Por
lo general existe poca coincidencia histórica cuando se trata de
establecer fechas y fundadores de las instituciones deportivas. Es
posible que las fuentes utilizadas por los periodistas no siempre se
ajusten a la realidad que rodeó en su momento el nacimiento de estas
instituciones y los relatos posteriores olviden o agreguen nombres y
situaciones que difieran con la realidad de los hechos.
Tal
lo sucedido con la fundación del Club A Huracán de la República
Argentina sobre la que nos vamos a referir desde la óptica del
periodista fronterizo Jorge Rodríguez Benítez. Bajo el título de
“HURACÁN VA SIN HACHE” el “Bayano” señala que “El parto
de Huracán de Buenos Aires, fue un parto intelectual si se quiere.
Como era de orden en aquellos días de nacer, Huracán nació
peleando su cuna y su nombre. Pero la pelea de Huracán no fue pelea
de lugar porque no tuvo contrario. Y fue intelectual si se quiere,
porque su agua bendita fue la de un librero.
Los
historiadores dicen que la historia fue de esta laya: cuando los casi
20 que fundaron Huracán se juntaron para fundarlo, el primer lío
obligado fue el del nombre. Fue en la vereda del padre de Tomasito
Jeansalles, en Nueva Pompeya donde se armó el cabildeo de pensar el
cuadro. Juan Caimí uno de los veinte dijo sin discurso que la
Institución tenía que llamarse Villa Crespo. Pero por decir eso,
quedó pegado, porque a un cuadro de Nueva Pompeya no lo iban a
llamar Villa Crespo. Entonces Cambiasso, que por algo se llamaba
Cambiasso, propuso Nueva Pompeya. Pero también quedó descalificado
por aquello de no armar líos de calles y de barrios. Hasta que otro
propuso el lacrimógeno y batido nombre de Nueva esperanza. El
ideólogo era Américo Steffanini, un muchacho idealista, sencillo y
peleador de sueños muy iguales a los de aquel Buenos Aires
torrentoso y vital, que estaba pariendo la personalidad que aún le
quedaba.Y como a los otros de la vereda les gustó la sensiblería,
el Verde Esperanza quedó de nombre chapao. No hubo necesidad de
votar el color de la camiseta. Ya estaba en el nombre. Pero, como
pasó tantas veces en el Sur fundador del fútbol, la pobreza le puso
color a la “institución” . Por eso la esperanza verde , nació
con camiseta roja esperanza más barata y “justito” lo que podía
el bolsillo.
En
esos primeros días del nombre, Steffanini quiso ponerle la firma al
Verde Esperanza y propuso: “Pá sellar el nombre del cuadro, hay
que hacerle un sello”. El mismo hizo la colecta. Juntó dos
cuarenta y se fue a la librería que estaba en la esquina de la
avenida Sáez y Esquié y le dijo al librero: “Don, tengo dos
cuarenta y quiero hacer un sello que diga Club Atlético Verde
Esperanza”. El librero y la librería se llamaban Antonio Richino.
Richino era tano de Italia y como todo tano que había caído a
pelear la América, peleaba con uñas y dientes su laburo siempre
escaso. Por eso le dijo al ideólogo que sus dos cuarenta sólo daban
para un sello chico y que en un sello chico no entraba toda la verde
esperanza que él quería. Y le agregó: Si en lugar de Verde
Esperanza le “cribis” Huracán, el nombre entra. Y el “ideólogo”
que una vez había oído decir que en Montevideo había un Huracán
que en la cancha peleaba el viento de su nombre, vio la estirpe y le
dijo al librero que sí, que “si entraba” no era mala la idea del
cambio. Don Richino, bolichero de ley, había sacado el nombre de la
galera rápida de ahorrar en el sello y cosechar en la caja. Huracán
era la marca registrada de una “pluma tinta” que él tenía
para la venta. Y Huracán le fue a la sesera buscando el achique.
Pero el gancho enganchó y el sello marchó al taller, “para la
semana que viene”. A los cinco días, la ansiedad de la prole de la
vereda marchó a lo de Richino a buscar el sello. Cuando llegaron, la
obra de arte estaba adelantada y envuelta “para que la vean todos
juntos y entre ustedes” dijo el librero mientras cobraba el saldo y
los arrimaba a la puerta. Pero la ansiedad de los ya huracanes no
esperó más. Ahí nomás, en la mano mismo de Richino rompieron el
envoltorio y se toparon con el flamante firmador del primer orgullo
futbolero de la gurisada
de Nueva Pompeya. Y leyeron: Club Atlético Uracán. Y los
huracancitos que eran “leídos” porque eran colegiados del Luppi,
empezaron a torcer la boca y los ojos para todos lados. Releyeron mil
veces aquel “URACAN” sin hache hasta que Steffanini estalló:
“Richino! A Huracán le falta la hache!! Y Richino que por algo
había andado y desandado tanto mar y tanta vida, la “parló”
despacito, despacito: “En ese tamaño de
sello, me sobraba una letra. Y yo le saqué
la hache. ¡Total! no suena. Me pareció que no cambiaba nada. Ahora
si ustedes la quieren con hache, lo que cambia es el costo. Y los
huracanitos que tenían menos vento que un soplido, se convencieron
sin ayuda: “Al fin y al cabo el viejo tiene razón! La hache no
dice nada!!!