Alcides Ghiggia, desde el jueves de la semana pasada, es más leyenda que nunca. Si su vida conmovió tribunas, su muerte agitó fantasmas, en especial, el de Maracaná. Se ha dicho muchas veces, y se sigue diciendo, que ese triunfo terminó siendo una maldición. Según este argumento, la asombrosa historia de la selección uruguaya de fútbol remando contra la corriente y derrotando a la de Brasil en su propia casa, habría contribuido a debilitar la “conciencia crítica”, y adormecido las, de por sí, bajísimas defensas contra el conformismo que caracterizaban la sociedad uruguaya de la época. No me quiero detener en este debate, por apasionante que sea. En cambio, ya que se suele comparar aquellos años de prosperidad con los que nos están tocando vivir desde un tiempo a esta parte, me gustaría analizar qué lecciones de aquellos años deberíamos tener presentes ahora.
A comienzos de los cincuenta la economía uruguaya todavía crecía, gracias al impulso combinado de la demanda externa (Europa recién iniciaba su proceso de reconstrucción, Plan Marshall mediante) y de la sustitución de importaciones (iniciada, como en otras partes, en la década de 1930, como consecuencia de la crisis del 29). Aunque ni a Luis Batlle ni a su equipo de gobierno se les escapaba que la prosperidad podía ser efímera, les resultó extraordinariamente difícil que el Partido Colorado, que se iba convirtiendo en una gran máquina clientelar, aceptara restricciones y tomara precauciones. La economía se frenó, los precios crecieron, la caja del Estado se vació. Se inició, de este modo, un largo proceso de estanflación que, a comienzos de los años 60, sería definido por la CIDE con un concepto que hizo carrera: “crisis estructural”.
También ahora la economía crece impulsada por la combinación de un entorno todavía favorable y un mercado interno dinámico. En todo el sistema político existe, por suerte, una clara conciencia del peligro. El elenco de gobierno, en particular, sabe muy bien que la prosperidad puede ser efímera. Las distintas fracciones dan señales de querer tomar precauciones. Los astoristas, por ejemplo, se inclinan sin vacilaciones hacia la prudencia fiscal, la protección de la competitividad de las empresas y la estabilidad en las reglas de juego. Los desarrollistas también se muestran alarmados, pero tienen una visión distinta al equipo económico respecto a cómo prevenir la crisis. No será, dicen, recortando la inversión pública ni ajustando salarios que se evitará la caída del producto. Según ellos, por el contrario, el cambio en el entorno económico regional y mundial debe conducir a ampliar el papel del Estado y potenciar el mercado interno.
No me considero un experto en desarrollo económico. No me atrevo a pronunciarme sobre qué enfoque es el más apropiado. Además, no creo que me corresponda. En todo caso, soy de los que piensa que no hay un único camino hacia la prosperidad. Existe, en verdad, una creciente acumulación teórica y empírica en economía política que muestra que las naciones pueden prosperar siguiendo trayectorias muy diversas. De hecho, conviven, como han argumentado persuasivamente Peter Hall y David Soskice, diferentes “variedades de capitalismo”. La principal diferencia entre ellas deriva del papel del Estado en la economía. En las “economías coordinadas de mercado” (como Alemania, Japón, Suecia o Austria), el Estado tiene un papel francamente más activo que en las “economías liberales de mercado” (como EEUU, Gran Bretaña, Australia o Nueva Zelandia). Pero tanto Alemania, el arquetipo del “capitalismo coordinado”, como EEUU, el paradigma del “capitalismo liberal”, son economías dinámicas y potencias mundiales. ¿O no?
Desde mi punto de vista el problema de Uruguay, hoy por hoy, no es que no exista conciencia del peligro. Hoy por hoy, lo que obviamente falta en el partido de gobierno es unidad de acción. Es evidente que si la mayoría del gabinete, con el ministro de Economía y Finanzas a la cabeza, empuja para un lado, y la mayoría del Parlamento, con José Mujica y Raúl Sendic como principales referentes, empuja para el otro, el resultado más probable será el empate y el statu quo. Lo más preocupante es que la falta de unidad de acción se origina en profundas diferencias teóricas que, por definición, no son fáciles de conciliar. El presidente Tabaré Vázquez, por su parte, no termina de dejar claro cuál de los dos proyectos es su preferido. A veces envía señales para un lado, otras veces para el otro. Hasta el momento parece priorizar conformar un poco a todos, como si tratara de evitar que las diferencias tomen estado público y afecten negativamente la imagen de su segunda presidencia.
Como argumentara Gabriel Oddone, el declive uruguayo a lo largo del siglo XX tiene un patrón peculiar: combina breves ciclos de crecimiento económico relativamente rápido seguidos de crisis igualmente intensas. Antes del Mundial de Brasil, se hizo muy popular una pieza publicitaria en la que el “fantasma de Maracaná” se ocupaba de espantar a los brasileros. Ojalá le pegue un buen susto al partido de gobierno y haga posible que, finalmente, elija uno de los rumbos en disputa. Si lo hace, podremos evitar que la historia vuelva a repetirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario