamos llevar a través de una trama
de hallazgos que se nos fueron presentando. Estamos compartiendo en
estas crónicas una aventura personal hacia el descubrimiento de un
individuo, entre los blancos y negros de su vida y de su trágico
destino.
En
la entrega anterior ()
comenzamos a hurgar en la vida de Bernabé, cuyo tránsito por la
existencia estuvo muy vinculado a los pasos de su tío (no hermano),
el Brigadier General don Fructuoso Rivera. En todas sus audaces o
fermentales empresas, Bernabé siempre estuvo con él acompañándolo
o secundándole. Por supuesto, cuando Fructuoso se embarca en la
campaña contra los charrúas, aquél estaría presente. Los
objetivos de Bernabé al respecto estaban consustanciados con los de
su tío.
Es
necesario, más allá de los supuestos motivos y de los apoyos que
habría tenido Fructuoso Rivera, entonces Presidente del novísimo
Estado Oriental del Uruguay, para erradicar o desarticular a las
tribus de indios charrúas hacia 1831, tener presente que éste
osciló entre diversas posiciones. Hacia 1824, si bien apoyaba contra
ellos una solución armada, entendía que en esos momentos no era
viable ni efectiva, por lo que como alternativa proponía que fueran
estimulados a emprender una vida civilizada, a través de conminarles
a la práctica del trabajo y de proceder a su evangelización,
teniéndose sí la fuerza como elemento disuasivo ().
Aunque cierto es que Rivera solicitó a la Asamblea General la
autorización del 30 de diciembre de 1830 para “salir
á la campaña mandando en persona la fuerza armada”,
lo que le fue concedido ().
Tenía ahora el propósito, dentro de un operativo para terminar
contra la delincuencia y el abigeato, de darle a los charrúas “su
merecido”
y “dar
el paso sobre los salvages”.
Se sentía que sería “una
obra que los desvelos de ocho virreyes, y por más de 40 años no
lograron realizarla. Será lindisimo… Ah! Qué glorioso será si se
consigue, sin que esta tierra tan privilegiada no se manchase con
sangre humana”
().
“Todo
promete un vrillante resultado”
().
Llegamos
así al escenario de Salsipuedes, que proponemos reconstruir conforme
a las versiones más antiguas a las que pudimos acceder ().
Se discute inclusive cuál fue el lugar en que ocurrió
“Salsipuedes”: Fructuoso Rivera escribió su comunicado oficial
sobre lo acontecido en su “Cuartel
General, Salsipuedes”
()
de circunstancias, pero se dice que el episodio se pudo haber
desarrollado no sólo en uno, sino a través de distintos choques;
según algunos en dos lugares, y otro como Acosta y Lara, hablan de
tres lugares ().
Ocurrieron los acontecimientos, básicamente, por el actual
Departamento de Paysandú. Hoy existe un monumento que conmemoraría
el episodio, pero el lugar en que fue emplazado se encuentra muy
discutido en cuanto a si realmente allí habría acontecido
“Salsipuedes”.
Salvo
el hecho de que Fructuoso Rivera procuró convencer a los charrúas
de encontrarse con él en un punto determinado que hoy conocemos como
“Salsipuedes”, y el informe oficial que se dio publicidad luego
del evento, no hay testimonios ni documentos primarios de época
sobre sus detalles bélicos, y el comunicado de Rivera no da mayor
información de lo acontecido. Sólo poseemos informaciones tardías
y secundarias, que supuestamente consultaron a personas que los
vivieron, pero son bastante lejanas en el tiempo respecto a los
hechos.
Las
fuentes más antiguas que pudimos encontrar sobre lo que hoy
conocemos como “la Matanza de Salsipuedes” son (hay relatos y
versiones posteriores, pero utilizamos para nuestra historia éstas,
que creemos son las primeras):
a)
un artículo bajo el seudónimo de “Demófilo”, aparecido en “El
Defensor de la Independencia Americana” del 1° de julio de 1845,
que creemos pudo haber sido escrito por el Brigadier General Antonio
Felipe Díaz, quien era redactor en aquel periódico, acorde a
ciertas semejanzas que encontramos con unos “Apuntes sobre los
indios charrúas” que dejó manuscritos sin corregir, de data
incierta ();
b)
una memoria del Coronel Manuel Lavalleja (hermano del Libertador
Brigadier General Juan Antonio Lavalleja) que escribió para el
Brigadier General Manuel Oribe, del 31 de octubre de 1848 ().
“El
mulato Rivera”
(según le califica Manuel Lavalleja a Don Frutos), convocó a los
indios charrúas en Salsipuedes, con el pretexto de arreglar con
ellos para que entraran en Brasil a recuperar los ganados orientales
que los brasileños les habían robado. De acuerdo a la documentación
relevada por Picerno, Rivera había solicitado inicialmente al
General Julián Laguna que atrayera a los indios “en
las puntas del Queguay Grande”,
con el propósito de que se les convocaba para colaborar en guardar
las fronteras del Estado, y haciéndoles ver de que Rivera de su
amistad. Pero luego varió el lugar de contacto, hacia un punto en
que los charrúas no tendrían muchas posibilidades de escapatoria.
“Los
charrúas siempre dispuestos contra los brasileros, y enemigos
naturales de estos, no vacilaron en aceptar el convite desde que en
él se envolvía el interes de invadir al Brasil.”.
Sin embargo, algunos caciques charrúas como Polidorio (Polidoro, o
Sepé -hay quienes sostienen de que se trata de la misma persona-) y
“El Adivino”, intuyendo o con cierta prevención de que algo
nefando se tramaba en su contra, sospecharon y no concurrieron
aduciendo (en palabras de Polidorio) que “Frutos
era corazón malo y traidor”
().
Pero los restantes se allegaron.
Bernabelito
()
venía acompañando a muchos de ellos, al mando del Escuadrón No. 2
de Caballería ().
Fructuoso
Rivera tenía como mil hombres reunidos ().
Participaron militares orientales en distintos Escuadrones y
Compañías, milicianos, soldados argentinos al mando del General
Juan Lavalle, vecinos brasileños y locales que odiaban o sufrían a
los charrúas y se habían agrupado (debemos acotar que los hermanos
brasileños, donde veían entonces a un charrúa, le “tocaban
bala”), y hasta indios guaraníes. No abundaremos en estos
detalles.
“Tenía
Rivera un hermano, joven de bellísimas disposiciones y de un alma
nacida para lo bueno; pero que por una de aquellas contrariedades,
por desgracia harto comunes en la especie humana, se había
acostumbrado á obedecer ciegamente a su hermano mayor, aun en
aquellas cosas que él mismo, condenaba con pública franqueza:
debilidad inconcebible que lo hizo cómplice de no pocas maldades que
aquel cometiera, en el curso de su desordenada vida. Podía Rivera
haber asociado á su crimen á un extraño cualquiera, ahorrando á
su infeliz hermano la ejecucion de un hecho que sabía le había de
repugnar en estremo, y hacerlo aparecer ante sus conciudadanos como
un verdugo feroz y despiadado. Pero no quiso. Se empeñó en que su
hermano fuese el vil instrumento de su maldad; y á pesar de la viva
resistencia que encontró por esta vez en él, logró al cabo que
cediese como siempre. D. Bernabé recibió las instrucciones
correspondientes, y marchó al lugar señalado para la consumación
del bárbaro designio.
Un
mensagero de paz había ido ya de antemano á convidar á los
Charrúas á que acudiesen á aquel mismo paraje, donde, se les
decía, se acomodarían las diferencias que existían á la sazon
entre ellos y Rivera (habiales este suscitado de intento poco antes),
se celebrarían los nuevos pactos de amistad, y recibirían los
largos regalos que en prueba de ella y segun costumbre se les iban á
hacer.
Juzgando
los Charrúas que en todas estas propuestas había la mejor buena fé,
se dispusieron á ir al lugar de la cita el día que se les había
designado. Salen los infelices de sus guaridas mal armados y
desapercibidos como que pensaban ir á una fiesta, y se dirigen
alegres y tranquilos á donde, según se les había dicho, los
estaban esperando para abrazarlos. Llegan allá; mas ¡óh traicion
inconcebible! Crecidas fuerzas, que con anticipación se habían
colocado en emboscada, salen de improviso, los rodean y á mansalva
hacen en ellos una espantosa carnicería. Pocos son los que aciertan
á defenderse, con la sorpresa. Entre estos pocos se distinguió el
impertérrito Cacique Rondó
().
Cercado de una porción que lo atacaban, sin más arma que su sola
lanza, todavía sostuvo una larga lucha al cabo de la cual, falto de
fuerzas y cargado de heridas, cayó hecho pedazos, pero no sin haber
hecho correr en abundancia la sangre de sus cobardes enemigos. Perico
(),
el otro Cacique, quedó prisionero con un gran número de mujeres y
niños. Solo un corto grupo de 40 a 50 guerreros escapó á esta
matanza, que alcanzaron á refujiarse en las asperezas desiertas del
Arapey y el Cuareim, donde fueron á meditar la venganza que poco
después consiguieron ejecutarla.
Tal
fue el acto horrible que puso fin á la nación Charrúa. Dispuesto y
ordenado por Rivera; pero ejecutado por su hermano D. Bernabé, la
responsabilidad del hecho recayó toda sobre este…”
()
El
Coronel Antonio Díaz, hijo del Brigadier General Antonio Felipe Díaz
y quien habría tomado esta información del propio padre, en 1877
relata el episodio central así:
“Llegados
al campamento los indígenas, Rivera entretuvo haciendo marchar á su
lado al cacique Venao, mientras los Charrúas desmontaban en el
paraje designado para que campasen. Entonces fue que el General
Rivera dijo á Venao que venia a su derecha prestame
tu cuchillo para picar tabaco,
descargando un tiro de pistola sobre el cacique, en seguida de
apoderarse del cuchillo. El cacique quedó ileso, pero huyó
vociferando en charrúa, en dirección al campo de sus hermanos, que
alarmados empezaron á tomar caballo como pudieron.
En
el acto el escuadrón desarmado ()
se
arrojó sobre las lanzas y demás armas de los indios. D. Bernabé
Rivera formó en batalla á retaguardia de estos con el número 2; el
resto de las fuerzas tomó circulo, y al toque de degüello, cayeron
repentinamente sobre los indígenas, matándoles en su casi
totalidad, inclusive su cacique Vencol jefe principal.”
()
Nos
cuenta Eduardo Acevedo Díaz, quien conocía las informaciones del
Coronel Manuel Lavalleja, pero especialmente compilando las de su
abuelo materno el Brigadier General Antonio Felipe Díaz y de su tío
el Coronel Antonio Díaz (hijo) ():
“Ya
en el campo, éstos, recelosos y desconfiados, parecieron vacilar un
momento.
No
tenían memoria de haberse confundido nunca con ejército alguno,
pues siempre habían acampado lejos, á un flanco, en los tiempos del
general Artigas.
Viéndolos
perplejos y mal dispuestos, el presidente (Fructuoso Rivera) llamó á
Venado y púsose á conversar con él, marchando muy juntos al paso
die sus caballos.
Entraba
este detalle en el drama.
El
cacique iba mudo, observando el cuadro.
Los
clarines lanzaban la nota de atención.
Los
soldados se movían en silencio con aire siniestro, prendidos los
sables y colgadas al cinto las pistolas.
De
pronto, el coronel Bernabé Rivera, tendiendo el brazo hacia un
vallecito espaldado por nutrida vegetación, dijo á Polidoro:
“-Allí
pueden desmontar.”
Movióse
el cacique y tras él la horda, con ese andar lento é indeciso de
los gatos monteses fuera de la espesura.
Eso
de desmontar, en medio de las tropas, parecíales sin duda al cacique
y á sus compañeros una grande exigencia.
Se
habían habituado con sin igual habilidad á los lomos equinos y se
sentían demasiado bien en ellos para abandonarlos en aquella hora.
Pero,
el presidente Rivera llamaba en voz alta de “amigo” á Venado y
reía con él marchando un poco lejos; y el coronel, que nunca les
había mentido, brindaba á Polidoro con un chifle de aguardiente en
prueba de cordial compañerismo.
En
presencia de tales agasajos, la hueste avanzó hasta el lugar
señalado, y á un ademán del cacique todos los mocetones echaron
pie á tierra.
Apenas
el general Rivera, cuya astucia se igualaba á su serenidad y flema,
hubo observado el movimiento, dirigióse a Venado, diciéndole con
calma:
“-Empréstame
tu cuchillo para picar tabaco.”
El
cacique desnudó el que llevaba á la cintura y se lo dió en
silencio.
Al
cogerlo, Rivera sacó una pistola é hizo fuego sobre Venado.
Era
la señal de la matanza.
El
cacique, que advirtió con tiempo la acción, tendióse sobre el
cuello de su caballo dando un grito. La bala se perdió en el
espacio.
Venado
partió á escape hacia los suyos.
Entonces
la horda se arremolinó y cada charrúa corrió á tomar su caballo.
Pocos
sin embargo lo consiguieron, en medio del espantoso tumulto que se
produjo instantáneamente.
El
escuadrón desarmado de Luna, se lanzó veloz sobre las lanzas y
algunas tercerolas de los indios, apoderándose de su mayor parte y
arrojando al suelo bajo el tropel varios hombres.
El
segundo regimiento buscó su alineación á retaguardia en batalla
con el coronel (Bernabé) Rivera á su frente; y los demás
escuadrones, formando una grande herradura, estrecharon el círculo y
picaron espuelas al grito de “carguen”.
…
En
algunos cuellos bronceados y macizos se ensañó el filo de las
dagas, pues no había sido en vano el toque sin cuartel; y al golpe
repetido de los sables sobre el duro cráneo indígena, puede decirse
que voló envuelta en sangre la pluma
de
ñandú, símbolo de la libertad salvaje.
No
fueron pocos los que se defendieron, arrebatando las armas á las
propias manos de sus victimarios.”
()
Los
charrúas que pudieron, se defendieron.
“El
cacique (Vaimaca)
Pirú logró escapar de la matanza, llegando hasta la presencia del
General (Fructuoso)
Rivera, a quien dijo: mirá tus soldados matando amigos”.
“Los
pocos hombres que escaparon a la matanza general, se refugiaron por
lo pronto en las asperezas del Arapey y en los bosques del Cuareim”
().
Concluido
el operativo, Bernabé Rivera se dirigió con su Escuadrón a
perseguir a los indios que habían escapado y al cacique Polidorio
(quien desconfiado, no había querido ir). Se encontró con el
cacique Venado y doce charrúas por el arroyo Cañitas, y haciéndoles
creer que les devolverían a sus mujeres e hijos que habían tomado
prisioneros, los hizo marchar escoltados, y en la estancia del Viejo
Bonifacio Benítez, mientras estaban comiendo, Venado y sus
compañeros fueron atacados y masacrados por un grupo de soldados que
Bernabé Rivera había dispuesto ().
A
través de un comunicado expedido en “Cuartel
General, Salsipuedes”
del 12 de abril de 1831, Fructuoso Rivera informa que la acción
había consistido en
“poner
en ejecución el único medio que ya restaba, de sujetarlos por la
fuerza. Mas los salvajes, o temerosos ó alucinados, empeñaron una
resistencia armada, que fue preciso combatir del mismo modo, para
cortar radicalmente las desgracias, que con su diario incremento
amenazaban las garantías individuales de los habitantes del Estado,
y el fomento de la industria nacional constantemente depredada por
aquellos. Fueron en consecuencia atacados y destruidos, quedando en
el campo más de 40 cadáveres enemigos, y el resto con 300 y más
almas en poder de la división de operaciones. Los muy pocos que han
podido evadirse de la misma cuenta, son perseguidos vivamente por
diversas partidas que se han despachado en su alcance, y es de
esperarse que sean destruidos también complemente sino salvan las
fronteras del Estado”;
y destacó “la
brillante conducta, constancia y subordinación… y muy
particularmente los recomendables servicios que en ella han rendido
el Sr. General D. Julian Laguna, y el coronel D. Bernabé Rivera”
().
La
única baja oficial en el Ejército gubernista fue la del joven
Teniente Primero Maximiliano Obes, hijo de Lucas Obes (a la sazón
Fiscal General) ().
Aunque es posible que hubiera algunos muertos más entre las huestes
estatales, que quizá ni se contaron por considerarse recursos
humanos sin valor, o siguiendo una acostumbrada tendencia en los
informes militares a minimizar el número de bajas “amigas”: “Los
indios mataron defendiéndose, algunos de los soldados de Rivera y
entre los muertos apareció el teniendo D. Máximo [Maximiliano]
Obes…”
().
El
14 de abril de 1831, el nuevo Santo y Seña del Ejército había
pasado a ser “En el Estado=Concluyeron=Los Charrúas” ().
“Jamás
estos salvajes han podido soportar el yugo de la civilización, aun
en el grado más bajo, y cada vez que se ha aguardado ciertas chances
de éxito, se han precipitado como bestias feroces sobre los
apacibles habitantes de las campañas, llevándose todo a fuego y
sangre en su pasaje, sin conceder la gracia de la vida ni a mujeres
ni a niños. El presidente Ribéra [sic],
viendo que era imposible vivir en paz con estos terribles vecinos,
que habían venido a asentar sus tiendas hasta las márgenes del río
Negro, y que todos los medios de dulzura que se había usado en su
consideración, no producían ningún efecto, resolvió hacerles una
guerra a muerte, y tras una campaña de algunos meses, ha estado
bastante feliz por haber desembarazado su país de su presencia.”
()
El
27 de junio de 1831, el señor Ministro de Guerra José Longinos
Ellauri da al Coronel Bernabé Rivera instrucciones de “marchar
sin demora alguna y tomando que creyese conveniente del Escuadrón de
su mando, dirigirse a perseguir los restos de los salvajes, que… se
hallan en aptitud de cometer excesos que no podrían repararse”,
y que “seguirá
sin interrupción hasta someterlos o destruirlos en caso de
resistencia; remitiendo a disposición del Gobierno aquellos que
pudiesen ser aprehendidos”,
así como que “Remitirá
igualmente toda persona sea chica o grande perteneciente a las
familias de los charrúas, que encuentre diseminadas en la Campaña”
().
Nos
cuenta el Coronel Antonio Díaz (hijo) que “D.
Bernabé Rivera dijo después del hecho del Queguay [Salsipuedes],
que había obedecido con notable disgusto, las órdenes referentes al
suceso, y es creencia general que así fue - Era hombre de estimables
prendas…”
().
Sin embargo, existe documentación que muestra que Bernabé Rivera se
habría tomado con buena disposición esa tarea, manifestando “que
tengo el mayor interés en la conclusión de esta plaga”
y que “para
propender al cumplimiento de las instrucciones que me rigen, es
preciso asegurar el tránsito de estos desiertos persiguiendo a la
raza indomable que los infecta…; disponiéndome entretanto a
aprovechar la primera ocasión de neutralizar completamente el resto
de aquellos obstinados infieles”
().
Persiguió a los grupos de charrúas que iban quedando hacia el
Noroeste.
El
día 17 de agosto de 1831, en Mataojo (en la barra del Mataojo Grande
con el Río Arapey, hoy Departamento de Salto) tuvo lugar una acción
donde Bernabé Rivera manifestó haber matado “quince
infieles inclusive dos cacique de los más perversos, tomarles veinte
y seis hombres, y cincuenta y seis personas más, entre chinas y
muchachos de ambos sexos”,
y que habían escapado “diez
y ocho hombres, ocho muchachos de siete a doce años, y cinco chinas
de bastante edad”
().
Uno de los prisioneros charrúas fue el indio conocido como Ramón
Mataojo (justamente por el lugar del operativo armado), que fue el
primero de los charrúas remitidos a Francia ().
Estando
destacado en Tacuarembó, entre fines de 1831 y principios de 1832
Bernabé participa en la fundación de San Fructuoso (actual ciudad
de Tacuarembó). Creada por Decreto del 24 de octubre de 1831, “el
coronel Bernabé Rivera fundó la villa bajo el nombre de San
Fructuoso un 27 de enero de 1832, por celebrarse el día del santo
aquel día en el calendario cristiano”
().
“En
Febrero ó Marzo de dicho 1832, se hallaba el Coronel don Bernabé
Rivera ocupado en la fundación del pueblo de Tacuarembó…”
();
poblado que se ubicó “entre
los arroyos Tacuarembó Chico y La Tranquera, sobre el camino real,
que vá para Santa Ana”
().
Ya en diciembre de 1831, mientras se encontraba en Paysandú, había
sido nombrado Comandante de la Frontera Norte y le habían asignado
el 3° Escuadrón de Caballería, con el propósito de vigilar la
zona de frontera Norte. “Las
instrucciones que impartió Bernabé para los destacamentos son muy
numerosas y estrictas, y les establece como misión fundamental:
impedir el contrabando, la introducción o evasión de malos y malos
esclavos de ambos territorios, proteger el vecindario del nuestro y
evitar todo perjuicio a los habitantes del otro lado de la línea,
por parte de los de acá, sin pasar los límites establecidos”
().
En
mayo de 1832 ocurrió un alzamiento de los pobladores indios
guaraníes de la colonia de Bella Unión encabezados por Gaspar
Tacuabé y el indio Lorenzo ().
Algunos charrúas, como Vaimaca Pirú, decidieron apoyar el
movimiento ().
“El
movimiento de los indios de Bella Union, habia tenido lugar el 19 de
Mayo
[de 1832]. … El
plan atribuido á estos misioneros, era dar un golpe de mano á las
haciendas vecinas, y pasar á la Provincia de Corrientes, á
consecuencia de la miseria en que se encontraban, habiéndoseles
faltado á los compromisos que el General Rivera había contraído
con ellos, y que consistía en recursos para su manutención; pero es
indudable que habían sido inducidos por Tacuabé…”;
y es así que el 15 de mayo de ese año, Bernabé Rivera recibió la
orden de neutralizarlos y someterlos ().
Bernabé
se encontraba en el apogeo de su fama. El “establishment” lo
quería y lo valoraba como a un ser muy capaz y con condiciones hasta
para regir los destinos del Estado Oriental del Uruguay. “Era
hombre de estimables prendas, y que hubiera hecho en la República
Oriental una figura, tanto ó mas espectable que su hermano.
[“rectius”, su tío Fructuoso].” ()
Algunos, como Anaya en 1851 pero contemporáneo a estos hechos que
narramos, vieron al “Com.te
D. Bernabé Rivera, sobrino del Presid.te,
su brazo derecho, y el indicado, sin duda, p.a
sucederle en la Presidencia.”
()
EDGARDO
ETTLIN. Investigador en Derecho y en Historia. Publicó
entre otros libros: “Zonas Francas” (Fundación de Cultura
Universitaria, 1989), “Cómo dirigir y desempeñarse en Audiencias”
(Amalio Fernández, 1999), “Procesos de Ejecución de Sentencias a
pagar Dinero contra el Estado” (Amalio Fernández, 2008),
“Violencia Doméstica. Régimen y abordaje jurídico de la mujer
maltratada en ocasión de su vida afectiva” (La Ley Uruguay -
Thomson Reuters, 2009), “Una Justicia Eficiente” (Forvm
Orientalis, 2010), “Normativa sobre la Propiedad Intelectual en el
Uruguay” (2012), “Ejecución de Sentencias Judiciales contra el
Estado” (La Ley Uruguay - Thomson Reuters, 2014), y
“Responsabilidad Patrimonial de los Funcionarios Públicos” (La
Ley Uruguay - Thomson Reuters, 2017), “El Derecho de Resistencia en
las Constituciones de las Américas” (Fundación de Cultura
Universitaria, 2018), “Responsabilidad Civil por Daños en los
Espectáculos Deportivos” (La Ley Uruguay, 2019), y “Estudios
sobre Justicia y Propiedad Intelectual” (La Ley Uruguay - Thomson
Reuters, 2021). Ha escrito más de doscientos artículos y estudios
sobre temas de Derecho, principalmente en Derecho Público, Derecho
Procesal y Derecho de la Propiedad Intelectual, publicados en
Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Colombia y
España, y a través de Internet. Es referencia de citas por
numerosos autores uruguayos y extranjeros, y asiduo colaborador de
diversas revistas y publicaciones jurídicas de Uruguay y América
Latina. Conferencista en diversos eventos de Derecho en América
Latina y Europa. Sentencias y contribuciones jurisprudenciales suyas
han sido publicadas y comentadas en prestigiosas publicaciones
jurídicas. Historiador y ensayista, ha publicado diversos libros y
artículos sobre Cultura e Historia, destacándose: “Bajo la
Escuadra y el Compás. Mitos y verdades sobre la Masonería” (bajo
el seudónimo de Jean-Marie Mondine, Ediciones de la Plaza, 2016),
“Judas Iscariote y otras incursiones pseudoculturales” (Los
Caminos, 2020), y “Qué solos se quedan los muertos. Crónicas
sobre Juan Idiarte Borda, 13º Presidente constitucional de la
República Oriental del Uruguay, y sobre su agresor criminal Avelino
Arredondo” (Fundación de Cultura Universitaria, 2021). Ha
participado y es usualmente invitado como ponente sobre diversos
temas de Historia y Cultura. Ministro
de Tribunal de Apelaciones Civil
(Poder Judicial - Uruguay).
La
columna de Edgardo Etlin /MISTERIOS DEL MONUMENTO FUNERARIO DEL
CORONEL BERNABÉ RIVERA (y algo sobre el combate de Yacaré Cururú -
Tercera Parte) Los sepulcros guardan los misterios de los Hombres. La
Historia (o mejor dicho, las Historias) intenta develarlos. En
ocasión de encontrarnos ante el monumento funerario del Coronel
Bernabé Rivera (1), una inquietud nos impelió a internamos
simbólicamente en aquél con el propósito de intentar encontrar la
historia del ser humano cuya Alma y cuyos secretos custodia. Sin
rumbo ni método, sin querer saber de por qués, nos dejamos llevar a
través de una trama de hallazgos que se nos fueron presentando.
Estamos compartiendo en estas crónicas una aventura personal hacia
el descubrimiento de un individuo, entre los blancos y negros de su
vida y de su trágico destino. En la entrega anterior (2) comenzamos
a hurgar en la vida de Bernabé, cuyo tránsito por la existencia
estuvo muy vinculado a los pasos de su tío (no hermano), el
Brigadier General don Fructuoso Rivera. En todas sus audaces o
fermentales empresas, Bernabé siempre estuvo con él acompañándolo
o secundándole. Por supuesto, cuando Fructuoso se embarca en la
campaña contra los charrúas, aquél estaría presente. Los
objetivos de Bernabé al respecto estaban consustanciados con los de
su tío.Es necesario, más allá de los supuestos motivos y de los
apoyos que habría tenido Fructuoso Rivera, entonces Presidente del
novísimo Estado Oriental del Uruguay, para erradicar o desarticular
a las tribus de indios charrúas hacia 1831, tener presente que éste
osciló entre diversas posiciones. Hacia 1824, si bien apoyaba contra
ellos una solución armada, entendía que en esos momentos no era
viable ni efectiva, por lo que como alternativa proponía que fueran
estimulados a emprender una vida civilizada, a través de conminarles
a la práctica del trabajo y de proceder a su evangelización,
teniéndose sí la fuerza como elemento disuasivo (3). Aunque cierto
es que Rivera solicitó a la Asamblea General la autorización del 30
de diciembre de 1830 para “salir á la campaña mandando en persona
la fuerza armada”, lo que le fue concedido (4). Tenía ahora el
propósito, dentro de un operativo para terminar contra la
delincuencia y el abigeato, de darle a los charrúas “su merecido”
y “dar el paso sobre los salvages”. Se sentía que sería “una
obra que los desvelos de ocho virreyes, y por más de 40 años no
lograron realizarla. Será lindisimo… Ah! Qué glorioso será si se
consigue, sin que esta tierra tan privilegiada no se manchase con
sangre humana” (5). “Todo promete un vrillante resultado” (6).
Llegamos así al escenario de Salsipuedes, que proponemos reconstruir
conforme a las versiones más antiguas a las que pudimos acceder (7).
Se discute inclusive cuál fue el lugar en que ocurrió
“Salsipuedes”: Fructuoso Rivera escribió su comunicado oficial
sobre lo acontecido en su “Cuartel General, Salsipuedes” (8) de
circunstancias, pero se dice que el episodio se pudo haber
desarrollado no sólo en uno, sino a través de distintos choques;
según algunos en dos lugares, y otro como Acosta y Lara, hablan de
tres lugares (9). Ocurrieron los acontecimientos, básicamente, por
el actual Departamento de Paysandú. Hoy existe un monumento que
conmemoraría el episodio, pero el lugar en que fue emplazado se
encuentra muy discutido en cuanto a si realmente allí habría
acontecido “Salsipuedes”.Salvo el hecho de que Fructuoso Rivera
procuró convencer a los charrúas de encontrarse con él en un punto
determinado que hoy conocemos como “Salsipuedes”, y el informe
oficial que se dio publicidad luego del evento, no hay testimonios ni
documentos primarios de época sobre sus detalles bélicos, y el
comunicado de Rivera no da mayor información de lo acontecido. Sólo
poseemos informaciones tardías y secundarias, que supuestamente
consultaron a personas que los vivieron, pero son bastante lejanas en
el tiempo respecto a los hechos. Las fuentes más antiguas que
pudimos encontrar sobre lo que hoy conocemos como “la Matanza de
Salsipuedes” son (hay relatos y versiones posteriores, pero
utilizamos para nuestra historia éstas, que creemos son las
primeras):a) un artículo bajo el seudónimo de “Demófilo”,
aparecido en “El Defensor de la Independencia Americana” del 1°
de julio de 1845, que creemos pudo haber sido escrito por el
Brigadier General Antonio Felipe Díaz, quien era redactor en aquel
periódico, acorde a ciertas semejanzas que encontramos con unos
“Apuntes sobre los indios charrúas” que dejó manuscritos sin
corregir, de data incierta (10);b) una memoria del Coronel Manuel
Lavalleja (hermano del Libertador Brigadier General Juan Antonio
Lavalleja) que escribió para el Brigadier General Manuel Oribe, del
31 de octubre de 1848 (11).“El mulato Rivera” (según le califica
Manuel Lavalleja a Don Frutos), convocó a los indios charrúas en
Salsipuedes, con el pretexto de arreglar con ellos para que entraran
en Brasil a recuperar los ganados orientales que los brasileños les
habían robado. De acuerdo a la documentación relevada por Picerno,
Rivera había solicitado inicialmente al General Julián Laguna que
atrayera a los indios “en las puntas del Queguay Grande”, con el
propósito de que se les convocaba para colaborar en guardar las
fronteras del Estado, y haciéndoles ver de que Rivera de su amistad.
Pero luego varió el lugar de contacto, hacia un punto en que los
charrúas no tendrían muchas posibilidades de escapatoria.“Los
charrúas siempre dispuestos contra los brasileros, y enemigos
naturales de estos, no vacilaron en aceptar el convite desde que en
él se envolvía el interes de invadir al Brasil.”. Sin embargo,
algunos caciques charrúas como Polidorio (Polidoro, o Sepé -hay
quienes sostienen de que se trata de la misma persona-) y “El
Adivino”, intuyendo o con cierta prevención de que algo nefando se
tramaba en su contra, sospecharon y no concurrieron aduciendo (en
palabras de Polidorio) que “Frutos era corazón malo y traidor”
(12). Pero los restantes se allegaron.Bernabelito (13) venía
acompañando a muchos de ellos, al mando del Escuadrón No. 2 de
Caballería (14).Fructuoso Rivera tenía como mil hombres reunidos
(15). Participaron militares orientales en distintos Escuadrones y
Compañías, milicianos, soldados argentinos al mando del General
Juan Lavalle, vecinos brasileños y locales que odiaban o sufrían a
los charrúas y se habían agrupado (debemos acotar que los hermanos
brasileños, donde veían entonces a un charrúa, le “tocaban
bala”), y hasta indios guaraníes. No abundaremos en estos
detalles.“Tenía Rivera un hermano, joven de bellísimas
disposiciones y de un alma nacida para lo bueno; pero que por una de
aquellas contrariedades, por desgracia harto comunes en la especie
humana, se había acostumbrado á obedecer ciegamente a su hermano
mayor, aun en aquellas cosas que él mismo, condenaba con pública
franqueza: debilidad inconcebible que lo hizo cómplice de no pocas
maldades que aquel cometiera, en el curso de su desordenada vida.
Podía Rivera haber asociado á su crimen á un extraño cualquiera,
ahorrando á su infeliz hermano la ejecucion de un hecho que sabía
le había de repugnar en estremo, y hacerlo aparecer ante sus
conciudadanos como un verdugo feroz y despiadado. Pero no quiso. Se
empeñó en que su hermano fuese el vil instrumento de su maldad; y á
pesar de la viva resistencia que encontró por esta vez en él, logró
al cabo que cediese como siempre. D. Bernabé recibió las
instrucciones correspondientes, y marchó al lugar señalado para la
consumación del bárbaro designio.Un mensagero de paz había ido ya
de antemano á convidar á los Charrúas á que acudiesen á aquel
mismo paraje, donde, se les decía, se acomodarían las diferencias
que existían á la sazon entre ellos y Rivera (habiales este
suscitado de intento poco antes), se celebrarían los nuevos pactos
de amistad, y recibirían los largos regalos que en prueba de ella y
segun costumbre se les iban á hacer. Juzgando los Charrúas que en
todas estas propuestas había la mejor buena fé, se dispusieron á
ir al lugar de la cita el día que se les había designado. Salen los
infelices de sus guaridas mal armados y desapercibidos como que
pensaban ir á una fiesta, y se dirigen alegres y tranquilos á
donde, según se les había dicho, los estaban esperando para
abrazarlos. Llegan allá; mas ¡óh traicion inconcebible! Crecidas
fuerzas, que con anticipación se habían colocado en emboscada,
salen de improviso, los rodean y á mansalva hacen en ellos una
espantosa carnicería. Pocos son los que aciertan á defenderse, con
la sorpresa. Entre estos pocos se distinguió el impertérrito
Cacique Rondó (16). Cercado de una porción que lo atacaban, sin más
arma que su sola lanza, todavía sostuvo una larga lucha al cabo de
la cual, falto de fuerzas y cargado de heridas, cayó hecho pedazos,
pero no sin haber hecho correr en abundancia la sangre de sus
cobardes enemigos. Perico (17), el otro Cacique, quedó prisionero
con un gran número de mujeres y niños. Solo un corto grupo de 40 a
50 guerreros escapó á esta matanza, que alcanzaron á refujiarse en
las asperezas desiertas del Arapey y el Cuareim, donde fueron á
meditar la venganza que poco después consiguieron ejecutarla.Tal fue
el acto horrible que puso fin á la nación Charrúa. Dispuesto y
ordenado por Rivera; pero ejecutado por su hermano D. Bernabé, la
responsabilidad del hecho recayó toda sobre este…” (18)El
Coronel Antonio Díaz, hijo del Brigadier General Antonio Felipe Díaz
y quien habría tomado esta información del propio padre, en 1877
relata el episodio central así: “Llegados al campamento los
indígenas, Rivera entretuvo haciendo marchar á su lado al cacique
Venao, mientras los Charrúas desmontaban en el paraje designado para
que campasen. Entonces fue que el General Rivera dijo á Venao que
venia a su derecha prestame tu cuchillo para picar tabaco,
descargando un tiro de pistola sobre el cacique, en seguida de
apoderarse
del cuchillo. El cacique quedó
ileso, pero huyó vociferando en charrúa, en dirección al campo de
sus hermanos, que alarmados empezaron á tomar caballo como
pudieron.En el acto el escuadrón desarmado (19) se arrojó sobre las
lanzas y demás armas de los indios. D. Bernabé Rivera formó en
batalla á retaguardia de estos con el número 2; el resto de las
fuerzas tomó circulo, y al toque de degüello, cayeron
repentinamente sobre los indígenas, matándoles en su casi
totalidad, inclusive su cacique Vencol jefe principal.” (20)Nos
cuenta Eduardo Acevedo Díaz, quien conocía las informaciones del
Coronel Manuel Lavalleja, pero especialmente compilando las de su
abuelo materno el Brigadier General Antonio Felipe Díaz y de su tío
el Coronel Antonio Díaz (hijo) (21):“Ya en el campo, éstos,
recelosos y desconfiados, parecieron vacilar un momento.No tenían
memoria de haberse confundido nunca con ejército alguno, pues
siempre habían acampado lejos, á un flanco, en los tiempos del
general Artigas.Viéndolos perplejos y mal dispuestos, el presidente
(Fructuoso Rivera) llamó á Venado y púsose á conversar con él,
marchando muy juntos al paso die sus caballos.Entraba este detalle en
el drama.El cacique iba mudo, observando el cuadro.Los clarines
lanzaban la nota de atención.Los soldados se movían en silencio con
aire siniestro, prendidos los sables y colgadas al cinto las
pistolas.De pronto, el coronel Bernabé Rivera, tendiendo el brazo
hacia un vallecito espaldado por nutrida vegetación, dijo á
Polidoro:“-Allí pueden desmontar.”Movióse el cacique y tras él
la horda, con ese andar lento é indeciso de los gatos monteses fuera
de la espesura.Eso de desmontar, en medio de las tropas, parecíales
sin duda al cacique y á sus compañeros una grande exigencia.Se
habían habituado con sin igual habilidad á los lomos equinos y se
sentían demasiado bien en ellos para abandonarlos en aquella
hora.Pero, el presidente Rivera llamaba en voz alta de “amigo” á
Venado y reía con él marchando un poco lejos; y el coronel, que
nunca les había mentido, brindaba á Polidoro con un chifle de
aguardiente en prueba de cordial compañerismo.En presencia de tales
agasajos, la hueste avanzó hasta el lugar señalado, y á un ademán
del cacique todos los mocetones echaron pie á tierra.Apenas el
general Rivera, cuya astucia se igualaba á su serenidad y flema,
hubo observado el movimiento, dirigióse a Venado, diciéndole con
calma:“-Empréstame tu cuchillo para picar tabaco.”El cacique
desnudó el que llevaba á la cintura y se lo dió en silencio.Al
cogerlo, Rivera sacó una pistola é hizo fuego sobre Venado.Era la
señal de la matanza.El cacique, que advirtió con tiempo la acción,
tendióse sobre el cuello de su caballo dando un grito. La bala se
perdió en el espacio.Venado partió á escape hacia los
suyos.Entonces la horda se arremolinó y cada charrúa corrió á
tomar su caballo.Pocos sin embargo lo consiguieron, en medio del
espantoso tumulto que se produjo instantáneamente.El escuadrón
desarmado de Luna, se lanzó veloz sobre las lanzas y algunas
tercerolas de los indios, apoderándose de su mayor parte y arrojando
al suelo bajo el tropel varios hombres.El segundo regimiento buscó
su alineación á retaguardia en batalla con el coronel (Bernabé)
Rivera á su frente; y los demás escuadrones, formando una grande
herradura, estrecharon el círculo y picaron espuelas al grito de
“carguen”.…En algunos cuellos bronceados y macizos se ensañó
el filo de las dagas, pues no había sido en vano el toque sin
cuartel; y al golpe repetido de los sables sobre el duro cráneo
indígena, puede decirse que voló envuelta en sangre la plumade
ñandú, símbolo de la libertad salvaje.No fueron pocos los que se
defendieron, arrebatando las armas á las propias manos de sus
victimarios.” (22)Los charrúas que pudieron, se defendieron. “El
cacique (Vaimaca) Pirú logró escapar de la matanza, llegando hasta
la presencia del General (Fructuoso) Rivera, a quien dijo: mirá tus
soldados matando amigos”. “Los pocos hombres que escaparon a la
matanza general, se refugiaron por lo pronto en las asperezas del
Arapey y en los bosques del Cuareim” (23).Concluido el operativo,
Bernabé Rivera se dirigió con su Escuadrón a perseguir a los
indios que habían escapado y al cacique Polidorio (quien
desconfiado, no había querido ir). Se encontró con el cacique
Venado y doce charrúas por el arroyo Cañitas, y haciéndoles creer
que les devolverían a sus mujeres e hijos que habían tomado
prisioneros, los hizo marchar escoltados, y en la estancia del Viejo
Bonifacio Benítez, mientras estaban comiendo, Venado y sus
compañeros fueron atacados y masacrados por un grupo de soldados que
Bernabé Rivera había dispuesto (24). A través de un comunicado
expedido en “Cuartel General, Salsipuedes” del 12 de abril de
1831, Fructuoso Rivera informa que la acción había consistido
“poner en ejecución el único medio que ya restaba, de sujetarlos
por la fuerza. Mas los salvajes, o temerosos ó alucinados, empeñaron
una resistencia armada, que fue preciso combatir del mismo modo, para
cortar radicalmente las desgracias, que con su diario incremento
amenazaban las garantías individuales de los habitantes del Estado,
y el fomento de la industria nacional constantemente depredada por
aquellos. Fueron en consecuencia atacados y destruidos, quedando en
el campo más de 40 cadáveres enemigos, y el resto con 300 y más
almas en poder de la división de operaciones. Los muy pocos que han
podido evadirse de la misma cuenta, son perseguidos vivamente por
diversas partidas que se han despachado en su alcance, y es de
esperarse que sean destruidos también complemente sino salvan las
fronteras del Estado”; y destacó “la brillante conducta,
constancia y subordinación… y muy particularmente los
recomendables servicios que en ella han rendido el Sr. General D.
Julian Laguna, y el coronel D. Bernabé Rivera” (25).La única baja
oficial en el Ejército gubernista fue la del joven Teniente Primero
Maximiliano Obes, hijo de Lucas Obes (a la sazón Fiscal General)
(26). Aunque es posible que hubiera algunos muertos más entre las
huestes estatales, que quizá ni se contaron por considerarse
recursos humanos sin valor, o siguiendo una acostumbrada tendencia en
los informes militares a minimizar el número de bajas “amigas”:
“Los indios mataron defendiéndose, algunos de los soldados de
Rivera y entre los muertos apareció el teniendo D. Máximo
[Maximiliano] Obes…” (27).El 14 de abril de 1831, el nuevo Santo
y Seña del Ejército había pasado a ser “En el
Estado=Concluyeron=Los Charrúas” (28).“Jamás estos salvajes han
podido soportar el yugo de la civilización, aun en el grado más
bajo, y cada vez que se ha aguardado ciertas chances de éxito, se
han precipitado como bestias feroces sobre los apacibles habitantes
de las campañas, llevándose todo a fuego y sangre en su pasaje, sin
conceder la gracia de la vida ni a mujeres ni a niños. El presidente
Ribéra [sic], viendo que era imposible vivir en paz con estos
terribles vecinos, que habían venido a asentar sus tiendas hasta las
márgenes del río Negro, y que todos los medios de dulzura que se
había usado en su consideración, no producían ningún efecto,
resolvió hacerles una guerra a muerte, y tras una campaña de
algunos meses, ha estado bastante feliz por haber desembarazado su
país de su presencia.” (29)El 27 de junio de 1831, el señor
Ministro de Guerra José Longinos Ellauri da al Coronel Bernabé
Rivera instrucciones de “marchar sin demora alguna y tomando que
creyese conveniente del Escuadrón de su mando, dirigirse a perseguir
los restos de los salvajes, que… se hallan en aptitud de cometer
excesos que no podrían repararse”, y que “seguirá sin
interrupción hasta someterlos o destruirlos en caso de resistencia;
remitiendo a disposición del Gobierno aquellos que pudiesen ser
aprehendidos”, así como que “Remitirá igualmente toda persona
sea chica o grande perteneciente a las familias de los charrúas, que
encuentre diseminadas en la Campaña” (30). Nos cuenta el Coronel
Antonio Díaz (hijo) que “D. Bernabé Rivera dijo después del
hecho del Queguay [Salsipuedes], que había obedecido con notable
disgusto, las órdenes referentes al suceso, y es creencia general
que así fue - Era hombre de estimables prendas…” (31). Sin
embargo, existe documentación que muestra que Bernabé Rivera se
habría tomado con buena disposición esa tarea, manifestando “que
tengo el mayor interés en la conclusión de esta plaga” y que
“para propender al cumplimiento de las instrucciones que me rigen,
es preciso asegurar el tránsito de estos desiertos persiguiendo a la
raza indomable que los infecta…; disponiéndome entretanto a
aprovechar la primera ocasión de neutralizar completamente el resto
de aquellos obstinados infieles” (32). Persiguió a los grupos de
charrúas que iban quedando hacia el Noroeste.El día 17 de agosto de
1831, en Mataojo (en la barra del Mataojo Grande con el Río Arapey,
hoy Departamento de Salto) tuvo lugar una acción donde Bernabé
Rivera manifestó haber matado “quince infieles inclusive dos
cacique de los más perversos, tomarles veinte y seis hombres, y
cincuenta y seis personas más, entre chinas y muchachos de ambos
sexos”, y que habían escapado “diez y ocho hombres, ocho
muchachos de siete a doce años, y cinco chinas de bastante edad”
(33). Uno de los prisioneros charrúas fue el indio conocido como
Ramón Mataojo (justamente por el lugar del operativo armado), que
fue el primero de los charrúas remitidos a Francia (34). Estando
destacado en Tacuarembó, entre fines de 1831 y principios de 1832
Bernabé participa en la fundación de San Fructuoso (actual ciudad
de Tacuarembó). Creada por Decreto del 24 de octubre de 1831, “el
coronel Bernabé Rivera fundó la villa bajo el nombre de San
Fructuoso un 27 de enero de 1832, por celebrarse el día del santo
aquel día en el calendario cristiano” (35). “En Febrero ó Marzo
de dicho 1832, se hallaba el Coronel don Bernabé Rivera
ocupado en la fundación del
pueblo de Tacuarembó…” (36); poblado que se ubicó “entre los
arroyos Tacuarembó Chico y La Tranquera, sobre el camino real, que
vá para Santa Ana” (37). Ya en diciembre de 1831, mientras se
encontraba en Paysandú, había sido nombrado Comandante de la
Frontera Norte y le habían asignado el 3° Escuadrón de Caballería,
con el propósito de vigilar la zona de frontera Norte. “Las
instrucciones que impartió Bernabé para los destacamentos son muy
numerosas y estrictas, y les establece como misión fundamental:
impedir el contrabando, la introducción o evasión de vagos y malos
esclavos de ambos territorios, proteger el vecindario del nuestro y
evitar todo perjuicio a los habitantes del otro lado de la línea,
por parte de los de acá, sin pasar los límites establecidos”
(38).En mayo de 1832 ocurrió un alzamiento de los pobladores indios
guaraníes de la colonia de Bella Unión encabezados por Gaspar
Tacuabé y el indio Lorenzo (39). Algunos charrúas, como Vaimaca
Pirú, decidieron apoyar el movimiento (40). “El movimiento de los
indios de Bella Union, habia tenido lugar el 19 de Mayo [de 1832]. …
El plan atribuido á estos misioneros, era dar un golpe de mano á
las haciendas vecinas, y pasar á la Provincia de Corrientes, á
consecuencia de la miseria en que se encontraban, habiéndoseles
faltado á los compromisos que el General Rivera había contraído
con ellos, y que consistía en recursos para su manutención; pero es
indudable que habían sido inducidos por Tacuabé…”; y es así
que el 15 de mayo de ese año, Bernabé Rivera recibió la orden de
neutralizarlos y someterlos (41). Bernabé se encontraba en el apogeo
de su fama. El “establishment” lo quería y lo valoraba como a un
ser muy capaz y con condiciones hasta para regir los destinos del
Estado Oriental del Uruguay. “Era hombre de estimables prendas, y
que hubiera hecho en la República Oriental una figura, tanto ó mas
espectable que su hermano. [“rectius”, su tío Fructuoso].”
(42) Algunos, como Anaya en 1851 pero contemporáneo a estos hechos
que narramos, vieron al “Com.te D. Bernabé Rivera, sobrino del
Presid.te, su brazo derecho, y el indicado, sin duda, p.a sucederle
en la Presidencia.” (43) EDGARDO ETTLIN. Investigador en Derecho
y en Historia. Publicó entre otros libros: “Zonas Francas”
(Fundación de Cultura Universitaria, 1989), “Cómo dirigir y
desempeñarse en Audiencias” (Amalio Fernández, 1999), “Procesos
de Ejecución de Sentencias a pagar Dinero contra el Estado”
(Amalio Fernández, 2008), “Violencia Doméstica. Régimen y
abordaje jurídico de la mujer maltratada en ocasión de su vida
afectiva” (La Ley Uruguay - Thomson Reuters, 2009), “Una Justicia
Eficiente” (Forvm Orientalis, 2010), “Normativa sobre la
Propiedad Intelectual en el Uruguay” (2012), “Ejecución de
Sentencias Judiciales contra el Estado” (La Ley Uruguay - Thomson
Reuters, 2014), y “Responsabilidad Patrimonial de los Funcionarios
Públicos” (La Ley Uruguay - Thomson Reuters, 2017), “El Derecho
de Resistencia en las Constituciones de las Américas” (Fundación
de Cultura Universitaria, 2018), “Responsabilidad Civil por Daños
en los Espectáculos Deportivos” (La Ley Uruguay, 2019), y
“Estudios sobre Justicia y Propiedad Intelectual” (La Ley Uruguay
- Thomson Reuters, 2021). Ha escrito más de doscientos artículos y
estudios sobre temas de Derecho, principalmente en Derecho Público,
Derecho Procesal y Derecho de la Propiedad Intelectual, publicados en
Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Colombia y
España, y a través de Internet. Es referencia de citas por
numerosos autores uruguayos y extranjeros, y asiduo colaborador de
diversas revistas y publicaciones jurídicas de Uruguay y América
Latina. Conferencista en diversos eventos de Derecho en América
Latina y Europa. Sentencias y contribuciones jurisprudenciales suyas
han sido publicadas y comentadas en prestigiosas publicaciones
jurídicas. Historiador y ensayista, ha publicado diversos libros y
artículos sobre Cultura e Historia, destacándose: “Bajo la
Escuadra y el Compás. Mitos y verdades sobre la Masonería” (bajo
el seudónimo de Jean-Marie Mondine, Ediciones de la Plaza, 2016),
“Judas Iscariote y otras incursiones pseudoculturales” (Los
Caminos, 2020), y “Qué solos se quedan los muertos. Crónicas
sobre Juan Idiarte Borda, 13º Presidente constitucional de la
República Oriental del Uruguay, y sobre su agresor criminal Avelino
Arredondo” (Fundación de Cultura Universitaria, 2021). Ha
participado y es usualmente invitado como ponente sobre diversos
temas de Historia y Cultura. Ministro de Tribunal de Apelaciones
Civil (Poder Judicial - Uruguay).