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jueves, 9 de marzo de 2023

LA COLUMNA DE RUBEN CAMPERO//// Tomar distancia (de lo viviente)

 

@rubencamperopsic



Tomar distancia de los fenómenos nos ayuda a ampliar las perspectivas y enriquecer los recursos desde los que argumentar lo que vemos, para así poder dialogar con otros puntos de vista. Ese “mirar”, tan ponderado por la Modernidad occidental, racional y científica, nos permite tejer relatos desde los que ordenar las maneras en que percibimos y construimos algunos de los mundos posibles, más allá que existieran y existan relatos no racionales y “no distanciados” que también dan cuenta de lo existente.


Sin embargo la situación en la que nos encontramos a nivel planetario y de cambio climático, o frente a la sensibilidad políticamente correcta que se dispara ante la desigualdad, lo mismo que en cuanto a un particular incremento de la crueldad animal a instancias de la tecno-ciencia (que cada vez y en menos tiempo fabrica cuerpos sufrientes para asesinar en honor a un mercado consumista), nos arroja a interpelar las bases antropocéntricas de la invención de ese sujeto trascendente llamado “humano”, particularmente en torno a la distancia que establece para catalogar lo que llama “prójimo” en tanto que “próximo”, y desde la que decreta el valor del otro en tanto si se acerca o se aleja de su punto de vista particular que se pretende universal y “normal”


Ese mirar a la distancia, muchas veces desde un abstracto “arriba”, tiende a configurar la naturalización de una óptica supremacista en clave occidental, blanca, masculina, judeo-cristiana, racional, urbana, propietaria, identificada con una forma heterosexual de vida social, y naturalizadora de un único mundo posible y compatible con una existencia con metáfora dignificante (y excluyente de otros animales) a escala homo sapiens, o más bien a escala de aquellos “aptos” para ser catalogados como “humanos”.


Una óptica que al pretenderse “observación objetiva”, “no involucrada” y sin origen en ningún sujeto particular, se coloca por fuera y a distancia de los ecosistemas, motivo por el cual pierde de vista su participación en lo que observa, atropellando lo existente y lo viviente desde la impunidad tecnológica y mercantilmente especulativa de la intervención, la explotación, el utilitarismo y el extractivismo.


Es en el S. XX que asistimos a la deconstrucción de las históricas evangelizaciones cognitivas, emocionales y corporales provocados por la llamada por el sociólogo Anibal Quijano “Colonialidad de poder” en nuestro continente Aby Ayala, así como también fuimos testigos de los aportes realizados las corrientes activistas y académicas de los feminismos y lo LGBTIQ+, las teorizaciones/acciones sobre la desigualdad de clases y la producción/distribución de recursos, las investigaciones antropológicas con Malinowsky y Mead, entre otres (que evidenciaron que Occidente no era la única forma de concebir y habitar el mundo), así como de la progresiva preocupación por el cambio climático, y el aumento en la conciencia antiespecista por la convivencia estrecha con otros animales a la interna de las casa en centros urbanos.


Ante todo eso, la tal mirada que desde la distancia se pretendía “la mirada de dios”, comenzó a ser interpelada en su pretensión universalista y lejanía destructiva, señalándose a los sujetos particulares que para mantener sus privilegios e impunidad habían inventado y mantenido ideológicamente tal concepción, esa desde la que aprendimos a creer que su/nuestro mundo es “el” mundo.


Un mundo supuestamente al servicio de nuestra especie animal que se pretende el logro “perfeccionado” de una evolución darwinianamente mal entendida, y que hoy asistido por un neoliberalismo que captura y delinea consumista y mediáticamente los discursos de sensibilidad y solidaridad con la diferencia, logra seguir negando la existencia de “otros” mundos tanto entre sapiens de distintas culturas, como aquellos mundos que perciben, sienten y habitan cada una de las entidades vivientes de los ecosistemas, que como tales merecen cercanía y consideración moral y ética por respeto no sólo a la sintiencia de cada individuo, sino también a las comunidades multiespecie y el planeta.


Tomar distancia ofrece excelentes posibilidades para analizar los fenómenos siempre y cuando no implique lejanía. La empatía se genera con lo cercano, con lo próximo en tanto permite la identificación. Sin embargo la tensión ética devenida de sabernos vivos y con ganas de vivir al igual que todo otro ser con vida autónoma, nos debería invitar a la prudencia moral de intentar cuidar de aquello y aquellos que no nos resultan familiares o al menos evitar hacerles daño. Tal vez la hospitalidad con lo viviente nos ofrezca un respiro de nuestra compulsión a invadir con la mirada y la intervención, para permitirnos tomar contacto con nuestra vulnerabilidad negada y escuchar/nos como un animal más que convive con otros y con el resto de la naturaleza.





Ruben Campero es psicólogo, sexólogo, terapeuta y docente.

Ha publicado varios libros y participa activamente desde hace mucho en los medios de comunicación y las redes sociales.

Es también un estudioso del antiespecismo, una manera de pararse ante la vida y analizar críticamente la relación que los humanos tenemos con los demás animales y la naturaleza.

Es integrante de GAIA - Grupo Académico Interdisciplinario de Antrozoología.




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