VOY A DORMIR es el
último poema que Alfonsina Storni escribió, antes de decidir, ya
diagnosticada de un irreversible cáncer de mama, arrojarse de la
escollera del Club Argentino de Mujeres de Mar del Plata. Poeta,
dramaturga y maestra, fue una voz emotiva, existencialista,
dramática, que influyó como pocas en los escritores de su época y
en generaciones posteriores. Fue una mujer sufrida, que soñó
siempre lo que sabía no iría a su encuentro. Fue también amiga y
amante de Horacio Quiroga, otro suicida; una relación sin futuro.
Sus principales obras están reunidas en los libros Anhelos, La
inquietud del rosal, Convaluar, Golondrinas, Languidez y Poemas de
amor y en el guion de la obra de teatro Un corazón valiente.
VOY A DORMIR
Acunarás,
Alfonsina, por el resto de la vida que nos quede, ese misterio que te
llevaste en gesto final.
Aquello que te
llamaba de pronto a la noche y nadie supo; el firmamento sin
estrellas que soñabas; la imagen querida de tu hijo Alejandro cuyo
padre ignoto convertiste en un fantasma; y el otro, tu propio padre
melancólico que se lanzó al alcohol y aquella madre triste pero
entrañable; todo eso junto, claro, a tus amores imposibles y
amistades que pretendías sin fronteras y pocos lo entendieron, o al
padecimiento de una enfermedad que te golpeó, artera, como una ola
poderosa e inesperada.
Y tu poesía con
alas rosadas e inquietas, y tu desconcierto por la vacuidad ajena y
hasta el desencanto porque nadie pareció advertir, a tu alrededor,
que lo que el viento escribe en la arena siempre será transitorio:
-Dientes de flores,
cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas
las sábanas terrosas y el enredón de musgos encardados.
La soledad, querida
mía, tu espíritu y tu carne incomprendidos, el sosiego y el
silencio que te abandonaron dejándote el ánimo febril pero también
un libre albedrío –sí, eso siempre lo supiste- para decidir, con
plena y valiente lucidez, cuándo ya bastó, cuándo ya fue
suficiente, como hizo, poco antes de ti, Horacio Quiroga, el hombre
que más te conmovió y que, sin quererlo, más daño te hizo al
alejarse.
Pero a todo, hasta
al anuncio de tu muerte, jamás te permitiste, Alfonsina, dejarlo
desnudo de belleza:
-Voy a dormir,
nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una
constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito…
¿Sabes? Hoy muchos
han olvidado que tus padres fueron suizos y tu naciste allá, cerca
de Alpes helados, pero muy pequeña te trajeron entre nosotros,
errantes por provincias de la patria vecina y luego tú fuiste
frecuente viajera a Montevideo, y debiste hacer muchas cosas al
crecer: mesera, tejedora, pasajera actriz de teatro provincial,
colaboradora de periódicos que dejaban espacio a noveles escritores
y maestra, antes de que un vendaval inspirador de poesía te
capturase para siempre.
Y gracias a tu
lirismo por momentos carnal, por otros espiritual, conociste a tantos
que te respetaron y admiraron sin poder quitarte ese imaginario velo
oscuro que empañaba tus ojos y tu sonrisa y anunciaba tus cambios de
ánimo: Rodó, Herrera y Reissig, Nervo, Darío, Juana de Ibarbourou,
que fue tu amiga, Gabriela Mistal, José Ingenieros –tu protector y
en ocasiones tu venerable médico de cabecera- y García Lorca, la
ternura hecha poeta que te estremeció.
Pero el tiempo,
Alfonsina… Ah, el tiempo alocado, incontrolable, cargado de dolores
que angostaban, día tras día, tu entereza y tu equilibrio,
poniéndoles encima el peso de no comprender la realidad, la certeza
de que el camino se disolvía en niebla marina espesa:
-Déjame sola: oyes
romper los brotes… te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro
te traza unos compases para que olvides… Gracias.
Dijeron, fríamente,
Alfonsina, y así quedó estampado en la historia oficial, que el 25
de octubre de l938, luego de dejar dos cartas a Alejandro, saliste de
madrugada del hotel de Mar del Plata donde estabas y te arrojaste de
la escollera al mar, donde quedaste quieta y muerta.
Si me permites, y
tómalo como el roce de unos labios sobre tu frente helada, yo
prefiero creer eso otro, a lo que los insensibles llaman “leyenda
romántica”. Aquello que confiesa que, descalza y morosa, te fuiste
introduciendo en las heladas aguas que, al cabo, con extrema
delicadeza, te depositaron en la orilla:
-Ah, un encargo: si
él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he
salido…
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Antonio Pippo nació
en Argentina y su familia se mudó a San José siendo aún un niño.
Viene ejerciendo el periodismo desde hace sesenta y tres años:
prensa , radio, televisión. Fu director de informativos de todos los
canales de televisión, públicos y privados. Ha escrito y publicado
varios libros. Estudioso del tango, es también artista y participa y
ha dirigido espectáculos como empresario durante años.
Son clásicas las
columnas que publicó durante años en el semanario Búsqueda y aún
en la Agencia Mundial de ensa.
Ha sido docente de
periodismo de opinión en la Universidad ORT.