Pese al aporte generoso que ofrecieron durante muchos años al fútbol
fronterizo, es evidente que algunos jugadores se han convertido en
leyendas olvidadas de este popular deporte.
Es en el fútbol donde
los racistas se inclinan reverentes y tolerantes ante el atleta de color
que los hace delirar con sus jugadas increíbles, llevando sus equipos a
la victoria. Por esas cosas del destino Mario Silvera vino al mundo un
12 de octubre de 1939, para festejar durante 77 años el Día de la Raza.
En la corta carrera de un jugador de fútbol hay siempre un duro camino a
recorrer y mientras pasan los años en forma implacable ese camino se va
bifurcando hasta que llega el momento de colgar los zapatos, como si
esto fuera una decisión voluntaria del jugador.
Todavía no había
alcanzado la mayoría de edad, cuándo comienza a experimentar las
sensaciones de una vida fácil, que todavía no alcanza a valorar ni a
comprender, el surgimiento del crack, que va alternando su drama
pasional, entre las alegrías del domingo y las frustraciones de la
semana. Entre estos jugadores ubicamos al “Negro” Mario, uno de los
tantos que no pudo vencer las barreras ni las dificultades de la vida y
quizás no tuvo paciencia para esperar “su” oportunidad. Los años pasaron
como un desafío, mientras se alimentaba con el elogio de las “torcidas”
y cargaba sobre sus hombros las viejas “chuteiras” que se iban gastando
como la vida útil del jugador.
Nunca buscó la consagración pública,
ni pretendía que los bolsilludos elevaran sus brazos al cielo como
queriendo agradecer tanto fútbol en 90 minutos. Sin embargo lograba
entusiasmar a los propios rivales en partidos memorables que se
transformaban en un ensayo para las grandes decisiones. La prensa
todavía no había llegado para documentar o trasmitir tanta capacidad.
Fue durante varios años nuestro vecino de la calle Numancia y podemos
dar fe de su humildad cotidiana, de su simpatía y sobre todo de su
honestidad, lo que no es poca cosa en los tiempos que corren. Suele
andar solo, como disparándole a las multitudes para no ser notado.
La vida le dio pocas oportunidades para que se destacara fuera del campo
de juego. Sin embargo dentro de la cancha fue siempre el crack
indiscutido, el jugador de la vida real, irresponsable, caprichoso,
endiablado, medio loco, y hasta transformado con misteriosos efectos
especiales cuando arrancaba junto a la raya de cal para sentir el
aliento directo de la hinchada sin ninguna interferencia.
Supo ser
durante muchos años cuando ya no jugaba, el hambriento del fútbol
dominguero porque le faltaba su partido, sus 90 minutos que servían
luego para alimentar la semana. Carismático, introvertido y con una
simpatía a flor de piel, fue siempre un negro natural que nunca
olvidaría a sus amigos del fútbol. Acarició la gloria durante muchos
años con el Nacional de SAMUEL convirtiéndose en ídolo sin que él lo
quisiera y en actor principal de una puesta en escena en una obra que
nunca sobrepasaba los 90 minutos y donde todo estaba librado a la
improvisación sin libreto previo.
Dio siempre muchas ventajas en
una competencia que le otorga demasiada importancia al estado físico y
donde algunas sustancias solían neutralizar su cerebro y el propio
desempeño dentro del campo de juego. De bajo perfil como se dice ahora,
humilde al extremo y modesto por naturaleza el “Negro” Mario no pudo
disfrutar en aquellos años de la prensa especializada que analiza el
desempeño de los jugadores haciendo el delirio de la parcialidad
convertido en un genio loco corriendo sobre la línea para estar más
cerca de la hinchada con todas las virtudes del puntero perfecto. Claro
que por aquellos años era solamente fútbol arte, sin formación defensiva
para mantener un resultado.
No existían volantes de contención ni
técnicos retranqueros. Se entraba a la cancha para ganar. Con gran
dominio de la pelota, sabía que debía estar arriba, jugar duro, estar
atento, tener un poco de suerte y mucho talento para desbordar y
convertir los goles cacheteando la pelota lejos del arquero. Nació para
jugar al fútbol y en la etapa final de su carrera cuando se fueron
opacando sus cualidades de superdotado sintió la rebeldía del ya “no
ser” y la soledad que acompaña al jugador cuando el fútbol se va.
Como señalábamos al comenzar la nota, el fútbol de esta frontera es
riquísimo en historias humanas de gran contenido social como la del
“Negro” Mario y que podrían inspirar a cualquier periodista sin
necesidad de forzar la imaginación. Ayer lo vimos, está más envejecido
quizás para contrariar su edad y justificar una vida de privaciones que
lo fueron conduciendo lentamente al anonimato y a la pieza de pensión de
la calle Numancia.
Nadie podrá entender nunca lo que esto
significa para los “Marios” del fútbol fronterizo que ya no tienen la
oportunidad de escuchar los aplausos por la vuelta olímpica o la
caravana que recorre la ciudad para que el pueblo salga a la calle a
testimoniar la consagración del equipo. Fue sin ninguna duda uno de los
mejores jugadores del fútbol fronterizo, convertido en leyenda que pocos
conocen, pero eternizado en la memoria de quienes lo vieron jugar.
Pobre y solo disfruta en su pieza de pensión evocando las tardes de
gloria cuando su cuerpo de atleta corría por todo el campo en un
derroche permanente de habilidad y destreza.
Fue sin proponérselo
una de las figuras más populares del fútbol fronterizo, vistiendo
durante muchos años la casaca tricolor del cuadro de SAMUEL donde
también y en distintas épocas desfilaron José Pedro Silva de Treinta y
Tres, Bartolomé Correa un campeón del 54, Raúl Pérez un argentino
procedente de San Lorenzo, Elbio Pellejero uno de los mejores goleros
que paso por la frontera, Nino González, “Pototo” Cardozo, Mauregui, el
brasileño “Filco”, el “Cambado” Rocha, el “Pelotilla” Da Costa, el
“Beto” Viojo, Iracy Alvez, Julio Veró, Orlando “Landeco” Alvez ,Wilson
Priliac, Hugo Mena, Pablo Priliac, Tito, el Pato y Ambrosio Lima, el
Baiano Santos y 200 más que se escapan de nuestra memoria. Este es Mario
Silvera, una de las tantas leyendas olvidadas del fútbol fronterizo.